El hombre, al nacer, es una página en blanco que completará según la calidad de sus experiencias en la vida.
Cuando es un niño, aprende rápidamente hasta que inicia la escolaridad formal. Allí, se detiene el avance espectacular de los primeros años porque el sistema educativo privilegia su socialización. El niño que aprendía según la regla de su propia curiosidad e interés, ingresa a un mundo donde se le enseña lo mismo que a todos y en el que no interesa descubrir su genialidad.
¿Cómo cambiar esta situación? Se puede intentar hacer del defecto una virtud luchando contra la corriente, como Cicerón con su hijo, cuyas aptitudes intentó cambiar con los mejores maestros, pero fracasó. En cambio, proponemos una transformación que privilegie el descubrimiento de la vocación, que es la llama interior que generará al creador de su propio destino. El hombre razonable se adapta al mundo, el creativo adapta al mundo a su deseo.
Por un error de enfoque, la educación se dedicó a la transmisión de la información, lo que se pude lograr mejor con otros medios. Lo que hay que priorizar es el desarrollo de la semilla de la genialidad que late en cada ser, mediante instrumentos y situaciones de aprendizaje donde el problema juegue un rol fundamental.
El problema es el motor de la inteligencia ya que sin él no hay pensamiento. El problema, cuando es asumido como propio, es la madre del invento. Por eso, los acertijos incorporados como programa de inteligencia, rompen con la rutina de la mera incorporación de datos.
Al igual que el chiste, el acertijo ilumina la mente pero tiene como ventaja el espacio creativo de la no respuesta inmediata que el primero no da por tratarse de un mensaje cerrado y completo, aclarado en el mismo momento de su presentación.
Cuando se incorporan como hábitos diarios: el pensamiento como instrumento, la capacidad de inventar enigmas o ver lo que los demás no ven, tener objetivos en lugar de ser hojas arrastradas por el viento, actuar desde el interés, el deseo y la capacidad en lugar de responder a mandatos externos: la vida comienza a cambiar. Dominada la técnica se enseña a trasladar las ideas de los juegos al gran juego de la vida. Las pequeñas ideas transformaron al mundo, la hojita de afeitar de Gillete, Einstein viajando en el rayo de luz, detectar en el barco que se aleja como desaparece de la vista primero su base permitió deducir la redondez de la tierra, que el oro y la plata desplazan diferente cantidad de agua hizo que Arquímedes gritara: Eureka...
Se trata de aprender a observar la realidad o navegar en el mundo interior buscando oportunidades, combinando los tres universos de la experiencia: los hechos que ocurrieron, los signos que los representaron en nuestra mente y las ideas que brotan en interacción con los deseos y las necesidades.
Una buena práctica es la de no eludir las amenazas ya que detrás de ellas se encuentran las grandes oportunidades -si rotamos la percepción-. Así un revendedor puede ser un delincuente o un salvador para el que no tiene tiempo para comprar su entrada.
Mediante un tanque de ideas, con un embudo, del que salen en forma de proyectos que luego se convierten en realidades se aprende que goles son amores y no sólo buenas razones y a retornar a la creatividad perdida desde que la revolución industrial redujo al hombre a empleado o apéndice de la máquina o de la maquinaria de una organización.
Educar etimológicamente significa extraer, sacar de adentro. Recuperar el sentido olvidado de esa palabra es nuestro compromiso con una filosofía que privilegia al hombre como creador concebido por Dios a su imagen y semejanza.
* Dr. Horacio Krell, Director de ILVEM. Consultas ahoraciokrell@ilvem.com.ar.
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