Pedro Leandro Ipuche
(del Departamento de Treinta y Tres 13 de marzo 1898)
I
Y por los quietos caminos
vienen los carreros,
displicentes, y fuertes, y cetrinos,
misteriosos y fieros.
Vienen los carreros
tarareando sus lentos estilos
aguijando los bueyes mañeros
de belfos mojados y pasos tranquilos.
Las carretas gemebundas,
de ásperos varales y toldos curtidos,
estiran dos franjas largas y errabundas
con sus ruedas de ejes rayados de ruidos.
Pendulea el muchacho
y el perro sombrío viene a la culata
torpe y borracho
por el sol de Enero
que desata
sus llamas de plata.
II
Vienen los carreros
con la lanza de paz de la picana
flexible sobre el hombro;
con la pierna cruzada
sobre la cruz paciente del caballo;
y tocando en los lomos manchados
con el clavo feudal de la tacuara
la yunta de los bueyes delanteros
los macizos cuarteros
y los fuertes y gordos pertigueros.
III
¡Tira güey!
¡Pertiguero güey!
¡Criatura güey!
¡Delantero güey!
vienen los carreros
ásperos del polvo volador del campo
abochornados por el sol abierto
que se lanza a los campos totalmente.
Visten el liso chiripá, sujeto
por el brazo apretado del cinto;
calzan crueles tamangos de tientos,
y bajo el sombrero caen cuatro puntas
del pañuelo listado de colores
que los defiende del fuego del aire
IV
¡Oh, sencillos amigos de brazos quemados,
de barbas criollas
y ojos hechos a entender el día,
hechos a ver las noches hasta el fondo
carreros ocres de la tierra mía!
vosotros fuisteis los primeros
taciturnos carreros
que enseñaron a andar al terruño:
cuando mi raza, ensangrentada triste,
se dió al trabajo, y pudo desdoblarse
al trajín primitivo del comercio.
vuestras carretas
abrieron y anudaron los caminos
de poblado a poblado,
con la paciencia terca que su andar alargaba,
cruzando el pajonal alto y revuelto
y el río oscuro de ramaje suelto
que arcano y desolado se estiraba.
y cacheteado por los vientos todos,
y castigados por las aguas todas
entrabais a los pueblos primerizos
con un esmalte serio
de lo desconocido
ante gente crédula encerrada
en la línea apacible del lugar.
V
Yo os he visto de niño, sufridos y andariegos,
pasar por la porteras y entrar en los poblachos
suspendiendo la dulce soltura de mis juegos
entre talas grandes y los recios quebrachos.
¡con que miedo os miraba venir del horizonte
trayendo los prodigios de la ciudad ignota,
yo, crecido entre pájaros, alborotando el monte,
y avistando del árbol la vibración remota!
para mi erais augures, nigromantes, herméticos
con vuestros rasgos bárbaros, terrosos y proféticos.
Venidos del misterio para mi ingenua idea,
yo os veía con raros temores avanzar
entre las estridencias de la carreta fea.
y hoy se que por vosotros mi tierra empezó a andar.
VI
Se han detenido las carretas
en el ala del bosque oscuro y largo.
ya desuncen sus bueyes los criollos acetas,
y preparan el agua ritual del mate amargo.
y el sol seco del verano
con sus bermejas picanas
picanea la sombra hasta el llano.
Por la noche
solo se ve de lejos la mano de la llama
alzar un círculo sabático,
y destacar al vivo
las caras plácidas de los carreros.
¡Los carreros!
Los primeros
viajeros,
pacíficos y fieros,
que a los caminos nuevos
llevaron la andariega rudeza de cantar;
ellos nos enseñaron a caminar bien lejos;
por ellos aprendimos a salir del lugar.
¡Ah, mis carreros viejos,
ya os ha llegado el momento
humano, de descansar!
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