jueves, 30 de junio de 2016

“Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender”. Charles Dickens

Los genios que buscaban la creatividad caminando

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Deambular es una técnica creativa utilizada a menudo por escritores y pensadores

Adelgazar es una deriva innoble de caminar. Durante siglos, muchos filósofos y artistas han recorrido cientos de kilómetros a pie. Pero ni querían estar flacos ni llegar a ningún sitio. Tenían otra ambición: al perderse entre las calles se perdían entre sus pensamientos.

La flotación

El flâneur salió a caminar por las calles de París en el siglo XIX para descubrir la literatura que irradiaba del empedrado. Hacía más de trescientos años que usaban esa palabra en Francia para hablar de los hombres que deambulaban por las calles, sin rumbo y con pinta de estar perdiendo el tiempo. Vagar siempre fue sospechoso. Pero Honoré de Balzac, Charles Baudelaire y otros poetas dignificaron el término. El flâneur se convirtió en un explorador urbano, un observador apasionado, sumido en la contemplación.
El paseo podía llevar, incluso, a un estado mental cercano a la meditación. «La caminata irregular no es tan conveniente para el cuerpo y distrae e irrita la mente», aseguró Robert Louis Stevenson (1850-1894). «Apenas se ha establecido un paso uniforme, no se necesita ningún pensamiento consciente para sostenerlo, lo cual a la vez nos imposibilita pensar seriamente en cualquier otra cosa. (…) Podemos pensar en esto o aquello, pero en forma ligera y risueña, a la manera de los niños, o a la manera de nuestros propios pensamientos cuando cabeceamos por las mañanas».
Decían que andar despertaba los placeres puramente animales. El autor de La isla del tesoro pensaba que no hay nada como el movimiento para levantar el ánimo. Hablaba de «la delicia de cada inhalación, de cada uno de los músculos de los muslos al tensarse» y también, como un eslabón inseparable de esta cadena, del placer del descanso. «Alcanzas un mojón en lo alto de una colina (…), te quitas la mochila y te sientas a fumar una pipa a la sombra. Te hundes en ti mismo y los pájaros se acercan y te miran. El humo se disipa en la bóveda azul del cielo de la tarde, mientras el sol cae, cálido, sobre tus pies, y el aire fresco te acaricia el cuello y agita tu camisa abierta. Si no eres feliz entonces, es porque tienes la conciencia sucia».
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Robert Louis Stevenson

La velocidad

Hace cientos de años se inventó la prisa. Y, al momento, surgieron las quejas. Era el principio de la Revolución industrial. Las locomotoras de vapor podían alcanzar hasta 30 kilómetros por hora y los empleados de las fábricas debían llegar puntuales a sus puestos de trabajo. Fue entonces cuando se hizo imposible vivir sin despertador.
«Puedes recordar cómo Burns, al enumerar los placeres de otro tiempo, se detiene en las horas dedicadas a pensar felizmente. Es una frase que dejará perplejo al pobre hombre moderno, rodeado por cada flanco de relojes y campanas, y acostado, incluso de noche, por las carátulas llameantes de los relojes», lamentaba Robert Louis Stevenson. «Porque estamos todos tan ocupados y tenemos tantos proyectos que realizar a largo plazo, y tantos castillos en el aire que convertir en sólidas mansiones habitables sobre tierra firme, que no nos concedemos tiempo para viajes de placer al País del Pensamiento y entre las Colinas de la Futilidad».
«Y qué mundo distinto se abre también para nosotros, una vez que descubrimos que somos capaces de pasar horas enteras sin fastidio, consagrados a pensar felizmente», continuaba el autor en Excursiones a pie, uno de los ensayos que recoge el libro El arte del paseo inglés, de Tumbona Ediciones. «Tenemos tanta prisa por hacer, por escribir y recopilar materiales, por conseguir que nuestra voz se escuche al menos un instante en el sarcástico silencio de la eternidad, que nos olvidamos de una única cosa, de la que esas otras cosas sólo forman parte: nos olvidamos de vivir».
Los flâneur que en el XIX hicieron del paseo una herramienta de su literatura se rebelaron ante la velocidad y ante la idea de que pararse a contemplar la vida era una pérdida de tiempo. «Si la tarde es agradable y templada, no hay nada mejor en la vida que apoltronarse a la puerta de la posada durante la puesta del sol o apoyarse en el barandal del puente a contemplar la maleza y los peces veloces», reclamaba Robert Louis Stevenson. «Puedes entablar conversación con cualquiera, sabio o necio, sobrio o borracho. Parece como si el calor de la caminata te hubiera purgado».

El opio

Thomas de Quincey (1785-1859) inauguró el ‘texto drogado’. Escribía embriagado por el opio y un día decidió descubrir algo más. Echó a andar bajo los efectos de este alucinógeno por las calles de Londres. El ensayista «sentó las bases de la caminata intoxicada como una forma de desorientación voluntaria y de callejeo sin propósito», relata Luigi Amaraen El arte del paseo inglés. «Los surrealistas, los miembros errantes de la Internacional Situacionista y desde luego Charles Baudelaire y Walter Benjamin volvían una y otra vez a sus páginas como si se tratara de la estrella polar en sus investigaciones sobre el flâneur, la deriva y la psicogeografía».
El autor del provocador Del asesinato como una de las bellas artes y el tratado sobre la velocidad El coche correo inglés esperaba al sábado por la noche para salir a deambular. «Quedo libre del yugo del trabajo, recibo mi salario y disfruto del lujo del reposo. Así, en pos de contemplar, (…) me había aficionado, tras tomar una dosis de opio, a caminar al azar, sin preocuparme mucho por el rumbo o la distancia, a través de todos los mercados y los demás sitios de Londres que los pobres frecuentaban los sábados por la noche para gastarse su sueldo».
«Algunos de estos paseos me hicieron recorrer grandes distancias, pues a menudo los deleites del opio hacen que el consumidor se olvide del paso del tiempo» escribió en Confesiones de un consumidor de opio. «Y a veces en mi resolución de dirigirme a casa, según criterios náuticos, (…) en lugar de circunnavegar los cabos y promontorios que había doblado en el viaje de ida, me he descubierto de pronto en tal maraña de callejones, en tales entradas misteriosas y en tales calles sin salida que, a la manera de los enigmas de la esfinge, estoy seguro de que dejarían boquiabiertos a los mensajeros más audaces y confundirían el intelecto de los cocheros. Incluso llegué a veces a sospechar que yo era el primero en descubrir alguna de aquellas terrae incognitae, y a dudar de que estuvieran consignadas en los modernos mapas de Londres».
Era el opio lo que conducía al crítico y analista económico a los teatros y los mercados. De Quincey quería mostrar en su ensayo que esta droga no provoca inactividad o torpor. Aunque aconsejaba huir de multitudes y músicas. «Procura en forma espontánea la soledad y el silencio como condiciones indispensables para sus trances».
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La soledad

«No veo la gracia de caminar y hablar al mismo tiempo. Cuando estoy en el campo, me gusta vegetar como el campo», pensaba el crítico literarioWilliam Hazlitt (1778-1830). Robert Louis Stevenson estaba de acuerdo:«Para gozar debidamente de una excursión a pie hay que realizarla a solas. (…) No ha de haber un parloteo sobre tu hombro, capaz de arruinar el silencio meditabundo de la mañana. Mientras un hombre esté razonando, no podrá entregarse a la suave embriaguez de desplazarse al aire libre, que comienza como una especie de deslumbramiento y lentitud del cerebro, y termina en una paz más allá de toda comprensión».
El escritor escocés que creó al Dr. Jekyll y Mr. Hyde decía que la «gente sedentaria, habituada (…) al comportamiento extrañamente mecánico del vagabundo común, no puede explicarse en modo alguno la alegría de estos viandantes». En su ensayo Walking tours, publicado en 1876, relató queconoció a un hombre al que arrestaron por el delito de ir brincando.Pensaban que era un lunático porque echó a correr y saltar como si fuera un niño a pesar de tener ya una larga barba roja.
El paseo a solas no sólo liberaba del peso de prestar atención a otro. Si además transcurría por parajes solitarios, redimía de la mirada puritana de la sociedad. «Se quedarían asombrados si les contara de todas las cabezas doctas y solemnes que me han confesado que alguna vez, en una excursión, se han puesto a cantar (y de feo modo) y cómo se les pusieron rojas las orejas cuando han tropezado con un aldeano escandalizado a la vuelta de la esquina» 

La borrachera

A principios del XX nació en Toledo otra versión de ese vagabundeo que intenta llevar los sentidos por otros caminos. La noche del 18 de marzo de 1923, un joven de 23 años deambulaba solo y ebrio por las calles de esta ciudad. «Me paseo por el claustro gótico de la catedral, completamente borracho, cuando, de pronto, oigo cantar a miles de pájaros y algo me dice que debo entrar inmediatamente en los Carmelitas, no para hacerme fraile, sino para robar la caja del convento», recuerda Luis Buñuel en su autobiografía Mi último suspiro. «Me voy al convento, el portero me abre la puerta y viene un fraile. Le hablo de mi súbito y ferviente deseo de hacerme carmelita. Él, que sin duda ha notado el olor a vino, me acompaña a la puerta».
Al día siguiente, el director de cine (1900-1983), que poco antes había llegado a Madrid para estudiar ingeniería agrícola, decidió fundar la Orden de Toledo. «La regla era muy simple: cada uno debía aportar diez pesetas a la caja común, es decir, pagarme diez pesetas por alojamiento y comida. Luego había que ir a Toledo con la mayor frecuencia posible y ponerse en disposición de vivir las más inolvidables experiencias».
Los miembros de la Orden de Toledo se hospedaban en la Posada de la Sangre, el lugar donde Cervantes situó La ilustre fregona. «La posada apenas había cambiado desde aquellos tiempos: burros en el corral, carreteros, sábanas sucias y estudiantes», escribió Buñuel. «Por supuesto, nada de agua corriente, lo cual no tenía más que una importancia relativa, ya que los miembros de la orden tenían prohibido lavarse durante su permanencia en la ciudad santa».
Casi siempre comían en tascas, como la Venta de Aires, en las afueras de la ciudad. Pedían tortilla a caballo (con carnes de cerdo), una perdiz y vino blanco de Yepes. Después volvían caminando a la ciudad con la intención de «perdernos en el laberinto de sus calles, acechando la aventura», relató. «A menudo, en este estado rayano en el delirio, fomentado por el alcohol, besábamos el suelo, subíamos al campanario de la catedral, íbamos a despertar a la hija de un coronel cuya dirección conocíamos, y escuchábamos en plena noche los cantos de las monjas y los frailes a través de los muros del convento de Santo Domingo. Nos paseábamos por las calles, leyendo en alta voz poesías que resonaban en las paredes de la antigua capital de España, ciudad ibérica, romana, visigótica, judía y cristiana»

El escarabajo

Un día de 2015 el escritor Ander Izagirre echó a andar. Partía de Bolonia y llegaría hasta Florencia. Aunque lo importante era cruzar los Apeninos. Después escribió un libro, Cansasuelos, donde había un hombre volador, doscientos mil bárbaros traicionados por un cuñado, un hostalero que devora a sus huéspedes y una historia de amor. Todo surgió de aquellos seis días en ruta. «Si camino durante horas por el bosque o por la montaña, sin preocupaciones, sin estímulos que reclamen mi atención, el cerebro empieza a flotar y comienza a enlazar ideas, tonterías, ocurrencias. Me permite pensar en asuntos que durante las urgencias cotidianas no tienen ocasión de aflorar», indica el periodista.
«Empiezo a fijarme en mil cosas pequeñas y tengo el cerebro desocupado, libre para hacer conexiones. Así que de pronto veo a un escarabajo que amasa una bolita de mierda, me parece una escena asombrosa y me hace reflexionar sobre la eficacia de los animales, sobre la manera ideal de desplazarse, sobre los viajes, sobre el turismo, voy enlazando temas sin darme cuenta, y acabo observándome como a otro bicho que hace lo mismo —o justo lo contrario— que el escarabajo. Y me planteo qué narices hago yo, si viajar es interesante o absurdo, me planteo temas —y se me ocurren ideas— gracias al tiempo que he tenido para ver al escarabajo y pensarlo durante los siguientes kilómetros de caminata», continúa.
«Diría que, caminando, la percepción del mundo y de uno mismo se amplía mucho. Y te ayuda a descubrir temas fantásticos sobre los que escribir: en el libro Cansasuelos, por ejemplo, que es un relato de un viaje de seis días a pie por los Apeninos, los escarabajos que amasan bolitas de mierda me dan tanto juego como los artistas del Renacimiento. Esa es la gran libertad del escritor y del caminante: darles la misma importancia a los escarabajos y a Brunelleschi».
 
Socia fundadora de Yorokobu y subdirectora de Ling. Junto a Mario Tascón escribió el libro Twittergrafía. El arte de la nueva escritura y es coautora de la guía para los nuevos medios y las redes sociales Escribir en Internet, de Fundéu, y del libro Comunicación Slow. Todo lo que ahí cuenta está basado en hechos reales. Pero, a veces, es mejor la fantasía. Entonces cae algún #instarrelato ∞

"Cualquier momento es bueno para comenzar y ninguno es tan terrible para claudicar". Pablo Neruda.


"La responsabilidad nos hace hacer las cosas bien, pero el amor nos hace hacerlas bellamente". Zig Ziglar.

Con las 3Fs de las ‪#‎DecisionesProyectivas‬ ficción + focalización + fe. ¡Conseguirás tus objetivos!

https://martaromo.wordpress.com/2013/05/09/decisiones-proyectivas-aprende-a-lanzar-el-pase/ 
MARTA ROMO/NEUROCIENCIA

Decisiones proyectivas: aprende a lanzar el pase

pase
Sabemos que ante una situación amenazante o peligrosa, nuestro sistema nervioso tiene un mecanismo adaptativo que nos prepara para enfrentarnos a ella, es la famosa “reacción de lucha o huída”. Esta respuesta común con los animales se desencadena independientemente de nuestra voluntad, es decir, de forma autónoma. Aunque la capacidad de preparar al organismo para afrontar el peligro no es exclusiva del hombre sí lo es la planificación de la misma, es decir, pensar sobre la situación, y esto es lo que dispara este mecanismo con antelación. El pensamiento es el gatillo que anticipa la reacción.
Lo curioso es que este tipo de respuestas autónomas o independientes de nuestra consciencia, también aparece cuando tomamos una decisión, sin necesidad de enfrentarnos a un peligro. En realidad, a la hora de decidir algo, nuestro cerebro lo ha hecho entre 200 y 300 milisegundos antes de que nosotros seamos conscientes. De alguna manera, el cerebro toma las decisiones teniendo en cuenta toda nuestra historia y es después cuando aparece la conciencia de la decisión.
Ante esta “aparente inconsciencia” podríamos plantearnos la idea de que no somos dueños de nuestras decisiones, nuestros actos o reacciones. Sin embargo, detrás de esta inconsciencia, se esconde una gran sabiduría. Todas nuestras experiencias, preferencias, gustos, opiniones y demás, están orientando esta inconsciencia. Aunque no las recordemos o no las tengamos presentes, están porque las hemos vivido. Muchas veces nos repetimos que hay que vivir el presente y a simple vista parece coherente  y recomendable, sin embargo está en nuestra memoria celular la experiencia pasada y está en nuestra naturaleza humana proyectarnos en el futuro. De hecho, nuestra propia evolución como seres humanos, ha privilegiado al lóbulo frontal favoreciendo el desarrollo del área prefrontal, para otorgarle mayor importancia a las funciones ejecutivas como la planificación, que nos identifica como seres humanos. Por lo tanto, podemos afirmar que pasado y futuro se hacen presentes, nunca mejor dicho, en cada “aquí“ y  en cada “ahora”. Son inseparables de lo que vivimos en cada momento y alimentan nuestra inteligencia intuitiva.
La idea de futuro o el poder visualizarlo sucede gracias a la plasticidad neuronal al igual que la fantasía o el sueño. Aquí pueden surgir verdaderos conflictos, ya que se pueden desencadenar físicamente reacciones de alarma frente a una realidad que solo existe en nuestra mente. La buena noticia es el potencial enorme que tenemos de trabajar con la proyección: la mente como emergente de la actividad cerebral construye una situación y el cuerpo se prepara para vivir lo que la mente creó. Esta afirmación no solo es válida ante el peligro sino también ante metas y objetivos, y constituye una enorme ventaja para nosotros, desde un punto de vista adaptativo.
Así, podemos tomar decisiones de futuro, decisiones proyectivas, sin tener toda la información o todas las certezas. Poniendo nuestra atención en lo que ya sabemos –pasado– y en lo que nos gustaría que sucediera –futuro. Es como aplicar la misma inteligencia que utilizan los jugadores de futbol cuando tiran un pase: lo lanzan hacia algún lugar en el que todavía no hay nadie y confían en que otro compañero llegará exactamente a ese punto para recibir la pelota. Realmente, tiran el pase sin saber a ciencia cierta lo que va a suceder… no lo miden, no lo calculan, no saben los movimientos de sus compañeros y, sin embargo, lo lanzan. Y lo hacen aparentemente sin pensar, muy rápido e incluso ante circunstancias estresantes como las que pueden vivir en una final importante. Para comprender mejor cómo funcionan las decisiones proyectivas y para poder entrenarnos en ellas necesitamos las 3Fs:  ficción + focalización y fe.
  • Ficción: necesitamos proyectarnos hacia lo que va a suceder o mejor dicho, hacia lo que queremos que suceda. Imaginarlo, inventarlo, cuando todavía no es realidad. Dando por hecho el resultado positivo. La mente no distingue entre realidad y ficción y se lo cree todo dándolo por válido, como si fuera real. Sabemos que así el cuerpo se activa, y que ante esta planificación se pone en la mejor disposición para la acción.
  • Focalización: trabajar con la densidad atencional. Poner foco en lo que depende de nosotros, es la conciencia de nuestro cuerpo, de la ejecución o la acción. En el caso de los futbolistas, el entrenamiento pasa por cómo colocar su cuerpo ante el balón, es curioso comprobar como cuando lanzan un pase o lanzan a portería, no miran al objetivo sino que miran su pié en contacto con el balón.
  • Fe: imprescindible. Las dudas nos debilitan en todos los sentidos… nos hacen perder concentración, sentir miedo, titubear, cometer errores. Para que todo funcione, necesitamos confianza en uno mismo y también en los demás. Como el futbolista que lanza el balón hacia un lugar en el que todavía no hay nadie. Lanzarnos a por ello, creernos que funciona y que somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos, confiando en todo lo que ya sabemos y en lo que queremos conseguir.
Marta Romo, socia directora de Be-Up

“Todos los grandes hechos y todos los grandes pensamientos tienen un comienzo ridículo”. Albert Einstein

“Quien controla una conversación no es quien más habla, sino quien mejor escucha”. Darcy Ribeiro

https://martaromo.wordpress.com/2009/11/03/la-escucha-estrategica/ 
MARTA ROMO

La escucha estratégica

orejaEstamos en el siglo del ruido, el jaleo, el movimiento, el cambio continuo, en el que el saber escuchar de verdad, es un bien muy preciado. En el mundo empresarial, me atrevería a decir que la escucha es, sin duda, una herramienta estratégica. Tanto a nivel individual, como a nivel organizativo. Los directivos que escuchan a sus equipos, tienen las claves del liderazgo, tienen información de primera mano sobre el pulso de la organización. Lo mismo sucede con las compañías que, de verdad, escuchan a sus clientes.
“Quien controla una conversación no es quien más habla, sino quien mejor escucha”. Darcy Ribeiro
En el entorno empresarial, podemos decir que, sobre todo a nivel directivo, se da mucha importancia a la comunicación, pero no a todo el proceso comunicativo, sino que se centran en el desarrollo de habilidades para ser un buen orador. Debe ser, que proporciona más autoridad o notoriedad el saber hablar en público… pero el coste de no llegar al auditorio o expresar cosas muy elocuentes pero poco interesantes para el que las escucha, es muy alto. Una vez más, la escucha es estratégica.
A nivel personal, la escucha también es estratégica. Cuando dos o más personas interactuan y se comunican podemos observar distintos tipos de escucha en función de dónde está la atención de cada uno.
  • Por ejemplo, la más superficial es la escucha cosmética: aquella que ponemos en marcha cuando lo que dice nuestro interlocutor no nos interesa y nos limitamos a contestar con un “si, si… que razón tienes” ó “qué tiempo tan bueno hace”, vaya, la típica conversación de ascensor. La atención está puesta fuera de la conversación.
  • Otro tipo de escucha es la protagonista o egocéntrica: aquella en la que el que escucha relaciona todo lo que el otro le dice consigo mismo; “si, eso me pasó a mi también”  ó “mi hermano también pasó por lo mismo”. La atención en este caso está puesta en uno mismo.
  • La escucha prejuiciosa sucede cuando la persona que escucha no para de pensar sobre la persona que habla juzgándola; en su cabeza emite juicios del tipo “si es que no tiene ni idea”, “qué pesado, a ver si se calla ya”. La atención en este tipo de escucha está puesta en uno mismo.
  • La escucha activa, es la que no emite juicio, no refuta, reformula y tiene en cuenta al otro. En este tipo de escucha es importante dar señales al interlocutor de que se está escuchando; “entiendo que lo que quieres decir es que…” en esta escucha también se dan muestras no verbales de comprensión y se producen asentimientos frecuentes. La atención está puesta en el otro.
  • La escucha estratégica, es el nivel más profundo de escucha. Sucede cuando tenemos en cuenta lo que nos dice el interlocutor y además lo que nos sucede a nosotros cuando estamos escuchando. Algo así como, qué me está pasando con esto que estoy recibiendo. La cosa no queda ahí, sino que esa información tan valiosa sobre lo que el otro produce en mi, es recogida e interpretada. En este tipo de escucha la atención está puesta en el otro y en uno mismo. En definitiva es una resonancia empáticacon la experiencia de la persona que tenemos frente a nosotros, teniendo en cuenta la congruencia interna con nosotros mismos. Este tipo de escucha fomenta la implicación absoluta con el momento presente de la conversación.
Nuestra cultura no fomenta la escucha estratégica, sino que fomenta el ruido. Para saber escuchar es necesario callarse primero, empaparse de silencio, reflexionar y muy importante, que el otro, el que habla, se sienta acogido y escuchado. Saber escuchar es saborear el mensaje que el otro te está transmitiendo y disfrutarlo.
Se necesita coraje para pararse y hablar. Pero mucho más para sentarse y escuchar” Wiston Churchill
Desde mi punto de vista, la escucha es el paso previo o la base, para la empatía, pero la diferencia entre ambas, es mínima. La escucha es una habilidad (ser capaz de) por tanto una aptitud y la empatía una actitud. Podemos utilizar la escucha y la empatía como herramientas que nos permiten conectar con los demás. Las relaciones humanas se tornan simpáticas o antipáticas y en muchas ocasiones esto depende del nivel de atención que le pongamos. Realmente es como si estuviéramos sintonizando el canal en el que está la otra persona para escuchar mejor, sin interferencias. Y cuando sintonizamos, cuando damos con el dial y escuchamos la música, comenzamos a bailar una danza sutil con el otro. Es el milagro de la sincronización.
La naturaleza es sabia: si tenemos dos orejas y una boca, tenemos que escuchar el doble y hablar menos. Así de simple.
Marta Romo

¿La suerte cuestión de talento?

En ocasiones, lo que nos parece una bendición acaba convirtiéndose en una pesadilla, mientras que en tantas otras, lo que parece un revés, quizás nos abre la puerta a una situación que, con el paso del tiempo, agradeceremos.

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¿BUENA SUERTE? ¿MALA SUERTE? ¡QUIÉN SABE!


¿BUENA SUERTE? ¿MALA SUERTE? ¡QUIÉN SABE!
Esta semana, quiero compartir uno de mis cuentos favoritos. Lo encontré en el libro “Ligero de equipaje”, de Carlos G. Vallés. Lo descubrí mientras buscaba documentación sobre la suerte y el azar, mucho antes de que se publicara “La Buena Suerte”, y lo incluí en uno de los capítulos de mi primer libro, “La Brújula Interior”. Pero en esta versión de la bitácora he decidido ampliarlo brevemente, manteniendo intacto su significado.
Es una breve historia que nos hace reflexionar sobre el signo de las circunstancias que vivimos en la vida, y sobre cómo en determinadas ocasiones (no siempre, claro está) la lectura que podemos hacer de los acontecimientos, al ser a menudo parcial y limitada, no nos deja ver lecciones ulteriores que la vida nos muestra con el paso del tiempo.
Un cuento corto delicioso que da mucho que pensar, y que nos hace esbozar una sonrisa. Dice así:
“Una historia china habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy necesitada.
Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que sobrevivir.
Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.
La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.
Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…
Pero sucedió que, al dia siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…
Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada.  Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huído al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.

Y es cierto que, en muchas ocasiones, lo que nos parece una bendición acaba convirtiéndose en una pesadilla, mientras que en tantas otras, lo que parece un revés, quizás nos abre la puerta a una situación que, con el paso del tiempo, agradeceremos.
Un cuento sobre el que merece la pena, y mucho, detenerse a reflexionar.
Besos y abrazos,

Álex

"Tu trabajo es descubrir tu mundo y luego con todo tu corazón darte a él". - Buda

“Nunca digas nada de ti mismo que no quieres que se convierta en realidad”. Brian Tracy

Mindfulness: ¿tienes cinco minutos?

https://enbuscadeantares.com/2014/10/20/mindfulness-tienes-cinco-minutos/ 
Quienes practican mindfulness están estableciendo un nuevo modo de funcionar por defecto. ¿Y de qué se trata ese modo? De estar enfocados en lo que sucede momento a momento” Dan Harris
indexQuizá una de las formas más obvias de entender el velo que las emociones dejan caer sobre nuestras diferentes experiencias de vida, es la interpretación que podemos a llegar a tener del tiempo. Por ejemplo, 5 minutos siempre serán 300 segundos. Sin embargo, ydependiendo de nuestro estado mental y emocional, este periodo de tiempo puede parecer realidades completamente diferentes; un suspiro si nuestro equipo va perdiendo, si es hora de despedirnos de un ser amado en el aeropuerto o si está por acabar la temporada de nuestra serie favorita, pero una eternidad si nuestro equipo va ganando, si esperamos por unos análisis médicos o si estamos en una clase o conferencia muy aburrida.
La realidad no es lo que nos parece, pero curiosamente hay una práctica que nos puede ayudar a tener una perspectiva más clara de nuestras diferentes experiencias de vida: la atención plena. Y digo que curiosamente, porque las primeras veces que uno práctica mindfulness, 5 minutos pueden ser todo un reto: la mente está habituada a divagar y se aburré con gran facilidad cuando atendemos a un solo objeto sin desarrollar sobre el mismo. Entonces, cuando nos sentamos a simplemente darnos cuenta que inhalamos y exhalamos, nuestra mente primero suele volar o renegar haciendo de nuestra experiencia una, un tanto incomoda, sosa, complicada y larga.
Sin duda así no es fácil tomar gusto por esta práctica, pero quizá si observamos los beneficios de la misma, encontremos un poco de motivación. Y vaya que la ciencia es concluyente sobre la atención plena y que esos 300 segundos pueden ser de gran beneficio para nuestro rendimiento, nuestro bienestar (también el de los demás) y nuestra felicidad. Dosis diarias de mindfulness mejoran nuestro sistema inmunológico, reducen la presión arterial y nos ayudan a lidiar conproblemas que van desde el síndrome del intestino irritable hasta la psoriasis. Y por si eso fuera poco, en cuanto a la neurociencia se ha descubierto que la atención plena puede literalmente hacer crecer materia gris en áreas clave del cerebro para la auto-conciencia y la compasión, así como reducir la materia gris en el área asociada con el estrés. De igual forma, hay estudios que han señalado que la actividad delDefault Mode Network (sistema responsable de que nuestra mente divague constantemente al pasado o al futurodisminuye considerablemente a la hora de practicar mindfulness pero también cuando no se está practicando.
Y tú, ¿tienes cinco minutos al día?

"Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre: el fuego, la humedad, los bichos, el tiempo y su propio contenido". Paul Valery

El amor por la palabra escrita

http://elpais.com/elpais/2016/06/23/buenavida/1466675954_798890.html 

Leer y escribir a mano no es solo una inversión en inteligencia. Hasta la depresión tiene miedo de los libros 

"Siempre me había considerado un amante de la lectura, pero hace unos años constaté que existía una gran diferencia entre que te gusten los libros y que los necesites. En mi caso, me identifico con las personas que dependen de los libros para disfrutar de una vida plena”. Es el testimonio que acompaña al escritor Matt Haig (Sheffield, Reino Unido, 1975) desde que a los 24 años cayó en una depresión que superó gracias a la lectura y la escritura. Sus miedos, esperanzas y satisfacciones fueron sintetizadas 15 años más tarde en el reciente libro Razones para seguir viviendo (Seix Barral), que Haig escribió porque, afirma, “las palabras, a veces, realmente pueden liberarte”.

Libros contra el ombliguismo

Aunque leer o escribir puede que no sean el antídoto mágico a la infelicidad o la depresión, lo cierto es que cuando Haig habla de libros, lo hace desde un agradecimiento sincero, casi reverencial, por haberle devuelto las ganas de vivir. Pero, ¿cómo pueden salvarnos la vida? Parece que el quid de la cuestión reside en cómo y dónde ponemos el foco de nuestra atención. Al menos, así lo cree Haig: “Cuando leía no pensaba en otra cosa. Me di cuenta de que los límites del mundo (mi mundo) iban mucho más allá de aquellos que mi mente había levantado. Leer me distraía, me calmaba. Y al escribir sentía como si mis pensamientos fueran más lento de lo normal”. Una observación en sintonía con la visión que apunta Rita Otero, psicóloga y coordinadora del taller de psicoescritura en Minerva Psicólogos, quien identifica la ralentización del pensamiento como una de las virtudes de la escritura: “El movimiento articular de la mano a la hora de escribir tiene una velocidad mucho menor que nuestros pensamientos, y esto favorece el desarrollo de ideas más serenas y meditadas”.
Leer ficción mejora la facultad de entender y predecir emociones y pensamientos en los demás
El investigador Facundo Manes corrobora estas teorías desde el punto de vista de la neurología. “La escritura manual, al ser más lenta, nos obliga a sintetizar y reorganizar la información”. Según el neurocientífico, “un estudio reciente llevado a cabo por Pam Mueller y Daniel Oppenheimer, publicado en la revista Psychological Science, estudió las diferencias entre escribir a mano o en el teclado de un ordenador. Los investigadores pidieron a un grupo de universitarios que tomara nota de una charla TED, la mitad a mano y el resto con ordenador. Los resultados evidenciaron que los primeros transmitieron mejor comprensión conceptual de la información, y quienes escribieron en el ordenador la transcribieron de manera más literal y mostraron menor comprensión. En otro estudio, las investigadoras Karin James y Laura Engelhardt, de la Universidad de Indiana (EE UU), demostraron que la escritura manual favorece el aprendizaje: los alumnos que toman apuntes a mano recuerdan más y logran una comprensión más profunda de los contenidos.

Leer, mejor en voz alta

La psicóloga Otero también comparte las bondades de la lectura. Pero señala una interesante distinción entre las terapias narrativas. Por un lado, existe una corriente que ve en la escritura un acto terapéutico per se, y por otro, la tendencia (que ella defiende), que estipula que para que sea realmente curativa, debería ir acompañada de su lectura en voz alta a otras personas ajenas al texto. “A lo largo de los años he podido comprobar cómo leer en voz alta a los compañeros de taller tiene un efecto positivo e inmediato en aspectos tan importantes como la empatía, el apoyo mutuo, la comprensión y el fortalecimiento de las relaciones interpersonales”. Aspectos relevantes, pero no menos que la información que se desprende de “los quiebros e inflexiones de la voz o los cambios de velocidad que se producen en ciertos párrafos”, apostilla.
Sea en voz alta o para sus adentros, Matt Haig explica que mientras sufrió depresión y volvió a casa de sus padres devoraba todo tipo de libros tanto de ficción como de no ficción. Como buen “adolescente pródigo” leía, entre otros, El guardián entre el centeno (J. D. Salinger) o Rebeldes (Susan E. Hinton). Solo tenía (y mantiene) una excepción: jamás tocó libros en los que apareciera el suicidio. “Pensaba que si leía las historias de Ernest Hemingway o Sylvia Plath acabaría como ellos”.
Según un estudio publicado en 'Psychological Science', tomar apuntes a ordenador limita la comprensión

Emociones casi reales

Cuando Haig escribió su libro tenía muy claro que quería mostrar el lado más positivo de su experiencia: “Empecé a narrar mi historia desde abajo, partiendo del momento más difícil y duro. A partir de ahí, la cosa solo podía mejorar”. Escribirlo, pero sobre todo plasmar sus pensamientos hace tres lustros cuando trataba de salir de la depresión, le permitió llevar a cabo una valiosísima descarga emocional. Como dice la psicóloga Rita Otero, “el papel no juzga, escucha en silencio, permite volcar en él todo aquello que necesita ser expresado”.
El neurólogo Facundo Manes confirma que la lectura puede ayudar a superar situaciones difíciles. Se basa en estudios como el realizado con más de 4.000 adultos en la Universidad de Liverpool (Reino Unido), que demostró que las personas que leían regularmente tenían menores sensaciones de estrés y depresión que aquellos que no leían con regularidad. “Cuando leemos se activa toda nuestra maquinaria cerebral, lo cual incluye no solo las áreas asociadas al lenguaje y a la memoria, sino también a nuestras experiencias en general y a nuestras emociones”.
Especialmente interesantes son las conclusiones de ciertas investigaciones, que menciona Manes, y que demuestran “que cuando leemos acerca de una experiencia se activan las mismas áreas cerebrales que se activarían si la estuviéramos viviendo realmente. Por ejemplo, cuando leemos verbos de acción como 'correr' o 'comer', se activan las mismas áreas que nos permiten mover los pies o la boca, o cuando leemos palabras como 'jazmín' se activan las especializadas en el procesamiento olfativo”.
Otro estudio publicado en Science reveló que quienes leían novelas de ficción mejoraban su capacidad de entender y predecir emociones y pensamientos en sus congéneres.