miércoles, 20 de abril de 2016

El teatro: una necesidad educativa

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El cerebro que actúa es un cerebro que comprende
Giacomo Rizzolatti
No podemos negar que las diferentes variedades artísticas están arraigadas en el propio desarrollo del ser humano desde su nacimiento – ¿cómo aprende el niño sino dibujando, cantando, bailando, corriendo o jugando?) – y que constituyen una recompensa cerebral necesaria para el aprendizaje – ¿quién no se ha emocionado alguna vez escuchando música, viendo una película o leyendo un poema? Y por encima de su incidencia, en general, sobre la memoria, las emociones o la creatividad, las artes nos permiten adquirir una serie de competencias y rutinas mentales esenciales en el aprendizaje de cualquier contenido curricular y que están en consonancia con la naturaleza social del ser humano. Porque estamos programados, desde el nacimiento, para interactuar con otras personas y aprender a través del mecanismo poderoso de la imitación. ¡Dichosas neuronas espejo! Y sobre el descubrimiento de estas neuronas espejo, el famoso director Peter Brook, comentó que la neurociencia empezaba a comprender lo que el teatro había sabido desde siempre: “el trabajo del actor sería vano si este no pudiera, más allá de las barreras lingüísticas o culturales, compartir los sonidos y movimientos de su propio cuerpo con los espectadores, convirtiéndolos, así, en parte de un acontecimiento que éstos deben contribuir a crear” (Rizzolatti y Sinigaglia, 2006). Y sobre el teatro y sus implicaciones educativas queremos hablar en el siguiente artículo en Escuela con Cerebro.
Algunos precedentes
En una investigación en la que James Catterall (2002) analizó los estudios realizados sobre los efectos del teatro en entornos escolares identificó muchos beneficios, algunos de ellos relacionados directamente con las materias curriculares, y otros, que son los más importantes, con el desarrollo integral de la propia persona. Los más representativos son los siguientes:
  • Convierte los conceptos abstractos en conceptos concretos.
  • Aborda los contenidos curriculares desde una perspectiva más atractiva.
  • Mejora su vocabulario.
  • Acerca el aprendizaje al mundo real.
  • Permite reflexionar a los alumnos sobre lo que hacen y comparar sus opiniones con las de los demás.
  • Fomenta la tolerancia y el respeto por los demás.
  • Mejora su autocontrol y su autoestima.
  • Suministra un sentimiento de libertad acompañado de responsabilidad.
Y en relación al autocontrol, tan importante en la evolución académica del alumno y en su desarrollo personal, sabemos que puede entrenarse tanto en la infancia como en la adolescencia. No obstante, tal como plantea el prestigioso neurocientífico Manfred Spitzer (2013), para que ese proceso de entrenamiento sea efectivo, los niños han de encontrar motivadoras las tareas propuestas. Por ejemplo, si están divirtiéndose cantando una canción, serán capaces de inhibir los impulsos y no se distraerán. Y esto puede ocurrir en tareas lúdicas, deportivas o artísticas. El niño que pinta o actúa en la obra de teatro estará orgulloso de mostrar el resultado final a sus compañeros. Pero ello requiere el necesario autocontrol que le permitirá concentrarse en las tareas y convertir la constancia en un hábito porque se divierte con lo que hace.
Figura 1
¿Y desde la perspectiva neuroeducativa?
Nuestra experiencia personal nos permite identificar una serie de factores que, a priori, creemos que el teatro puede mejorar y que podemos integrar en los elementos básicos que caracterizan a la neuroeducación:
Plasticidad cerebral: si nuestro cerebro está continuamente modificando su estructura y funcionalidad como consecuencia de su actividad, no podemos etiquetar a los alumnos. Muchos de ellos han encontrado en el teatro una válvula de escape que ha posibilitado la mejora de su autoconcepto.
Emociones: los alumnos en teatro suelen estar más motivados que en las clases tradicionales debido a su participación en actividades vivenciales. Compartir con otros compañeros les permite autocontrolarse, mejorar la comunicación y empatizar más.
Atención: las recreaciones teatrales permiten optimizar las diferentes redes atencionales (alerta, orientativa y ejecutiva). Muy importante es el caso de la atención ejecutiva, porque el alumno deberá esperar a su turno concreto para participar en el proceso. Y sabemos también que los déficits atencionales pueden mejorarse con el ejercicio.
Memoria: la práctica continua en el estudio de los guiones teatrales sugiere que los alumnos puedan mejorar algún tipo de memoria.
Ejercicio: en el teatro se da un aprendizaje activo a través del movimiento y ya sabemos que ello es muy beneficioso para el cerebro. Pero, además, la utilización de los gestos corporales en la comunicación no verbal puede tener una incidencia positiva en el aprendizaje (cognición corporizada).
Juego: el reto asociado al juego y el feedback suministrado durante el mismo, dos de sus elementos fundamentales, facilitan el aprendizaje y también se dan en el teatro. Cuando los alumnos participan en la obra teatral tienen la sensación de estar jugando.
Creatividad: los alumnos, como consecuencia de su educación teatral, vinculan el aprendizaje al mundo real y adquieren una nueva mirada, más amplia y profunda, que tiene una incidencia directa en el desarrollo de su creatividad.
Cooperación: el teatro permite adquirir una serie de competencias emocionales que son imprescindibles en la cooperación y que están en consonancia con la naturaleza social del ser humano.
Estas son algunas de las habilidades, integradas en los principios básicos de la neuroeducación, que el teatro podría mejorar. Pero, ¿qué dicen las investigaciones científicas al respecto?
Figura 2
Evidencias empíricas
En una revisión muy completa y reciente sobre la influencia de la educación artística (Winner et al., 2014), se ha comprobado que la educación teatral en la escuela tiene una incidencia positiva en lo cognitivo, pero aún más en lo socioemocional. En concreto, existen evidencias claras de que las clases de teatro mejoran diversas habilidades verbales, la creatividad, la empatía, la capacidad de asumir la perspectiva de los otros o la regulación emocional. Analicemos algunas de estas investigaciones en las que han participado niños y adolescentes:
Rendimiento académico
Aunque no existen pruebas claras que muestren que la enseñanza teatral pueda mejorar el rendimiento académico general del alumno, sí que existe alguna investigación que muestra sus beneficios cuando se integra en contenidos curriculares particulares, un beneficio general que se da con las diversas variedades artísticas (Guillén, 2015). En un estudio en el que participaron 45 alumnos de 12 y 13 años se quiso comparar la enseñanza de una unidad didáctica de biología a través del método tradicional con una enseñanza en la que se integraba la recreación teatral al estudiar los conceptos científicos (Cokadar y Yilmaa, 2010). Los resultados revelaron que, aunque la actitud ante la ciencia fue similar en ambos grupos, la comprensión de los conceptos estudiados fue superior en el grupo creativo de teatro (ver figura 3). Según los propios autores de la investigación, esos resultados se explicarían porque la introducción de las recreaciones teatrales hace que el aprendizaje de los alumnos sea un proceso más activo y entretenido que el que se da en las tradicionales clases magistrales.
Figura 3
Y es que la mejora de otras materias a través del teatro puede darse en la práctica como consecuencia del incremento de la motivación del alumno, de la adquisición de hábitos mentales concretos o de la mejora de la comprensión lectora, por ejemplo.
Habilidades verbales
Un metaanálisis de 80 estudios evaluó los efectos del teatro en el aula sobre las habilidades verbales a través de siete factores: comprensión de cuentos a través de mediciones verbales y escritas, desempeño en la lectura, preparación lectora, desarrollo del lenguaje oral, vocabulario y escritura (Podlozny, 2000). Los estudios que evaluaron los efectos del teatro en seis de los siete factores verbales analizados reflejaron una incidencia positiva (ver figura 4), en especial en la comprensión de relatos conocidos a través de pruebas escritas –más que con relatos novedosos-, lo que indicaría que cuando los niños representan relatos en lugar de leerlos solamente, su comprensión de la historia es más profunda.
Figura 4
Creatividad
En un estudio muy reciente en el que participaron 790 niños del segundo ciclo de educación infantil y que contó con la participación de 217 padres y 65 profesores que recibieron una formación de 60 horas con artistas profesionales, se analizó la incidencia de la educación artística, a través del teatro y de las artes visuales, sobre la creatividad (Hui et al., 2015). Y se encontró que las clases de teatro mejoraron diferentes aspectos de la creatividad verbal y la comunicación expresiva medidos a través de unos tests en los que los participantes debían narrar unos cuentos y crear unos dibujos (ver figura 5). Los alumnos que participaron en el proyecto de teatro generaron más respuestas creativas, narraron mejores historias, fueron más expresivos y tendieron a ser más creativos en los dibujos que el resto. Según los propios autores del estudio, los alumnos que participan en las clases de teatro mejoran su creatividad verbal porque están continuamente utilizando competencias lingüísticas que les hace desenvolverse mejor en las tareas de narración de cuentos, algo en consonancia con lo que analizábamos en el apartado anterior.
Figura 5
Habilidades sociales
La incidencia de la educación artística sobre las habilidades sociales de los alumnos alcanza su máxima expresión en el teatro porque existen diversas evidencias empíricas que muestran los beneficios de la educación teatral sobre el autoconcepto, la regulación emocional, la empatía o la capacidad de asumir la perspectiva de los otros. Y no nos extraña porque el teatro enseña a los niños que se pongan en la piel de los demás y entiendan los estados mentales ajenos, que expresen sus emociones y las manifiesten abiertamente o que sientan las emociones de los personajes que interpretan.
Autoconcepto
El autoconcepto y las relaciones sociales entre compañeros, dos factores imprescindibles en el aprendizaje, fueron analizados con alumnos de Secundaria en un programa extraescolar de arte dramático de 24 semanas. Los alumnos que cooperaban en la escenificación de obras de teatro, a diferencia de los integrantes del grupo de control, mejoraron mucho su autoestima y su autoconcepto medidos en base a aseveraciones del tipo ‘soy paciente para conseguir lo que quiero’ o ‘me imagino controlando mi propia vida en el futuro’, pero también en la capacidad para resolver conflictos (Catterall, 2007). La clase de teatro, en muchas ocasiones, permitirá al alumno sentirse reconocido y mejorar las creencias sobre su propia capacidad, especialmente en aquellos que han vivido experiencias previas negativas.
Regulación emocional
Está claro que el actor ha de utilizar estrategias de gestión emocional que le permitan reemplazar o mezclar sus emociones con las del personaje que está interpretando. Pues bien, en un estudio en el que participaron alumnos adolescentes se comprobó que, tras 10 meses de formación teatral, eran capaces de mejorar la regulación emocional positiva (Goldstein, Tamirt y Winner, 2012). Asimismo, el proyecto DICE (2010), que examinó los efectos de la educación teatral sobre diversas competencias básicas, encontró que los alumnos que estudian teatro son capaces de controlar mejor el estrés. Un ejemplo claro de cómo la práctica continuada facilita el aprendizaje.
Figura 6
Empatía y teoría de la mente
Como en las actuaciones teatrales los alumnos han de ponerse en la piel del otro, es lógico pensar que el teatro pueda mejorar, tanto la teoría de la mente -habilidad que nos permite atribuir intenciones, pensamientos o estados mentales a otros-, como la empatía, la cual implica también asumir los sentimientos de las otras personas. Relacionado con esto, Goldstein y Winner (2012) realizaron un estudio longitudinal en el que comprobaron que, tras un año de formación, aquellos niños (8-10 años) que participaron en las clases de teatro mejoraron su empatía, a diferencia de los que intervinieron en clases de otras disciplinas artísticas como la música o las artes visuales. Y algo parecido se comprobó con adolescentes (13-16 años) que recibieron formación teatral, los cuales mejoraron la empatía, pero también obtuvieron mejores resultados en las pruebas que evaluaban la teoría de la mente (ver figura 6). Las propias autoras comentan que estos resultados revelan que, a través de las recreaciones teatrales, estas capacidades tan importantes pueden mejorarse más allá de la edad crítica aproximada de los 3 o 4 años para la que la teoría de la mente se desarrolla plenamente de forma automática. Este ejemplo de plasticidad muestra lo importante que puede ser para los niños autistas, los cuales presentan déficits en la teoría de la mente que perjudica sus aptitudes sociales, hacer teatro (ver video inicial).
¿Hay algo más?
Evidentemente, desde la perspectiva neuroeducativa, el número de investigaciones realizadas sobre las implicaciones educativas del teatro es limitado, por lo que debemos esperar nuevas evidencias empíricas. Pero muchas de estas lo que harán será confirmar lo que la práctica diaria nos enseña, y es que el teatro incide de forma positiva en la adquisición de toda una serie de competencias, básicamente socioemocionales, que nos capacitan para la vida. Desde la neuroeducación, siempre hemos promovido la importancia en los contextos educativos del juego, las artes, la educación emocional o la educación física, todas ellas integradas directamente en el teatro, en consonancia con la naturaleza social del ser humano, y vinculadas también a la mejora cognitiva. Y, además, pueden integrarse fácilmente en los diferentes contenidos curriculares. A, veces, no es una cuestión de recursos, sino de creatividad (ver video 2). Algo que saben muy bien los buenos profesores de teatro, los cuales cuestionan, sugieren, retan y favorecen, en definitiva, la reflexión individual y grupal necesarias para un aprendizaje profundo que ellos mismos van guiando.
Lamentablemente, conforme los alumnos van superando etapas educativas, se adentran en el mundo de las asignaturas creado por los adultos, visiblemente jerarquizado, muchas veces descontextualizado y alejado del mundo real. Sin embargo, una de las grandes enseñanzas de la neurociencia es que las emociones son imprescindibles para que se dé el aprendizaje eficiente. Cuando se abren las puertas y las ventanas del aula a la realidad, es más fácil encontrar la motivación necesaria para el aprendizaje. Y la realidad humana, desde el nacimiento, es que necesitamos la interacción con otros cerebros. Algo que ocurre en el teatro, un espacio de acción compartido en el que se activa el sistema de las neuronas espejo de los espectadores al observar las acciones de los actores con unas intenciones concretas que hacen del espectáculo un verdadero cerebro compartido. Por ello, y mucho más, el teatro es una necesidad educativa.
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Referencias:
  1. Catterall J. (2002): “Research on drama and theater in education”. En Deasy R. (Ed.),Critical links: learning in the arts and student academic and social development. Arts Education Partnership.
  2. Catterall, J. S. (2007): “Enhancing peer conflict resolution skills through drama: an experimental study”. Research in Drama Education 12(2), 163-178.
  3. Cokadar H., Yilmaz G. C. (2010): “Teaching ecosystems and matter cycles with creative drama activities”. Journal of Science Education and Technology, 19(1), 80-89.
  4. DICE Consortium (2010). The DICE has been cast. Research Findings and Recommendations on Education­al Theatre and Drama. A. Cziboly (Ed.).
  5. Goldstein T. R., y Winner E. (2012): “Enhancing empathy and theory of mind”. Journal of Cognition and Development 13(1), 19-37.
  6. Goldstein, T., Tamir, M., y Winner, E. (2012). Expressive suppression and acting classes. Psychology of Aesthetics, Creativity, and the Arts 7(2), 191-196.
  7. Guillén J. C. (2015): “¿Qué materias son las importantes?”. En Neuromitos en educación: el aprendizaje desde la neurociencia. Plataforma Actual.
  8. Hui A., He M. & Ye S. (2015): “Arts education and creativity enhancement in young children in Hong Kong”. Educational Psychology 35(3), 315-327.
  9. Podlozny A. (2000): “Strengthening verbal skills through the use of classroom drama: a clear link”. Journal of Aesthetic Education 34(3-4), 91-104.
  10. Rizzolatti, Giacomo, Sinigaglia, Corrado (2006). Las neuronas espejo: los mecanismos de la empatía emocional. Paidós.
  11. Spitzer, Manfred (2013). Demencia digital. Ediciones B.
  12. Winner E., Goldstein T. y Vincent-Lancrin S. (2014). ¿El arte por el arte? La influencia de la educación artística. Instituto Politécnico Nacional.

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