Hace unas semanas, en una mesa redonda sobre el sistema de innovación de Catalunya, organizado por el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona, sostuve que nuestra estructura industrial no era innovadora. No lo era en relación a los estándares internacionales. La economía catalana invierte en I+D el 1,5% de su PIB (España, el 1,24), cuando la media europea es del 2%, y los objetivos europeos son del 3% para el 2020. En términos absolutos, la economía catalana debería doblar su inversión (del 1,5% al 3%, inyectando 3.000 millones de euros adicionales para llegar a los objetivos europeos). La española, debería multiplicar por 2,5 su inversión, pasando de 13.000 millones a 31.000 millones para homologarse a los estándares internacionales.
Un buen amigo, y referente en el tema, me dijo que estaba equivocado. Argumentaba que las empresas catalanas sí que eran innovadoras. Volvíamos a crecer, teníamos una economía abierta y exportadora, e históricamente esas empresas habían liderado sucesivas revoluciones industriales. Y tenía razón: las empresas que compiten en el mercado ultra-dinámico del siglo XXI, o son innovadoras o está muertas. Las empresas catalanas, como las españolas, como las europeas o como las de cualquier parte, son tan innovadoras como les permite la calidad del entorno donde compiten.
Fue Michael Porter quien postuló que la competitividad de una empresa dependía de dos factores: de su estrategia individual y de la calidad del entorno donde competía. Para explicar este último condicionante, desarrolló su famoso diamante: la competitividad de una empresa (o de un sector industrial) se incrementa si existen condiciones positivas de los factores(acceso a recursos humanos especializados, conocimiento, materias primas, proveedores, capital financiero y capital físico…), si existen en el entorno infraestructuras de soporte (centros de investigación y test, universidades que puedan hacer investigación consorciada con la empresa), si existe una demanda sofisticada (clientes exigentes que demanden innovaciones aceleradas), y si existe un elevado grado de rivalidad en la industria que genere presión competitiva que estimule la innovación. Existen, además, dos elementos moderadores: los gobiernos (que pueden elevar la calidad del entorno incrementando, por ejemplo, la provisión de factores –de conocimiento, financieros, de infraestructuras- o crear marcos legales favorables), y los acontecimientos inesperados (una disrupción tecnológica, por ejemplo) que pueden reconfigurar la estructura del de la industria.
Hoy, en Catalunya (y en España), se vuelven a oír, lamentablemente, los tambores del sector de la construcción. En los últimos meses, es el que más empleo ha creado. Cuando en un entorno las entidades financieras ofrecen más facilidad de crédito a una inversión inmobiliaria que a un emprendedor de base científica, la competitividad agregada del país disminuye. Cuando en un entorno, la fiscalidad castiga por igual los retornos de la inversión en I+D que los de la compra y venta de pisos, la competitividad agregada del país disminuye. Cuando en un entorno las bases reguladoras legislativas protegen los status-quo sectoriales, o actúa de forma sobre-garantista ante una nueva iniciativa empresarial, la innovación se frena. Cuando la administración está sobre-burocratizada y no genera grandes proyectos de inversiones estratégicas en alta tecnología en forma de compra pública innovadora, el país sufre un gran coste de oportunidad frente a otros países que sí que disponen de cartera de productos estratégicos público-privados.
Aun así, en un entorno de baja calidad innovadora, surgen empresas muy innovadoras, con estrategias ganadoras y competitivas internacionalmente. Muchas de ellas, con bajas inversiones en I+D. De hecho, como sostenía mi amigo, no existe ninguna relación estadística entre inversión empresarial en I+D y éxito en los mercados, a nivel de empresa. Efectivamente, cuando analizamos el fenómeno individualmente, empresa a empresa, es cierto que una mayor inversión en I+D no revierte en mayor competitividad. Su éxito depende de la estrategia individual de la empresa.
Otra cosa es cuando observamos el fenómeno a nivel de país. La evidencia nos indica que sí que existe una clara correlación estadística entre la inversión agregada en I+D en un país y la competitividad y riqueza del mismo (medida en crecimiento, o en PIB/cápita). Me permito adjuntar una gráfica de Guillermo Dorronsoro (Deusto) que relaciona el índice innovador de un país (medido en el peso de sus inversiones tecnológicas) y el PIB per cápita de sus habitantes.
No obstante, si bien existe una clara correlación, no está demostrada la causalidad entre inversión agregada en I+D y riqueza de un país. ¿En qué sentido va la relación? Es decir, ¿un país es más rico porque invierte más en I+D, o invierte más en I+D porque es más rico (y tiene recursos para hacerlo)? Las inversiones públicas en ciencia, ¿son causa o consecuencia de la riqueza económica de un país? Dado el rol multiplicador de las inversiones públicas en I+D, entender esta causalidad (o no) es fundamental para las decisiones de política en I+D. En mi opinión, el dilema tiene respuesta dinámica: la clave está en generar un círculo virtuoso. Concentrar recursos públicos en I+D orientada a estimular nuevas inversiones empresariales, genera sectores con mayores márgenes y mayor crecimiento económico en el país, que permite a los presupuestos públicos intensificar el apoyo a políticas científicas que de nuevo reviertan en competitividad empresarial.
En todo caso, volviendo al principio, podemos hacer caso de los estándares internacionales o no. Tener un déficit de inversión en I+D de 3.000 millones de euros (públicos y privados) en Catalunya, o 17.000 millones en España respecto a esos estándares debería ser motivo de gran preocupación. Independientemente de que existan grandes empresas innovadoras. Elevar la calidad del entorno competitivo permitiría multiplicar sustancialmente el número de casos de éxito.
(Aprovecho para dejar un link al ránking de las 100 empresas más innovadoras del mundo, 2015, de Forbes. Sólo dos locales: Inditex y Grífols)
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