Confieso que me siento incapaz de llegar a conclusiones sólidas en el asunto de la libertad de expresión en internet. Por más que lo analizo y lo intento interpretar a través de años de noticias relacionadas con el tema, no consigo de ninguna manera llegar a una doctrina que pueda abrazar con un mínimo de convicción.
Mi última tormenta cerebral al respecto viene de la lectura de dos artículos, ninguno de los dos perfectos ni mucho menos indiscutibles, pero que sí reflejan puntos de vista relativamente elaborados sobre dos asuntos interesantes: por un lado, el dilema,llevado a la portada de Time, de qué hacer en las redes sociales o en internet en general con el problema de los trolls, del hate speech o de las dinámicas de acoso o abuso, un problema que Twitter lleva experimentando desde hace muchos años. Por otro, el cierre y posterior subasta de Gawker Media, una de las primeras compañías de medios nativos de internet, por obra de un millonario, Peter Thiel, que decidió aplicar sus muy profundos bolsillos a financiar toda campaña que pudiese contribuir a dañar financieramente a la compañía, como parte de una cruzada personal a partir de unartículo que Gawker publicó sobre él en 2007. La venganza, efectivamente, es un plato que se come frío.
En cierto sentido, que una compañía con tantas mentes brillantes como Twitter lleve prácticamente una década luchando con ese mismo tipo de dilemas me hace sentir algo mejor: decididamente, no es un tema sencillo. En las disquisiciones de Twitter al respecto, además, he sido juez y parte: en el año 2008, una acción extremadamente mal planteada por Twitter me demostró que el acoso y el bullying iban a ser un problema importante para la compañía, uno que claramente no sabía cómo solucionar. En aquella ocasión, pude ver perfectamente cómo una cuenta cuya actitud yo consideraba claramente acoso, era jaleada por cientos de personas siguiendo exactamente la misma dinámica y actitudes que tiene lugar con el bullying en los patios de colegio, y cómo las soluciones planteadas por la compañía contribuían a empeorar el problema, no a solucionarlo. Hace ya muchos años que Twitter sabe perfectamente que no hacer nada frente al acoso y el bullying no es una solución, y de hecho, empeora el problema generando una cultura de total impunidad al respecto, que ha llevado a algunos a plantearse abandonar Twitter y que algunos afirman que podría llegar hasta el punto de terminar con una compañía que no está siendo capaz de lidiar con la cuestión, y que parece limitarse a poner tiritas. No, retirar los insultos de la pantalla del insultado no los hace desaparecer.
Que una persona, llevada por su popularidad, su ingenio, su capacidad para la ironía o por sus inquinas personales decida arremeter contra otra por la razón que sea, o sin razón alguna, y se vea rodeado por un coro de babosos que jalean su actitud es algo que hace algunos años decidimos como sociedad que estaba mal. Nótese que utilizo la palabra “algunos”, no “muchos”: en el patio de mi colegio, el acoso y el bullyingeran algo normal y cotidiano, y la actitud de profesores, del colegio o incluso de los padres era considerarlo “cosas de niños”, algo sin ninguna importancia, sobre lo que en rarísimas ocasiones se tomaba medida alguna. Las cosas han cambiado bastante desde entonces: como sociedad, hemos tenido que ver de todo, incluidos suicidios, para que el acoso y el bullying pasasen a ser considerados prácticas censurables contra las que se debe luchar, pero incluso hoy, el problema dista mucho de estar solucionado – aunque personalmente crea que se han hecho grandes progresos y que estamos decididamente mejor que en mis ya lejanos tiempos de colegio. En la red, sin embargo, el acoso y el bullying siguen funcionando exactamente igual que entonces: los bullies son muy parecidos, los babosos que los corean y jalean son idénticos, el daño inflingido es muy, muy similar… y las medidas para tratar de solucionarlo chocan con lo que para mí son interpretaciones completamente erróneas de lo que se considera libertad de expresión.
En el caso de Gawker, mis sentimientos son aún más complejos. No, no me parece adecuado que el mundo se haya convertido en un lugar en el que, si enfadas a un billonario, corras el riesgo de perder tu empresa, tu trabajo o tu página web. Que Peter Thiel termine cerrando Gawker gracias a sus cuasi-ilimitados recursos económicos no otorga al desenlace ninguna legitimidad. Pero por mucho que no simpaticemos con Peter Thiel… ¿preferimos hacerlo con una publicación que tomó la decisión de publicar un artículo sobre una cuestión completamente personal suya, su sexualidad, que debería tener toda la libertad para decidir hacer pública o no? ¿Debe la libertad de expresión proteger a una publicación que hace algo así, que excede claramente los límites de cualquier derecho, bajo el supuesto objetivo de “afflict the comfortable”? Si tu línea editorial consiste en vender lo más posible gracias a publicar lo que te dé la gana, amparado por una interpretación ilimitada de la libertad de expresión, y sin reparar en los posibles daños que puedas ocasionar… ¿no es mejor para la sociedad en su conjunto que te cierren? Sí, lo sé: alegrarme por el cierre de Gawker Media me convertiría automáticamente en una persona muy criticable, que aparentemente querría vivir en un mundo de piruleta, de relaciones públicas y sin ningún tipo de periodismo incisivo, pero ¿estamos seguros de que esa bandera del “periodismo incisivo” y del “si no molestas a alguien es que no has dicho nada interesante” es sostenible? Y peor aún, ¿estamos seguros de querer que lo sea? Si no censuramos a quienes insultan, me temo, estaremos censurando de facto a los insultados: por defender la libertad de expresión de los que insultan, pasamos a perjudicar la liberta de expresión de los que no pueden decir nada sin recibirlos.
No soy ningún angelito. En ocasiones he publicado cosas que sabía perfectamente que iban a resultar dolorosas para algunas personas. Y cuando lo he hecho, lo he hecho porque he considerado que el cargo o las responsabilidades que ostentaban esas personas justificaba que alguien como yo les exigiese responsabilidades, les afease conductas o les recriminase decisiones. En alguna ocasión, incluso, me han llevado a los tribunales por ello, han tratado de silenciarme y me han ocasionado un perjuicio económico porque a alguien con mucho dinero no le gustaba lo que yo decía, algo que suele calificarse (y no fui el único en hacerlo) como SLAPP, Strategic lawsuit against public participation. Pero sinceramente, no creo que sea una cuestión de cristales, de colores o de interpretaciones de la libertad de expresión: sigo pensando que hablamos de cosas diferentes.
¿Hablamos acaso de “gamas de grises”? ¿Tendemos a ver como inofensivo o a jalear a quien insulta a un poderoso, porque estemos de acuerdo con él, o porque esa persona con poder nos caiga mal o nos genere una malsana envidia? ¿Puede legislarse de una manera coherente sobre algo como la libertad de expresión, sujeta a una subjetividad tan profunda? ¿Qué ocurre con el humor negro, con los chistes de mejor o peor gusto, o con tantas otras manifestaciones capaces de causar sufrimiento a la par que hilaridad? ¿Hay límites? ¿Quién los pone? ¿La ley? ¿La moral, la educación y las buenas costumbres? ¿El sentido común? ¿Todos los anteriores? ¿O ninguno de ellos? Nunca he creído en la censura, condeno sistemáticamente la quema de libros, pero tampoco me parece adecuado que cualquiera pueda andar por el mundo diciendo lo que le dé la gana y sin sufrir ninguna consecuencia por ello. ¿Me convierte eso en un raro?
Creo profundamente en la libertad de expresión. La considero prácticamente una bandera, una causa, algo que vale la pena defender a ultranza. No querría vivir en un país en el que considerase que no existe libertad de expresión. Pero “defender a ultranza” no quiere decir que vaya a defender a los que prostituyen esa bandera para hacer lo que les dé la gana. Creo que libertad de expresión no es lo mismo que “libertad para publicar lo que nos dé la real gana”. Creo que si usas la libertad de expresión como “libertad para ser un perfecto imbécil”, como “libertad para decir lo que se me pase por la cabeza” o como “libertad para hacer daño gratuitamente”, mereces que te echen de los sitios, que te aíslen socialmente, que te multen o que te censuren. Por muy “ingenioso” que seas y por mucha “chispa” que tengas, o por muchos babosos a los que les guste ver como te metes con un poderoso. Creo – profundamente – en la libertad de expresión tanto como no creo en absoluto en el “vale todo”.
En muchos sentidos, el problema de Twitter es que ha hecho tan sencillo que cualquiera tenga voz, que ha dado voz a muchos que, sencillamente, no deberían tenerla, que carecen de la responsabilidad mínima que hay que tener para que la sociedad te permita tener voz. Estoy completamente de acuerdo con el artículo de Buzzfeed: con su actitud pasiva, Twitter se ha convertido en un “honeypot for assholes”, un imán para gilipollas que nunca deberían tener acceso a una herramienta como esa, y que, una vez demostrado que es así, deberían perder el derecho a utilizarla durante un tiempo suficiente como para que reflexionen sobre su actitud. Es lo que hay, sé perfectamente que muchas personas que conozco y que me aprecian no podrán retwittear esta entrada porque lo fácil es hablar de la libertad de expresión como algo incondicional, universal, como un concepto “sin apellidos”, como una verdad absoluta. Pero sinceramente, creo que no es así, ni debe serlo. Y el caso de Gawker Media me parece similar: no simpatizo con Peter Thiel y no me gusta que el dinero lo pueda comprar todo, pero lo siento, tampoco puedo simpatizar con Nick Denton y su “vale todo”.
Y aquí lo dejo, que seguro que ya me he granjeado suficientes enemigos hoy.
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