sábado, 12 de marzo de 2016

Michel de Montaigne, sobre la diferencia entre sabiduría e instrucción

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"Desde que han aparecido los doctos se echan en falta los buenos" —Séneca

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La tecnología avanza de manera vertiginosa extendiendo su influencia y abarcando cada vez más  aspectos de nuestra vida diaria.

Hoy existe una amplia oferta de dispositivos y aplicaciones que prometen ayudarnos con cualquier problema imaginable: salud, educación, finanzas, viajes, felicidad y bienestar… Casi para cualquier cosa existe una solución tecnológica. Y si aún no existe, estará por llegar. La cosa avanza rápido.

Es en el avance de la ciencia y la tecnología donde están depositadas la esperanzas de la humanidad, pues es mediante su progreso como podremos hacer frente a los enormes desafíos que tenemos por delante. Cambio climático, sobreexplotación de recursos naturales, posibles pandemias, pobreza, falta de empleo... todos ellos son grandes dilemas que enfrentamos como especie y que, necesariamente, requieren de avances tecnológicos para su solución.

Dada la gran influencia de la tecnología, hoy existe una fuerte demanda por profesionales en los campos denominados STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics). Igualmente en el sistema educativo existe un cada vez mayor predominio de estas asignaturas.

Este fuerte sesgo hacia la ciencia ha restado espacio e importancia dentro de las aulas a las humanidades. Consideradas por algunos como prescindibles. Carentes de uso práctico.

No obstante, es gracias al estudio de ellas que podemos desarrollar conocimientos fundamentales que son igual de importantes que la formación tecnológica. Es en áreas como la filosofía, la literatura, el arte donde podemos encontrar guía y sosiego para otros males que nos aquejan hoy.

Cómo ser mejores padres, cómo cultivar mejores relaciones, elegir una profesión que amemos y que esté en armonía con nuestros valores y talento; todos ellas son preguntas trascendentes para cualquier individuo y que pueden ser resueltas con la ayuda de las humanidades.

Este no es un problema nuevo, hace casi 500 años Michel de Montaigne se quejaba del énfasis que se le daba a temas prácticos en perjuicio de otros igual o quizá más importantes:
Con mucho gusto vuelvo al tema de lo absurdo de nuestro sistema educativo: su finalidad no es hacernos buenos y sabios, sino instruidos. Y ha tenido éxito. No nos ha enseñado a buscar la virtud y abrazar la sabiduría: nos ha impuesto derivaciones y etimología ... [Con respecto a otros] nos preguntamos apresuradamente, ‘¿sabrá griego, latín?’, ‘¿sabe escribir poesía y prosa?’ Pero lo que más importa es a lo que damos menos importancia: ‘¿se ha vuelto mejor y más sabio?’ Tenemos que descubrir no quien sabe más cosas, sino quién entiende mejor. Nos esforzamos simplemente por llenar la memoria, dejando la comprensión y el sentido del bien y el mal vacíos.
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Para el filósofo francés la educación debería volvernos mejores personas, no sólo competentes.
Si el alma no goza con ello de mejor salud, si no se tiene el juicio más sano, preferiría que mi discípulo se hubiese pasado el tiempo jugando al tenis; al menos tendría el cuerpo más ágil. Miradle volver tras quince o dieciséis años de estudio: no hay nada más inepto para el trabajo. Lo único que ha ganado, por lo que podéis ver, es que el griego y el latín aprendido le han hecho más arrogante y vanidoso de lo que era cuando se marchó. Debería haber vuelto con el alma colmada, más traela solo hinchada; en lugar de expandirla sólo la ha inflado.
“Montaigne distingue entre dos tipos de  conocimiento: instrucción y sabiduría. En la categoría de instrucción ubicó, entre otros temas, la lógica, la etimología, la gramática, el latín y el griego. Y en la categoría de sabiduría, colocó un conocimiento mucho más amplio, más difícil de alcanzar y más valioso: todo lo que podría ayudar a una persona a vivir bien, lo que para Montaigne significaba, ayudarle a vivir feliz y moralmente”. Esto escribió el filósofo Alain de Botton sobre Montaigne.

​Más adelante en sus maravillosos Ensayos, Montaigne continua su elogio a la sabiduría de la vida ordinaria:
Si un hombre fuera sabio mediría el verdadero valor de cualquier cosa por su utilidad y la conveniencia con respecto a su vida.

[...]

Conquistar un puerto, dirigir una embajada, gobernar una nación son obras brillantes. [Sin embargo] Reprender, reír, comprar, vender, amar, odiar, convivir con amabilidad y con justicia en el hogar y con usted mismo; no ser flojo ni falso consigo mismo, esas con cosas aún más notables, más raras y más difíciles.
Yo estoy convencido que cuando somos expuestos a nobles y hermosas ideas, estas terminan influenciándonos y, por lo tanto, haciéndonos crecer. Me gusta pensar que gracias a la lectura de las obras de grandes personajes de la historia hoy soy mejor persona.

Así lo expresaba Montaigne:
Más dudo aún que pueda ocurrir el que un alma rica en el conocimiento de tantas cosas no se haga más viva y despierta; y que un espíritu grotesco y vulgar pueda albergar, sin enmendarse, las ideas y los juicios de los espíritus más excelentes que ha dado el mundo.
Las ciencias y la tecnología son hoy en día imprescindibles en la formación de cualquier persona. Yo soy un ávido aprendiz de esos temas.  No obstante, no debemos descuidar la búsqueda de sabiduría, porque como el mismo Michel de Montaigne dijo: “Cualquier otra ciencia es perjudicial para el que carece de la ciencia de la bondad”.

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