"Cambia tus pensamientos y cambiará tu mundo" —Norman Vincent Peale
Los estudiantes de un viejo y sabio maestro —cuenta una antigua historia— le preguntaron cuales eran las cosas que habían cambiado en su vida después de encontrar la sabiduría.
El viejo maestro respondió: “Antes de ser sabio, yo solía cortar leña y cargar agua”; hizo una corta pausa y prosiguió: “ahora, después de la iluminación, corto leña y cargo agua”.
Una investigación realizada por la doctora en psicología Amy Wrzesniewski, cuyo campo de investigación trata sobre cómo las personas le damos significado a nuestro trabajo, vino a confirmar lo que el viejo maestro comprendió.
No es el oficio lo importante, es el sentido que nosotros le damos al mismo. O como lo diría el filósofo romano Boecio: “Nada es miserable a menos que usted lo considere así. Y por otra parte, nada le produce felicidad a menos que esté contento con ello”.
La investigación de la doctora Wrzesniewski se realizó con trabajadores de hospitales que realizaban labores de aseo y mantenimiento. Dicho estudio encontró que los participantes, al mismo empleo, le daban tres significados distintos.
Para unos era un empleo nada más, para otros era un oficio y otros lo consideraban una contribución.
Para el primer grupo su trabajo no era nada más que una transacción comercial, ellos intercambiaban su esfuerzo por dinero, y, como en la mayoría de operaciones comerciales, lo que buscaban era maximizar los beneficios obtenidos (es decir: hacer el menor esfuerzo y obtener el mayor provecho: mejores prestaciones, horarios, vacaciones, etc.)
El segundo grupo, quienes veían su trabajo como un oficio, se involucraban en él con la mentalidad del artesano. Esta mentalidad consiste en el deseo por superarse, por ser cada día mejor en su arte. Estos trabajadores reportaron una mayor motivación y satisfacción en su día a día. Superarse a sí mismo, ser cada día mejor es fuente de una gran satisfacción personal.
Hace unos años, mientras me encontraba desempleado, tuve la oportunidad de trabajar limpiando los baños de un edificio recién construido, que pronto iba ser entregado a sus propietarios.
Debido a que nunca había hecho esa labor, mi rendimiento estaba muy por debajo del de mis compañeros. Así que si quería conservar el empleo, mejor sería que aprendiera a trabajar con mayor eficiencia.
Con el fin de aumentar la velocidad de mi trabajo empecé a realizar experimentos (que si utilizar poca agua, que si utilizar mucha, que empezar por el piso y luego por las paredes, que si al contrario…). También era meticuloso midiendo el tiempo que tardaba limpiando un baño, de esta manera sabía si el experimento funcionaba o había que descartarlo.
Esta forma de trabajar, enfocado en mejorar, como lo hacen los artesanos, hizo que me la pasara estupendo haciendo una labor considerada aburrida por muchos; en otras palabras: fui feliz limpiando baños.
Tristemente esta historia no tiene un final feliz, a pesar de mis esfuerzos y lo bien que me la pasaba, mi progreso no fue el suficiente para evitar que me despidieran a los pocos días :(
El tercer grupo eran los que consideraban su empleo como una contribución que realizaban en beneficio de otros. Para ellos su labor no era solo la forma de ganarse el pan, también era como le daban significado a su vida.
Estos trabajadores eran los que consideraban, como en realidad ocurre, que con su esfuerzo estaban contribuyendo a curar a los pacientes del hospital en el cual trabajaban. Entendían que mantener las instalaciones limpias y desinfectadas era importante para el bienestar de los enfermos.
Este último grupo eran quienes exhibían una mayor satisfacción con su trabajo.
El trabajo es una parte trascendental de nuestro bienestar emocional, no sólo es la forma como nos ganamos el pan, también puede ser fuente de felicidad y satisfacción. Cuando le preguntaron a Sigmund Freud cuál era el secreto de la felicidad, respondió: “Amor y trabajo, trabajo y amor; no hay nada más”.
Existen dos rutas que conducen a un empleo que nos brinde felicidad y satisfacción. La primera es el camino de la pasión; aquí se trata de encontrar que es lo que más nos gusta hacer, o como lo llamaría sir Ken Robinson: hallar nuestro elemento. Luego, debemos descubrir como aquello que nos apasiona puede satisfacer una necesidad de las personas. Por ejemplo, al que le gusta mucho aprender, luego puede ganarse la vida enseñando.
La segunda opción es cambiar la manera de pensar sobre nuestro empleo. Cómo descubrió el viejo maestro, es el significado que le damos a nuestro trabajo lo que lo hace agradable o penoso. Si no nos encontramos del todo a gusto en él, podemos encararlo como si fuera un arte, luchar todos los días por mejorar y hacerlo de la manera más eficiente posible.
También le podemos dar significado. Si conectamos nuestro esfuerzo con un beneficio para otras personas (familia, clientes, compañeros, jefes) hallaremos también una mayor satisfacción.
Aunque algunos factores externos pueden afectar la calidad de nuestra vida, la realidad es que son nuestros pensamientos los que determinan de manera abrumadora si somos felices o no. Cambiar nuestros pensamientos significa cambiar nuestro mundo.
El viejo maestro respondió: “Antes de ser sabio, yo solía cortar leña y cargar agua”; hizo una corta pausa y prosiguió: “ahora, después de la iluminación, corto leña y cargo agua”.
Una investigación realizada por la doctora en psicología Amy Wrzesniewski, cuyo campo de investigación trata sobre cómo las personas le damos significado a nuestro trabajo, vino a confirmar lo que el viejo maestro comprendió.
No es el oficio lo importante, es el sentido que nosotros le damos al mismo. O como lo diría el filósofo romano Boecio: “Nada es miserable a menos que usted lo considere así. Y por otra parte, nada le produce felicidad a menos que esté contento con ello”.
La investigación de la doctora Wrzesniewski se realizó con trabajadores de hospitales que realizaban labores de aseo y mantenimiento. Dicho estudio encontró que los participantes, al mismo empleo, le daban tres significados distintos.
Para unos era un empleo nada más, para otros era un oficio y otros lo consideraban una contribución.
Para el primer grupo su trabajo no era nada más que una transacción comercial, ellos intercambiaban su esfuerzo por dinero, y, como en la mayoría de operaciones comerciales, lo que buscaban era maximizar los beneficios obtenidos (es decir: hacer el menor esfuerzo y obtener el mayor provecho: mejores prestaciones, horarios, vacaciones, etc.)
El segundo grupo, quienes veían su trabajo como un oficio, se involucraban en él con la mentalidad del artesano. Esta mentalidad consiste en el deseo por superarse, por ser cada día mejor en su arte. Estos trabajadores reportaron una mayor motivación y satisfacción en su día a día. Superarse a sí mismo, ser cada día mejor es fuente de una gran satisfacción personal.
Hace unos años, mientras me encontraba desempleado, tuve la oportunidad de trabajar limpiando los baños de un edificio recién construido, que pronto iba ser entregado a sus propietarios.
Debido a que nunca había hecho esa labor, mi rendimiento estaba muy por debajo del de mis compañeros. Así que si quería conservar el empleo, mejor sería que aprendiera a trabajar con mayor eficiencia.
Con el fin de aumentar la velocidad de mi trabajo empecé a realizar experimentos (que si utilizar poca agua, que si utilizar mucha, que empezar por el piso y luego por las paredes, que si al contrario…). También era meticuloso midiendo el tiempo que tardaba limpiando un baño, de esta manera sabía si el experimento funcionaba o había que descartarlo.
Esta forma de trabajar, enfocado en mejorar, como lo hacen los artesanos, hizo que me la pasara estupendo haciendo una labor considerada aburrida por muchos; en otras palabras: fui feliz limpiando baños.
Tristemente esta historia no tiene un final feliz, a pesar de mis esfuerzos y lo bien que me la pasaba, mi progreso no fue el suficiente para evitar que me despidieran a los pocos días :(
El tercer grupo eran los que consideraban su empleo como una contribución que realizaban en beneficio de otros. Para ellos su labor no era solo la forma de ganarse el pan, también era como le daban significado a su vida.
Estos trabajadores eran los que consideraban, como en realidad ocurre, que con su esfuerzo estaban contribuyendo a curar a los pacientes del hospital en el cual trabajaban. Entendían que mantener las instalaciones limpias y desinfectadas era importante para el bienestar de los enfermos.
Este último grupo eran quienes exhibían una mayor satisfacción con su trabajo.
El trabajo es una parte trascendental de nuestro bienestar emocional, no sólo es la forma como nos ganamos el pan, también puede ser fuente de felicidad y satisfacción. Cuando le preguntaron a Sigmund Freud cuál era el secreto de la felicidad, respondió: “Amor y trabajo, trabajo y amor; no hay nada más”.
Existen dos rutas que conducen a un empleo que nos brinde felicidad y satisfacción. La primera es el camino de la pasión; aquí se trata de encontrar que es lo que más nos gusta hacer, o como lo llamaría sir Ken Robinson: hallar nuestro elemento. Luego, debemos descubrir como aquello que nos apasiona puede satisfacer una necesidad de las personas. Por ejemplo, al que le gusta mucho aprender, luego puede ganarse la vida enseñando.
La segunda opción es cambiar la manera de pensar sobre nuestro empleo. Cómo descubrió el viejo maestro, es el significado que le damos a nuestro trabajo lo que lo hace agradable o penoso. Si no nos encontramos del todo a gusto en él, podemos encararlo como si fuera un arte, luchar todos los días por mejorar y hacerlo de la manera más eficiente posible.
También le podemos dar significado. Si conectamos nuestro esfuerzo con un beneficio para otras personas (familia, clientes, compañeros, jefes) hallaremos también una mayor satisfacción.
Aunque algunos factores externos pueden afectar la calidad de nuestra vida, la realidad es que son nuestros pensamientos los que determinan de manera abrumadora si somos felices o no. Cambiar nuestros pensamientos significa cambiar nuestro mundo.
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