Gracias al auge de la divulgación científica, los conocimientos que antes estaban restringidos a los “expertos” en una materia hoy son de dominio popular. Y la contribución a la popularización de la ciencia no sólo es obra de blogs, revistas y otros medios de comunicación más o menos especializados en transmitir información científica; de forma sutil, la divulgación del conocimiento se ha colado allí donde más fácilmente puede ser asumida y asimilada por un sector amplio de la población, y ello sin que genere “rechazo” -más bien, todo lo contrario-. Me refiero a las series de TV. Un ejemplo claro de ello es The Big Bang Theory, protagonizada por un heterogéneo plantel donde conviven desde físicos teóricos, ingenieros o neurocientíficos hasta la vecina outsider a quien no pocas veces corresponde el papel de “rata de laboratorio”. También en algún momento los guionistas de esta comedia cientificista se han adentrado en la psicología.
Para muchos resulta increíble, y hasta ofensivo, pensar que la conducta humana pueda seguir los mismos principios que guían el comportamiento de una rata de laboratorio. Pero lo cierto es que nos parecemos mucho a ellas. Según el paradigma del “condicionamiento operante”, nuestra conducta -y también la de los roedores, las palomas, los monos, y prácticamente cualquier bicho viviente con cierto grado de desarrollo- está “controlada” por las “contingencias de reforzamiento”. Dicho de una forma rápida, si a un comportamiento le sigue una consecuencia agradable para el organismo, éste tenderá a repetirla; mientras que si el resultado es aversivo, la tendencia será al abandono de dicho comportamiento, posiblemente hasta su extinción. Estos son principios básicos de la psicología conductista, conocidos por todos, aunque a veces difíciles de entender con claridad -o de asumir, si nos resistimos a la comparación con meros animales de laboratorio.
Básicamente, en el modelo del condicionamiento operante se plantean cuatro posibles escenarios. Un refuerzo positivo o “premio” ocurre cuando a la emisión de una respuesta sigue una consecuencia agradable, que puede ser desde recibir algo material a un elogio verbal. Un castigo supone que a la emisión de la conducta le sigue una consecuencia desagradable o dolorosa para el sujeto, como una descarga eléctrica en el caso de la rata de laboratorio o un insulto airado al peatón que cruza el semáforo en rojo. Pero existen además formas de incrementar o reducir comportamientos en las que no se suministra algo positivo o negativo, sino que -respectivamente- se sustrae de la situación algo desagradable o algo agradable para el individuo. Por ejemplo, cuando alguien evita entrar en un ascensor porque eso alivia la ansiedad que siente al entrar en lugares pequeños y cerrados, esa conducta de huida se ve “reforzada negativamente”. El sujeto temeroso volverá a repetirla en el futuro. Subir por las escaleras y no por el ascensor le “quita” ansiedad momentáneamente; aunque este tipo de respuestas de escape/evitación tienen un coste a medio y largo plazo, que no es otro que el mantenimiento de la fobia y la falta de extinción de la respuesta de miedo. Finalmente, se puede reducir una conducta mediante un “castigo negativo”, que consiste en hacer desaparecer algo agradable para el sujeto contingentemente a la emisión de la respuesta indeseable. Un caso prototípico es el del adolescente que se queda sin la “paga”, sin salir el fin de semana, o sin poder jugar con la videoconsola, tras haber traído a casa malas notas.
Pues bien, gracias a otra de las herramientas de popularización de contenidos -You Tube- hoy puede ser el propio B.F. Skinner, padre del modelo de aprendizaje por condicionamiento operante, quien nos introduzca en la materia, como hace en este video de 1959:
Pero si Skinner y sus palomas te parecen algo áridos, también Sheldon Cooper y sus amigos han desarrollado interesantes aplicaciones de la teoría del condicionamiento operante, que en este caso van más allá del simple aprendizaje animal.
La divulgación científica, en definitiva, está encontrando formas sutiles y divertidas de incorporarse a nuestras vidas, entrando en ellas de manera casi subliminal. Y ello, si bien tiene un valor innegable, también puede conllevar un riesgo… la ciencia puede colarnos, mientras estamos así desapercibidos y con la guardia baja, numerosos planteamientos que quizá requieran una cierta reflexión crítica por parte de la audiencia. El debate de sofá entre Leonard y Sheldon, en la segunda de las escenas, es un ejemplo de la reflexión a la que la ciencia televisiva debería movernos en los sofás de nuestras casas. En fin, divertíos y haced un buen uso de las técnicas que nos enseñan los chicos de The Big Bang Theory.
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