"Yo creo en intuiciones e inspiraciones... a veces siento que estoy en lo cierto. Pero no sé que lo estoy" —Albert Einstein
La idea era ir con mi hija y el perro andando hasta el supermercado.
Mas que comprar cosas lo que queríamos era dar una paseo, y el súper no era sino un oportuno pretexto.
Justo antes de salir de casa percibí una rara sensación dentro de mí, era como una débil, casi imperceptible corazonada. Una etérea advertencia.
De regreso del agradable paseo-pretexto-compra, comprendí con dolorosa nitidez lo que mi cerebro estaba tratando de advertirme: “¡mier*a, las llaves!” dije con sincero desconsuelo.
Mi mujer tardaría todavía dos horas en regresar a casa, así que tenía que pensar cómo entretener a niña, perro y, por supuesto, también a este servidor durante ese tiempo bajo el inclemente sol veraniego.
A todos nos a pasado alguna vez una experiencia similar, en donde presentimos que algo nos falta; algo no está bien. Y luego nos damos cuenta de que así era, habíamos olvidado hacer una importante llamada, o traer un documento a una reunión de trascendencia, o ¡peor aún!, llamar a la suegra el día de su cumpleaños.
Resulta que la encargada de emitir esas sutiles advertencias es una de las regiones más primitivas del cerebro: los ganglios basales.
Estos se formaron mucho antes de que la madre naturaleza, evolución mediante, nos dotara de lenguaje.
Los ganglios basales, por lo tanto, no tienen conexión con nuestros centros verbales, no se comunican mediante palabras. Por eso en mi mente no se produjo ningún mensaje del tipo: “cariñito... no te dejes las llaves”.
Esta ancestral región del cerebro utiliza los sentimientos y los intestinos para comunicarse (¿te acuerdas de la expresión “reacción visceral”?), y no solo sirve para evitar dejar las llaves en casa, es también la puerta de acceso a una gran sabiduría.
No, los ganglios basales no son una antena del cerebro que recibe señales del más allá. Lo que ocurre es que estos tienen acceso a una gran cantidad de recuerdos y experiencias almacenados en nuestro cerebro, y por lo tanto nos dan acceso a nuestra propia sabiduría, a la que hemos ido almacenando a lo largo de los años.
Esta forma de conocimiento es la que se conoce como intuición, y en muchas culturas alrededor del mundo se le considera como un sentido más: el sexto, que viene a sumarse al tacto, la vista, el gusto, el oído y el olfato.
Hoy por fortuna vivimos en una época en la que gracias a los adelantos de la ciencia, es posible estudiar el cerebro con gran precisión, lo cual ha permitido que entendamos un poco mejor cómo tomamos decisiones.
"Existe una creciente cantidad de evidencia anecdótica que, combinada con sólidos esfuerzos de investigación, sugiere que la intuición es un aspecto crítico de la forma en que los seres humanos interactuamos con nuestro entorno y cómo, en última instancia, realizamos muchas de nuestras decisiones", afirma la doctora en neurociencia, Ivy Estabrooke.
Para tomar mejores decisiones en nuestra vida, en especial esas de gran trascendencia (¿pizza o hamburguesa?), debemos integrar los dos tipos de pensamiento, el intuitivo y el racional.
No obstante, acceder al conocimiento intuitivo o emocional requiere de cierta práctica, pues necesitamos aprender a prestar atención a sus sutiles formas de comunicación.
Durante siglos los recursos más utilizados para madurar el acceso a esta sabiduría han sido la meditación, los diarios personales, los ejercicios espirituales o la oración. O también las disciplinas que integran ejercicios para el cuerpo y la mente, como el yoga o el Tai Chi.
Hoy, por desgracia, nuestro estado es siempre "conectado", esta permanente distracción (lo siento WhatsApp y Facebook), nos dificulta desarrollar la atención necesaria para incorporar la sabiduría intuitiva a nuestras vidas.
En este momento por ejemplo, estoy teniendo una corazonada, siento que este artículo está siendo muy largo y que estás a punto de abandonarme. Así que mejor me despido.
Con mucho cariño y gratitud, hasta la próxima.
Mas que comprar cosas lo que queríamos era dar una paseo, y el súper no era sino un oportuno pretexto.
Justo antes de salir de casa percibí una rara sensación dentro de mí, era como una débil, casi imperceptible corazonada. Una etérea advertencia.
De regreso del agradable paseo-pretexto-compra, comprendí con dolorosa nitidez lo que mi cerebro estaba tratando de advertirme: “¡mier*a, las llaves!” dije con sincero desconsuelo.
Mi mujer tardaría todavía dos horas en regresar a casa, así que tenía que pensar cómo entretener a niña, perro y, por supuesto, también a este servidor durante ese tiempo bajo el inclemente sol veraniego.
A todos nos a pasado alguna vez una experiencia similar, en donde presentimos que algo nos falta; algo no está bien. Y luego nos damos cuenta de que así era, habíamos olvidado hacer una importante llamada, o traer un documento a una reunión de trascendencia, o ¡peor aún!, llamar a la suegra el día de su cumpleaños.
Resulta que la encargada de emitir esas sutiles advertencias es una de las regiones más primitivas del cerebro: los ganglios basales.
Estos se formaron mucho antes de que la madre naturaleza, evolución mediante, nos dotara de lenguaje.
Los ganglios basales, por lo tanto, no tienen conexión con nuestros centros verbales, no se comunican mediante palabras. Por eso en mi mente no se produjo ningún mensaje del tipo: “cariñito... no te dejes las llaves”.
Esta ancestral región del cerebro utiliza los sentimientos y los intestinos para comunicarse (¿te acuerdas de la expresión “reacción visceral”?), y no solo sirve para evitar dejar las llaves en casa, es también la puerta de acceso a una gran sabiduría.
No, los ganglios basales no son una antena del cerebro que recibe señales del más allá. Lo que ocurre es que estos tienen acceso a una gran cantidad de recuerdos y experiencias almacenados en nuestro cerebro, y por lo tanto nos dan acceso a nuestra propia sabiduría, a la que hemos ido almacenando a lo largo de los años.
Esta forma de conocimiento es la que se conoce como intuición, y en muchas culturas alrededor del mundo se le considera como un sentido más: el sexto, que viene a sumarse al tacto, la vista, el gusto, el oído y el olfato.
Hoy por fortuna vivimos en una época en la que gracias a los adelantos de la ciencia, es posible estudiar el cerebro con gran precisión, lo cual ha permitido que entendamos un poco mejor cómo tomamos decisiones.
"Existe una creciente cantidad de evidencia anecdótica que, combinada con sólidos esfuerzos de investigación, sugiere que la intuición es un aspecto crítico de la forma en que los seres humanos interactuamos con nuestro entorno y cómo, en última instancia, realizamos muchas de nuestras decisiones", afirma la doctora en neurociencia, Ivy Estabrooke.
Para tomar mejores decisiones en nuestra vida, en especial esas de gran trascendencia (¿pizza o hamburguesa?), debemos integrar los dos tipos de pensamiento, el intuitivo y el racional.
No obstante, acceder al conocimiento intuitivo o emocional requiere de cierta práctica, pues necesitamos aprender a prestar atención a sus sutiles formas de comunicación.
Durante siglos los recursos más utilizados para madurar el acceso a esta sabiduría han sido la meditación, los diarios personales, los ejercicios espirituales o la oración. O también las disciplinas que integran ejercicios para el cuerpo y la mente, como el yoga o el Tai Chi.
Hoy, por desgracia, nuestro estado es siempre "conectado", esta permanente distracción (lo siento WhatsApp y Facebook), nos dificulta desarrollar la atención necesaria para incorporar la sabiduría intuitiva a nuestras vidas.
En este momento por ejemplo, estoy teniendo una corazonada, siento que este artículo está siendo muy largo y que estás a punto de abandonarme. Así que mejor me despido.
Con mucho cariño y gratitud, hasta la próxima.
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