Sonreír ya no es un signo de alegría, sino una obligación moral. (Corbis)
¿Has fracasado en la vida? Será porque no has sido lo
suficientemente ambicioso. ¿No tienes dinero? Quizá se deba a que no has
puesto el empeño que debías. ¿No te ocurren más que cosas malas?
Probablemente se trate a que no has pensado de forma positiva, por lo
que has atraído como un imán todas estas desgracias. Estas y otras ideas
se encuentran popularmente extendidas gracias a obras de autoayuda como
El secreto de Rhonda Byrne y otros libros semejantes, entroncados en una larga tradición de literatura del bienestar que arranca en 1952 con Norman Vincent Peale y la publicación de El poder del pensamiento positivo.
La sencilla tesis del autor de Ohio era que mantener pensamientos
positivos en nuestra cabeza provocará, forzosamente, que nos ocurran
cosas buenas.
Sin embargo, cada vez son más voces las que se alzan contra tal visión del mundo. La muerte de Kim Tinkham por un cáncer de pecho, tras anunciar en el programa de Oprah Winfrey que renunciaba a todo tipo de tratamiento médico al considerar que se curaría con el poder del pensamiento positivo causó un pequeño escándalo en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, la aparición de diversos estudios como el realizado por James C. Coyne y Howard Tenner que, bajo el nombre de El pensamiento positivo en la cura del cáncer: mala ciencia, opiniones exageradas y medicina sin demostrar, pedía a los psicólogos que “se basen en la evidencia científica y no en ilusiones fantasiosas”, parecen confirmar que se ha llegado a un punto de no retorno en la exigencia de optimismo a los demás.
“Si una persona tiene problemas, se debe a que hay algo que falla en su carácter, en su ética de trabajo o a que carecen de determinadas capacidades o habilidades”. Esa es la gran mentira de ciertas concepciones extendidas en el mundo contemporáneo actual, según la escritora y psicóloga Julie K. Norem, profesora de psicología del Wellesley College y autora de El poder positivo del pensamiento negativo (Ediciones Paidós Ibérica), que ha atendido en exclusiva a El Confidencial. “Estar contento y ser positivo es a menudo considerado como una virtud, así que la gente que no oculta sus emociones negativas son tratados como si causasen y mereciesen sus propios problemas, lo que a menudo los lleva a sentirse culpables de su situación. En general, esta ideología se impone en los más desvalidos sin ningún tipo de consideración”.
La periodista Barbara Ehrenreich dedicó un ensayo, Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo (Turner Noema), a denunciar esta situación. En él, la escritora rememora el proceso que le llevó a sobrevivir un cáncer de pecho, y cómo el clima de engaño y “ositos rosas” que la rodeaba la deprimía aún más, el efecto completamente opuesto a lo buscado. “El reverso de lo positivo es la machacona insistencia en la responsabilidad individual: si tu negocio quiebra o te quedas sin trabajo, será porque no te esforzaste lo suficiente, porque no creías con suficiente firmeza en que tu propio éxito era inevitable”, recordaba la autora. El american way of life ha impuesto un modelo en el que la sonrisa perpetua ya no es un signo de felicidad, sino una obligación moral.
Culpabilizando a los realistas
“A menudo, la gente que sufre depresión es considerada como fracasados o perdedores. Nada más lejos de la realidad”, recuerda por su parte el psiquiatra Neel Burton, autor de un gran número de libros sobre el tema. Entre ellos se encuentra The Meaning of Madness, que ha explorado detenidamente la consideración de las enfermedades mentales hoy en día, partiendo de la idea de que se califica con demasiada ligereza a aquellos que se encuentran tristes como personas deprimidas. “Si se encuentran en esa situación, es porque probablemente han intentado ir demasiado lejos o hacer demasiadas cosas. Han puesto el listón demasiado alto: son ambiciosos, sinceros y valientes”.
Ser pesimistas nos hace mantenernos alerta y estar concentradosSu tesis principal es que todo aquello que sea visto como negativo se relaciona rápidamente con el cuadro clínico conocido como depresión: “El concepto de depresión como enfermedad mental ha sido inútilmente extendido a toda clase de sufrimiento humano. Puede tratarse de una concepción útil para los casos más severos e intratables de la psiquiatría hospitalaria, pero probablemente no para la mayor parte de casos. Grupos con intereses creados como las compañías farmacéuticas y los expertos en salud mental promueven la noción de que una felicidad empalagosa es nuestro estado natural, y que toda angustia humana es un desorden mental”.
Hacia un pesimismo positivo
En los últimos años ha surgido, como reacción a tal estado de las cosas, una nueva corriente de pensamiento que no considera que el pesimismo sea consustancialmente negativo, sino que por el contrario, valora la utilidad que nos puede proporcionar dicho enfoque. El ensayo de Julie K. Norem anteriormente citado defiende la importancia que tiene mantener cierto pesimismo en nuestra vida. “Ser pesimistas nos hace mantenernos alerta y estar concentrados. Si nos concentramos en aquellas posibilidades negativas concretas y específicas, podremos trabajar para prevenirlas”, señala recordando que plantearnos la posibilidad de que algo ocurra mal es una forma de poder prever escenarios peligrosos. “Es menos efectivo si pensamos en generalidades (“mi vida es un desastre”) y nos torturamos con aquello que hicimos en el pasado”, recuerda Norem.
Para Neel Burton, desde una perspectiva casi existencialista, “adoptar una posición depresiva nos obliga a ejercitar nuestra libertad en el marco de nuestra mortalidad. Al afrontar este complicado reto, somos capaces de romper el molde en el que se nos ha encasillado, descubrir quiénes somos de verdad, y así, comenzar a dar un sentido profundo a nuestras vidas”.
Uno de los ataques más recurrentes que ha recibido dicho pensamiento es que, en un gran número de ocasiones, las ideas tóxicas y terribles son infundadas. Es más probable que las cosas marchen moderadamente bien que terriblemente mal. Sin embargo, para Norem “aunque no hay una evidencia clara que demuestre que los optimistas distorsionan necesariamente la realidad más que los optimistas, sí es cierto que los optimistas están más inclinados a distorsionar la información que atañe a uno mismo”. Esto se traduce en olvidar sistemáticamente lo malo que los demás dicen de nosotros y recordar sólo el feedback positivo, uno de los sesgos atribucionales más comunes en nuestra vida diaria que dificulta enormemente la posibilidad de enmendar nuestros errores.
El optimismo como herramienta de control
Esta visión obligadamente optimista tiene otra aplicación en el terreno económico y social. Ya que todo lo malo que nos ocurra es responsabilidad nuestra y de nuestra imposibilidad de atraer lo positivo, no podemos culpabilizar de nuestra situación a elementos externos tales como las fuerzas políticas, los vaivenes económicos o la incompetencia de los demás. Algo que ha llevado a determinados a autores a defender que esta concepción del mundo es una poderosa forma de control social. ¿Son los libros de autoayuda una forma de manipulación? “¡Desde luego que pueden tener tal efecto!”, señala Julie K. Norem. “No creo que la mayor parte de los autores lo pretendan, pero la posibilidad de que esto ocurra es una de las razones por las que necesitamos examinar concienzudamente las ideas de nuestro trabajo”.
El pensamiento positivo es al capitalismo tardío o de consumo lo que la ética de trabajo calvinista y protestante fue al origen del primer capitalismoEn una línea semejante se manifestaba Ehrenreich en su ensayo, cuando señalaba que “otra función del pensamiento positivo es el de defender los aspectos más crueles de la economía de mercado. Puesto que el optimismo es la clave para el éxito material, y dado que se puede alcanzar ese enfoque vital si uno practica el pensamiento positivo, no hay excusa para el fracaso”. Y concluía recordando que “el pensamiento positivo es al capitalismo tardío o de consumo lo que la ética de trabajo calvinista y protestante fue al origen del primer capitalismo, tal como señaló Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.
En una de sus más celebres citas, Marcel Proust dejó escrito que “la felicidad es buena para el cuerpo, pero es el dolor lo que fortalece nuestras mentes”. Para estos outsiders de la autoayuda, olvidar la posibilidad del acontecimiento negativo sólo hace más dura la caída, y censurar el dolor sólo produce más frustración y represión. El wishful thinking, ese pensamiento ilusorio que se basa en que ocurrirá lo que deseemos que ocurra y no en lo que tiene más probabilidades de que suceda, no nos ayudará a salvarnos de los accidentes que, como se dice popularmente, ocurren. Así que en ocasiones no está de más encontrarse preparado para la tragedia. Por lo que pueda ocurrir.
Sin embargo, cada vez son más voces las que se alzan contra tal visión del mundo. La muerte de Kim Tinkham por un cáncer de pecho, tras anunciar en el programa de Oprah Winfrey que renunciaba a todo tipo de tratamiento médico al considerar que se curaría con el poder del pensamiento positivo causó un pequeño escándalo en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, la aparición de diversos estudios como el realizado por James C. Coyne y Howard Tenner que, bajo el nombre de El pensamiento positivo en la cura del cáncer: mala ciencia, opiniones exageradas y medicina sin demostrar, pedía a los psicólogos que “se basen en la evidencia científica y no en ilusiones fantasiosas”, parecen confirmar que se ha llegado a un punto de no retorno en la exigencia de optimismo a los demás.
“Si una persona tiene problemas, se debe a que hay algo que falla en su carácter, en su ética de trabajo o a que carecen de determinadas capacidades o habilidades”. Esa es la gran mentira de ciertas concepciones extendidas en el mundo contemporáneo actual, según la escritora y psicóloga Julie K. Norem, profesora de psicología del Wellesley College y autora de El poder positivo del pensamiento negativo (Ediciones Paidós Ibérica), que ha atendido en exclusiva a El Confidencial. “Estar contento y ser positivo es a menudo considerado como una virtud, así que la gente que no oculta sus emociones negativas son tratados como si causasen y mereciesen sus propios problemas, lo que a menudo los lleva a sentirse culpables de su situación. En general, esta ideología se impone en los más desvalidos sin ningún tipo de consideración”.
La periodista Barbara Ehrenreich dedicó un ensayo, Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo (Turner Noema), a denunciar esta situación. En él, la escritora rememora el proceso que le llevó a sobrevivir un cáncer de pecho, y cómo el clima de engaño y “ositos rosas” que la rodeaba la deprimía aún más, el efecto completamente opuesto a lo buscado. “El reverso de lo positivo es la machacona insistencia en la responsabilidad individual: si tu negocio quiebra o te quedas sin trabajo, será porque no te esforzaste lo suficiente, porque no creías con suficiente firmeza en que tu propio éxito era inevitable”, recordaba la autora. El american way of life ha impuesto un modelo en el que la sonrisa perpetua ya no es un signo de felicidad, sino una obligación moral.
Culpabilizando a los realistas
“A menudo, la gente que sufre depresión es considerada como fracasados o perdedores. Nada más lejos de la realidad”, recuerda por su parte el psiquiatra Neel Burton, autor de un gran número de libros sobre el tema. Entre ellos se encuentra The Meaning of Madness, que ha explorado detenidamente la consideración de las enfermedades mentales hoy en día, partiendo de la idea de que se califica con demasiada ligereza a aquellos que se encuentran tristes como personas deprimidas. “Si se encuentran en esa situación, es porque probablemente han intentado ir demasiado lejos o hacer demasiadas cosas. Han puesto el listón demasiado alto: son ambiciosos, sinceros y valientes”.
Ser pesimistas nos hace mantenernos alerta y estar concentradosSu tesis principal es que todo aquello que sea visto como negativo se relaciona rápidamente con el cuadro clínico conocido como depresión: “El concepto de depresión como enfermedad mental ha sido inútilmente extendido a toda clase de sufrimiento humano. Puede tratarse de una concepción útil para los casos más severos e intratables de la psiquiatría hospitalaria, pero probablemente no para la mayor parte de casos. Grupos con intereses creados como las compañías farmacéuticas y los expertos en salud mental promueven la noción de que una felicidad empalagosa es nuestro estado natural, y que toda angustia humana es un desorden mental”.
Hacia un pesimismo positivo
En los últimos años ha surgido, como reacción a tal estado de las cosas, una nueva corriente de pensamiento que no considera que el pesimismo sea consustancialmente negativo, sino que por el contrario, valora la utilidad que nos puede proporcionar dicho enfoque. El ensayo de Julie K. Norem anteriormente citado defiende la importancia que tiene mantener cierto pesimismo en nuestra vida. “Ser pesimistas nos hace mantenernos alerta y estar concentrados. Si nos concentramos en aquellas posibilidades negativas concretas y específicas, podremos trabajar para prevenirlas”, señala recordando que plantearnos la posibilidad de que algo ocurra mal es una forma de poder prever escenarios peligrosos. “Es menos efectivo si pensamos en generalidades (“mi vida es un desastre”) y nos torturamos con aquello que hicimos en el pasado”, recuerda Norem.
Para Neel Burton, desde una perspectiva casi existencialista, “adoptar una posición depresiva nos obliga a ejercitar nuestra libertad en el marco de nuestra mortalidad. Al afrontar este complicado reto, somos capaces de romper el molde en el que se nos ha encasillado, descubrir quiénes somos de verdad, y así, comenzar a dar un sentido profundo a nuestras vidas”.
Uno de los ataques más recurrentes que ha recibido dicho pensamiento es que, en un gran número de ocasiones, las ideas tóxicas y terribles son infundadas. Es más probable que las cosas marchen moderadamente bien que terriblemente mal. Sin embargo, para Norem “aunque no hay una evidencia clara que demuestre que los optimistas distorsionan necesariamente la realidad más que los optimistas, sí es cierto que los optimistas están más inclinados a distorsionar la información que atañe a uno mismo”. Esto se traduce en olvidar sistemáticamente lo malo que los demás dicen de nosotros y recordar sólo el feedback positivo, uno de los sesgos atribucionales más comunes en nuestra vida diaria que dificulta enormemente la posibilidad de enmendar nuestros errores.
El optimismo como herramienta de control
Esta visión obligadamente optimista tiene otra aplicación en el terreno económico y social. Ya que todo lo malo que nos ocurra es responsabilidad nuestra y de nuestra imposibilidad de atraer lo positivo, no podemos culpabilizar de nuestra situación a elementos externos tales como las fuerzas políticas, los vaivenes económicos o la incompetencia de los demás. Algo que ha llevado a determinados a autores a defender que esta concepción del mundo es una poderosa forma de control social. ¿Son los libros de autoayuda una forma de manipulación? “¡Desde luego que pueden tener tal efecto!”, señala Julie K. Norem. “No creo que la mayor parte de los autores lo pretendan, pero la posibilidad de que esto ocurra es una de las razones por las que necesitamos examinar concienzudamente las ideas de nuestro trabajo”.
El pensamiento positivo es al capitalismo tardío o de consumo lo que la ética de trabajo calvinista y protestante fue al origen del primer capitalismoEn una línea semejante se manifestaba Ehrenreich en su ensayo, cuando señalaba que “otra función del pensamiento positivo es el de defender los aspectos más crueles de la economía de mercado. Puesto que el optimismo es la clave para el éxito material, y dado que se puede alcanzar ese enfoque vital si uno practica el pensamiento positivo, no hay excusa para el fracaso”. Y concluía recordando que “el pensamiento positivo es al capitalismo tardío o de consumo lo que la ética de trabajo calvinista y protestante fue al origen del primer capitalismo, tal como señaló Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.
En una de sus más celebres citas, Marcel Proust dejó escrito que “la felicidad es buena para el cuerpo, pero es el dolor lo que fortalece nuestras mentes”. Para estos outsiders de la autoayuda, olvidar la posibilidad del acontecimiento negativo sólo hace más dura la caída, y censurar el dolor sólo produce más frustración y represión. El wishful thinking, ese pensamiento ilusorio que se basa en que ocurrirá lo que deseemos que ocurra y no en lo que tiene más probabilidades de que suceda, no nos ayudará a salvarnos de los accidentes que, como se dice popularmente, ocurren. Así que en ocasiones no está de más encontrarse preparado para la tragedia. Por lo que pueda ocurrir.
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