¿Es lo mismo un empresario que un emprendedor? ¿Es un emprendedor un empresario novato? (Un empresario con la "L" detrás, como he oído a menudo) La respuesta es NO. Rotundamente, no. No es lo mismo un empresario que un emprendedor. Un emprendedor es una persona que disfruta con el cambio y saca valor del mismo, que se ilusiona con nuevas iniciativas, que idea nuevos proyectos y se vincula emocionalmente a los mismos, que impulsa y lidera nuevas oportunidades. Un emprendedor está orientado a la creatividad, a la iniciativa personal y a la acción rápida. El emprendedor es un starter, alguien que goza arrancando proyectos, diseñando modelos de negocio, ensayando prototipos, creando equipos, desarrollando productos rompedores y negociando con inversores en busca de un sueño personal. Pero que, probablemente, cuando este sueño se concrete y la empresa que quiere crear comience a operar a escala industrial, se aburra o sea incapaz de gestionarla. Por otra parte, hay emprendedores en todas partes: en la empresa, pero también en la administración pública, las ONGs, la universidad, o en la sociedad civil. Su misión es transformar la realidad. El emprendimiento excede, con mucho, el terreno de la empresa.
Un empresario, por el contrario, es alguien con capacidad de gestionar recursos (financieros y humanos), a menudo en entornos de gran complejidad, y sacar un rédito económico de esta gestión. El empresario es más racional. El emprendedor, emocional. Conozco buenísimos emprendedores poco empresarios. También grandes empresarios muy poco emprendedores, que mantienen o incrementan su patrimonio de forma prudente y conservadora, sin moverse del perímetro de sus mercados tradicionales, con las tecnologías que dominan y las líneas de productos que les han llevado al éxito. Se mueven de forma astuta y calculadora, con una gran intuición y capacidad analítica, pero minimizando riesgos. A menudo con escasa emoción y creatividad. Son aquellos que operan en el core (su núcleo de negocio) de forma magistral, a veces a gran escala, pero sin pasiones emprendedoras.
Emprendedores y empresarios pertenecen a momentos del ciclo de vida de la empresa y contextos diferentes. El emprendedor disfruta en equipos pequeños e informales (recordad la imagen tópica y típica del garaje repleto de post-its), experimentales, de respuesta rápida y capacidad de aprendizaje adaptativo. Pero una vez su iniciativa empresarial se hace mayor, los productos deben escalarse, deben responder a sistemas estandarizados de calidad, y los recursos se deben planificar cuidadosamente y compartimentalizar en departamentos especializados (operaciones, marketing, finanzas), el emprendedor puro pierde el interés y se desacopla de la iniciativa. De hecho, lo mejor, posiblemente, es que se desvincule de la gestión y arranque una nueva iniciativa. Son muchos los casos de emprendedores que han querido continuar obstinadamente al frente de sus proyectos, cuando éstos han crecido, se han consolidado y se han convertido en empresas prometedoras, y los han derrumbado por falta de capacidad de gestión, exceso de improvisación y nula profesionalización empresarial.
En el dilema empresario-emprendedor, la combinación perfecta es cuando encontramos alguien con ambas características (alguien “ambidextro”, en la literatura del management). Aquel emprendedor que es capaz de consolidar iniciativas empresariales, y las mantiene en constante dinámica emprendedora, con innovación permanente, explotando el núcleo de su negocio pero explorando continuamente nuevas ideas en la periferia o fuera del mismo. La peor combinación, por supuesto, es cuando alguien (quizás por circunstancias personales) debe convertirse en emprendedor, sin capacidades reales de emprendimiento ni de gestión empresarial.
Existen los emprendedores-empresarios, y los empresarios-emprendedores. Pero ambas capacidades, desafortunadamente, no son siempre coincidentes.
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