La pasión concentra la atención en un objeto o persona y hace perder el control de la conducta.
Una vez más, mi amiga Pepa Fernández me invita a su estupendo programa de radio para hablar de un tema sin duda apasionante: la pasión. Gran parte de la historia de la cultura puede interpretarse como un debate sobre la pasión. Oriente buscó la serenidad. Occidente se debatió entre lo dionisíaco y lo apolíneo, entre la armonía y la desmesura, entre la razón y la pasión. Y ahí seguimos. La misma palabra pasión nos sitúa en pleno conflicto. Procede del griego pathos, de donde deriva también patología, que significa “la ciencia de las enfermedades” aunque etimológicamente significa “ciencia de los sentimientos”. ¡Curioso cambio! Por otra parte, como escribió Hegel, “nada grande puede hacerse sin estar movido por la pasión”. ¿Qué misterio encierra esta contradicción? Me temo que para intentar aclararlo necesitaré dos artículos. Quien avisa no es traidor.
Pasión fue la primera palabra que el castellano utilizó para designar todos los fenómenos afectivos. Posteriormente aparecieron otras palabras emparentadas –sentimiento y emoción–, y la pasión tuvo que redefinirse. La pasión moderna es una conmoción afectiva intensa que concentra la atención en un objeto o persona, se adueña de la conciencia y hace perder el control de la conducta.
Los rasgos que hacen atractiva la pasión son la intensidad y la energía. No lo olviden, porque esto lo ansiamos todos. Todos desearíamos vivir una aventura. Las aventuras amorosas no tienen interés por lo de amoroso, sino por lo de aventura. La intensidad y la energía se oponen a la ausencia de emoción. Los aspectos que hacen peligrosa la pasión son esa misma energía, que resulta difícil de controlar. Su otro problema es la exclusividad obsesiva. La pasión es siempre monotemática. Concentra toda la energía de un individuo en una meta y, naturalmente, eso aumenta su productividad, y disminuye la amplitud de su vida. Realizar una gran obra artística, científica, económica o política, exige un gigantesco esfuerzo.
Al hablar de pasiones podemos afinar más y distinguir entre un rasgo de carácter y una emoción concreta. Hay, en efecto, personas apasionadas, fáciles de entusiasmar, que viven en un mundo lleno de metas atractivas, de experiencias interesantes. En parte esta actitud se puede aprender, y como el aburrimiento o el pasotismo, son enfermedades mortales, en los programas de la Universidad de Padres los tratamos con exquisita atención. Por otro lado, están las pasiones concretas, que imponen una especie de visión en túnel. Unas son duraderas; otras, efímeras. La pasión del poder, la avaricia o los celos suelen ser extremadamente duraderos. La ira, si puede desfogarse, es “locura breve”, como la definían los antiguos. ¿Y el amor? Es difícil decirlo, por la extremada equivocidad del término amor.
Los filósofos antiguos pensaron que lo mejor era eliminar las pasiones porque eran fuente de sufrimiento, y alcanzar la a-patía. Pero esta serenidad nos parece una anestesia poco atractiva. Este es nuestro problema. ¿Se puede vivir sin pasión?¿Se puede vivir apasionadamente?
Una vez más, pido su ayuda. Los correos que me envían son para mí extraordinariamente valiosos y me ayudan a hacer una filosofía muy pegada a la realidad y, en cierto sentido, compartida. Ya saben donde pueden localizarme: jamarina@movilizacioneducativa.net.
Pasión fue la primera palabra que el castellano utilizó para designar todos los fenómenos afectivos. Posteriormente aparecieron otras palabras emparentadas –sentimiento y emoción–, y la pasión tuvo que redefinirse. La pasión moderna es una conmoción afectiva intensa que concentra la atención en un objeto o persona, se adueña de la conciencia y hace perder el control de la conducta.
Los rasgos que hacen atractiva la pasión son la intensidad y la energía. No lo olviden, porque esto lo ansiamos todos. Todos desearíamos vivir una aventura. Las aventuras amorosas no tienen interés por lo de amoroso, sino por lo de aventura. La intensidad y la energía se oponen a la ausencia de emoción. Los aspectos que hacen peligrosa la pasión son esa misma energía, que resulta difícil de controlar. Su otro problema es la exclusividad obsesiva. La pasión es siempre monotemática. Concentra toda la energía de un individuo en una meta y, naturalmente, eso aumenta su productividad, y disminuye la amplitud de su vida. Realizar una gran obra artística, científica, económica o política, exige un gigantesco esfuerzo.
Al hablar de pasiones podemos afinar más y distinguir entre un rasgo de carácter y una emoción concreta. Hay, en efecto, personas apasionadas, fáciles de entusiasmar, que viven en un mundo lleno de metas atractivas, de experiencias interesantes. En parte esta actitud se puede aprender, y como el aburrimiento o el pasotismo, son enfermedades mortales, en los programas de la Universidad de Padres los tratamos con exquisita atención. Por otro lado, están las pasiones concretas, que imponen una especie de visión en túnel. Unas son duraderas; otras, efímeras. La pasión del poder, la avaricia o los celos suelen ser extremadamente duraderos. La ira, si puede desfogarse, es “locura breve”, como la definían los antiguos. ¿Y el amor? Es difícil decirlo, por la extremada equivocidad del término amor.
Los filósofos antiguos pensaron que lo mejor era eliminar las pasiones porque eran fuente de sufrimiento, y alcanzar la a-patía. Pero esta serenidad nos parece una anestesia poco atractiva. Este es nuestro problema. ¿Se puede vivir sin pasión?¿Se puede vivir apasionadamente?
Una vez más, pido su ayuda. Los correos que me envían son para mí extraordinariamente valiosos y me ayudan a hacer una filosofía muy pegada a la realidad y, en cierto sentido, compartida. Ya saben donde pueden localizarme: jamarina@movilizacioneducativa.net.
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