"El hombre que se atreve a perder una hora de su tiempo no ha descubierto el valor de la vida" —Charles Darwin
Nuestro recurso más importante no es el dinero, ni las conexiones sociales; tampoco los bienes que poseemos. Ni siquiera nuestra inteligencia ni nuestros talentos.
El recurso más importante y valioso en la vida de cualquier persona es el tiempo. Del uso inteligente de este depende todo lo demás.
Administrar nuestras horas con sabiduría nos permite crear riqueza, formar relaciones, adquirir nuevos talentos, expandir nuestra inteligencia...
Por el contrario, el despilfarro del mismo se convierte en un obstáculo insuperable entre nosotros y nuestro deseo de realizar cosas importantes.
El recurso más importante y valioso en la vida de cualquier persona es el tiempo. Del uso inteligente de este depende todo lo demás.
Administrar nuestras horas con sabiduría nos permite crear riqueza, formar relaciones, adquirir nuevos talentos, expandir nuestra inteligencia...
Por el contrario, el despilfarro del mismo se convierte en un obstáculo insuperable entre nosotros y nuestro deseo de realizar cosas importantes.
Las personas corrientes —afirmó el filósofo alemán Arthur Schopenhauer— buscan como pasar el tiempo, las personas de talento como utilizarlo.
Lo que con tanta perspicacia entendió el buen Schopenhauer fue que lo que distingue a las vidas de abundantes logros y llenas de satisfacción y felicidad, de aquellas colmadas de frustración, es el uso que damos a las horas del día.
Cómo utilizamos nuestros días, es cómo utilizamos nuestra vida. Si les damos un uso pobre, y los dedicamos a actividades que contribuyen poco con nuestros objetivos más importantes, no es de extrañar que dichos objetivos no se vean cumplidos.
Por ello debemos ser muy selectivos con la utilización del tiempo; las horas malgastadas jamás se pueden recuperar. Nunca dará marcha atrás el tiempo para restituirte las horas dilapidadas.
Y a pesar de su irrecuperabilidad, somos insensatos despilfarradores de tan preciado bien.
Para usar con sabiduría nuestro tiempo, primero debemos tener claridad cristalina sobre cuáles son nuestras prioridades, nuestros objetivos más importantes.
De esta manera sabremos de inmediato a qué cosas decirle si y a cuales, con firmeza y sin remordimiento, les diremos no.
Warren Buffett una vez dio un espléndido consejo sobre este asunto. Recomendó el sabio inversor hacer una lista (ordenada de mayor a menor importancia) de las 25 cosas que más nos interesan; enseguida debemos tachar las últimas 20 y jamás volver a pensar en ellas.
Quizá no es necesario ser tan drásticos como sugiere Buffett, nuestras prioridades cambian a lo largo de la vida. Las cosas importantes a los 20 no son las mismas que a los 40 ni a los 80.
Pero si resulta muy acertado saber que es lo más importante en tu vida en el momento actual, así podrás emplear tus días en actividades que apoyan tus prioridades.
Especial cuidado debemos tener con nuestro ocio, probablemente sea ahí donde se produce el mayor despilfarro.
No es que no tengamos derecho a descansar, no es lo que quiero decir. Lo que ocurre es que somos muy malos escogiendo a que dedicarnos en nuestros ratos de relajación.
Varias investigaciones han encontrado que las actividades que prefiere la mayoría de las personas para relajarse: televisión, redes sociales, surfear por la web, etc., es decir, aquellas donde consumimos pasivamente contenido, son las que menos nos renuevan y menos nos recargan de energía para afrontar la siguiente jornada.
Por el otro lado, las actividades que demandan nuestra participación activa, y en las cuales producimos algo (pintar, escribir, tocar un instrumento, leer, practicar un deporte… ) son aquellas que nos revitalizan y nos hacen sentir más agusto con nosotros mismos.
Nadie se pasa dos horas en Facebook y se levanta sintiéndose más virtuoso. Por el contrario, quien pinta un cuadro, compone un verso o aprende un nuevo e importante concepto producto del estudio, tiene algo que mostrar con orgullo.
Es cierto que después de una jornada agotadora, después de lidiar con los niños y las tareas del hogar, estamos exhaustos y sólo nos apetece saltar sobre el sofá y dejar que la televisión nos entretenga. Sin embargo, si logramos superar la resistencia de no hacer nada, las recompensas que encontraremos serán magníficas.
Es de verdad muy satisfactorio cuando hemos logrado organizar nuestra vida de tal manera que todo encaja, todo está en su sitio. Cuando las cosas que hacemos tienen un propósito y nos ayudan a avanzar y alimentan nuestro crecimiento. Cuando no hay desperdicio.
Son nuestros días, son nuestras horas, el más valioso bien con el que contamos. Cuidemoslo.
Cómo utilizamos nuestros días, es cómo utilizamos nuestra vida. Si les damos un uso pobre, y los dedicamos a actividades que contribuyen poco con nuestros objetivos más importantes, no es de extrañar que dichos objetivos no se vean cumplidos.
Por ello debemos ser muy selectivos con la utilización del tiempo; las horas malgastadas jamás se pueden recuperar. Nunca dará marcha atrás el tiempo para restituirte las horas dilapidadas.
Y a pesar de su irrecuperabilidad, somos insensatos despilfarradores de tan preciado bien.
Para usar con sabiduría nuestro tiempo, primero debemos tener claridad cristalina sobre cuáles son nuestras prioridades, nuestros objetivos más importantes.
De esta manera sabremos de inmediato a qué cosas decirle si y a cuales, con firmeza y sin remordimiento, les diremos no.
Warren Buffett una vez dio un espléndido consejo sobre este asunto. Recomendó el sabio inversor hacer una lista (ordenada de mayor a menor importancia) de las 25 cosas que más nos interesan; enseguida debemos tachar las últimas 20 y jamás volver a pensar en ellas.
Quizá no es necesario ser tan drásticos como sugiere Buffett, nuestras prioridades cambian a lo largo de la vida. Las cosas importantes a los 20 no son las mismas que a los 40 ni a los 80.
Pero si resulta muy acertado saber que es lo más importante en tu vida en el momento actual, así podrás emplear tus días en actividades que apoyan tus prioridades.
Especial cuidado debemos tener con nuestro ocio, probablemente sea ahí donde se produce el mayor despilfarro.
No es que no tengamos derecho a descansar, no es lo que quiero decir. Lo que ocurre es que somos muy malos escogiendo a que dedicarnos en nuestros ratos de relajación.
Varias investigaciones han encontrado que las actividades que prefiere la mayoría de las personas para relajarse: televisión, redes sociales, surfear por la web, etc., es decir, aquellas donde consumimos pasivamente contenido, son las que menos nos renuevan y menos nos recargan de energía para afrontar la siguiente jornada.
Por el otro lado, las actividades que demandan nuestra participación activa, y en las cuales producimos algo (pintar, escribir, tocar un instrumento, leer, practicar un deporte… ) son aquellas que nos revitalizan y nos hacen sentir más agusto con nosotros mismos.
Nadie se pasa dos horas en Facebook y se levanta sintiéndose más virtuoso. Por el contrario, quien pinta un cuadro, compone un verso o aprende un nuevo e importante concepto producto del estudio, tiene algo que mostrar con orgullo.
Es cierto que después de una jornada agotadora, después de lidiar con los niños y las tareas del hogar, estamos exhaustos y sólo nos apetece saltar sobre el sofá y dejar que la televisión nos entretenga. Sin embargo, si logramos superar la resistencia de no hacer nada, las recompensas que encontraremos serán magníficas.
Es de verdad muy satisfactorio cuando hemos logrado organizar nuestra vida de tal manera que todo encaja, todo está en su sitio. Cuando las cosas que hacemos tienen un propósito y nos ayudan a avanzar y alimentan nuestro crecimiento. Cuando no hay desperdicio.
Son nuestros días, son nuestras horas, el más valioso bien con el que contamos. Cuidemoslo.
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