viernes, 18 de marzo de 2016

Por favor, paren ya con ese cuento de la edad

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"Hay pocas cosas más patéticas que los que han perdido su curiosidad y sentido de la aventura, y que ya no les interesa aprender " —Gordon B. Hinckley

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Lo único que pensaba en ese momento era: ‘cómo coñ# voy a frenar’.

No sé cómo se me pudo ocurrir que podía controlar la cuesta por la que me acababa de lanzar. Si bien es cierto que no era una calle muy transitada, tampoco es una abandonada, así que en cualquier momento podía cruzarse un coche y estampillarme contra el.

Hacía pocos días me habían obsequiado los patines en línea y estaba aprendiendo a usarlos. Jamás en mi vida lo había hecho. Después de unos días de rápido progreso me sentí con la confianza suficiente para lanzarme por esa cuesta. Qué equivocado estaba.

Cuando empecé a bajar fui capaz de controlar un poco la velocidad, pero a medida que avanzaba iba acelerando más y más y ya no podía frenar los patines.

La cuesta era más larga de lo que pensé, y así mismo la velocidad que alcancé. Mis opciones de frenado no eran muy prometedoras: o me estampaba contra el muro del edificio del final de la calle, o lo hacía contra uno de los coches que estaban aparcados, o, peor aún, podía hacerlo contra un coche en movimiento que apareciera de repente.

Por eso no dejaba de pensar: ‘cómo coñ# voy a frenar’.

Por fortuna para mi, los seres humanos tenemos mecanismos de supervivencia que operan por debajo del nivel de conciencia, y mientras yo estaba mentalmente paralizado sin saber que hacer, mi subconsciente tomó el mando y me tiró al suelo de una manera tan segura que apenas si sentí el golpe.
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De niño aprendí a usar la bici y el monopatín, pero los patines no. Siempre me quedó la frustración de no saber usarlos. Así que cuando me los regalaron me dije, ‘¿por qué no?’.

Aprender a patinar es mucho más difícil y toma más tiempo que la bici y el monopatín. No importa a qué edad lo aprendas. Frenar, girar, pasar por baches son cosas que tardan más en ser controlarlas sobre patines.

Sin embargo, cada vez que comentaba con alguien lo que disfrutaba aprendiendo a patinar y lo difícil que era, la respuesta que escuchaba siempre era la misma: ‘eso es por la edad’.

No, no es la edad, ¡pesados! Es más difícil. Punto.

Tengo casi 43. Y hasta donde sé (y espero no estar equivocado), no estoy viviendo ninguna crisis de la mediana edad ni me he vuelto (todavía) gagá.

No anhelo vivir la vida loca. Mi sentido de la diversión es bastante apacible e introvertido. (A no ser que me regalen patines).

Me basta un cena en casa de amigos para pasarla de maravilla. Salir a correr por el campo y disfrutar de la naturaleza también eleva mi espíritu. Y libros, mis amados libros.

Así que no creo estar en negación con respecto a mi edad. Al contrario, creo que es la etapa de mi vida donde más a gusto estoy conmigo mismo.

Otra cosa es que el cuento de la edad lo usamos para instalarnos en la comodidad y no intentar nada nuevo. Para evitar cambiar, para dejar de mejorar, para no seguir aprendiendo. Para dejar de aventurarnos y renunciar a la vida que algún día soñamos vivir.

Incluso a edades mucho más tempranas utilizamos los años como coartada. Cuantas veces he escuchado a personas menores de 30 años culpar a la “desaceleración del metabolismo” por los kilos de más.
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Es cierto que algunas cosas con los años tardan más en ser aprendidas, el cerebro de los niños es muy flexible y por eso aprenden con rapidez. Sin embargo, la plasticidad del cerebro no desaparece del todo y sigue siendo posible aprender casi cualquier cosa a edades muy avanzadas.

Aprender nuevas cosas, desafiarnos constantemente y obligarnos a salir del confort pasada la adolescencia no solo es posible y divertido, es casi una obligación si queremos conservar nuestra mente en forma.

La mejor manera de extender el buen funcionamiento del cerebro durante muchos años es desafiarlo y obligarlo a que aprenda nuevos trucos. El cerebro, como los músculos, prospera cuando lo forzamos a trabajar.

Aprender nuevas habilidades motrices como nadar, hacer malabarismos, montar en bici, o, en mi caso, patinar, fortalece y cambia el cerebro de maneras que no lo hacen los sudokus, los crucigramas ni los puzzles.

Estudios neurológicos han encontrado que aprender nuevas habilidades motoras aumenta la materia gris en partes del cerebro relacionadas con el control de movimiento. También son muy conocidos los beneficios de aprender un nuevo lenguaje durante la madurez.

Los beneficios del aprendizaje, tanto motriz como intelectual, no solo son físicos y mentales, también son emocionales. Adquirir nuevas habilidades trae consigo enormes recompensas como: mayor incremento de la autoestima; mayor satisfacción con la vida,  te aleja de la rutina y el aburrimiento; mayor confianza en lo que eres capaz de conseguir.

Hoy sigo estando lejos de ser un experto sobre los patines, pero ya no tengo la frustración de no haber aprendido. Lo mejor de todo es que saber patinar me ha permitido pasar momentos entrañables junto a mi hija, momentos que no habría vivido si hubiera seguido creyendo en ese cuento de la edad.

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