miércoles, 16 de diciembre de 2015

MIGUEL HERNÁNDEZ

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En este blog, me gusta dar cabida a grandes poetas como él: Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 1910-Alicante, 1942). Un ser especial que legó al mundo una obra exquisita como poeta y dramaturgo.
Aun perteneciendo a una familia muy humilde y haber tenido que renunciar a sus estudios para ayudar como pastor a su padre, su interés infinito le anima a leer vorazmente a los clásicos de la poesía española y a formar parte de la tertulia literaria de Orihuela. Ya en 1930 se anima a publicar sus poemas en revistas y se establece en Madrid. Allí, trabaja en el diccionario taurino de Cossío y continúa con sus colaboraciones en revistas literarias. De 1936 son los poemas célebres Imagen de tu huella y El Rayo que no cesa.
Por desgracia, estalla la Guerra Civil y Hernández se involucra en las actividades de los republicanos y del Partido Comunista. Durante esos años de lucha, se casa y tiene dos hijos, pero el primero muere a los pocos meses. De este periodo datan los poemarios “El hombre acecha”, “Cancionero y romancero de ausencias” y “Viento del pueblo”. Al terminar la guerra, e identificado por este activismo antifascista, al intentar huir a Portugal es detenido y condenado a muerte. Pasó por varios penales y finalmente, varios intelectuales amigos intercedieron por él y consiguieron transmutar su condena a 30 años de cárcel. No obstante, en 1941 enfermó de bronquitis, que se complicó en una tuberculosis. Se cuenta que al morir, no se le pudieron cerrar los ojos.

Entre las flores te fuiste. Entre las flores me quedo.

Entro despacio, se me cae la frente despacio, el corazón se me desgarra despacio, y despaciosa y negramente vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre, ni es juventud, ni relucen, ni florecen.

Cada día lo desea más mi sangre y se me agranda de amor y se me desbanda, y no llego a comprender por qué no lo he de querer si el corazón me lo manda.

Basta mirar: se cubre de verdad la mirada. Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas. De cada aliento sale la ardiente bocanada de tantos corazones unidos por parejas.

Desperté de ser niño. Nunca despiertes. Triste llevo la boca. Ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma.

En vuestra mano está la libertad del ala, la libertad del mundo, soldados voladores: y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala hierba de otros motores.

El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza.

Una gota de pura valentía vale más que un océano cobarde.

Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes. Tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes. Tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes. Tristes.

No te asomes a la ventana, que no hay nada en esta casa. Asómate a mi alma.

Aquí estoy para vivir mientras el alma me suene, y aquí estoy para morir, cuando la hora me llegue, en los veneros del pueblo desde ahora y desde siempre. Varios tragos es la vida y un solo trago es la muerte.


Feliz semana,
Álex Rovira

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