miércoles, 12 de febrero de 2014

Elogio a la útil inutilidad

http://www.amaliorey.com/2014/02/12/elogio-a-la-util-inutilidad-post-394/ 
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La utilidad de lo inutil_libroLa reciente obra de Nuccio Ordine, que lleva como título “La utilidad de lo inútil”, tenía necesariamente que llamar mi atención. Se trata de un librito breve que va a interesar a cualquiera que intuya, como yo, que las cosas a menudo no son lo que parecen.
Es un texto oportuno, que va a ayudar a visibilizar un problema de gran actualidad, aunque tengo que decir que siendo una lectura necesaria, no satisfizo las elevadas expectativas que me había hecho. Para mi gusto le falta frescura y fluidez, porque se construye a través de una densa concatenación de citas que reflejan erudición pero que terminan siendo demasiado reiterativas. El texto, a pesar de su brevedad, me pareció redundante y no consiguió engancharme. De hecho, casi que disfruté más el apéndice del libro, que es un ensayo de Abraham Flexner titulado “La utilidad de los conocimientos inútiles”.
Sin embargo, me sigue pareciendo “útil” dedicar un post a reseñar algunas ideas expresadas por Ordine en su Manifiesto, porque encaja con el seriado que estoy escribiendo sobre la urgencia de recuperar las humanidades en la formación/educación de profesionales, gestores y directivo/as.
Antes se seguir, conviene recordar que el autor incluye dentro de lo que esta sociedad llama “inútil” no sólo los saberes que no producen beneficios sino también aquellos ajenos a cualquier finalidad utilitarista. Son saberes o acciones que en principio se tachan de “inútiles”, por estar alejados de toda intención práctica, pero que terminan siendo “útiles” porque “ayudan a hacernos mejores. O sea, el saber tiene un valor en sí, con independencia de que produzca o no ganancias y resultados prácticos. Lo que importa es que sea bueno, y no necesariamente “útil”.
En un post anterior sobre cosas que haría para mejorar la educación insistía en una idea que para muchos es contraintuitiva: Las humanidades ayudan (indirectamente) a mejorar la empleabilidad, y me quejaba precisamente de que estamos en un momento de exaltación de “lo práctico e inmediato”, del Saber-Hacer y de la formación utilitarista, que agudizado por la crisis promueve una especie de acoso-y-derribo de las Humanidades, a las que se presentan como un gasto superfluo. Ya sabemos aquel sabio consejo que nos dio el Ministro Wert de que “los universitarios no deben estudiar lo que quieren sino lo que les emplee”.
Nuccio Ordine, en un prudente ejercicio de autocontrol, reconoce que “sería absurdo cuestionar la importancia de la preparación profesional en los objetivos de las escuelas y las universidades”, pero reclama la importancia de que “se subordine a una formación cultural más amplia”. Cita los ensayos de John Henry Newman sobre la “universidad profesionalizada” para insistir en que “el desarrollo general de la mente” ha de tener primacía sobre el “estudio profesional y científico”.
Me parece esencial el debate que abre sobre la utilidad de la investigación científica, en un momento de restricciones presupuestarias que priman obsesivamente la “ciencia productiva”. Hay que recordar una y otra vez que muchas investigaciones de ciencia básica, que solo buscan desentrañar el por qué de las cosas, terminan generando de forma inesperada aplicaciones de gran relevancia. Son inversiones que “no generan retornos inmediatos, ni monetizables”, que no son “ciencia productiva” porque satisfacen una curiosidad puramente teórica, pero que a medio y largo plazo revierten en enormes beneficios prácticos.
El ensayo de Abraham Flexner ataca directamente esta cuestión, que es probablemente de las que más me interesan, aportando numerosos ejemplos (Marconi, Maxwell, Hertz, Galileo, Newton, etc.) de descubrimientos relevantes para la humanidad hechos por hombres y mujeres que “no se guiaron por el afán de ser útiles sino por el mero deseo de satisfacer su curiosidad”. Y por eso insiste en una idea clave con la que estoy totalmente de acuerdo: la necesidad (en las políticas públicas e instituciones científicas) de darle a la curiosidad una total libertad.
Todo el libro me recuerda el “principio de oblicuidad” que propone  John Kay en su más que recomendable libro “Obliquity”, según el cual suele cumplirse esta paradoja: “Goals are often best achieved without intending them”. ¿Qué es “lo útil”? ¿Alguien lo sabe realmente? ¿Se puede afirmar con seguridad que una actividad “no sirve para nada”?. Charles Eames lo tiene claro: “My dream is to have people workings on useless projects. These have the germ of new concepts”.
Esta paradoja nos lleva también al viaje inverso. Lo “inútil” puede ser útil, del mismo modo que lo “útil” a menudo se manifiesta inútil, como bien sugiere el desenfreno consumista en el que estamos metidos, comprando cosas que no sirven para nada de lo que dicen que sirven. Por cierto, me resultó curiosa la cita que se hace en el libro deGiacomo Leopardi al hablar de las mujeres, a las que considera más indiferentes a la lógica productivista porque “al ser menos severas, se muestran más condescendientes con nuestra inutilidad”.
Pienso que soy un tío más práctico que soñador. Me dedico a la consultoría, así que eso dice algo de mí. Creo que la gracia está en el equilibrio, así que déjame también que diga esto: hay bastante retórica hipócrita con el postureo de despreciar lo material. Por ejemplo, dice el poeta Jean Starobinski que él “renunciaría antes a las patatas que a las rosas”, una frase que suena molona siempre que no esté pasando hambre.
Igual que desconfío del exceso de pragmatismo productivista, me cuesta tragar al “inútil crónico” que aboga por un modo de vida hedonista-existencialista, que despotrica de todo lo práctico-material pero bien que le gusta zamparse un filetón, dormir en un colchón cómodo o conducir por una carretera bien hecha. Para tener alimentos de calidad se necesitan buenos agricultores y ganaderos, los colchones se diseñan y fabrican por especialistas, y las infraestructuras no se construyen sin saberes técnicos. Ya ni te digo lo importante que es el desarrollo profesional en el mundo sanitario o la educación. Los saberes profesionales importan tanto como tener buenos escritores o artistas. Para los comunes de los mortales disfrutar de una vida digna implica también tener un empleo, y para tenerlo hay que saber producir y gestionar. La ignorancia es peligrosa como lo es también la miseria material.
Todo va unido y todo es importante, aunque el Manifiesto de Nuccio Ordine apunta en el sentido correcto porque vivimos un evidente desequilibrio a favor del “hombre práctico” y el “homo economicus”. Hay un sesgo economicista que desprecia las humanidades, así que ponerse en el lado castigado de la balanza es casi un acto cívico de resistencia.
En fin, me quedo sobre todo con estos reclamos: La inspiración socrática de buscar la verdad por todos los medios posibles solo por el placentero (y digno) hecho de conocerla. La necesidad de crear, y de imaginar. La importancia de habilitar también caminos largos e indirectos sin un propósito predeterminado. La mágica utilidad de las artes como manifestación desprovista de un fin utilitario. La lectura de los clásicos como una actividad autotélica. El disfrute de la belleza en su sentido más placentero y trivial, o como dice Gautier: “¿No es suficiente con que sirva para ser bello?”.

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