"Nos estamos ahogando en un mar de información, pero desfallecemos por falta de sabiduría. El mundo, de ahora en adelante, será gobernado por sintetizadores: personas capaces de ensamblar la información correcta en el momento adecuado, pensar críticamente sobre ello, y tomar decisiones importantes sabiamente" —Edward O. Wilson
Los seres humanos, ¿somos buenos o malos? Ambas. Sin embargo las pruebas apuntan a que la bondad va ganando terreno y que cada vez somos mejores.
El biólogo americano Edwar O. Wilson es una de las mentes lúcidas de nuestra época. En el exquisito El sentido de la existencia humana, expresa con gran elegancia y claridad las razones (científicas) por las cuales fallamos en ser lo buenos que deberíamos:
El biólogo americano Edwar O. Wilson es una de las mentes lúcidas de nuestra época. En el exquisito El sentido de la existencia humana, expresa con gran elegancia y claridad las razones (científicas) por las cuales fallamos en ser lo buenos que deberíamos:
Los seres humanos ¿somos fundamentalmente buenos pero estamos sujetos a la corrupción de las fuerzas del mal o, al contrario, somos en esencia pecadores pero susceptibles a ser redimidos por las fuerzas del bien?... Las pruebas científicas, muchas de las cuales se han obtenido estos últimos veinte años, parecen indicar que somos ambas cosas a la vez. Todos lidiamos con una disputa interior.
…Somos quimeras genéticas, a la vez santos y pecadores, abanderados de la verdad e hipócritas, y no porque la humanidad haya sido incapaz de alcanzar un ideal religioso o ideológico predeterminado, sino como consecuencia del desarrollo de nuestra especie a lo largo de millones de años de evolución biológica.
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Los seres humanos no somos malvados por naturaleza. Somos lo suficientemente inteligentes, generosos, benevolentes y emprendedores como para convertir la Tierra en un paraíso, tanto para nosotros como para la biosfera que nos dio a luz. No es descabellado que a finales de este siglo logremos ese objetivo, o que por lo menos estemos bien encaminados. Lo que hasta ahora ha demorado el proceso es que el Homo sapiens es una especie inherentemente disfuncional. Nos frena la Maldición Paleolítica: las adaptaciones genéticas que tan bien nos funcionaron durante millones de años de existencia cazadora-recolectora cada vez estorban más en una sociedad globalmente urbana y tecnocientífica.
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La disfunción de nuestra especie ha generado esa miopía hereditaria de la cual somos bien conscientes y que tanto nos incomoda a todos. La gente no suele preocuparse mucho por aquellos que no sean de su tribu o país, e incluso pasadas una o dos generaciones. Que se preocupen de especies animales —exceptuando los perros, los caballos y todos los otros (pocos) que hemos domesticado para que sean nuestros serviles compañeros— es incluso más raro.
Está claro que parte de la disfunción se debe a la condición juvenil de la civilización global, que sigue siendo una obra en proceso de elaboración. Pero gran parte simplemente se debe al hecho de que nuestros cerebros están conectados pésimamente. La naturaleza humana hereditaria es el legado genético de nuestro pasado prehumano y paleolítico —el «sello imborrable de nuestro humilde origen» como lo nombró Charles Darwin—.
La naturaleza humana es producto de dos fuerzas que nos empujan en direcciones contrarias. Por un lado, la selección natural individual es la causante de nuestro comportamiento egoísta y competitivo. Priorizamos nuestra supervivencia y la de nuestros parientes más cercanos por encima de todo lo demás.
Sin embargo, también estamos bajo la influencia de la selección natural grupal. Formando parte de un grupo teníamos mayores probabilidades de prosperar. La selección grupal nos mueve hacia el altruismo, la generosidad y la compasión.
Sin embargo, también estamos bajo la influencia de la selección natural grupal. Formando parte de un grupo teníamos mayores probabilidades de prosperar. La selección grupal nos mueve hacia el altruismo, la generosidad y la compasión.
En resumidas cuentas, la selección individual favorece aquello que llamamos pecado y la selección grupal favorece la virtud. Esto desemboca en el conflicto de conciencia interno que nos aflige a todos...
Los frutos... de la selección natural están inculcados en nuestras emociones y nuestro raciocinio, y no podemos eliminarlos. El conflicto interno no es una irregularidad personal sino una calidad humana atemporal. Este tipo de conflicto nunca atormentará a un águila, un zorro o una araña, por ejemplo, cuyas cualidades son producto de la selección individual, o a una hormiga obrera, cuyos atributos sociales los determinó íntegramente la selección grupal. El conflicto interno de la conciencia, provocado por estos niveles opuestos de selección natural, es algo más que un tema de reflexión arcano sólo apto para biólogos teóricos. No es la existencia de la bondad y la maldad, destrozándose la una a la otra dentro de nuestro pecho. Es una característica biológica fundamental para entender la condición humana, necesaria para la supervivencia de la especie. Las presiones de selección opuestas generaron, durante la evolución genética de los prehumanos, una mezcla inestable de reacciones emocionales innatas. Crearon una mente cuyo humor cambia de forma continua y caleidoscópica, siendo orgullosa, agresiva, competitiva, enfadadiza, vengativa, venal, curiosa, traicionera, intrépida, tribal, valiente, humilde, patriótica, empática y cariñosa. Todos los seres humanos normales somos a la vez nobles e innobles, a veces simultáneamente, a menudo en estrecha alternancia.
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