Antes de que las neurociencias se pusieran de moda, Facundo Manes tenía un sueño: reunir en un solo lugar a expertos en el cerebro para poder estudiarlo. Así nació Ineco, hoy una referencia mundial.
- Facundo Manes, fundador de Ineco.
Por Cicco - Foto de Thomás Sánchez
El Instituto Di Tella allá por los años 60 habrá inspirado y catapultado a un sinfín de artistas alocados, tremendos y geniales. Lo que nadie imaginó es que también le daría el empujón a -de no creer- un neurocientífico. Pero así las cosas, en esta vida nada puede darse por sentado.
Cuando Facundo Manes, protagonista de esta historia, decidió tiempo atrás emprender "el Di Tella de las neurociencias cognitivas" -así lo llamaba-, el cerebro era un órgano misterioso del que solo se hablaba, para elogiarlo, en los programas de preguntas y respuestas al divino botón.
Graduado en Medicina por la UBA en 1992, Manes venía de estudiar con los popes del rubro en Estados Unidos y en Inglaterra. En la Universidad de Cambridge, donde obtuvo el doctorado en Ciencia, recorrió el Instituto Cavendish, uno de los centros de física más importantes del planeta. Lo que vio le impactó. A pesar de la fama, Manes encontró un edificio viejo y con cero onda. El profesor que lo acompañaba en la visita le explicó algo que recordaría toda su vida, principalmente cuando se le ocurrió esto del Di Tella de las neurociencias: "No importa si es un edificio descascarado; para revolucionar el conocimiento lo más importante es juntar mentes brillantes y darles un lugar".
Por aquel entonces, Manes trabajaba en el Fleni y decidió dar un paso al costado. Se había propuesto lanzar un instituto multidisciplinario con un dream team de psiquiatras, neurólogos, psicólogos, expertos en neuroimágenes, más un puñado de destacados biólogos, físicos y matemáticos. Todos trabajando codo a codo -sí, no importaba dónde, ni el estado de las paredes- para desentrañar esa caja negra a la que llamamos cerebro y ese operador al que llamamos mente.
En Argentina, aun cuando teníamos neurólogos, psiquiatras y científicos de primer nivel, no había nada ni nadie que se hubiera propuesto unirlos bajo un mismo techo y un mismo objetivo.
Manes, entusiasmado, le contó la idea a su hermano, Gastón, reconocido abogado. "¿Y qué necesitás para llevarla adelante?", le preguntó. El neurólogo de la familia le contó la historia del profesor y el viejo Instituto Cavendish que, por fuera, uno no daba dos centavos y que, por dentro, sus investigaciones estaban cambiando el rumbo de la física.
En 2005, apoyado por Gastón, Manes cumplió su sueño. Y el equipo de estrellas multidisciplinario a la caza del tesoro escondido de la mente tuvo edificio propio. Pero, claro, cuando se tropiezan con la vida, los sueños necesitan algo más que una gran idea. Con el Instituto de Neurología Cognitiva en marcha (Ineco), descubrieron que ser pionero tenía su precio: durante los primeros años, no tuvieron apoyo estatal. Tampoco había universidades que apostaran al proyecto. Y ni siquiera los filántropos entendían bien qué hacían allí adentro, ni qué clase de disciplina trataba la "neurociencia cognitiva humana", como para desembolsar sus millones. Pero tiempo al tiempo.
¿Cómo salieron del paso Manes y su equipo? Manes se autofinanciaba con su trabajo. O, para decirlo en criollo, transpiró el delantal. El sistema era arduo pero sencillo: la mitad de lo recaudado gracias al trabajo y los pacientes que llegaban a su consultorio lo destinaba a pagar los honorarios de los profesionales del instituto. Con la otra mitad, cubría gastos del edificio, de funcionamiento y de investigación.
Manes seguía con la idea fija: transformar Argentina en referente mundial de las neurociencias cognitivas humanas y de la neurología cognitiva.
A Dios gracias, pronto Ineco empezó a dar sus frutos. El dream team de Manes tuvo aciertos científicos que atrajeron la mirada del mundo: lograron ubicar las áreas prefrontales que se activan cuando el ser humano toma una decisión. Un hito en las neurociencias. Luego, junto al doctor Calder de Cambridge, identificaron los mecanismos que se disparan con las agresiones. Con colegas de Australia y Edimburgo pusieron nombre a un nuevo síndrome: la Amnesia Epiléptica Transitoria. Puertas adentro del Ineco, se avanzó en investigaciones clave en materia de pacientes con deterioro severo de conciencia y en personas con hiperactividad y déficit de atención. En colaboración con el colega Torralva, pudieron prevenir la demencia frontotemporal y otras degeneraciones que, al día de hoy, causan estragos. Manes y equipo estudiaron y localizaron cómo actúa la mente sobre el corazón, cómo procesamos caras y gestos, y hasta se dieron el lujo de investigar cómo los mozos porteños retienen la información utilizando un proceso mental único -lo llamaron, en honor al café-: el efecto Tortoni.
Con el tiempo, Ineco se hizo conocido fronteras afuera. Para algunos, el suceso era impensado: ¿un instituto científico que se financiara con su propio trabajo? De locos. Si un estudio publicado por universidades extranjeras en países europeos o en Estados Unidos, promedio, requería un presupuesto, por lo bajo, de 100.000 dólares -y puede llegar a más de dos millones-, autofinanciarse, en esos parámetros, era una quijotada.
Una vez llamaron a Ineco desde la mismísima Comisión Europea. Les preguntaban cómo era posible que un investigador de su instituto que figuraba como Sociedad de Responsabilidad Limitada, en medio del fin del mundo y sin apoyo de ninguna clase, acabara de ganar la prestigiosa beca Marie Curie. El laureado en cuestión, Tristán Bekinschtein, hoy se catapultó a profesor en la Universidad de Cambridge. Y hasta otro argentino que triunfaba en la Universidad de Heidelberg, llamado Agustín Ibáñez, los telefoneó para decirles que estaría encantado de volver al país, siempre y cuando pudiera trabajar en Ineco. Así fue, lengua más lengua menos, el boca en boca. O, en términos científicos, de paper en paper. Y, tras mucho delantal transpirado, Manes logró en una década convertir Ineco en líder internacional del estudio de las bases cerebrales de la cognición. No es poca cosa.
El staff creció tanto que la modalidad de autofinanciamiento, todo para uno, uno para todos, quedó atrás. Iniciaron así una Fundación. Con la neurociencia ya instalada en los medios locales y mundiales, y Manes transformado en gurú y referente indiscutido, empezó a llegar el apoyo financiero. Primero filántropos, antes acobardados, y luego empresas. Y ahora, el apoyo de la Agencia Nacional de Promoción Científica y del Conicet.
Además, con la Fundación Favaloro, generaron un polo de investigación en neurociencias -el objetivo añorado por René Favaloro era unir las dos disciplinas-, y hoy Manes dirige allí el instituto especializado y es rector de su universidad.
Hoy en día, hay Ineco en Rosario, en Chile y proyectan uno en Colombia. Crearon un puñado de centros de rehabilitación neurológica en Capital y Buenos Aires. Antes carreras rezagadas y desiertas, ahora, gracias al impulso de Manes, miles de jóvenes descubren que quieren estudiar neurociencia o neurología.
En los últimos diez años, Ineco apoyó más de 250 investigaciones científicas. Y el staff presentó trabajos en más de quinientas conferencias, dieron 350 seminarios, workshops, y demás, y pasaron por sus laboratorios cincuenta becarios nacionales e internacionales. Y, para consolidar la neurociencia como disciplina que nos involucra a todos, organizaron más de setecientos ateneos profesionales interdisciplinarios, dieron quinientas charlas a la comunidad, cincuenta campañas de concientización y 350 talleres a familiares.
Ahora, hay neuro hasta en la sopa. Ya se habla de neuroliderazgo y hasta de neuromanagement. Y existen softwares de estimulación cerebral. Para Manes, todo esto más que un honor a él que abrió el camino, le parece un espanto. Una apropiación de una disciplina seria que a él tanto esfuerzo le costó instalar tomada para la chacota del vale todo comercial. "El prestigio de la ciencia se utiliza como mero marketing", alerta Manes a colegas. "Nuestro rol como científicos será en el futuro alertar a la sociedad de esto".
Manes ya está para el bronce: además de investigador del Conicet y del Australian Research Council, es profesor emérito aquí y afuera, best seller editorial, publicó más de 180 trabajos científicos y dio conferencias en las dos Mecas de la academia médica del mundo: la Royal Society of Medicine (de Londres) y la Academia de Ciencia de Nueva York.
Y así las neurociencias tuvieron su Di Tella. De delantal. De laboratorio. Y con la mente bien puesta.
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