sábado, 12 de marzo de 2016

¿Usamos nuestro tiempo libre con sabiduría?... No

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«El futuro pertenecerá no solamente al hombre instruido, sino al hombre que haya sido educado para usar su ocio sabiamente»—C.K. Brightbill

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Crédito imagen: David Marcu - https://unsplash.com/davidmarcu
Existe una gran paradoja. Muchas personas no encuentran su trabajo gratificante y, por lo tanto, preferirían utilizar el tiempo que pasan en este de una manera distinta.

La paradoja nace cuando, disponiendo de tiempo libre, lo utilizamos de una manera tan pobre que incluso somos más infelices que en el odiado trabajo.

Dos estudios realizados casi con 30 años de diferencia llegaron a conclusiones similares. A un grupo de personas, utilizando diferentes tecnologías, les hicieron tres preguntas en horas aleatorias durante el día; a los del primer estudio les preguntaron por medio de buscapersonas y a los del estudio más reciente usando smartphones. Las preguntas eran: ¿Qué está haciendo en este momento? ¿En que está pensando? y ¿Qué tan feliz es ahora?

Los estudios encontraron que cuando las respuestas a las dos primera preguntas son iguales, es decir, mente y cuerpo se encuentran realizando la misma actividad,  la respuesta a la tercera era la mayoría de veces positiva. Cuando la mente no estaba soñando despierta, sino que estaba enfocada en el trabajo que se estaba realizando, era una mente feliz.

Mihaly Csikszentmihalyi, autor de uno de los estudio, explica así, en su fascinante libro Fluir: Una psicología de la felicidad, lo que ocurre con una mente ociosa:
Sin nada que hacer, la mente empieza a seguir modelos aleatorios, por lo común se detiene en pensamientos dolorosos o perturbadores. A menos que una persona sepa cómo proporcionar orden a sus pensamientos, la atención se sentirá atraída por cualquier cosa que sea muy problemática en aquel momento: se enfocará en algún dolor verdadero o imaginario, en los rencores recientes o en las frustraciones a largo plazo. La entropía (desorden) es el estado normal de la conciencia (una condición que ni es útil, ni es agradable).
En la investigación realizada por Csikszentmihalyi había una cuarta pregunta: «¿Desearía usted estar haciendo otra cosa?»:
Si la persona responde NO a esta pregunta [mientras se encuentra en el trabajo] es generalmente un indicio fiable de cuán motivada estaba en el momento de la señal. Los resultados mostraron que las personas deseaban estar haciendo otra cosa más veces en el trabajo que cuando estaban realizando actividades de ocio, sin importarles si estaban o no en flujo. En otras palabras, la motivación era baja en el trabajo aunque éste ofreciese flujo y era alta en el ocio aun cuando la calidad de experiencia fuese baja.

Así que nos encontramos ante una situación paradójica: en el trabajo la gente se siente hábil y presta a enfrentarse a los desafíos, y por lo tanto es más feliz, fuerte, creativa y satisfecha. La gente, en su rato libre siente que generalmente no hay muchas cosas que hacer y que sus habilidades no son usadas, por lo tanto tiende a sentirse más triste, débil, aburrida e insatisfecha, a pesar de que le gustaría trabajar menos y dedicar más tiempo al ocio.

¿Qué significa este modelo contradictorio? Hay varias explicaciones posibles, pero una conclusión parece inevitable: cuando se trata del trabajo, la gente no escucha la evidencia de sus sentidos. Desatiende la calidad de experiencia inmediata y basa su motivación en el estereotipo cultural, fuertemente arraigado, de lo que se supone que es el trabajo. Piensa en él como una imposición, una limitación, una transgresión de su libertad y, por lo tanto, algo que debe ser evitado tanto como sea posible.
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Yo me aventuro con otra explicación: significado. Yo creo que para ser felices no basta con tener la mente ocupada; la debemos ocupar en cosas que tengan significado para nosotros y que contribuyan a nuestra realización.

Existe un sinnúmero de actividades que pueden capturar plenamente nuestra atención (televisión, redes sociales, videojuegos… ), y, sin embargo, dado que estas contribuyen de manera pobre a nuestro crecimiento espiritual, nos dejan insatisfechos. Nadie se siente mejor consigo mismo después de pasar horas chismeando en Facebook.

Esta es probablemente la razón por la cual, a pesar de que capture nuestra atención, si un trabajo tiene poca afinidad con nuestros valores, talentos y anhelos, preferimos hacer otra cosa.

Ahora bien, que no hallemos significado en nuestro trabajo no justifica la otra gran tragedia: el despilfarro de nuestro tiempo libre. Hace sesenta años, el gran sociólogo estadounidense Robert Park escribió: «es en el mal uso de nuestro ocio donde sospecho que radica el mayor despilfarro de la vida de los estadounidenses».

Cuando disponemos de tiempo libre  nos dedicamos a actividades pasivas, consumimos entretenimiento que nos aporta poco; no creamos nada. Al contrario, cuando nos consagramos a actividades que favorecen nuestro crecimiento experimentamos flujo.

Flujo es el estado mental en el cual una persona está tan implicada en la tarea que tiene a mano que pierde la noción del tiempo, se olvida de comer, no siente cansancio. En otras palabras, nada más parece importar sino la actividad realizada. Las personas que más experimentan flujo son más felices.

La mayoría de nuestro ocio no nos lleva a fluir:

La tremenda industria del ocio que ha aparecido en las últimas generaciones está diseñada para ayudarnos a llenar nuestros ratos libres con experiencias agradables. No obstante, en vez de usar nuestros recursos físicos y mentales para experimentar flujo, la mayoría de nosotros pasamos muchas horas cada semana viendo cómo famosos atletas compiten en estadios enormes. En vez de elaborar música, escuchamos los discos de platino de unos músicos millonarios... pasamos muchas horas cada día viendo a unos actores que fingen tener aventuras y que se comprometen, de mentira, en acciones significativas.

Esta participación indirecta es capaz de enmascarar, por lo menos temporalmente, el vacío subyacente a la pérdida de tiempo. Pero es un sustituto muy débil de la atención empleada en desafíos verdaderos. La experiencia de flujo que resulta del uso de nuestras habilidades conduce al crecimiento; la diversión pasiva no conduce a ninguna parte. Colectivamente, derrochamos cada año el equivalente de millones de años de conciencia humana. La energía que podría usarse para enfocarla en metas complejas, para ofrecernos un crecimiento personal placentero, se malgasta en modos de estimulación que solo copian la realidad. El ocio masivo, la cultura masiva... son parásitos de la mente... Nos dejan más agotados, más desanimados de lo que estábamos antes.
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Finalmente, la conclusión y recomendación de Csikszentmihalyi para evitar la paradoja y tener vidas más satisfactorias:
A menos que la persona tome las riendas de ellos, tanto el trabajo como el tiempo libre probablemente le decepcionen. La mayoría de los trabajos y muchas actividades de ocio —especialmente las que potencian el consumo pasivo de los medios de comunicación de masas— no han sido diseñados para hacernos más felices y fuertes. Su propósito es hacer dinero para alguna otra persona. Si lo permitimos, pueden absorber nuestra vida hasta la médula y dejarnos como débiles peleles. Pero como todo lo demás, el trabajo y el ocio puede ser apropiados a nuestras necesidades. La gente que aprende a disfrutar de su trabajo, que no derrocha sus ratos libres, acaba por sentir que su vida, en cuanto totalidad, ha llegado a valer mucho más la pena. «El futuro —escribió C.K. Brightbill— pertenecerá no solamente al hombre instruido, sino al hombre que haya sido educado para usar su ocio sabiamente».

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