COMPETIR CON LA MENTE
La mente es la casa de las creencias que promueven los pensamientos que conducen a las acciones que emprendemos.
La mente es lo que desarrolla y dirige la estrategia.
La mente provee una imagen e instruye al cuerpo en los movimientos necesarios para actuar.
La mente es el observador que hace las decisiones acerca de la clase de autodiálogo que utilizamos cuando actuamos.
La mente controla nuestra fisiología.
La mente se hace cargo del control emocional.
La mente es la locomotora que conduce al tren!
¿Qué harías si no tuvieras miedo?
¡Vaya preguntita!, pensé al ver el título del recién publicado libro de Borja Vilaseca. Y no porque me
resultara extraña o, ni mucho menos, improcedente. Al contrario. Es que fue leerlo y un torbellino de
ideas se agolpó en mi cabeza. Todas como locas, pujando por salir. Inevitable.
Pero, ¿miedo a qué? -fue la primera en brotar-, si yo no tengo miedo. Lógica conclusión. Relacionar la
palabra “miedo” con la integridad física es bastante común pero, por suerte, no es el caso. Precisamente.
Y ahí comienza lo peliagudo del asunto…
¿Miedo? Hay que reconocerlo, tenemos miedo a cientos de cosas: al fracaso, a “quedar mal”, a las críticas
negativas…, ¡hasta las positivas nos asustan un poco! Pero, sobre todo, nos aterroriza –al menos a mí–
“perderlo todo”. ¿Y qué demonios es ese “todo” tan importante? Defíname todo, oiga, me digo a mi misma.
Hecho. ¿Y quién ha decidido que ese “todo” maravilloso cuyos límites acabo de precisar es justo lo que
“debe” hacerme feliz? Me temo que no he sido yo.
Borja Vilaseca opina lo mismo. Somos víctimas de un sistema educativo que, además de fomentar el
conformismo y la obediencia ciega con consignas como el empleo fijo, los salarios estables o los estudios
con “salidas profesionales”(¡toma ya!, eso lo apunto yo), ha aniquilado nuestra creatividad, limitando así
muchas de nuestras posibilidades y potencialidades profesionales, dice el autor. No puedo estar más de
acuerdo: nos han educado para vivir en un mundo que, como poco, agoniza y todas esas monsergas,
aprendidas y asimiladas como ciertas desde niños, ya no valen.
Entonces, ¿qué hacemos?
Perder el miedo. El miedo a la libertad, a abandonar el redil, a dejar de lado una supuesta comodidad que
depende de normas e instituciones preestablecidas incapaces de resolver sus propios asuntos -¿cómo van
a resolver los nuestros?-, el miedo a la independencia, a pensar y a tomar decisiones “arriesgadas” o no tanto.
Y todo eso pasa por un análisis mucho más profundo de lo que realmente queremos; pasa por dejar de
gastar energía en esa indignación que día a día nos consume, empleando nuestra fuerza en cambiar lo único
que de verdad podemos transformar: nuestra mentalidad, nuestra actitud. Y, sobre todo, pasa por reaprender
a apasionarnos.
¿Qué harías si no tuvieras miedo? nos anima a tomar las riendas de nuestra vida, removiendo los
cimientos sobre los hemos construido nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y el resto del
mundo.
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