Dr. Roberto Rosler
Resumen: A la hora de abordar un examen es positivo variar los ámbitos y las formas de estudio. Probar con una habitación diferente, modificar sonidos de fondo o cambiar el momento del día para estudiar les posibilitará a los alumnos habituarse de mejor modo a los distintos contextos.
El efecto del contexto sobre el aprendizaje
Muchos de mis alumnos consumen diferentes “vitaminas” para su cerebro (Memorex, Speed, chocolate, Coca Cola, café, etc.) en los días previos al examen. El objetivo de esta ingesta es, fundamentalmente, mantenerse despiertos y, en caso de duda, toman una dosis extra para cruzar la meta.
Cuando llega la hora de rendir, quieren recuperar parte de esa energía. Piensan que tomar esa “ayuda para el estudio” justo antes de hacer el parcial posibilita una mayor conexión cerebral, o es una manera de mantener el “cerebro en su sitio” durante la evaluación al igual que mientras estudiaban.
Si alguien está atrincherado en el modo psicológico de supervivencia puede aliviarle mucho creer que su “ayuda para el estudio” también mejorará el rendimiento durante el examen.
Muchos alumnos piensan: “Química cerebral, lo que necesitamos es la misma química cerebral”. Esto encaja a la perfección con la antigua teoría de la coherencia dentro de los buenos hábitos de estudio. Desarrolle una rutina diaria, busque un único lugar y reserve un tiempo para estudiar. Todo se centra en la coherencia al igual que la teoría de la “química cerebral” de la ayuda para el estudio.
Por experiencia, los alumnos aprenden que rinden mejor en los exámenes cuando tienen el mismo estado mental que cuando estudiaron.
La investigación científica de estas influencias (el contexto mental interno y el contexto externo) sobre el aprendizaje ha disparado un torpedo a la línea de flotación de la doctrina de la coherencia.
Las personas recuerdan más de lo que han estudiado cuando vuelven al lugar donde estudiaron. Esto es porque las características del ámbito de estudio (la iluminación, el papel de las paredes, la música de fondo, etc.) le ofrecen pistas al cerebro para que libere más información.
Para comprobar eso se le solicitó a un grupo de buceadores que estudiaran listas de palabras mientras estaban sumergidos a siete metros de profundidad. Una hora después un grupo se sometió a un examen sobre las palabras que se hizo sobre tierra firme mientras que los otros lo hicieron bajo el mar usando un micrófono sumergible para comunicarse con los evaluadores.
Los buceadores que hicieron el examen bajo el agua recordaron un 30% más de palabras que quienes completaron la prueba en tierra. Conclusión: el recuerdo es mejor si se realiza en el entorno en el cual se aprendieron los datos.
Tal vez las burbujas que desfilaban junto a las máscaras de buceo fueron una pista para acentuar el recuerdo. Quizá fue el sonido rítmico de la respiración en la boquilla o el peso de los tubos de oxígeno, añadido a la visión de la multitud de nudibranquios flotando en el agua. A lo mejor, fue todo esto junto.
Por lo tanto, habría que evaluar a los alumnos en donde estudian. Por ejemplo, en sus casas.
En otra investigación se dividió a los estudiantes en tres grupos: Uno estudió en silencio; otro, mientras sonaba de fondo un tema de jazz; el tercero, escuchaba un Concierto de Mozart. Pasaron diez minutos memorizando palabras y luego se fueron.
Los alumnos regresaron dos días después y les hicieron un examen sorpresa para ver cuántos vocablos podían recordar. Algunos realizaron la evaluación en las mismas circunstancias en las que estudiaron (silencio, jazz o música clásica). Otros, en una diferente. Los que rindieron y aprendieron con la misma melodía recordaron el doble de los que lo hicieron con otra distinta. Esto no sucedió con quienes que fueron evaluados y estudiaron en silencio.
Conclusión: ¡pongamos la misma música y recordaremos más palabras! ¡Qué descrédito para la santidad del lugar de estudio silencioso!
Otro factor que puede ofrecer más pistas al cerebro para que libere más información (o reintegre) puede ser la emoción. Nadie que haya pasado por una ruptura sentimental mientras estudiaba dudará del impacto que tienen las emociones sobre el aprendizaje.
Las emociones colorean todo lo que hacemos y pueden determinar lo que recordamos. El ejemplo más claro de esto lo encontramos en las personas que tienen trastorno bipolar. Sus estados de ánimo fluctúan entre semanas o meses de una actividad pletórica de vida y periodos de depresión tenebrosa paralizante, y saben muy bien que esos ciclos determinan lo que recuerdan y lo que no.
Cuando tienen un episodio maníaco recuerdan mejor lo que sucedió durante las fases anteriores en las que también tuvieron un suceso similar. Y viceversa: cuando están deprimidos rememoran con mayor facilidad lo incorporado cuando estaban con el ánimo por el suelo.
En la década de 1920, el neuropsicólogo Alexander Luria estudió al periodista Solomon Shereshevsky, quien tenía una memoria prodigiosa.
Era capaz de aprender durante 15 minutos una lista de números aleatorios y recordarlos al cabo de una semana, un mes o, incluso, diez años después. Nos hace pensar en el personaje de Funes el Memorioso de Borges.
Shereshevsky tenía un fenómeno denominado sinestesia en el cual las percepciones están mezcladas y son inusualmente vívidas. Los sonidos tienen formas, colores; mientras que las letras poseen gusto, fragancia.
Mediante la sinestesia, Shereshevsky adjudicaba un número inusual de pistas a cada cosa que memorizaba. Carecía del filtro normal del olvido lo cual a menudo lo frustraba.
El uso que hacía Shereshevsky de las percepciones múltiples (auditivas, visuales, olfatorias) nos indica cómo aprovechar el contexto. Podemos multiplicar el número de percepciones relacionadas con un recuerdo simplemente variando el lugar en donde estudiamos.
¿Hasta dónde puede ayudarnos a recordar un sencillo cambio de entorno?
Para averiguar esto se realizó un experimento para observar qué sucedía si los alumnos estudian el mismo contenido, pero en dos lugares diferentes.
La mitad de los estudiantes memorizaron una lista de palabras en dos sesiones de 10 minutos, con varias horas de diferencia, ya fuera en una habitación pequeña y repleta de cosas situada en un sótano, o en una ordenada y con ventanas que daban a un patio. La otra mitad estudió en los dos tipos de habitaciones. Dos grupos: las mismas palabras, en el mismo orden y durante el mismo lapso de tiempo. Un grupo estuvo en el mismo lugar dos veces; el otro, en dos sitios diferentes.
Tres horas más tarde se les pidió a los participantes que anotasen todas las palabras que pudieran en un plazo de 10 minutos. Esta prueba se realizó en una tercera habitación “neutra”, un aula normal. O sea, era un lugar que no se parecía al espacio en el cual habían estudiado. La diferencia entre puntuaciones fue impresionante. El grupo que estudió en las dos habitaciones recordó un 40% más de palabras.
Es decir: un simple cambio en el entorno mejoró la memoria de los alumnos en un 40%, lo que implica que la variación del contexto ambiental generó una intensa mejora del recuerdo.
El mensaje más importante que nos transmite esa investigación sobre el contexto es que no es muy importante qué aspectos del entorno modifique con tal de que siempre varíe lo que pueda (su estado de ánimo, su movimiento, la música de fondo, escribir o teclear sus resúmenes, estudiar de pie, sentado o corriendo en una cinta, etc.).
El filósofo John Locke describió el caso de un hombre que había aprendido a bailar mediante la práctica de un ritual estricto, siempre en la misma habitación donde había un viejo baúl. Lamentablemente, escribía Locke, la idea de este baúl se había mezclado hasta tal punto con los pasos de todos sus bailes que, aunque en aquella habitación bailaba estupendamente, sólo lo conseguía cuando estaba el baúl.
No bailaba bien en ningún otro lugar a menos que ese baúl ocupase el lugar adecuado en la sala.
Bajada al aula:
Esa investigación nos dice: saque el baúl del cuarto. Dado que no siempre podemos predecir el contexto en el que tendremos que actuar, nos irá mejor si variamos las circunstancias en las que nos preparamos.
Hemos de saber abordar los rompecabezas súbitos que nos plantean los exámenes (y la vida) y la manera de hacerlo no es la tradicional de establecer una estricta rutina de estudio. Por el contrario, pruebe una habitación diferente, otro momento del día. Cambie de cafetería. Ponga rock en vez de música clásica. Cada alteración de la rutina enriquece más la habilidad que se practica.
Bibliografía:
- William A. Sandoval & Philip Bell. Design-Based Research Methods for Studying Learning in Context. Educational Psychologist, Volume 39, Issue 4, 2004.
- Steven M. Smith. Background music and context-dependent memory. American Journal of Psychology, 98: m591-603, 1985.
- Steven M. Smith, Arthur Glenberg y Robert A. Bjork. Enviromental context and human memory. Memory and Cognition. 6: 342-353, 1978.
Dr. Roberto Rosler
- Médico Neurocirujano egresado con Diploma de Honor, Universidad de Buenos Aires.
- Director Académico de Asociación Educar para el Desarrollo Humano.
- Docente Adscrito a la Cátedra del Departamento de Neurocirugía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
- Profesor de Neurofisiología de la Carrera de Médico Especialista en Neurología de la Universidad de Buenos Aires.
- Profesor de Neurología y Neurocirugía de la Facultad de Ciencias Médicas de la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires (UCA).
- Coordinador y Profesor de Neuroanatomía de la Maestría en Neuropsicología de la Escuela de Medicina del Instituto de Medicina del Hospital Italiano de Buenos Aires (IUHI).
- Profesor de Bases biológicas y neurológicas de la conducta de la Facultad de Psicología de la Universidad de Belgrano (UB).
Asociación Educar para el Desarrollo Humano
www.asociacioneducar.com
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