Bolis, agendas y rotuladores. Son los materiales que utilizan los hijos de los gurús tecnológicos de Silicon Valley, que no quieren que aprendan con pantallas.
El uso de la tecnología a una edad cada vez más temprana empieza a tener sus consecuencias entre los más pequeños: niños que aprenden a manejar una tablet antes que a hablar o que tienen dificultades para expresarse a través de la escritura a mano serían algunas de ellas.
Frente a esta realidad, se produce una de las tantas paradojas de la vida: en Silicon Valley, epicentro del mundo tecnológico y lugar donde los gurús de Apple, Google y Facebook diseñan los dispositivos y servicios más innovadores, empiezan a proliferar los colegios sin ordenadores, tablets ni WiFi.
¿Cómo puede ayudar la tecnología a niños con dificultades de aprendizaje?
Si por algo se caracteriza Estados Unidos es por encabezar las tendencias que luego llegan a Europa y el resto del mundo, de modo que conviene prestar atención a esos centros educativos “desconectados”. Allí, los niños aprenden “a la antigua usanza”, con material escolar tradicional y sin dispositivos de ningún tipo.
La apuesta por volver a los métodos y técnicas tradicionales de enseñanza es una reacción frente a la omnipresencia de la tecnología en la vida de los pequeños. Su uso excesivo y en cualquier contexto tiene consecuencias para ellos, como por ejemplo en la actividad cerebral, cuya estimulación es mucho menor cuando teclean las letras que cuando las escriben a mano, según ha demostrado varios estudios.
Estas escuelas alternativas abogan por fomentar la experimentación con el mundo real y ponen especial énfasis en fomentar la curiosidad y las habilidades artísticas innatas en los niños.
La Waldorf School de Península, en California, es uno de los centros que concentran más hijos de profesionales del sector tecnológico, y defienden su metodología alegando que la tecnología está fabricando niños “clones” que responden igual ante las mismas cuestiones y problemáticas, y por tanto, les merma su creatividad y capacidad de iniciativa.
Además, consideran que no tiene sentido formarles en el manejo de una tecnología que probablemente se quede obsoleta el día de mañana.
¿A qué edad debe un niño tener su primer móvil?
Pero la ausencia de dispositivos y conectividad no es lo único que caracteriza a estas escuelas alternativas. Más allá del dilema de “ordenadores sí – ordenadores no”, estos centros dan una vuelta de tuerca a la enseñanza estandarizada, en la que el profesor suelta su monólogo y los niños toman apuntes, y apuestan por una pedagogía en la que los alumnos son los protagonistas y los responsables de sus propios proyectos y aprendizaje.
La filosofía de las pedagogía alternativa está encontrando su hueco en Estados Unidos pero también en España, aunque la legislación está poniéndole trabas. Hasta los seis años es factible, pero a partir de esta edad la ley obliga a inscribir a los niños en colegios homologados, donde los sistemas de enseñanza se rigen a los estándares; de lo contrario, tenerlos en un centro no homologado equivale al absentismo escolar.
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