La
felicidad y el sufrimiento ocupan parte de las inquietudes centrales de
miles de personas por estos días y durante milenios. Para muchos la
felicidad duradera no existe, es el resultado de un largo proceso de
dolores y son efímeros los momentos de alegría. Para otros, la felicidad
se logra cuando se ha superado el sufrimiento con disciplina en el
comportamiento virtuoso, el control de la mente y las prácticas
sistemáticas de la armonía, gratitud, generosidad y bondad.
Siguiendo
la lógica de la ley de causa y efecto, y parafraseando a Gyatso, la
causa principal del sufrimiento son nuestras acciones perjudiciales y la
de la felicidad, nuestras acciones virtuosas. Es decir, la felicidad o
el sufrimiento derivan de nuestras acciones, que, como sabemos, derivan a
su vez de nuestras decisiones. Las emociones siguen el ritmo de la
mente, ya sea para lo positivo como para lo negativo. El conductor de
nuestra vida es la mente, las emociones son el motor, las motivaciones
el combustible y el sentido de vida es el que pone la dirección.
La
felicidad es una decisión mental, deriva de cómo observo, indago e
interpreto mi vida y el mundo, por lo que es resultado de mis creencias,
prejuicios e ideas. La amplitud o estrechez de la mente es la tijera
con la que recorto el pedazo de realidad que miro y en la que me
sumerjo, creyendo usualmente que es toda la realidad. La felicidad o el
sufrimiento no son hechos objetivos, sino que nacen de mi forma de
interpretar la vida, son juicios que me cuento para mi buen o mal vivir.
No dependen de las circunstancias.
Al
ser la felicidad un acto consciente y voluntario, la infelicidad
también lo es. La diferencia es que muchas personas infelices aún
permanecen más en la inconsciencia, en la queja y en la creencia que la
vida es objetivamente como les tocó, sin apropiarse del poder de su
mente y de la capacidad de comenzar a cambiar su realidad a partir de
sus decisiones conscientes.
Sintetizando
lo que he escrito en otras columnas, uno de los datos más sorprendentes
es el número de la felicidad: 2,9. Quienes llevan una vida con 2,9
actitudes positivas versus 1 actitud negativa, están en la zona del
florecimiento personal. Esta es la tasa de positividad/negatividad (P/N)
que descubrió Marcial Losada y que ha sido confirmada por decenas de
evidencias en las investigaciones de psicología positiva. También es
necesario una cuota de negatividad, que hace tener los pies en la tierra
y un nivel de tensión que nos permite generar un cambio y aprender a
ver la felicidad como un estado presente.
La
felicidad no está en el resultado final, está en el camino. Soy feliz
en el proceso presente de caminar por la vida, en cada paso, haciendo
actos buenos, mirando con ojos felices y construyendo con otros un mundo
mejor, en mi pequeño espacio de influencia, pero un mundo más sano, con
menos dolor y con más armonía y paz, desde adentro hacia fuera.
Lograr
ese estado de felicidad obviamente trae beneficios. En su libro “La
alta rentabilidad de la felicidad”, David Fischman sintetiza diferentes
estudios que concluyen que las personas felices viven 15 años más que el
resto, son más sanas, tienen mejores relaciones de pareja con hijos más
sanos y felices, logran mejores ingresos con un promedio de 40% más,
tienen un 30% de mayor tolerancia al dolor y generan atmósferas de
trabajo positivas que inducen equipos y empresas rentables.
Lyubomirsky
en su libro “La ciencia de la felicidad” derribó los mitos que
comúnmente escuchamos: que la felicidad hay que encontrarla, que se
logra al cambiar nuestras circunstancias y que la tienes o no la tienes.
Muy por el contrario lo que determina la felicidad es la voluntad
personal de ser feliz, ya que se construye a través de actividades
cotidianas, no de circunstancias como el ganarse un premio de la lotería
o tener belleza. La felicidad se construye.
Para
conseguir una felicidad duradera hay que introducir algunos cambios
permanentes que requieren esfuerzo y dedicación todos los días de tu
vida. Según Lyubomirsky, las actividades que la ciencia ha demostrado
que aumentan sustancialmente nuestro nivel de felicidad, y que coinciden
con lo que nuestro sentido común indica, son:
· Expresar gratitud.
· Cultivar el optimismo.
· Evitar pensar demasiado y evitar la comparación social.
· Practicar la amabilidad.
· Cuidar las relaciones sociales.
· Desarrollar estrategias para afrontar estrés, dificultades y traumas.
· Aprender a perdonar.
· Fluir más.
· Saborear las alegrías de la vida.
· Comprometerte con tus objetivos.
· Practicar la espiritualidad.
· Ocuparte de tu cuerpo mediante la meditación y la actividad física.
De
estas 12 actividades para aumentar mi felicidad debo elegir las 4 que
más me agraden y practicarlas todos los días. La felicidad es un músculo
que se entrena, por lo que sí es posible alcanzar felicidad duradera.
Para
facilitar la conexión con mi presente de felicidad, ese estado interno
que mora dentro mío y que está esperando ser activado, es necesario
también hacernos cargo de nuestros sufrimientos y de aquellas conductas
que nos traen energía negativa. Siguiendo a Barbara Fredrickson en su
libro “Vida positiva”, las técnicas científicamente probadas para
reducir la negatividad son:
· Darle batalla a los propios pensamientos negativos.
· Evitar juicios, críticas y condenas.
· Romper el hábito interno de rumiar.
· Llegar a ser más abierto de mente.
· Desenterrar las propias minas anti-personales de negatividad.
· Evitar la negatividad gratuita.
· Evaluar el consumo de medios y dejar de ver noticias o programas tóxicos.
· Encontrar sustitutos para los pelambres y el sarcasmo.
· Encargarse de la gente negativa, alejándome de ella.
· Resignificar mis interpretaciones y poner la atención en lo positivo, cuando esté en ambientes negativos.
La
mesa está servida, el mapa está claro y se sabe qué hacer para
permanecer en estado de felicidad. Una vez más, depende de la decisión
de cada uno. ¿Estoy dispuesto a tomar la decisión de ser feliz,
practicar todos los días las actividades de la felicidad y dejar de lado
mi negatividad?
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