Los cambios suelen tener como objetivo reforzar nuestra imagen para sentirnos más seguros. (Corbis)
Héctor G. Barnés
22/01/2012
(06:00h)
"Lo estoy viendo. No me digas que no, porque lo estoy viendo".
Todos hemos realizado dicha aseveración en un momento u otro de nuestras
vidas, en mitad de una acalorada discusión. Las reuniones familiares
son terreno abonado para dichas controversias: mientras uno mantiene que
el tío Paco, la abuela Juana o el amigo Juan estuvo presente en la boda
de la tía María, otro lo niega. Quien afirma que sí estuvo, lo hace escudado en una simple razón: lo está viendo.
Es decir, visualiza en su cabeza la imagen de dicho familiar,
seguramente ataviado de forma muy concreta. Incluso puede ser que
recuerde alguna anécdota relacionada con dicha persona. Y sin embargo,
cuando se saca a relucir el álbum de fotos, descubre que ha sido todo producto de su imaginación:
la psicología cognitiva y la neurología nos dicen que los recuerdos,
por verosímiles que parezcan, pueden ser fácilmente falseados.
Una de las características de nuestros recuerdos es que resultan especialmente vívidos. La idea de esta "memoria episódica" fue enunciada por primera vez a principios de los años setenta por el estonio Endel Tulving, para aludir a aquella que nos permitía recordar episodios de nuestra vida que hubiesen tenido lugar en un contexto espacio-temporal concreto, en contraposición a la "memoria semántica" que nos permite recordar procedimientos, lenguas o normas. Lo que resulta específico de esta memoria episódica, decía Tulving, es que nos lleva no sólo a recordar dichos momentos, sino a revivirlos. Debido a que los volvemos a presenciar, no podemos aceptar que ninguna información falte (pues no sabríamos cómo representar ese vacío), así que obligamos a nuestro cerebro a rellenar los huecos, aun con información equivocada.
Nuestro cerebro tiende a completar de forma vivida aquella información que se pierde
La escritora Virgina Woolf rememoraba en A Sketch of the Past sus primeros recuerdos de infancia. "A veces puedo volver a Saint Ives de forma más sencilla que a esta misma mañana. Puedo alcanzar un estado en el que veo las cosas ocurrir como si las estuviese presenciando. Supongo que ello se debe a que mi memoria suministra aquello que había olvidado para que parezca que está ocurriendo en este mismo momento". Como una de las escritoras que mejor profundizaron en los mecanismos de la mente, Woolf daba en el clavo: nuestro cerebro tiende a completar de forma vivida aquella información que se pierde, privilegiando la verosimilitud de los recuerdos frente al respeto a lo que realmente ocurrió.
El psicólogo Charles Fernyhough, autor de Pieces of Light: How We Imagine the Past and Remember the Future (Profile Books), señalaba en un reciente artículo publicado en The Guardian que "recordar es siempre re-recordar. Cuando observamos cómo trabaja el cerebro, veremos que estas fallas de la memoria son perfectamente lógicas. Al recuperar un recuerdo, mezclamos fragmentos de la memoria sensorial con una conciencia más abstracta de los eventos, combinados según las necesidades de nuestro presente". Generalmente utilizamos la metáfora de los archivos de un disco duro para referirnos a la forma en que trabaja nuestra mente, pero Fernyough, al igual que otros expertos como Martin Conway, señalan que dicho paralelismo es falso. No almacenamos recuerdos en una gran biblioteca que visitamos cada vez que necesitamos echar mano de nuestro pasado, sino que los mismos se encuentran en continua reformulación en nuestra cabeza.
¿De qué están hechos los recuerdos?
Según un estudio llevado a cabo por el propio Conway en la Universidad de Leeds, los ladrillos con los que construimos nuestro pasado son de muy distinta índole. Por un lado, intentamos ser fieles a nuestra propia percepción y por lo tanto, a respetar aquello que vimos. Pero al mismo tiempo, intentamos que dicha historia encaje con lo que se espera de nosotros. Martin Conway es colaborador de uno de los programas judiciales más famosos de la televisión británica, Law in Order. En lo que respecta a la influencia que tiene la memoria en el ámbito de la justicia, Conway defiende que es habitual que de forma inconsciente, todos los agentes participantes en un proceso judicial influyan de una forma u otra en la declaración de los testigos, incluso meramente a través de la forma en que plantean sus preguntas. De ahí que Conway defienda que una simple testificación visual no pueda ser considerada como una prueba fiable.
Un ejemplo reciente y especialmente significativo se produjo después de la muerte del brasileño Jean Cherles de Menezes en el metro de Londres, abatido por la policía de Londres al ser confundido con un buscado terrorista. Un portavoz del cuerpo policial aseguró que "sus ropas y forma de comportarse lo hacían particularmente sospechoso", justificando así el error. Inmediatamente después, la mayor parte de testigos aseguraron que Menezes llevaba ropa ancha y que había saltado los tornos de la estación después de que sus perseguidores le dieran el alto. Cuál sería la sorpresa de dichos testigos cuando, poco después, las cámaras de seguridad mostraron que ni una cosa ni la otra eran ciertas: habían sido inequívocamente condicionados por la declaración del portavoz policial.
Otra posible manifestación de este engaño es el que ha llevado a criticar ciertas prácticas psicoanalíticas. En Memories in the Real World, Conway escribía, junto a su compañera Gillian Cohen, que "el interés en los recuerdos falsos ha sido espoleado por la cantidad de adultos que han descubierto en los tiempos recientes que habían sido víctimas de abusos sexuales durante su infancia. La recuperación de este recuerdo suele producirse durante la psicoterapia, y muchos estudiosos creen que dichos eventos nunca tuvieron lugar, pero han sido implantados en gente influenciable y vulnerable a partir de las sugerencias ofrecidas por el propio analista".
La memoria episódica implica la habilidad para viajar cognivitamente a través del tiempo para recuperar experiencias
Un curioso experimento fue llevado a cabo hace años por las investigadoras Elizabeth F. Loftus y Jacqueline E. Pickrell, en el que propusieron a distintos niños tres posibles recuerdos (dos de ellos corroborados por los padres; el restante, inventado por las investigadoras) y les pidieron que los detallasen. Pues bien, el 29% de los alumnos comentaron el recuerdo falso como si de verdad hubiese ocurrido, una muestra de la relativa sencillez con la que elementos externos pueden influir en nuestra memoria. Fue Peter J. Freyd quien en primer lugar se preocupó por dicho fenómeno a comienzos de los años noventa, delimitándolo bajo el nombre de Síndrome de la falsa memoria (False Memory Syndrome).
El pasado que nos proyecta hacia el futuro
Durante las últimas décadas se ha llegado a la conclusión de que la memoria episódica es de vital importancia para que el ser humano sea capaz de planificar su futuro. Uno de los saltos evolutivos que ha permitido al hombre convertirse en el animal dominante fue precisamente su perfeccionamiento de dicha memoria, en cuanto que es la que nos lleva a poder prever futuros acontecimientos, basándonos en lo ocurrido con anterioridad.
La pregunta que debemos plantearnos es si estamos seguros de lo que recordamos
Señala Thomas R. Zentall, profesor de la Universidad de Kentucky, que "la memoria episódica implica la habilidad para viajar cognivitamente a través del tiempo para recuperar experiencias pasadas e imaginar futuros eventos. Estos procesos implican un tipo de conciencia que probablemente sólo pertenezca a los humanos, y que de hecho, sólo ha aparecido recientemente entre nosotros. La otra parte de los viajes temporales subjetivos es la habilidad para imaginar eventos en el futuro y planearlos".
¿Pero qué ocurre cuando dichos eventos son falsos, como en los casos que hemos apuntado anteriormente? Generalmente, la manipulación de nuestros propios recuerdos raramente nos perjudicará pues, como señalamos, los cambios suelen tener como objetivo reforzar nuestra imagen y sentirnos más seguros, en unos casos, o de satisfacer lo que los demás esperan de nosotros, en otros. La pregunta que debemos plantearnos es si estamos seguros de lo que recordamos, o ha sido la acción de agentes externos (presiones sociales, necesidad de testificar) quien ha alterado nuestros recuerdos.
Luis Buñuel alertó de los peligros de la memoria en el inicio de su autobiografía, Mi último suspiro, a través de una esclarecedora anécdota: "la memoria, indispensable y portentosa, es también frágil y vulnerable. No está amenazada sólo por el olvido, su viejo enemigo, sino también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día", señalaba el cineasta de Calanda. "Durante mucho tiempo, conté a mis amigos la boda de Paul Nizan, brillante intelectual marxista. Cada vez me parecía estar viendo la iglesia, los invitados, el altar, el cura y al padrino, Jean-Paul Sartre. Un día, me dije de pronto '¡imposible!'. Nizan, marxista convencido y su mujer, hija de agnósticos, nunca se hubieran casado por la Iglesia. Entonces, ¿había yo transformado un recuerdo? ¿Lo había inventado? ¿Era una confusión? Todavía no lo sé". Hoy en día, los científicos habrían señalado que probablemente se trataba de una combinación de recuerdos que tuvieron lugar con otros que no lo hicieron, quizá como producto de cierta sugestión. Una explicación satisfactoria, pero que no termina de resolver todos los misterios de la mente, a los que apenas nos hemos comenzado a asomar.
Una de las características de nuestros recuerdos es que resultan especialmente vívidos. La idea de esta "memoria episódica" fue enunciada por primera vez a principios de los años setenta por el estonio Endel Tulving, para aludir a aquella que nos permitía recordar episodios de nuestra vida que hubiesen tenido lugar en un contexto espacio-temporal concreto, en contraposición a la "memoria semántica" que nos permite recordar procedimientos, lenguas o normas. Lo que resulta específico de esta memoria episódica, decía Tulving, es que nos lleva no sólo a recordar dichos momentos, sino a revivirlos. Debido a que los volvemos a presenciar, no podemos aceptar que ninguna información falte (pues no sabríamos cómo representar ese vacío), así que obligamos a nuestro cerebro a rellenar los huecos, aun con información equivocada.
Nuestro cerebro tiende a completar de forma vivida aquella información que se pierde
La escritora Virgina Woolf rememoraba en A Sketch of the Past sus primeros recuerdos de infancia. "A veces puedo volver a Saint Ives de forma más sencilla que a esta misma mañana. Puedo alcanzar un estado en el que veo las cosas ocurrir como si las estuviese presenciando. Supongo que ello se debe a que mi memoria suministra aquello que había olvidado para que parezca que está ocurriendo en este mismo momento". Como una de las escritoras que mejor profundizaron en los mecanismos de la mente, Woolf daba en el clavo: nuestro cerebro tiende a completar de forma vivida aquella información que se pierde, privilegiando la verosimilitud de los recuerdos frente al respeto a lo que realmente ocurrió.
El psicólogo Charles Fernyhough, autor de Pieces of Light: How We Imagine the Past and Remember the Future (Profile Books), señalaba en un reciente artículo publicado en The Guardian que "recordar es siempre re-recordar. Cuando observamos cómo trabaja el cerebro, veremos que estas fallas de la memoria son perfectamente lógicas. Al recuperar un recuerdo, mezclamos fragmentos de la memoria sensorial con una conciencia más abstracta de los eventos, combinados según las necesidades de nuestro presente". Generalmente utilizamos la metáfora de los archivos de un disco duro para referirnos a la forma en que trabaja nuestra mente, pero Fernyough, al igual que otros expertos como Martin Conway, señalan que dicho paralelismo es falso. No almacenamos recuerdos en una gran biblioteca que visitamos cada vez que necesitamos echar mano de nuestro pasado, sino que los mismos se encuentran en continua reformulación en nuestra cabeza.
¿De qué están hechos los recuerdos?
Según un estudio llevado a cabo por el propio Conway en la Universidad de Leeds, los ladrillos con los que construimos nuestro pasado son de muy distinta índole. Por un lado, intentamos ser fieles a nuestra propia percepción y por lo tanto, a respetar aquello que vimos. Pero al mismo tiempo, intentamos que dicha historia encaje con lo que se espera de nosotros. Martin Conway es colaborador de uno de los programas judiciales más famosos de la televisión británica, Law in Order. En lo que respecta a la influencia que tiene la memoria en el ámbito de la justicia, Conway defiende que es habitual que de forma inconsciente, todos los agentes participantes en un proceso judicial influyan de una forma u otra en la declaración de los testigos, incluso meramente a través de la forma en que plantean sus preguntas. De ahí que Conway defienda que una simple testificación visual no pueda ser considerada como una prueba fiable.
Un ejemplo reciente y especialmente significativo se produjo después de la muerte del brasileño Jean Cherles de Menezes en el metro de Londres, abatido por la policía de Londres al ser confundido con un buscado terrorista. Un portavoz del cuerpo policial aseguró que "sus ropas y forma de comportarse lo hacían particularmente sospechoso", justificando así el error. Inmediatamente después, la mayor parte de testigos aseguraron que Menezes llevaba ropa ancha y que había saltado los tornos de la estación después de que sus perseguidores le dieran el alto. Cuál sería la sorpresa de dichos testigos cuando, poco después, las cámaras de seguridad mostraron que ni una cosa ni la otra eran ciertas: habían sido inequívocamente condicionados por la declaración del portavoz policial.
Otra posible manifestación de este engaño es el que ha llevado a criticar ciertas prácticas psicoanalíticas. En Memories in the Real World, Conway escribía, junto a su compañera Gillian Cohen, que "el interés en los recuerdos falsos ha sido espoleado por la cantidad de adultos que han descubierto en los tiempos recientes que habían sido víctimas de abusos sexuales durante su infancia. La recuperación de este recuerdo suele producirse durante la psicoterapia, y muchos estudiosos creen que dichos eventos nunca tuvieron lugar, pero han sido implantados en gente influenciable y vulnerable a partir de las sugerencias ofrecidas por el propio analista".
La memoria episódica implica la habilidad para viajar cognivitamente a través del tiempo para recuperar experiencias
Un curioso experimento fue llevado a cabo hace años por las investigadoras Elizabeth F. Loftus y Jacqueline E. Pickrell, en el que propusieron a distintos niños tres posibles recuerdos (dos de ellos corroborados por los padres; el restante, inventado por las investigadoras) y les pidieron que los detallasen. Pues bien, el 29% de los alumnos comentaron el recuerdo falso como si de verdad hubiese ocurrido, una muestra de la relativa sencillez con la que elementos externos pueden influir en nuestra memoria. Fue Peter J. Freyd quien en primer lugar se preocupó por dicho fenómeno a comienzos de los años noventa, delimitándolo bajo el nombre de Síndrome de la falsa memoria (False Memory Syndrome).
El pasado que nos proyecta hacia el futuro
Durante las últimas décadas se ha llegado a la conclusión de que la memoria episódica es de vital importancia para que el ser humano sea capaz de planificar su futuro. Uno de los saltos evolutivos que ha permitido al hombre convertirse en el animal dominante fue precisamente su perfeccionamiento de dicha memoria, en cuanto que es la que nos lleva a poder prever futuros acontecimientos, basándonos en lo ocurrido con anterioridad.
La pregunta que debemos plantearnos es si estamos seguros de lo que recordamos
Señala Thomas R. Zentall, profesor de la Universidad de Kentucky, que "la memoria episódica implica la habilidad para viajar cognivitamente a través del tiempo para recuperar experiencias pasadas e imaginar futuros eventos. Estos procesos implican un tipo de conciencia que probablemente sólo pertenezca a los humanos, y que de hecho, sólo ha aparecido recientemente entre nosotros. La otra parte de los viajes temporales subjetivos es la habilidad para imaginar eventos en el futuro y planearlos".
¿Pero qué ocurre cuando dichos eventos son falsos, como en los casos que hemos apuntado anteriormente? Generalmente, la manipulación de nuestros propios recuerdos raramente nos perjudicará pues, como señalamos, los cambios suelen tener como objetivo reforzar nuestra imagen y sentirnos más seguros, en unos casos, o de satisfacer lo que los demás esperan de nosotros, en otros. La pregunta que debemos plantearnos es si estamos seguros de lo que recordamos, o ha sido la acción de agentes externos (presiones sociales, necesidad de testificar) quien ha alterado nuestros recuerdos.
Luis Buñuel alertó de los peligros de la memoria en el inicio de su autobiografía, Mi último suspiro, a través de una esclarecedora anécdota: "la memoria, indispensable y portentosa, es también frágil y vulnerable. No está amenazada sólo por el olvido, su viejo enemigo, sino también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día", señalaba el cineasta de Calanda. "Durante mucho tiempo, conté a mis amigos la boda de Paul Nizan, brillante intelectual marxista. Cada vez me parecía estar viendo la iglesia, los invitados, el altar, el cura y al padrino, Jean-Paul Sartre. Un día, me dije de pronto '¡imposible!'. Nizan, marxista convencido y su mujer, hija de agnósticos, nunca se hubieran casado por la Iglesia. Entonces, ¿había yo transformado un recuerdo? ¿Lo había inventado? ¿Era una confusión? Todavía no lo sé". Hoy en día, los científicos habrían señalado que probablemente se trataba de una combinación de recuerdos que tuvieron lugar con otros que no lo hicieron, quizá como producto de cierta sugestión. Una explicación satisfactoria, pero que no termina de resolver todos los misterios de la mente, a los que apenas nos hemos comenzado a asomar.
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