miércoles, 11 de enero de 2017

“Dé más tiempo al ser y menos al hacer: vivirá mejor”

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Laurence Freeman,, que preside con el Dalái Lama la Comunidad Mundial de Meditación Cristiana
Tengo 65 años: temo cumplir cada década, pero luego la celebro. Nací en Londres, aunque me siento cada día más 
irlandés, como mis padres. El evangelio es neurociencia con Marta, el hemisferio izquierdo, y María, el derecho. 
Para disfrutar de la vida recuerde que se acaba. Enseño meditación en Esade   
“Dé más tiempo al ser y menos al hacer: vivirá mejor”

Del ego al universo

Cada vez más entrevistados me citan aquí las virtudes del mindfulness, como si fuera la última moda llegada de Oriente. Pero Laurence Freeman, que viene de Oxford, explica que ni es moda ni es oriental. Se trata de un regreso a las técnicas de higiene mental y concentración que dominábamos en Occidente hasta que fuimos relegándolas a los monasterios. Nos privamos así durante siglos de una gimnasia cerebral imprescindible para el bienestar. Reduce ansiedad, estrés, hiperactividad y ayuda a gestionar el exceso de ego con el que tratamos de compensar otras deficiencias. Con ese autodominio se llega a la meditación con la que sentirá que su yo es el de todos. Es dejarse ser hasta sentirse todo y nada con el universo.
desde chefs hasta futbolistas: todos hablan del mindfulness. ¿Usted se alegra?
Me alegro por ellos. De ­hecho, no es ninguna moda, sino un regreso, porque con estas técnicas no hacemos sino reintegrarnos a una tradición que habíamos perdido.
¿Por qué y cuándo las perdimos?
Los primeros cristianos recitaban mantras de relajación y concentración para lograr la presencia plena, pero en Occidente esas técnicas se fueron olvidando y nuestro rezo se volvió más cerebral. Excepto en la Iglesia bizantina, que los conservó y aún los practica.
Y aún rezan con salmodia hipnótica.
En cambio, en la Iglesia romana, la contemplación fue relegada a los monasterios para los místicos y fuera de ellos acabó siendo considerada algo sospechoso. Así se perdieron las técnicas paleocristianas de control mental.
Pues la verdad es que son pura higiene.
Por eso yo las enseño ahora a los no creyentes igual que un hospital católico también atiende a los ateos cuando se rompen un brazo. A algunos budistas les preocupa, en cambio, esta perspectiva tan práctica y la generalización de su enseñanza y su uso.
¿Por qué?
Porque también puedes aplicar esas técnicas de concentración y atención plenapara ser mejor corredor de bolsa o mejor francotirador en la guerra. Dominar la focalización puede servir a los peores fines.
O ser un inocente ibuprofeno sin pastilla.
Por eso yo empezaría por diferenciar entre los beneficios y los frutos del mindfulness. Y después ya hablaremos de trascendencia.
¿No es lo mismo?
Los beneficios medibles de esas técnicas no son trascendentes, sino inmediatos y patentes: disminuyen la tensión arterial, mejoran el sistema inmunológico y la salud cardiaca, reducen la ansiedad y el estrés...
¿Se logra todo eso sólo con meditar?
Sólo con técnicas de concentración y respiración. Después llegan, además, los beneficios. Tengo un alumno que estuvo en una guerra como marine y me dijo que era ateo. Repuse que no había ningún problema. Que viniera a aprender a relajarse con nosotros.
¿Funcionó?
Como buen exmilitar, era un tipo disciplinado, sí, y fue capaz de imponerse la media hora diaria de concentración al salir el sol y al ponerse, que son las mejores horas.
¿Y...?
Su mujer le pidió que siguiera practicando mindfulness porque, desde que meditaba, la escuchaba. Antes, cuando ella le hablaba, miraba el móvil, la tele o el diario, pero no a ella.
De marine a santo varón.
Yo diría sólo que ahora es mejor marido y su mujer también será mejor con él. Además de los beneficios, esos son los frutos del mindfulness: te hace más paciente, tranquilo, agradable, sensible, empático. Y los demás lo notan.
¿Se puede ir más allá?
El mindfulness es una técnica con la que profundizas en ti mismo y mejoras tu autoconocimiento y autoaceptación. Así sirve de preparación para la meditación trascendental con que la conciencia empieza a expandirse y a tomar contacto con algo mayor que uno mismo.
¿Eso ya es una religión?
De nuevo, no necesariamente. Es una tradición, eso sí. Y una experiencia renovadora con la que ves el mundo ya no sólo desde ti mismo, sino desde el tú y el todos hasta llegar a disolverte en una especie de conciencia universal. Y no es fe: es praxis. Lo vives.
Parece usted muy convencido.
El cristianismo se muestra, así, universal. Cuando Jesús dijo “que tu mano derecha no sepa qué hace tú izquierda”,hablaba de los dos hemisferios del cerebro.
¿Era neurocientífico avant la lettre?
Exacto, porque el hemisferio izquierdo es autoconsciente: analiza, elucida, categoriza; y el derecho es intuición, contemplación y está en el flujo de los acontecimientos en presente continuo. El equilibrio se consigue al conectar ambos hemisferios y la meditación ayuda a conseguirlo.
El evangelio, manual de neurociencia.
También en el episodio de María y Marta: ¿recuerda usted que una contemplaba el mundo con Jesús, mientras que la otra se preocupaba de las tareas de la casa?
Una agobiada y la otra gozando.
Jesús le dice: “Marta, Marta, te preocupas (es la ansiedad) de demasiadas cosas cuando sólo una es necesaria, y es que tú y tu hermana estéis en armonía”. Jesús se refiere así a la unión del cerebro racional y el contemplativo.
Una exégesis hermosa, padre, pero ¿no es un punto arriesgada?
En absoluto: es el evangelio y nos anima a beneficiarnos de la conexión del hemisferio racional y el contemplativo. Nos anima a meditar. Ese es su sentido.
¿Solos o en compañía?
De los dos modos, aunque nosotros preferimos ayudarnos en grupo a meditar. Y con niños: es increíble lo rápido que los pequeños conectan de forma instintiva con la técnica y aprenden a concentrarse en el cole y la vida.
Ojalá gocen de una comunidad relajada.
Pues eso debería ser el cristianismo. Basta con veinte minutitos dos veces al día, o empiece con lo que sea capaz. Ya verá.

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