La necesidad de actuar de Haití es angustiante y la indiferencia, total y burda.
Nos sumergimos en la frustración, la culpa y el sinsentido cuando somos incapaces de actuar ante las catástrofes humanas que nos conmueven, cuando somos inconsecuentes con la responsabilidad moral que sentimos e inútiles antes las injusticias que hemos visto.
A poco más de dos años del terremoto, Haití quedó varado donde estaba antes... en el olvido. Nada ha cambiado. Persisten los campamentos de damnificados y la capital continúa en ruinas, con la amenaza añadida de una epidemia de cólera que no acaba de estar enteramente controlada.
Las elecciones presidenciales que cursaron el pasado año, no fueron distintas en cuanto a sospechas de fraude y manipulación. Las violaciones son frecuentes en los campos de los desplazados y el tráfico de niños es alarmante. Junto a la pérdida de vidas humanas, el débil y corrupto aparato del Estado también sucumbió al temblor de tierra, convirtiendo Haití en un país sonámbulo que no termina de despertar.
La comunidad internacional se ha retirado y las promesas económicas realizadas con gran publicidad y titulares se atascaron en la burocracia, la lentitud y un mar de excusas interminable.
La pobreza tiene urgencias que el dinero no entiende. Cuando alguien sufre y no encuentra cómo calmar su dolor, su paciencia se enferma y con ella llega la miseria, la enfermedad y la muerte.
Con un panorama tan poco alentador, hay algunas organizaciones humanitarias que, de
manera prodigiosa, se desplazan de inmediato al lugar de la catástrofe para tratar de cubrir los huecos existentes que ha dejado el sismo, no el telúrico, sino el vacío de recursos que ni el Gobierno ni las instituciones internacionales han podido sufragar.
manera prodigiosa, se desplazan de inmediato al lugar de la catástrofe para tratar de cubrir los huecos existentes que ha dejado el sismo, no el telúrico, sino el vacío de recursos que ni el Gobierno ni las instituciones internacionales han podido sufragar.
En un mundo sembrado de hambre, desilusión e injusticia, no todos tienen el tiempo de pensar en el saldo de 300.000 muertos que dejó la tarde de aquel fatídico 12 de enero de 2010. Pero mucho menos son las personas conscientes de que los haitianos puedan hundirse en un dolor tan infinito que por la falta de medicamentos y atención médica lleguen a agonizar uno a uno hasta que el país quede convertido en un inmensa fosa común.
Hoy tenemos la oportunidad de brindar ayuda a quienes batallan contra las inclemencias de la realidad haitiana. Mañana, seremos parte del olvido... y los haitianos también.
Alvin Báez, autor de estas imágenes, es fundador del colectivo de fotógrafos Pictoris.
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