Miramos el mundo siempre de la misma manera. Cristalizamos experiencias y sensaciones, pensamientos y paisajes, personas e ideas, nos cristalizamos a nosotros mismos. Nuestra mirada queda secuestrada por la inercia.
Así la vida pierde interés o se convierte en una mera repetición donde, si se produce la sorpresa, ésta llega desde afuera, como una intrusa que se cuela en nuestra vida. La esperamos como un regalo (cuando nos hace sentir bien) y la tememos bajo el nombre de incertidumbre (cuando nos hace sentir mal), pero pareciera que a los humanos nos cuesta propiciarla, convocarla para lo bueno y lo bello.
Como la suerte, sentimos que la sorpresa agradable es algo que no depende de nosotros, o que está reservada a ocasiones especiales con cita periódica en el calendario. Incluso ésas acaban también por convertirse en rutinas predecibles y menudo tediosas.
Lo mejor de todo es que la sorpresa es gratis. No necesita grandes complicaciones ni presupuestos. Nos han engañado. Hemos creído que esos pellizcos de alegría dependen del consumo, cuando no es así.
Precisamente, la sorpresa reside en una nueva mirada, en un silencio del que nos hemos exiliado en demasía, temerosos, sin darnos cuenta que de él surge todo, depende también del gesto interior, y de la voluntad de recuperar el alma que tienen los niños: libre, pura, auténtica, rebelde, ingenua y escrutadora a la vez.
La sorpresa demanda nuestra desnudez infantil, las raíces, la sonrisa, el explorador que llevamos dentro, el que es capaz de captar que el rey está desnudo y a la vez de fascinarse con la gota de rocío en la hoja, con la lentitud del caracol y su rastro, con el olor de la menta, o de la rosa, o con la nube que se desvanece con una lentitud casi imperceptible, con el olor del pan recién hecho, con el beso y abrazo inesperado, con el libro extraordinario en la estantería, cubierto de polvo, que espera paciente a ser descubierto o re-descubierto tras años de abandono.
Sí, miramos el mundo mal y luego decimos que nos engaña. Pero somos nosotros que nos hemos exiliado de la mirada fresca, curiosa, nueva e inocente que late cada instante en los ojos de una niña, de un niño, que aún sigue viva aquí y ahora, en el pecho de cada una, de cada uno.
No somos agentes pasivos de la vida. Vivir no es solo existir. Vivir es propiciar el encuentro agradable, la mirada apreciativa, la sorpresa amable a nuestro entorno y, por supuesto, a nosotros mismos. Vivir es comprender mejor para amar mejor y amar mejor para comprender mejor. Vivir es regalar brisas de alegría.
Exploremos el factor sorpresa, Bill Murray ya pasó por su día de la marmota. Que no nos pase a nosotros lo mismo, también. Convoquemos la sorpresa y regalémosla. Más que un ejercicio de coraje es un ejercicio de curiosidad, generosidad y amor, que puede transformar vidas.
Benditas sorpresas agradables.
Os deseo una bella semana, con buenas sorpresas creadas desde el corazón.
Álex
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