En un principio, en los albores de la cultura humana, la ciencia, el arte y la religión eran parte de una misma disciplina holística que, sin fronteras, agrupaba el conocimiento de la naturaleza. Quizás en un futuro no tan distante regresemos a esta fuente, jugando a ser dioses en el jardín interior de nuestras células.
Con el descubrimiento del genoma humano y el nacimiento de los lenguajes de programación informática surge también la realización de que vivimos en un mundo compuesto, en su raíz más profunda, de información. “It from bit“, dijo el físico John Wheeler, en referencia a cómo nuestra ontología está dada por la información, es nuestro código lo que nos hace quienes somos: el software se materializa. Asimismo, se desarrolla la conciencia de que la naturaleza, toda la materia, es programable —si podemos acceder a esos bitselementales que in-forman nuestra existencia, entonces tal vez también podemos modificarlos, rediseñando nuestra biología.
Aunque de entrada decir que el genoma humano es un libro y que está compuesto de letras parece ser solamente una metáfora para hacer inteligible lo arcano de la ciencia, los biólogos más vanguardistas entienden que es posible reescribir nuestra genética de la misma manera que se edita una obra literaria.
Uno de estos biólogos que empieza a borrar la frontera entre el software y el ADN es Craig Venter, parte del equipo que mapeó la secuencia del genoma humano y recientemente famoso por crear la primera célula sintética (“la primera especie autorreplicante que hemos tenido en el planeta cuyo padre es una computadora”). Este polémico biólogo, de manera un tanto lúdica, codificó el año pasado una cita textual de James Joyce en el ADN de una bacteria: “To live, to err, to fall, to triumph, to recreate life out of life” (“Vivir, fallar, caer, triunfar, recrear vida de la vida”), escribió Venter en un microorganismo.
Pero esto es solo una anécdota representativa de lo que podría aguardar el futuro. Venter, que en este caso solo copió la obra de James Joyce sobre una forma de vida, quiere también usar “la obra de Dios” (o del universo) para reescribir líneas que literalmente se vuelvan inmortales. “Vida que no es fraguada por la evolución darwiniana, sino creada por la inteligencia humana”.
El científico piensa utilizar la biología sintética para crear nuevas formas de vida y alterar algunas de las existentes (por ejemplo, crear algas sintéticas que sean capaces reemplazar el petróleo). Inevitablemente, en un futuro, surgirá la disyuntiva sobre si debemos alterar nuestro propio ADN no solo para acabar con enfermedades congénitas, sino también para aumentar nuestras facultades cognitivas y posiblemente detener los procesos de envejecimiento —regenerar nuestras células, acaso como ya lo hacen algunas lombrices y algunas medusas. Cuando lleguemos a este punto crítico de aceleración tecnológica sería prudente invocar la participación del temperamento artístico para equilibrar la balanza y enriquecer el espectro de posibilidades de diseño biológico —que será también diseño de mundos y realidades— con su particular sensibilidad al lenguaje y a sus giros.
El físico Freeman Dyson considera que  ”una nueva generación de artistas, escribiendo genomas con la misma fluidez que Blake y Byron escribieron versos, podría crear una abundancia de nuevas flores y frutos, y árboles y aves para enriquecer la ecología de nuestro planeta”.
El sueño del artista de crear con la palabra o con el pensamiento y de materializar el espíritu podría realizarse al menos parcialmente a través de la interacción de la tecnología de impresoras en 3D, la biología sintética, la nanotecnología y la neurociencia.  Cual demiurgos, los artistas del futuro podrían imprimir un jardín que primero imaginaron o incluso una escena, con múltiples participantes, que vislumbraron en sus sueños.
El tiempo dirá si de este coqueteo post-biológico con la divinidad nacerán las tecnoutopías ensoñadas por futuristas como Ray Kurzweil o los yermos imaginados por geniales pesimistas como Philip K. Dick.
¿Aguarda el Edén dentro del gen?
Twitter del autor: @alepholo