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“Mi padre me dijo que si golpeo 2.500 pelotas cada día, sumarán 17.500 a la semana y casi 1 millón de pelotas al año y seré invencible (Andre Agassi en su autobiografía OPEN)”. El principal regalo que recibe todo aquel que cría un hijo consiste en la oportunidad inigualable de contemplar cómo ocurre el fenómeno del aprendizaje natural. Los padres ejercen de profesores aunque nadie les haya enseñado, ya que su misión es acompañar a sus hijos en su proceso de desarrollo y prepararlos para ser autónomos. Claro que ningún adulto es capaz de recordar cómo aprendió durante sus primeros años de vida: a caminar, comer, vestirse, atarse los zapatos o hablar. Se trata de habilidades complejas (las máquinas todavía no hablan y tienen dificultades para abrir una puerta) y que nos acompañan toda la vida. Aunque para la inmensa mayoría de progenitores ese regalo pasa desapercibido, tus hijos te ofrecen el privilegio de analizar con detalle, y sin interferencias, el mecanismo por el que todo ser humano aprende. Y lo primero que se hace evidente es que el proceso de aprendizaje artificial que inventamos (llamado sistema educativo), contraviene todos los principios del aprendizaje natural: cuando fuimos bebés, no necesitamos aulas, profesores, asignaturas, libros, horarios ni exámenes para aprender de forma eficiente y admirable. Nuestros hijos tampoco. Nadie nos enseñó a aprender pero tampoco parece que nos hizo falta. Conocemos miles de personas brillantes en todos los ámbitos (ciencia, arte, deporte, cultura o negocios) que sufrieron durante su trayectoria académica mientras nos demuestran a diario que ese modelo educativo prefabricado está lejos de ser imprescindible. No hace falta sacar buenas notas ni acumular títulos para progresar en la vida. Hace casi 2 años, la primera parte de este artículo abordó el más importante de esos principios: la motivación como energía que mueve el aprendizaje. Los bebés empiezan a aprender siguiendo sus intereses, por decisión suya y no por orden de sus padres. Pero si preguntas acerca del colegio a cualquier niño, te responderá que no tienen ningún entusiasmo por aprender las materias que le enseñan. ¿Cómo reaccionas tú cuando te obligan a hacer lo que no quieres? Si nuestro intocable sistema educativo viola desde el comienzo el primer principio fundamental ¿cómo nos quejamos de los resultados? Tenemos un grave problema cuando los niños no quieren aprender lo que les queremos enseñar. Se resisten a ser domesticados, tienen expectativas para su vida y quieren ejercer el derecho a elegir sus preferencias. Este mes, desglosaremos el siguiente principio esencial: la práctica. Segundo Principio: Para aprender es imprescindible hacer, practicar. Uno de los regalos que más ilusión les hacía a mis hijos era recibir una caja de Lego. No me dejaban en paz hasta que sacábamos las piezas, revisábamos las instrucciones y, paso a paso, íbamos construyendo el juguete. No mucho tiempo después, algo curioso empezó a suceder: Ya no me solicitaban ayuda, querían armarlo por si solos así que se adueñaban de las instrucciones y se ponían manos a la obra. Y a poco andar, dejaban las instrucciones de lado y daban rienda suelta a su imaginación diseñando juguetes inéditos. Desde siempre hemos sabido que las personasaprenden haciendo: Aristóteles sostenía “Lo que tenemos que aprender, lo aprendemos haciendo”. El físico Francis Halzen afirma que “siempre aconsejo a mis alumnos que no lean demasiados libros, que hagan cosas”. A mí me encanta leer y son muchas las horas que paso leyendo cada día. Escuchar o leer son elementos que contribuyen al aprendizaje pero son claramente insuficientes por una razón obvia: olvidamos casi todo lo que escuchamos o leemos. ¿Cuántas de las noticias que leíste en el periódico o viste en la televisión hace 2 semanas puedes recordar? Cuando hace 5 años pregunté en una encuesta ¿Qué exámenes de la universidad serías capaz de aprobar hoy? solo un 7% de las 500 personas que respondieron, me confirmó que aprobarían la mayoría de los exámenes. Es decir, el 93% reconocimos que no recordábamos casi nada de lo que supuestamente aprendimos. Poner a 30 niños a practicar en un aula no es tarea sencilla, es riesgoso y caro excepto si aprovechamos la tecnología. Por eso, aun sabiendo que aprendemos haciendo, optamos por el camino fácil: colocar a un profesor que habla frente a decenas de niños que escuchan y que luego son examinados para comprobar cuánto recuerdan de lo que oyeron. Mis 2 hijos, que tienen 12 y 11 años, juegan razonablemente bien al futbol. Pero obviamente, no siempre fue así. Casi cada día, apenas llegan del colegio, me piden que salgamos al jardín a chutar, regatear y centrar en la portería que tenemos, Gracias a ello, han progresado una barbaridad. El año pasado instalé también una canasta de baloncesto que están empezando a utilizar. Pero como todavía son un poco torpes, no aguantan demasiado y se desaniman rápidamente. Como nos hemos referido al asunto de la práctica en innumerables ocasiones, esta vez solo rescataremos algunos de sus rasgos característicos: Acabo de leer una entrevista a la danesa Kamille Seidler (galardonada como mejor chef mujer de Latinoamérica y que dirige el exitoso restauran Gustu en La Paz) donde dice literalmente: “se aprende más al calor de un restaurant que en la comodidad de un aula”. Si la vida consiste en hacer cosas, entonces aprender tiene que consistir en practicar esas mismas cosas, una y otra vez. La experiencia es el mejor maestro posible, por eso sin práctica, no hay aprendizaje. Piensa en el conocimiento que tienes (lo que sabes hacer que es por lo que te pagan) y recuerda la manera en que lo aprendiste. Mis hijos, como cualquier otro niño, eran muy poco diestros para jugar al futbol y ha sido la práctica repetida la que les ha hecho progresar (al igual que será la práctica la que les haga mejorar en el baloncesto o en cualquier cosa en la vida). Si sabemos esto ¿por qué perpetuamos un sistema que aniquila las oportunidades para practicar? Una explicación es que hacer exige esforzarse, tanto a los alumnos como también a los profesores. Practicar obliga a repetir y repetir y eso resulta muy aburrido. Queremos obtener el resultado pero no estamos muy dispuestos al esfuerzo que hace falta para conseguirlo. Otro refrán lo ilustra perfectamente: “Quién algo quiere, algo le cuesta” (en otra columna, discutiremos la influencia que tiene el talento en el desempeño de un individuo en comparación con la práctica). Si se aprende haciendo, entonces cualquier experiencia de aprendizaje tiene que consistir en hacer y no en mirar, escuchar ni leer. El principio aplica exactamente igual para las empresas que, para sus cursos, talleres, seminarios o conferencias, copiaron el mismo modelo del aula escolar donde se habla más que se hace. Para aprender, la práctica no es lo único pero si lo más importante. La educación no tiene como objetivo exclusivo el mundo laboral pero no podemos obviar su influencia en la vida de las personas. Nuestros hijos desempeñarán trabajos que hoy no existen, con herramientas que todavía no hemos creado para resolver problemas que aún no se manifiestan. Y dado que las habilidades que se requerirán para ese mundo serán muy diferentes, la educación está obligada a cambiar urgentemente, sobre todo la forma de enseñar. Cuando los padres reflexionen sobre estos aspectos mientras crían a sus hijos, se rebelarán ante un sistema que les obliga a memorizar. Exigirán a colegios y universidades que diseñen un modelo basado en practicar. |
sábado, 3 de diciembre de 2016
Lo que mis hijos me han enseñado sobre aprendizaje
http://www.catenaria.cl/km/newsletter/newsletter_128.htm
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