Para algunos expertos, internet nos está volviendo más superficiales y desmemoriados. Incluso hay quien apunta que hablamos más deprisa y escuchamos menos. Para otros, en cambio, internet no es un virus ni tampoco ninguna enfermedad, sino un simple reflejo de la sociedad en que vivimos
Antonio Ortí
Fue poco después, en el 2008, cuando Carr decidió escribir un artículo titulado “¿Google nos vuelve estúpidos?”, que desarrolló posteriormente en Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus). Desde su publicación, esta obra ha levantado una gran polvareda en Estados Unidos y Gran Bretaña, hasta el extremo de ocupar la portada de algunas de las revistas más influyentes, caso de la alemana Der Spiegel, que tituló “Match das internet doof?”(¿Nos hace internet tontos?) o de la norteamericana The Atlantic.
Más allá de la provocación periodística que representa preguntar en letras de gran tamaño si internet está fomentando una nueva generación de estúpidos, como sugiere el escritor Hernán Casciari en El nuevo paraíso de los tontos (Plaza & Janés), algunas de las cuestiones que formula Nicholas Carr parecen pertinentes.
De entrada, un buen número de ciudadanos reconocen que cada vez les cuesta más trabajo concentrarse, memorizar números de teléfono o realizar operaciones aritméticas sencillas, tal como describe Carr. Además, algunos estudios constatan que en la actualidad hablamos más deprisa (en concreto, pronunciamos 160 palabras por minuto, quince más que en el año 2000) y escuchamos menos. Y no sólo eso, sino que este ritmo espasmódico y acelerado se está trasladando al sexo, a la alimentación (y de ahí el nacimiento, como reacción, del slow food o del comer sin prisas) y prácticamente a cualquier ámbito. Tanto es así, que incluso los dibujos animados están bajo sospecha, como demuestra un estudio de la Universidad de Virginia (EE.UU.) que parece sugerir que los populares gracejos y el frenético ritmo que imprime Bob Esponja generan un déficit de atención (otro trastorno emergente…) en los niños, hasta el punto de dispersarlos en la escuela.
Sin embargo, el principal chivo expiatorio suele ser internet, como prueba la prolija bibliografía que alerta de sus supuestos peligros. Si en julio del 2011 el escritor peruano Mario Vargas Llosa escribió una celebrada tribuna en El País titulada “Más información, menos conocimiento”, unos meses más tarde, en enero del 2012 fue Juan Goytisolo quien abordó la polémica en el artículo “Más y más cosas, pero menos importantes”. Incluso el escritor Umberto Eco ha manifestado, parafraseando a Goya, que “la fe ciega en internet engendra monstruos”.
Eso sí, Goytisolo tuvo la decencia de dejar bien clara su situación personal: “La de un patético o socarrón Neandertal que no perdió el tren en marcha en el siglo XX sino en el XIX. (…) La de alguien que no tiene la menor idea de lo que es iPad, Wii, Xbox o Mac Book Avi. (…) De un ochentón al que sus ahijados marrakchís, poco dados a la lectura, pero al tanto de los últimos artilugios de la tecnología, contemplan con cariñosa conmiseración”.
Así las cosas, el principal cambio que se detecta en relación con internet es que la corriente crítica que cuestiona las bondades de la cultura digital ya no engloba únicamente a personas que desarrollaron su intelecto en una época en la que las cintas de casete se rebobinaban con ayuda de un bolígrafo. Ahora, y esa es la novedad, son neurólogos, biólogos, pedagogos y psicólogos habituados a utilizar diariamente las nuevas tecnologías quienes alertan de sus hipotéticos peligros.
Sin ir más lejos, Carr se considera un usuario compulsivo de la web, paga sus facturas a través de la red, ha tenido cuentas en Facebook y Twitter y está acostumbrado a visionar vídeos en streaming, por lo que no parece que sus opiniones partan del supuesto de que cualquier tiempo pasado fue mejor. He aquí un ejemplo: “Hace poco caí y compré un reproductor de Blu-ray con una conexión de wi-fi incorporada que me permite bajarme música de Pandora, películas de Netflix y vídeos de YouTube a mi televisor y a mi estéreo. Tengo que confesar que es genial. No estoy seguro de poder vivir sin él”, reconoce en la página 241 de la obra que ha hecho célebre a este periodista.
Pero… ¿qué dice Carr en las 340 páginas de Superficiales como para que el jurado del premio Pulitzer decidiera que su libro merecía ser finalista? Básicamente, sostiene que cada nueva tecnología obliga al cerebro a ajustarse a una nueva manera de procesar y almacenar la información. En este sentido, señala, internet estaría fomentando el picoteo rápido y distraído de pequeños fragmentos de información de muchas fuentes a una velocidad inusitada, sin dejar espacio para la reflexión y el pensamiento crítico. Por decirlo con sus propias palabras, “internet consigue que disfrutemos siendo superficiales”.
Por si fuera poco, la red nos estaría reconfigurando a su propia imagen, volviéndonos más hábiles para manejar y ojear por encima la información, aunque menos capaces, por ejemplo, para reparar en que esta manera de funcionar, que privilegia la eficiencia y la velocidad, es deudora de la cultura consumista e industrial que propone el capitalismo. Sin embargo, es posible que todo no sea blanco o negro, sino que haya espacio para otras tonalidades. Y también que muchas de las hipótesis que plantea Carr no sean más que percepciones personales avaladas por algunas investigaciones científicas que sustentan ideas similares.
De entrada, no hay ninguna prueba de que la memoria se haya visto dañada con internet, según anota Betsy Sparrow, psicóloga de la Universidad de Columbia y coautora de Los efectos de Google en la memoria, un estudio de referencia que publicó Science. En todo caso, cuando una persona confía en poder recuperar un dato, su cerebro no hace ningún esfuerzo por memorizarlo. Así, de la misma forma que antes de internet los humanos tendían a descansar parte de la información en los amigos, en los compañeros de trabajo o en la pareja, ahora esa memoria externa es Google. Y no hay que rasgarse las vestiduras, ya que el cerebro es muy cómodo y no almacena datos que pueda recuperar fácilmente.
“Me da la impresión de que algunos psicólogos americanos tratan el tema de manera sensacionalista”, interviene Francisco José Rubia, uno de los más destacados investigadores europeos en el campo de la neurociencia, además de autor de libros como El cerebro nos engaña y ¿Qué sabes de tu cerebro? (ambos publicados en Temas de Hoy) o La conexión divina (publicado en Crítica).
En opinión de este catedrático de la facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, “hoy en día, no hay ningún estudio científico que pruebe fehacientemente que la utilización de internet haya repercutido negativamente en el cerebro”. Rubia apunta que, “en todo caso, internet es una herramienta como cualquier otra, que se puede utilizar bien o mal”. El ejemplo que pone es el cuchillo: un utensilio extremadamente útil en la cocina, pero que también puede utilizarse para matar. “Sin embargo, la parte positiva me parece mucho más relevante –prosigue–. En mi opinión, internet nos hace la vida más agradable, aunque es evidente que si una persona se pasa diez horas diarias conectada, puede llegar a perder algunas habilidades sociales”, indica Rubia en relación con un estudio que concluye que una elevada exposición a la tecnología parece disminuir la capacidad de reconocer el contexto emocional de algunas situaciones.
Por cierto, a este prestigioso neurocientífico no le cuesta concentrarse en la lectura de un libro, de la misma manera que considera “una perogrullada como la copa de un pino”, avisa, que se diga que la tecnología digital está cambiando las conexiones neuronales. “Eso también sucede ahora mismo, mientras hablamos”, esgrime.
Alfons Cornella, físico, consultor y creador de Infonomía, tiene fama de responder a las preguntas más difíciles, tal vez porque en su juventud se ganó la vida introduciendo 900 términos en una enciclopedia científica destinada al gran público. Sin embargo, cuando se le inquiere qué está haciendo internet con nuestras mentes, responde que todavía no hay suficiente información como para dar una respuesta concluyente.
Lo que sí dice Cornella es que las nuevas tecnologías están cambiando la manera de procesar la información. “El auténtico reto”, indica fiel a su teoría de “one thing rule”, es decir, de trasmitir al menos una cosa, “es aprender a utilizar internet para pensar, pues nuestro cerebro tiende a economizar energía”, lo que podría llevar a un escenario de futuro que ya planteó Stephen Hawking en su día: “El verdadero peligro es que los ordenadores se apoderen del mundo”, alertó el celebrado e influyente físico británico en el 2001.
El propio Cornella ha acuñado el concepto infoxicación para referirse a que el exceso de información produce ansiedad, confusión, superficialidad y falta de atención, en línea con lo que ha descubierto Carr, aunque no tiene tan claro como él que internet nos aboque a un callejón sin salida. En realidad, para Cornella, en internet está el problema y, al mismo tiempo, la solución. “Hemos vivido en tierra firme durante mucho tiempo y ahora nos hemos metido en un mar que es internet, donde soplan vientos distintos. De lo que se trata es de saber navegar en ese mar”, explica de modo metafórico.
De hecho, el propio Cornella se aplica normas estrictas para no acabar engullido por mil estímulos diferentes que le lleven a la multitarea y al “pensamiento interruptus”, indica. Entre las cosas sencillas que recomienda, destaca ser muy selectivo con los e-mails, borrando rápidamente los que no interesan, y echarse “siestas digitales”, un concepto popularizado por el catedrático de Psicobiología de la Universidad de Murcia José María Martínez.
El profesor Martínez, que es autor de Tecnoestrés. Ansiedad y adaptación a las nuevas tecnologías en la era digital (Paidós Contextos), cuenta que las siestas digitales (entendidas como pequeños descansos ausentes de tecnología) están siendo aplicadas con éxito por muchas empresas de Silicon Valley, donde es habitual que exista un gimnasio, una habitación para jugar al futbolín o al ping-pong y confortables puffs para relajarse.
También el selecto Penn Club de Manhattan organiza seminarios para profesionales y ejecutivos donde está terminantemente prohibido el uso de cualquier dispositivo electrónico que pueda distraer su atención. Asimismo, multinacionales como Intel han introducido un programa denominado “Quiet time” (tiempo para estar tranquilo o en silencio) que tiene por objeto establecer los martes por la mañana un periodo de introspección y recogimiento obligatorio para que sus ingenieros se dediquen a pensar y no a perseguir confusamente un concepto en una selva inextricable de enlaces.
Asimismo, durante los viernes se ensayó otro programa piloto denominado “Zero e-mail fridays”, no tanto para no recibir correos electrónicos, sino para evitar que se enviaran e-mails a compañeros de cubículo, con tal de no caminar unos cuantos pasos por el pasillo y hablar cara a cara del asunto. A modo de curiosidad, este programa piloto no tuvo tanto éxito entre los ingenieros como el “tiempo de silencio”, y sólo lo encontraron efectivo el 29% de los encuestados.
Aunque no se ha haya citado todavía, lo cierto es que el debate sobre los efectos de internet se caracteriza por suscitar opiniones muy radicales. Así, mientras los apocalípticos se refieren despectivamente a la “tecnoestúpidez”, a la “googlelización” y al “botellón electrónico”, los defensores a ultranza de las nuevas tecnologías no admiten de ninguna de las maneras que internet nos esté volviendo más superficiales y menos humanizados, por considerar que se trata de opiniones llenas de prejuicios de personas que antiguamente ostentaban el poder y que no se resignan a perder sus viejos privilegios.
“Cuando alguien se muestra escéptico con las nuevas tecnologías suele ser juzgado, verbal o mentalmente, como pobre, viejo y tonto”, señala el autor de Tecnoestrés”. “Sin embargo, la labor de cualquier psicólogo –añade José María Martínez– consiste en analizar también las desventajas, aunque los beneficios sean superiores”, consigna este experto para quien todo cambio conlleva aspectos positivos y negativos, al tiempo que requiere un esfuerzo de adaptación.
“Mientras que a nivel social se trata de un tema polémico, a nivel científico este debate no existe”, interviene Ana Montserrat, directora del programa Tres14 de La 2 de Televisión Española, especializado en divulgar los avances tecnológicos sin perder el escepticismo. “Es verdad –prosigue– que se trata de un tema de actualidad y que muchos científicos se están planteando ahora mismo si internet está cambiando la manera de pensar, pero, hoy por hoy, no hay nada demostrado”, recalca. De hecho, la propia Montserrat ha invitado a Mark Pagel, uno de los mayores expertos en biología evolutiva, a comentar en su programa un reciente artículo publicado en Edge (la que pasa por ser la web más inteligente del mundo…) en el que afirma que “internet favorece la cultura de la copia, cuando lo que necesita la especie humana son innovadores”.
“Mi opinión personal es que la polémica no es científica, sino de poder. Antes de internet había una élite que controlaba los contenidos y su divulgación. Ahora, en cambio, se están diluyendo las fronteras entre los que generan, difunden y reciben los contenidos, en tanto cada vez hay más tendencia a que cualquier persona pueda cumplir los tres papeles. En ese sentido, entiendo que, en general, tener opciones es bueno y que internet da opciones”, reflexiona Montserrat.
También la psicóloga social Dolores Reig tiene su propia opinión sobre lo que está haciendo internet con nuestras mentes. Reig, que se declara “tecnoutópica” y edita El Caparazón, un espacio sobre nuevas tendencias en tecnología que apuesta por la construcción de un mundo más horizontal, libre y democrático, escribió en su día un artículo titulado “Google nos hace estúpidos… (menos a mí)”, en el que parodió el título que eligió Carr para su ensayo. En su opinión, internet, efectivamente, está provocando cambios en la manera en que aprendemos, sin que ello sea necesariamente malo.
Respecto a que internet está dividiendo a la sociedad en dos bandos antagónicos, de un lado los que piensan que se abre una época dorada de interactividad y de sinergias y, de otro, los que presagian una etapa oscura de narcisismo y mediocridad, Reig introduce un elemento nuevo: el conflicto generacional. A juicio de la psicóloga social, que cuenta con más de 30.000 seguidores en Twitter, internet siempre ha estado bajo sospecha: que si favorece la lectura en diagonal, que si crea adicción, que si está acabando con la cultura...
“Tengo la sensación de que se trata de una rabieta de los no nativos (véase cuadro anexo) por su falta de compresión de los cambios que internet conlleva. Me pregunto: ¿qué nos asusta tanto?”, escribió en su día acerca de si internet nos está volviendo estúpidos, tras precisar que “está claro que nuestra adaptación a la era digital es lenta y que vivimos una época de transición hacia un nuevo orden cognitivo e intelectual”.
Sin embargo, es factible que todo el mundo lleve un poco de razón y que con internet se estén perdiendo algunas habilidades y se estén ganando otras muchas, como sucede con cada gran cambio tecnológico. Es más, es posible que la respuesta a la pregunta que plantea este artículo se escuchara el pasado 12 de febrero en un animado debate que tuvo lugar en la Asociación de Artistas Suburbanos de Barcelona. Fue allí donde Xavi Marx, un artista multimedia, dejo una sentencia para la reflexión: “Internet no es un virus ni una enfermedad, sino el reflejo de la sociedad en que vivimos. Al final, todo depende de cómo lo utilices”.
Programas y cerebro
Google
Algunos expertos han acuñado la expresión “efecto Google” o “googlelización”, para recalcar que los motores de búsqueda on line se están convirtiendo en la “memoria externa” del cerebro, hasta el punto de que muchas personas ya no se molestan en memorizar datos por confiar en su habilidad para encontrarlos en la web.
Twitter
La red social de moda es un ejemplo para observar la manera en que están cambiando los hábitos de lectura. Porque Twitter es también, de hecho, un nuevo idioma en el que priman las frases cortas, pero también la interactividad y la inmediatez. Si en el pasado la información era poder, ahora parece que lo sea compartir cualquier cosa.
Facebook
Facebook permite recuperar viejas amistades que parecían perdidas, mantener relaciones a distancia o enriquecer vínculos ya existentes. Pero igualmente, advierten ciertos expertos, genera una especie de “voyeurismo” que dinamita la antigua noción de privacidad a partir de acaparar amigos y de publicitar cualquier suceso observable.
Power Point
Franck Frommer, autor del libro El pensamiento Power Point: ensayo sobre un programa que nos vuelve estúpidos (Península), opina que el célebre programa “elimina toda capacidad de razonar, discutir y criticar”. ¿Se trata de una nueva exageración tecnofóbica o realmente es un reflejo de que cada vez somos más simples?
Foto
Hasta ahora la “memoria fotográfica” estaba reservada a un selecto grupo de personas capaces de recrear y volver a describir con todo lujo de detalles situaciones vividas. Sin embargo, desde la invención de internet, decodificar la información en imágenes se está convirtiendo en una norma más que en la excepción de antaño.
Teléfono móvil
La popularización de los teléfonos móviles ha entronizado un nuevo tipo de lenguaje en el que prima la rapidez, la brevedad y la interactividad. Por decirlo con un lenguaje cinematográfico, están aumentando los primeros planos y los planos detalle en detrimento de los planos conjuntos y de los planos generales.
Calculadora
Aunque muchas personas ya no saben realizar operaciones aritméticas sencillas porque hay calculadoras digitales por doquier, también es cierto que las nuevas tecnologías digitales han permitido desarrollar nuevas habilidades. Ahora, por ejemplo, recordamos mucho mejor la forma de llegar a la información que la información en sí.
Multitarea
Hacer varias cosas (o al menos intentarlo) a la vez se está convirtiendo en habitual, con las ventajas y desventajas previsibles: de un lado, ha surgido un nueva forma de pensar multilateralmente que posibilita realizar varias acciones al unísono; de otro, se está propiciando el llamado “pensamiento interruptus”.
Algunos expertos han acuñado la expresión “efecto Google” o “googlelización”, para recalcar que los motores de búsqueda on line se están convirtiendo en la “memoria externa” del cerebro, hasta el punto de que muchas personas ya no se molestan en memorizar datos por confiar en su habilidad para encontrarlos en la web.
La red social de moda es un ejemplo para observar la manera en que están cambiando los hábitos de lectura. Porque Twitter es también, de hecho, un nuevo idioma en el que priman las frases cortas, pero también la interactividad y la inmediatez. Si en el pasado la información era poder, ahora parece que lo sea compartir cualquier cosa.
Facebook permite recuperar viejas amistades que parecían perdidas, mantener relaciones a distancia o enriquecer vínculos ya existentes. Pero igualmente, advierten ciertos expertos, genera una especie de “voyeurismo” que dinamita la antigua noción de privacidad a partir de acaparar amigos y de publicitar cualquier suceso observable.
Power Point
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Foto
Hasta ahora la “memoria fotográfica” estaba reservada a un selecto grupo de personas capaces de recrear y volver a describir con todo lujo de detalles situaciones vividas. Sin embargo, desde la invención de internet, decodificar la información en imágenes se está convirtiendo en una norma más que en la excepción de antaño.
Teléfono móvil
La popularización de los teléfonos móviles ha entronizado un nuevo tipo de lenguaje en el que prima la rapidez, la brevedad y la interactividad. Por decirlo con un lenguaje cinematográfico, están aumentando los primeros planos y los planos detalle en detrimento de los planos conjuntos y de los planos generales.
Calculadora
Aunque muchas personas ya no saben realizar operaciones aritméticas sencillas porque hay calculadoras digitales por doquier, también es cierto que las nuevas tecnologías digitales han permitido desarrollar nuevas habilidades. Ahora, por ejemplo, recordamos mucho mejor la forma de llegar a la información que la información en sí.
Multitarea
Hacer varias cosas (o al menos intentarlo) a la vez se está convirtiendo en habitual, con las ventajas y desventajas previsibles: de un lado, ha surgido un nueva forma de pensar multilateralmente que posibilita realizar varias acciones al unísono; de otro, se está propiciando el llamado “pensamiento interruptus”.
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