Ya habíamos comentado anteriormente la alucinante estructura organizada por el gobierno chino para tratar de preservar en la red su muy complejo equilibrio interno cuando hablamos sobre la velocidad con la que son capaces de supervisar conversaciones en la red más importante de mensajería instantánea, Weibo, y sus cuatro mil censores trabajando a turnos que vigilan y censuran las actualizaciones de trescientos millones de usuarios, o cuando se publicó el dato de que el país tenía más personas dedicadas a la censura de la red que enroladas en su impresionante ejército.
Pero el último estudio publicado por tres profesores de Harvard, Gary King, Jennifer Pan y Margaret Roberts, titulado “How censorship in China allows government criticism but silences collective expression“, comentado ya por una amplia variedadde medios, representa ya lo que parece la máxima expresión de la distopía en sus proporciones más hipertrofiadas: cada año, empleados del gobierno dedicados a todo tipo de tareas y en todos los organismos públicos dedican una parte de su tiempo a publicar nada menos que 488 millones de actualizaciones falsas en redes y medios sociales, que son pagadas aparentemente a unos cincuenta céntimos la pieza, lo que lleva a que se les conozca como el Fifty Cent Party.
Las actualizaciones están destinadas a distraer la atención sobre temas que puedan resultar perjudiciales para la imagen del gobierno y, en general, a promover el mantenimiento de un estado de opinión positivo con respecto a sus actuaciones. Contrariamente a lo que se pensaba, no tratan de censurar los comentarios negativos o mordaces sobre el gobierno, sino más bien de silenciar, enterrar o discutir con argumentos de todo tipo todo aquello que pueda sugerir, reforzar o estimular la movilización social, independientemente de su contenido. Un ejército distribuido y dedicado a convertir el astroturfing, la práctica de simular una amplísima base de personas que refuerzan una idea, en un auténtico arte llevado a sus máximas consecuencias.
Es, literalmente, el mundo imaginado por ese genio visionario llamado George Orwellen 1949 cuando escribió su magistral novela “Nineteen eighty-four“: ese Ministerio de la Verdad dedicado a manipular constantemente los medios de comunicación, el entretenimiento y los libros de texto para reescribir la historia y que encaje con la doctrina del gobierno, haciendo parecer que sus predicciones siempre fueron acertadas y que jamás se equivoca.
Mil trescientos ochenta y un millones de chinos viven en una realidad paralela recreada por su gobierno para darles la impresión de que todo va de maravilla. Muchos posiblemente sean razonablemente conscientes de ello pero no se plantean hacer absolutamente nada al respecto, sea porque después de todo, hablamos del país que ha tenido históricamente más éxito llevando a un mayor numero de personas a superar el umbral de la pobreza, o simplemente porque han sido llevados a pensar que no hay ninguna razón para ello. Los medios y redes sociales, convertidos en un arma para mantener el equilibrio social y alejar cualquier tentación de cuestionamiento, cualquier idea discordante, cualquier inclinación a disentir. Una formidable estructura distribuida que simplemente, ha sido inducida a dedicar tiempo a una cuidadosa, metódica y continuada labor de generación de contenidos para obtener un sobresueldo.
El estudio merece una reflexión cuidadosa, sobre todo para aquellos que tenemos la oportunidad habitual de hablar con ciudadanos chinos: el equilibrio político del país más poderoso del mundo se apoya sobre un descomunal ejército de community managers a tiempo parcial, que monitorizan constantemente conversaciones y tendencias, y se dedican a difundir la doctrina gubernamental. Una labor incansable en la que cada empleado público trata de controlar las ideas de aquellos que tiene en su entorno, en las redes y en los foros en los que habitualmente participa, en las conversaciones que presencia. Si algo me sorprende en mis conversaciones con mis alumnos chinos es la evidencia de que la censura o el control social les parece algo perfectamente normal, completamente institucionalizado, una realidad que constatan con el mayor pragmatismo posible que está ahí, que sirve a un propósito, y que no merece ni por un instante la pena plantearse ni la más mínima idea de rebeldía al respecto. Simplemente, están bien así y no se percibe ninguna necesidad de buscar alternativas.
La red, convertida en el mecanismo de control social más impresionante jamás diseñado, al servicio de la estabilidad social y de la promoción de las ideas gubernamentales, con una magnitud tan desmesurada que escapa a toda imaginación. La mejor interpretación y puesta en escena de la obra de Orwell que jamás pudimos imaginar.
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