miércoles, 28 de diciembre de 2016

“Me apasiona mirar a lo lejos”

http://www.lavanguardia.com/lacontra/20161228/412935654585/me-apasiona-mirar-a-lo-lejos.html 
Santiago Lange,, arquitecto naval y regatista, oro olímpico en la categoría Nacra 17
Tengo 55 años. Soy argentino, tengo una casa en Buenos Aires y otra en Cabrera de Mar, pero vivo por el mundo. Separado, con cuatro hijos. Me licencié en la Universidad de Southampton (Inglaterra). Hay mucha injusticia en el mundo, tendríamos que reflexionar para vivir más en paz. No tengo creencias
“Me apasiona mirar a lo lejos”

Gente que navega

La gente que navega lo hace por amor, no puede estar lejos del mar y eso le da dirección y sentido. Es cierto lo que dice Lange, cualquier marino o regatista, hombre o mujer, joven o viejo, comparte esa intensidad y esa libertad, y eso los convierte en gente interesante. Lange lo es, cercano e interesante. Con 54 años, no sólo ha sido el regatista más viejo compitiendo en los JJ.OO. de Río 2016, sino que además lo hizo con un solo pulmón tras su lucha contra el cáncer, a un año de competir. Lo conocí en el congreso de la federación internacional de vela, World Sailing, cuando se le entregó el premio al mejor regatista del año. Tal como me dijo, si hubiera quedado cuarto no lo habría conocido, pero él seguiría siendo el mismo.
El mar es para usted una forma de ganarse la vida o algo más?
El mar es el único lugar donde vivo el momento, todo desaparece, incluso el tiempo. Y me apasiona poder mirar a lo lejos.
¿Qué tipo de niño era usted?
Era muy aventurero, pero nunca tuve que tomar decisiones, se fueron dando solas con la claridad que tiene el que sabe qué quiere hacer. A los 6 años corrí mi primera regata.
Ha roto usted unos cuantos moldes.
Mi pasión siempre ha sido navegar, pero llegó un momento que me lo cuestioné, porque dar vueltas a una boya con un barquito a ver quién lo hace más rápido no tiene mucha relevancia.
¿...?
Después llegó la primera medalla y empecé a ser ejemplo para los jóvenes, y esta última medalla me ha puesto en un lugar privilegiado: poder ayudar a mucha gente hostigada por la enfermedad después de pasar por lo que pasé...
El oro en Río tras ser operado de un cáncer de pulmón y con 54 años.
En este ciclo olímpico he estado rodeado de gente muy joven, y me gustan, son apasionados e interesantes. Mi entrenador tiene 20 años, Ceci, mi compañera de regatas, 28.
¿Qué encuentra en la competición?
Gente interesante. Nuestro deporte no tiene tribuna, y eso hace que las personas que lo practican sean muy auténticas.
Cuénteme el proceso de su enfermedad.
Me quitaron un pulmón. Los deportistas estamos entrenados para mirar hacia delante y acostumbrados a luchar contra las adversidades, estar educado en ese contexto me ayudó muchísimo. Tuve miedo, pero siempre pensé que saldría todo bien.
¿Qué ha sacado de esta experiencia?
Lo digo con mucha humildad porque hay gente que lo pasa fatal, pero yo miro hacia atrás y veo cosas muy hermosas. El equipo que me trató, Manuel y Gonzalo Galofré, grandes amigos y médicos cariñosos, me arroparon mucho.
La humanidad es el mayor consuelo.
...Y la enfermedad me dejó momentos muy especiales con mis hijos, que estaban en la adolescencia, una edad en la que era difícil conectar con ellos. Me acompañaron durante el mes que estuve recuperándome y pedaleando, tuvimos charlas muy profundas.
¿Qué descubrió en esas conversaciones?
El entendimiento. Te sorprende ver como cada uno ha vivido nuestra historia de manera diferente.De niños ellos sufrieron mis ausencias, pero ahora el mayor y el pequeño hacen el mismo tipo de vida que yo y también tienen que dejar atrás a seres queridos.
¿Cómo encontró a Cecilia Carranza, su compañera de regatas?
Ceci había comenzado un proyecto olímpico en esta categoría mixta y vino a pedirme consejo sobre si seguía en ella o volvía a navegar en solitario. De una forma totalmente inconsciente le dije: “¿Por qué no pruebas conmigo?”.
¿Y?
No me contestaba y yo temía que estuviera pensando: “¡Este viejo está loco!”. Pero en marzo del 2014 empezamos a navegar juntos y a preparar los Juegos del 2016, algo que se hace al principio de la carrera deportiva y no al final.
Era usted el mayor con diferencia.
Sí, pero ni siquiera lo pensé, no creo en la edad. Formar equipo con una mujer fue muy desafiante, estaba acostumbrado a navegar con hombres capaces de hacer movimientos que ella no podía; sin querer, la presioné mucho. A un año de los Juegos mi hijo Yago me dio uno de los mejores consejos que me han dado nunca.
Qué bonito lo que acaba de decir.
Mi mayor adversario entonces eran las ganas, las ganas de recuperarme de la operación y llegar a los Juegos, y ejercía mucha presión sobre el equipo. Mi hijo lo vio y me dijo: “Vas por mal camino, no se puede estar a tu lado. Cambia”.
¿Ya estaba con Ceci cuando le operaron?
Llevábamos un año y ya habíamos sido subcampeones del mundo en el 2014. Ella fue una increíble compañera en lo que me había tocado vivir, en eso también tuve suerte.
Sin un pulmón y a un año de competir decide seguir. ¿Qué les llevó a ganar el oro?
Trabajo, determinación y un plan creativo con muy buenas decisiones: nos fuimos a vivir a Río diez meses antes de la competición para conocer muy bien el mar y los vientos , algo que no se suele hacer. Fue una linda obsesión.
Suena a inconsciencia.
Hay que seguir lo que el corazón te dice y apostar por ello, eso es ser coherente, y ser coherente es lo que tarde o temprano te lleva a ser feliz, que es lo importante.
¿Qué aprendió?
Por edad, yo lideraba el equipo. Aprendí a es­cuchar, a tomar las decisiones entre todos. Yo bromeaba diciendo que estaba haciendo un máster en relaciones heterosexuales.
¿Se sacaron de quicio mutuamente?
Sí, pero sólo en el terreno profesional. Convivíamos los dos entrenadores, Ceci y yo, y mis hijos. En la vida personal nunca tuvimos un solo problema. La convivencia fue muy bonita.
A usted le gustan las personas.
Solemos estar rodeados de gente interesante y no nos damos cuenta, no lo sabemos ver, no ­sabemos descubrirlos porque estamos hipnotizados con los que triunfan. La diferencia entre ganar una medalla o quedar cuarto es minúscula, pero si no la hubiese ganado no estaríamos usted y yo hablando.

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