sentido
“El objetivo es equilibrar el terror de estar vivo con 
la maravilla de estar vivo”
       
- Carlos Castaneda
Recuerdo el primer momento en el que me hice la pregunta: “¿A qué vine a ésta vida?”,
 ya sea por diferentes factores o a la edad a la que permitamos que nos inunde ésta
 cuestión existencial, para mi, creo fue el instante en el que apague el piloto automático de 
mi conciencia y comenzó una nueva empresa de cuestionamiento e investigación.
¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el propósito de la
 existencia? Con el fin de averiguar las respuestas a estas preguntas filosóficas, nos 
preguntamos incluso preguntas más complicadas: ¿Cuál es el significado de la muerte? 
¿Qué pasará cuando ya no esté aquí? ¿Cuál es el propósito de mi no-existencia?
Al principio me fue muy fácil llegar a una conclusión sintética y sin profundidad: “Venimos a
 ésta vida a: 1. Aprender. 2. Crear. 3. Conectar (Amar).” Pero con el tiempo he descubierto
 lo corta que estaba ésta respuesta y que existe un abismo de complejidad para contestar estas
 preguntas.
La evolución y la ciencia nos han enseñado que los seres vivos no tenemos ni plan, ni propósito, 
excepto la supervivencia, sin dirección y sin gloria. Los seres humanos vivimos en un universo 
que no se preocupa por nosotros, nuestras mentes son simplemente masas de carne, y no existe 
un plan divino para guiarnos. En un universo de fuerzas físicas abrumantes y replicación genética,
 algunas personas saldrán perjudicadas, otras personas beneficiadas, y no encontraremos ni 
rima ni razón para ello, y mucho menos justicia. El universo que observamos tiene
 precisamente las propiedades que esperaríamos que existan: no tiene diseño, no tiene objetivo, 
no hay mal, ni bien, nada más que una indiferencia ciega y despiadada.
Por otro lado, hace más de cien años, el descubrimiento de la física cuántica distorsiono aún más 
el sentido que le damos a nuestra existencia. La concepción del universo y la vida fue aventada 
al caos, con la constatación de que, en la micro-escala, existen diferentes fuerzas que 
rebasan nuestro entendimiento. Gracias a la mecánica cuántica, ahora sabemos que la 
materia toma las propiedades de partículas y ondas. Es más, gracias a Heisenberg y 
Schrödinger, nunca podemos estar seguros del momento o posición de una partícula, ni
 podemos estar seguros sobre el estado de un objeto cuando no está siendo observado. En otras
 palabras, el universo – por lo menos en una cierta escala – parece ser completamente difuso 
y nebuloso. Posiblemente azaroso.
En cuanto a nuestra concepción de la vida en términos cognitivos, los humanos somos el único 
ser vivo del planeta que es conciente de su muerte eventual. Ernest Becker, ganador del 
premio Pullitzer por su libro “The Denial of Death” habla de las tres ilusiones que todos divisamos 
en algún momento para lidiar con nuestro miedo a la muerte: 1. La solución religiosa, en la
 que nuestra alma es eterna. 2. La solución romántica, en la que deidificamos al amor por
 nuestras parejas y las convertimos en nuestras salvadoras personales. 3. La solución
 creativa, que es cuando intentamos dejar un legado de creación/arte que pueda trascender 
la vida por nosotros. Pero cuando nos encontramos que todas estas soluciones son
 impermanentes, regresamos a nuestros cuestionamientos filosóficos de la existencia y 
conforme avanza la búsqueda resulta cada vez más difícil establecer un vínculo entre las 
teorías que dicta la ciencia y nuestros sistemas de creencia.
De acuerdo con los principios del aprendizaje del cerebro/mente de Geoffrey Caine, la 
búsqueda de significado es innata. En la práctica, esto significa que todo el mundo tiende a filtrar 
su propia perspectiva, organizar la información con la experiencia, y hacer preguntas de acuerdo
 a lo que les interesa o les preocupa. Y en un nivel más profundo, existe un hambre de
 significado y propósito (como lo expresaron Frankl, 2006 y Hillman, 1996). El cerebro no sólo
 quiere dar sentido a lo que aprende, sino que también quiere saber que el aprendizaje tiene 
un propósito y un valor.
Por otro lado, nuestros cerebros están programados para buscar sentido a través de la
 identificación de patrones. Por ejemplo, algunas personas perciben caras en las nubes o
 ven a Jesús en una sombra o a la Virgen María en un sándwich. Del mismo modo, los
 teóricos de las conspiraciones tienden a identificar patrones y creen que esos patrones
 tienen gran relevancia. La experiencia de ver patrones significativos o conexiones de datos 
al azar y sin sentido se llama apofénia. Es la percepción de patrones y conexiones donde quizá 
no las hay.
De acuerdo con Michael Shermer, editor de la revista Skeptic Magazine nuestro cerebro y 
el sistema nervioso constituyen una máquina generadora de sistemas de creencia que tiende 
a unir los puntos de nuestro mundo en patrones significativos que explican por qué las cosas
 suceden. Debido a que nuestros cerebros no son tan simples como pensamos que son y 
porque somos básicamente “primates evolucionados en búsqueda de patrones” que tienden 
a dar mayor significado a todos los aspectos que hilamos en nuestras experiencias, esto
 nos mantiene buscando el sentido de la vida.
Si enfrentamos la cruda verdad que promueve la ciencia. La vida no tiene sentido. Cada uno de
 nosotros le da un significado y un diferente propósito. “Es un desperdicio hacernos la pregunta, 
cuando nosotros somos la respuesta,” dice Joseph Campbell.
Concuerdo bastante con Graham Hancock, escritor británico mejor conocido por la TED Talk 
que resultó censurada, cuando explica que podemos entender el propósito de la existencia 
a partir de nuestra conciencia, al entenderla como una fuerza fundamental del universo, como la
 gravedad, la electricidad, etc, que ha utilizado a la evolución como vehículo para manifestarse
 de forma física, en forma humana, toda la biosfera ha apoyado a la oportunidad de la experiencia
 humana para adquirir un conocimiento y crecimiento espiritual, un perfeccionamiento del alma. 
Después de 4 mil millones de años hemos logrado realizar una distinción clara entre el bien y
 el mal, entre la luz y la oscuridad. Si queremos entender realmente el propósito de nuestra
 existencia y superar algunas de las fuentes de mayor sufrimiento y duraderas de los conflictos 
en nuestro mundo, tenemos que empezar a pensar en todo el espectro de la experiencia humana 
a través del contexto del espíritu del cual nos ha intentado disociar la cultura y la ciencia, como 
dice Sallie Nichols “el diablo confunde porque está confundido”
Algunos hemos tenido la oportunidad de comprobar empíricamente la existencia de una dimensión 
espiritual en nuestro ser, que se puede descubrir accediendo al universo metafísico que existe 
en nuestra mente a través de tecnologías como la meditación o los enteógenos. A partir de
 éste tipo de experiencias se disuelve el ego de tal forma que podamos comprender la 
unidad/relación que existe en un cuerpo humano que es un universo de átomos y el mismo 
cuerpo que es un átomo en el universo, como bien dijo Richard Feynman. Con el fin de
 escapar de la complejidad de las cuestiones existenciales, debemos empezar a realizarnos
 las preguntas que nos regresen el sentido de heroísmo cósmico personal:
¿Qué sentido le doy a mi vida?
¿Cuál es el propósito de mi vida?
¿Qué es lo más importante para mí?
Dar respuesta a éstas preguntas resulta mucho más simple, y las consecuencias de las 
resoluciones difuminan las limitantes para visualizar el significado que podemos encontrar
 cuando eliminamos los miedos, entendemos el presente y expandimos nuestro span de 
atención, sólo ahí comprenderemos de manera integral lo que Jodorowsky dijo mejor que nadie: 
“La muerte es un ilusión del ego individual. El universo es eterno. De una u otra forma, existirás
 siempre”.