"Si usted posee sabiduría, permita que otros enciendan sus luces en ella" —Margaret Fuller
Cada vez que aprendo algo nuevo o interesante, me divierte mucho ver la urgencia que nace en mí por contarlo o comentarlo.
Un impaciente impulso me domina y me empuja a transmitir, al primer desprevenido que pille, lo que he descubierto.
Y cuando tengo a mi víctima tranquilamente conversando, no me importa si esa conversación guarda alguna relación con la impaciente idea que llevo dentro. Lo que ocurre es que voy conduciendola, a veces con sutileza y otras con descaro, hacia el terreno propicio donde puedo soltar mi urgida carga.
Me avergüenza reconocer que muchas veces es mi pobre hija la víctima, con sus escasos siete años, me mira con cara de acertijo cuando le hablo sobre ‘la ilusión del libre albedrío’ o sobre‘la naturaleza impermanente del yo’.
La urgencia por transmitir aquello que nos parece divertido, novedoso, útil o interesante, nos viene implantada de fábrica. Madre naturaleza la ha dejado ahí para su beneficio propio.
El deseo intenso de transmitir las ideas novedosas, es el mecanismo por el cual la selección natural se asegura de que las innovaciones descubiertas por alguien, beneficien a la mayor cantidad posible de individuos.
Si descubro algo nuevo, pero me lo callo, la novedad muere conmigo y no beneficia a nadie más.
Para que eso no ocurra, madre naturaleza nos “invita”, causandonos profunda angustia psicológica, a que contemos lo que acabamos de aprender.
Este impulso biológico es la razón que explica la viralidad con la cual se extienden algunas noticias, comentarios, videos, etc. por Internet.
Cuando vemos algo interesante compartimos.
La generosidad informativa ha desempeñado un papel clave en la evolución de nuestra especie.
La transmisión de información ha permitido que cada nueva generación avance sobre los logros de la anterior, haciendo que nuestro progreso sea acumulativo.
Con las otras especies no ocurre igual, si el león descubre una manera más eficiente de cazar, no puede transmitirla y por lo tanto sus descendientes no se beneficiarán de ella.
Hoy en día existen muchos medios para transmitir información con gran facilidad y eficiencia. Con un esfuerzo mínimo podemos compartir noticias con nuestros amigos, familiares y seguidores.
Y, “con gran poder, llega gran responsabilidad”.
Pienso que todos tenemos el deber moral de vigilar lo que estamos compartiendo. Podemos compartir información que ayude a nuestros allegados a ser más productivos, mejores personas, más saludables, creativos…
O podemos servir de cámara de resonancia para lo peor de la condición humana, y dedicarnos a compartir artículos vulgares o de inútil superficialidad.
Todos tenemos una atención limitada. De la misma manera que el tamaño del estómago limita la cantidad de comida que podemos ingerir; nuestro tiempo disponible limita la capacidad de información que consumimos.
Si llenamos nuestra panza con comida basura, evitaremos que entren a nuestro organismo alimentos nutritivos. Lo mismo ocurre con la información, ocupar nuestra atención con información mediocre o inútil, impide que podamos consumir la que nos puede ayudar a prosperar y avanzar.
Cuando ayudamos a que la vulgaridad, el odio y la estupidez se hagan virales, impedimos que aquellos que más nos importan consuman contenido nutritivo y provechoso.
Mi invitación es a que antes de dar “Compartir”, pensemos un poco si hay algún beneficio en esa acción. Si no es así, no contribuyamos a que ese virus siga infectando mentes y corazones.
Un impaciente impulso me domina y me empuja a transmitir, al primer desprevenido que pille, lo que he descubierto.
Y cuando tengo a mi víctima tranquilamente conversando, no me importa si esa conversación guarda alguna relación con la impaciente idea que llevo dentro. Lo que ocurre es que voy conduciendola, a veces con sutileza y otras con descaro, hacia el terreno propicio donde puedo soltar mi urgida carga.
Me avergüenza reconocer que muchas veces es mi pobre hija la víctima, con sus escasos siete años, me mira con cara de acertijo cuando le hablo sobre ‘la ilusión del libre albedrío’ o sobre‘la naturaleza impermanente del yo’.
La urgencia por transmitir aquello que nos parece divertido, novedoso, útil o interesante, nos viene implantada de fábrica. Madre naturaleza la ha dejado ahí para su beneficio propio.
El deseo intenso de transmitir las ideas novedosas, es el mecanismo por el cual la selección natural se asegura de que las innovaciones descubiertas por alguien, beneficien a la mayor cantidad posible de individuos.
Si descubro algo nuevo, pero me lo callo, la novedad muere conmigo y no beneficia a nadie más.
Para que eso no ocurra, madre naturaleza nos “invita”, causandonos profunda angustia psicológica, a que contemos lo que acabamos de aprender.
Este impulso biológico es la razón que explica la viralidad con la cual se extienden algunas noticias, comentarios, videos, etc. por Internet.
Cuando vemos algo interesante compartimos.
La generosidad informativa ha desempeñado un papel clave en la evolución de nuestra especie.
La transmisión de información ha permitido que cada nueva generación avance sobre los logros de la anterior, haciendo que nuestro progreso sea acumulativo.
Con las otras especies no ocurre igual, si el león descubre una manera más eficiente de cazar, no puede transmitirla y por lo tanto sus descendientes no se beneficiarán de ella.
Hoy en día existen muchos medios para transmitir información con gran facilidad y eficiencia. Con un esfuerzo mínimo podemos compartir noticias con nuestros amigos, familiares y seguidores.
Y, “con gran poder, llega gran responsabilidad”.
Pienso que todos tenemos el deber moral de vigilar lo que estamos compartiendo. Podemos compartir información que ayude a nuestros allegados a ser más productivos, mejores personas, más saludables, creativos…
O podemos servir de cámara de resonancia para lo peor de la condición humana, y dedicarnos a compartir artículos vulgares o de inútil superficialidad.
Todos tenemos una atención limitada. De la misma manera que el tamaño del estómago limita la cantidad de comida que podemos ingerir; nuestro tiempo disponible limita la capacidad de información que consumimos.
Si llenamos nuestra panza con comida basura, evitaremos que entren a nuestro organismo alimentos nutritivos. Lo mismo ocurre con la información, ocupar nuestra atención con información mediocre o inútil, impide que podamos consumir la que nos puede ayudar a prosperar y avanzar.
Cuando ayudamos a que la vulgaridad, el odio y la estupidez se hagan virales, impedimos que aquellos que más nos importan consuman contenido nutritivo y provechoso.
Mi invitación es a que antes de dar “Compartir”, pensemos un poco si hay algún beneficio en esa acción. Si no es así, no contribuyamos a que ese virus siga infectando mentes y corazones.
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