Jofie, se llamaba su perra chowchow, que ha pasado a la historia del psicoanálisis como coterapeuta.
El
inventor del psicoanálisis descubrió a los 72 años las virtudes terapéuticas de los animales. El profesor recelaba de los pacientes que le caían mal a su perra 'Jofie'.
Cuando adoptó a su primera perra, Lün, hermana y predecesora de Jofie, ya tenía 72 años y estaba muy enfermo. Siempre había hecho gala de ser poco amigo de los animales. Y sin embargo fue él quien introdujo clandestinamente el primer perro en el círculo familiar: en el verano de 1925 le regaló a su hija Anna el pastor alemán Wolf, para que la protegiera durante los largos paseos que acostumbraba a dar a solas.
Los biógrafos suponen que lo hizo para molestar a su esposa Martha, que no soportaba a los perros. Pero también puede ser que ya desde tiempo atrás le apeteciera secretamente tener uno. El caso es que Anna y su amiga íntima Dorothy Burlingham dieron en el clavo cuando, a su vez, decidieron también regalarle perros a él: primero Lün, a la que siguió Jofie y luego LünYu. Hasta su muerte, Freud tuvo siempre a su lado un chow-chow.
Según se cuenta, era tal la perspicacia de Jofie que sabía siempre con exactitud cuándo Freud se disponía a dar por acabada una sesión, y un momento antes se levantaba como para acompañar al paciente a la puerta. Además siempre echaba una mano a su amo con la terapia. Si por ejemplo, después de olisquear a un paciente, se apartaba de él y se escondía gruñendo debajo del escritorio de su amo, Freud daba por hecha la primera parte del diagnóstico. "La gente que le cae mal a Jofie, es porque no es trigo limpio", decía siempre el profesor, según recuerda Paula, su ama de llaves.
Y por todo ello su amo la amaba con todo el corazón. En 1930 le escribe a su discípula y amiga Lou Andreas-Salome, también gran amante de los perros: "Es una criatura fascinante, interesantísima, incluso en lo que tiene de femenino; un ser indómito, instintivo, cariñoso, inteligente y no tan dependiente como pueden serlo otros perros. Siente uno un gran respeto ante esas almas animales".
En enero de 1937, cuando muere Jofie - no se sabe si por un fallo cardiaco tras una operación o porque fue sacrificada debido a un cáncer-, Freud experimenta un duelo sincero. Le escribe a Arnold Zweig: "Siete años de intimidad dejan una huella indeleble". Poco después de la muerte de Jofie le regalan otro chow-chow, Lün Yu o Lün número dos.
Cuando adoptó a su primera perra, Lün, hermana y predecesora de Jofie, ya tenía 72 años y estaba muy enfermo. Siempre había hecho gala de ser poco amigo de los animales. Y sin embargo fue él quien introdujo clandestinamente el primer perro en el círculo familiar: en el verano de 1925 le regaló a su hija Anna el pastor alemán Wolf, para que la protegiera durante los largos paseos que acostumbraba a dar a solas.
Los biógrafos suponen que lo hizo para molestar a su esposa Martha, que no soportaba a los perros. Pero también puede ser que ya desde tiempo atrás le apeteciera secretamente tener uno. El caso es que Anna y su amiga íntima Dorothy Burlingham dieron en el clavo cuando, a su vez, decidieron también regalarle perros a él: primero Lün, a la que siguió Jofie y luego LünYu. Hasta su muerte, Freud tuvo siempre a su lado un chow-chow.
Según se cuenta, era tal la perspicacia de Jofie que sabía siempre con exactitud cuándo Freud se disponía a dar por acabada una sesión, y un momento antes se levantaba como para acompañar al paciente a la puerta. Además siempre echaba una mano a su amo con la terapia. Si por ejemplo, después de olisquear a un paciente, se apartaba de él y se escondía gruñendo debajo del escritorio de su amo, Freud daba por hecha la primera parte del diagnóstico. "La gente que le cae mal a Jofie, es porque no es trigo limpio", decía siempre el profesor, según recuerda Paula, su ama de llaves.
Y por todo ello su amo la amaba con todo el corazón. En 1930 le escribe a su discípula y amiga Lou Andreas-Salome, también gran amante de los perros: "Es una criatura fascinante, interesantísima, incluso en lo que tiene de femenino; un ser indómito, instintivo, cariñoso, inteligente y no tan dependiente como pueden serlo otros perros. Siente uno un gran respeto ante esas almas animales".
En enero de 1937, cuando muere Jofie - no se sabe si por un fallo cardiaco tras una operación o porque fue sacrificada debido a un cáncer-, Freud experimenta un duelo sincero. Le escribe a Arnold Zweig: "Siete años de intimidad dejan una huella indeleble". Poco después de la muerte de Jofie le regalan otro chow-chow, Lün Yu o Lün número dos.
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