“Me fío más de mi instinto que de la lógica”.
Son palabras que el entrenador del FC Barcelona, Guardiola, decía ayer
en rueda de prensa. No lo dice cualquier persona, lo dice alguien que lo
ha ganado todo con su club, por tanto, alguna pista puede estar
dándonos.
Aquí hemos hablado mucho de la intuición, sobre todo, a raíz del libro de Malcolm Gladwell que lleva por título Inteligencia intuitiva: ¿Por qué sabemos la verdad en dos segundos? (o en inglés: Blink, pestañeo) (Ver posts: Blink o la inteligencia intuitiva I, Blink o la inteligencia intuitiva II o Blink o la inteligencia intuitiva III).
Decía
Einstein que “no todo lo que se puede medir vale ni todo lo que vale se
puede medir”. Me parece muy oportuna esta frase y a menudo bastante
olvidada. Y ello es debido a que vivimos en una sociedad demasiado
cuantitativa, racional, matemática, lógica y cartesiana.
“La
intuición es un atajo de la sabiduría”, nos recuerda Pedro Ruiz.
Sabemos que hay que seguir por un determinado camino aunque no sabemos
explicar muy bien por qué. Pero ojo, y esto es importante, hay
intuiciones buenas y hay intuiciones malas. Las primeras están basadas
en el conocimiento y la experiencia; las segundas, en la vaguería y la
pereza.
El
presidente de Microsoft, Bill Gates, afirmaba una vez: "Algunas veces
simplemente tienes que seguir tu intuición". El conocido Donal Trump
también aseguraba: "La experiencia me ha enseñado unas cuantas cosas:
Una es escuchar mi intuición, no importa cómo suenen las cosas en un
papel". La intuición ese pálpito interior procedente del inconsciente
que une y cose mucha información sin que le prestemos atención. La
intuición no es innata sino experiencia intensa acumulada. La dificultad
para racionalizar esos pálpitos hace que muchas veces despreciemos a la
intuición. Merece la pena ser más consciente de dónde procede y ponerla
en valor.
Los americanos han acuñado el término metric madness, o lo que es lo mismo, la obsesión por medirlo, cuantificarlo y tangibilizarlo todo (ver post Un mundo de intangibles). Salvador García,
profesor de la Universidad de Barcelona, nos decía: “Cuanto más
importante es un valor más irrelevante es medirlo. Es como si para
avanzar en la amistad hubiese que rellenar cuestionarios o indicadores
de amistosidad para el próximo trimestre. ¿Y si no hay cuestionario no
avanza la amistad? ¿Dónde está el mundo de la subjetividad e
intersubjetividad?”.
En
la década de los noventa Tom Peters puso de moda la frase “lo que no se
mide no se gestiona”; claro, como veía de un gurú (algunos identifican
este término como sinónimo de Dios), nadie lo discutía y los
conferenciantes lo repetían una y otra vez en sus speech. No
estoy de acuerdo del todo con Peters. Hay muchas cosas, como decía
Einstein, que no se pueden medir, al menos de momento. Ahí es donde
entra la sensibilidad, gente que es capaz de leer la jugada y olfatear
el entorno sin aferrarse exclusivamente a indicadores y estadísticas a
menudo forzadas para que salgan lo que uno previamente había considerado
que debía salir. Ya Churchill nos advertía: “Sólo me fío de las
estadísticas que yo mismo he manipulado”.
Como muy bien cuenta Covadonga O´Shea en Así es Amancio Ortega: el hombre que creó Zara, cuando todo el equipo directivo desaconsejaba abrir tienda en Caracas (Venezuela), el creador de Inditex decidió hacer lo contrario y aquello fue un éxito. Hay cosas que no se pueden explicar con las palabras, se sienten (ver post Pensamos demasiado y sentimos muy poco).
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