"El propósito de la meditación es hacer que nuestra mente esté tranquila y apacible. Si nuestra mente está en paz, vamos a estar libres de preocupaciones, por lo que vamos a experimentar verdadera felicidad. Pero si nuestra mente no está en paz, vamos a encontrar que es muy difícil ser feliz, incluso si estamos viviendo en las mejores condiciones" —Kelsang Gyatso
Esta mañana después de dejar a mi hija en el colegio, en la salida estaban reunidos un grupo de padres (que además son amigos) comentando sobre una serie de robos que habían ocurrido en zonas cercanas.
Una de las madres contaba que, con solo pensar que alguien entra a su casa a robar, se altera tanto que se le pone la piel de gallina. Algo que pudimos constatar todos los allí presentes.
Esta conversación me hizo recordar un experimento que realizó el doctor en psicología,Richard Davidson; una de las 100 personas más influyentes del mundo según la revista Time. El doctor Davidson es un veterano practicante de la meditación, lo hace desde hace décadas. Cuando comenzó con la práctica, en los círculos académicos y científicos meditar era mirado con recelo y desdén; no gozaba del respeto y la aceptación que goza hoy.
Davidson reunió en su laboratorio a dos grupos de personas, uno estaba compuesto por meditadores que llevaban bastante tiempo practicando y el otro lo conformaban personas no practicantes.
El experimento estaba diseñado para estudiar la respuesta del cerebro al dolor. A ambos grupos se les causó un poco de dolor mediante la aplicación de calor (lo suficiente fuerte para que resultara incómodo, pero muy controlado para no causar heridas). Segundos antes del castigo, sonaba una alarma que les permitía a los participantes saber cuando iba a ocurrir la descarga.
Resulta que las respuestas de los dos grupos, antes, durante y después de aplicado el calor fueron muy distintas. En los no meditadores su cerebro registró una gran actividad en el momento que escuchaban la señal, luego aumentaba un poco más cuando en realidad era aplicado el dolor y continuaba muy activo tiempo después de que había pasado.
En los meditadores cuando sonó la alarma su cerebro registró poca actividad. En el momento de experimentar el dolor se producía una gran respuesta (mayor que en el otro grupo) y, luego, pasado el asunto la actividad del cerebro se reducía con rapidez a niveles normales.
Es muy común entre los seres humanos preocuparnos en exceso y de manera anticipada por eventos futuros; incluso sin que exista una probabilidad alta de ocurrencia (como un robo, por ejemplo).
Prever no es malo si ello te lleva a tomar medidas para conjurar un riesgo potencialmente ruinoso. Sin embargo, una vez realizadas las acciones adecuadas es inútil continuar preocupándose.
También somos propensos a que después de algún episodio negativo (como una discusión o un contratiempo inesperado), quedemos enganchados a ese evento dándole vueltas y vueltas y, así, permanecemos de manera innecesaria en un estado emocional negativo.
Estos comportamientos fueron los que demostró el experimento del doctor Davidson. Antes de sufrir dolor alguno el cerebro de los no meditadores mostró una gran agitación: en cuanto escucharon la alarma empezaron a sufrir. Y después de ello tardaron mucho más tiempo que el grupo meditador en volver a la normalidad.
Por el contrario, los meditadores mostraron poca alteración anticipada y, de manera acelerada, una vez pasado el doloroso momento retornaban a un estado mental sereno. Es decir, tuvieron una respuesta más adecuada a la prueba.
Una de las consecuencias de meditar con regularidad es que fortalecemos el área del cerebro encargada de lidiar con el presente, y también atenúa la actividad donde se origina la vocecita que se preocupa por el pasado y el futuro.
Nuestra mente tiene la mala costumbre de viajar en el tiempo preocupándose de manera innecesaria por eventos futuros, o sufriendo por cosas del pasado sobre las que nada se puede hacer. Esto es uno de los mayores saboteadores de nuestra felicidad.
Por ejemplo, nos ha ocurrido muchas veces que, el domingo por la tarde o durante los últimos días de vacaciones, empezamos a ponernos melancólicos anticipando el fin de los días de diversión. En lugar de estar enfocados en el ahora, consumiendo hasta la última gota de dicha, estropeamos nuestra propia felicidad sufriendo por lo que no tiene solución: todas las vacaciones se acaban, y el lunes siempre llega después del domingo.
O, discutes con tu pareja y en lugar de dejar atrás la discusión, te quedas evocando la escena una y otra vez en un espiral sin salida que no hace más que aumentar la frustración. Lo peor de todo es que tu cerebro no se queda con el evento analizándolo y buscándole posibles soluciones. Se dedica es a repartir culpas y a encontrar razones por las cuales tienes el derecho de estar enfadado.
Desde hace algunos años practico la meditación y soy testigo de primera mano de sus enormes beneficios. Aprender a controlar nuestra atención es una de las mejores cosas (sino la mejor) que podemos hacer en nuestra vida.
Nuestra felicidad se halla en el presente; el pasado y el futuro son momentos sobre los cuales tenemos poca o ninguna influencia. No malgastemos nuestra vida en ellos, vivamos ahora, vivamos felices.
Una de las madres contaba que, con solo pensar que alguien entra a su casa a robar, se altera tanto que se le pone la piel de gallina. Algo que pudimos constatar todos los allí presentes.
Esta conversación me hizo recordar un experimento que realizó el doctor en psicología,Richard Davidson; una de las 100 personas más influyentes del mundo según la revista Time. El doctor Davidson es un veterano practicante de la meditación, lo hace desde hace décadas. Cuando comenzó con la práctica, en los círculos académicos y científicos meditar era mirado con recelo y desdén; no gozaba del respeto y la aceptación que goza hoy.
Davidson reunió en su laboratorio a dos grupos de personas, uno estaba compuesto por meditadores que llevaban bastante tiempo practicando y el otro lo conformaban personas no practicantes.
El experimento estaba diseñado para estudiar la respuesta del cerebro al dolor. A ambos grupos se les causó un poco de dolor mediante la aplicación de calor (lo suficiente fuerte para que resultara incómodo, pero muy controlado para no causar heridas). Segundos antes del castigo, sonaba una alarma que les permitía a los participantes saber cuando iba a ocurrir la descarga.
Resulta que las respuestas de los dos grupos, antes, durante y después de aplicado el calor fueron muy distintas. En los no meditadores su cerebro registró una gran actividad en el momento que escuchaban la señal, luego aumentaba un poco más cuando en realidad era aplicado el dolor y continuaba muy activo tiempo después de que había pasado.
En los meditadores cuando sonó la alarma su cerebro registró poca actividad. En el momento de experimentar el dolor se producía una gran respuesta (mayor que en el otro grupo) y, luego, pasado el asunto la actividad del cerebro se reducía con rapidez a niveles normales.
Es muy común entre los seres humanos preocuparnos en exceso y de manera anticipada por eventos futuros; incluso sin que exista una probabilidad alta de ocurrencia (como un robo, por ejemplo).
Prever no es malo si ello te lleva a tomar medidas para conjurar un riesgo potencialmente ruinoso. Sin embargo, una vez realizadas las acciones adecuadas es inútil continuar preocupándose.
También somos propensos a que después de algún episodio negativo (como una discusión o un contratiempo inesperado), quedemos enganchados a ese evento dándole vueltas y vueltas y, así, permanecemos de manera innecesaria en un estado emocional negativo.
Estos comportamientos fueron los que demostró el experimento del doctor Davidson. Antes de sufrir dolor alguno el cerebro de los no meditadores mostró una gran agitación: en cuanto escucharon la alarma empezaron a sufrir. Y después de ello tardaron mucho más tiempo que el grupo meditador en volver a la normalidad.
Por el contrario, los meditadores mostraron poca alteración anticipada y, de manera acelerada, una vez pasado el doloroso momento retornaban a un estado mental sereno. Es decir, tuvieron una respuesta más adecuada a la prueba.
Una de las consecuencias de meditar con regularidad es que fortalecemos el área del cerebro encargada de lidiar con el presente, y también atenúa la actividad donde se origina la vocecita que se preocupa por el pasado y el futuro.
Nuestra mente tiene la mala costumbre de viajar en el tiempo preocupándose de manera innecesaria por eventos futuros, o sufriendo por cosas del pasado sobre las que nada se puede hacer. Esto es uno de los mayores saboteadores de nuestra felicidad.
Por ejemplo, nos ha ocurrido muchas veces que, el domingo por la tarde o durante los últimos días de vacaciones, empezamos a ponernos melancólicos anticipando el fin de los días de diversión. En lugar de estar enfocados en el ahora, consumiendo hasta la última gota de dicha, estropeamos nuestra propia felicidad sufriendo por lo que no tiene solución: todas las vacaciones se acaban, y el lunes siempre llega después del domingo.
O, discutes con tu pareja y en lugar de dejar atrás la discusión, te quedas evocando la escena una y otra vez en un espiral sin salida que no hace más que aumentar la frustración. Lo peor de todo es que tu cerebro no se queda con el evento analizándolo y buscándole posibles soluciones. Se dedica es a repartir culpas y a encontrar razones por las cuales tienes el derecho de estar enfadado.
Desde hace algunos años practico la meditación y soy testigo de primera mano de sus enormes beneficios. Aprender a controlar nuestra atención es una de las mejores cosas (sino la mejor) que podemos hacer en nuestra vida.
Nuestra felicidad se halla en el presente; el pasado y el futuro son momentos sobre los cuales tenemos poca o ninguna influencia. No malgastemos nuestra vida en ellos, vivamos ahora, vivamos felices.
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