Nos es muy difícil imaginar el futuro. No sabemos hacerlo sin mirar al pasado. Muchos, la mayoría de nuestros bisabuelos, se habrían equivocado si se les hubiera pedido que sugirieran pautas de futuro. En primer lugar, habrían estado convencidos de que ya se había inventado todo; que el mundo del futuro ya lo tenían entre las manos. Al contemplar los aviones o los móviles de hoy, se quedarían petrificados por la sorpresa. ¡Cómo pudieron equivocarse tanto! Mi calle en el pueblo de mi infancia se llama “calle Que No Pasa”. ¿Por qué la llamaron así?
Estaba claro; no tenía salida; no tenía futuro; las últimas dos casas no estaban a cada lado de la calle como las otras, sino de frente tapando el futuro excavado en la montaña. Cuando hablo con los cosmólogos modernos, tienen varias maneras de expresarme que podemos repetirnos en otros universos; una de esas maneras consiste en imaginar una calle infinita, es decir, que no tiene fin, lo cual es perfectamente posible si pensamos en dos hileras paralelas de casas que no terminan nunca.
Si se han montado un número infinito de cines en esa calle, llegará un momento en que se habrán terminado las películas porque esas sí son finitas y no tendremos más remedio que repetirlas. La longitud de la calle puede perderse para siempre en el futuro, pero no así el número de películas. Podemos pues repetirnos en otros universos que son infinitos, aunque, siendo las cosas como son, no podremos vernos nunca ni escudriñar nuestra vida paralela en otro universo. ¿Por qué?
Señal de calle sin salida (imagen: usuario de Flickr).
Porque los cosmólogos están demostrando que el espacio-tiempo se extiende a una velocidad muy superior a la de la luz. La barraca mía, el cine donde proyectan la película repetida, va muy por delante de la luz, que no llega nunca a iluminármela. Si intentamos vislumbrar el futuro equivocándonos menos que nuestros abuelos, podríamos dar por descontado que existen varios universos y que, aunque no lo podamos ver nunca, andamos por ahí repetidos.
Tampoco es descabellado poner remedio a lo anterior si fuéramos capaces –que lo seremos un día– de arrugar el espacio para transitar a velocidades superiores a la luz. Si no puedo igualar la velocidad de la luz, sí puedo, en cambio traer el espacio-tiempo futuro –el que está un poco más allá– al momento presente. Siempre y cuando, claro está, disponga del volumen considerable de energía necesario para arrugar el espacio-tiempo.
¿Y por qué querremos desperdiciar tanta energía para vivir en universos infinitos y repetidos? Pues esa misma pregunta se la hice a uno de los cosmólogos más prestigiosos y reconocidos por la propia comunidad científica. Su respuesta me dejó intrigado: “Puede que el de los multiversos sea el contexto más eficiente para que podamos sobrevivir”,me contestó sin dudarlo un instante. Solo podemos vivir en las condiciones físicas que conocemos y, para lograrlas, es cierto que habría que probar muchas veces hasta que se dieran las leyes físicas exactas compatibles con nuestra supervivencia; ni un grado más ni uno menos. ¿Qué otras cosas son previsibles del futuro incierto que nos acecha?
Con toda seguridad, los avances en el conocimiento del cerebro nos permitirán adivinar lo que nuestro interlocutor está pensando. La supuesta destrucción de las murallas que confinan el pensamiento interior será mucho menos novedosa de lo que hoy imaginamos. La depresión, la tristeza y la soledad podrán, por fin, tratarse sin atiborrar al paciente con fármacos cuyos vericuetos y consecuencias se desconocen en gran parte. La medicina habrá dejado de ser una terapia para lidiar con enfermedades; se habrá transformado en la ciencia del bienestar, de la salud y de la belleza. Son cambios no solo previsibles, sino inevitables.
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