Los kibutz fueron, originalmente, comunidades asamblearias de inmigrantes judíos en las que éstos se dedicaban a las labores agrícolas y ganaderas, al tiempo que promovían un modo de vida de absoluto igualitarismo entre sus miembros. Esta clase de comunidades resultó fundamental para ‘reverdecer el desierto’ y sentar las bases económicas del estado israelí en las primeras décadas del mismo (y aún antes de que existiera como tal: el kibutz primigenio, Degania, data de 1911).
Crisis y transformación
Después de aquello, los kibutz atravesaron una larga etapa de crisis. El mundo estaba cambiando y dos clases fundamentales de transformaciones hicieron temblar los cimientos del modelo: por una parte, las sociológicas, puesto que las nuevas generaciones recelaban del modelo de colectivización total, que había llegado a imponer la separación de hijos y padres a los 3 días del parto para pasar a ser criados comunalmente, o que la posibilidad de comprar un billete de avión para visitar a familiares en el extranjero dependiera del voto de la asamblea. Por otro lado, las económicas: el peso del sector primario empezó a decaer en beneficio de la industria y el sector servicios.
Pero la llegada del s. XXI supuso la llegada de un modelo 2.0 de kibutz. Hoy en día, en torno al 75% han dejado de ser totalmente asamblearios e igualitarios (permitiendo incluso diferencias de sueldo) aunque aún mantienen numerosos elementos colectivos, de los comedores al sistema de pensiones.
En 2013, El País Semanal publicaba un reportaje en el que explicaba que en los kibutz “el individuo ha ganado terreno al grupo […] Tras décadas de declive, aquellos experimentos sociales que sorprendieron al mundo florecen de nuevo. […] Con 143.000 miembros, los kibutz no habían tenido nunca antes tantos pobladores en sus 102 años de vida“.
Israel, ‘Startup Nation’
Pero… ¿qué cambios han tenido lugar en el terreno económico? ¿Siguen siendo los kibutz enormes granjas colectivas? En 2012 salía a la venta un libro escrito por los israelíes Dan Senor y Saul Singer: ‘Start-up Nation: La historia del milagro económico de Israel‘, en el que se explica cómo es posible que un país de tan sólo 7,1 millones de habitantes, sin recursos naturales y constantemente rodeado de conflictos, pueda ser el tercero con más empresas en el índice Nasdaq y la zona del mundo que más proyectos emprendedores impulsa fuera de Silicon Valley. En TICbeat ya publicamos un artículo al respecto: “¿Cómo pasó Israel de exportar naranjas a ser una ‘startup nation’?“.
Hace unos días, Ofir Libstein, vicepresidente de la Kibbutz Industries Association, declaraba al diario Haaretz que “el movimiento kibutz está pasando de la supervivencia al crecimiento. Queremos contribuir de nuevo al Estado de Israel, queremos liderar de nuevo”. Y lo están consiguiendo: de los kibutz han salido compañías de talla global como Netafim (fabricante de sistemas de riego por goteo).
Hoy día, los kibutz cubren una gran variedad de industrias de alto componente innovador, desde las energías renovables a la medicina. El kibutz de Ketura, en pleno desierto de Aravá, empezó a dejar de lado la agricultura ya en 1998 para crear Algatechnologies, una empresa líder en la producción de antioxidantes derivados de algas. Poco después crearía también Arava Power Company, operadora del primer campo solar comercial del país que atrajo el interés de Siemens en 2009: pagó 15 millones de dólares a cambio de un 40% de la compañía.
Otro caso de reconversión exitosa es el kibutz Sasa, localizado cerca de la frontera con el Líbano. De las vacas lecheras pasó en los años 80 a la producción de vehículos pesados, y en 2012 fundaron Sasa Software, una compañía de ciberseguridad cuyo éxito ha permitido la construcción de 42 nuevos apartamentos en la comunidad, además del acceso a vacaciones en el extranjero una vez al año para todos los miembros de la misma.
HaMadgera: de fundar empresas a incubarlas
Más recientemente Revivim, un kibutz radicado en pleno desierto del Negev que ya destaca en el campo de la fabricación de componentes plásticos para automóviles, se convirtió el pasado verano en el primero en lanzar una incubadora de startups: HaMadgera.
Esta iniciativa constituye algo único no sólo por tener su sede en un antiguo criadero de aves de corral (‘HaMadgera’ significa, además, ‘incubación’) o por su localización geográfica (el desierto del Negev, a muchos kilómetros de los grandes nodos de innovación de Israel), sino también por ofrecer a los emprendedores tecnológicos que participen en su aceleradora la posibilidad de integrarse durante 3-6 meses en la vida comunitaria del kibutz, período durante el que se les proporcionarán oficinas para sus startups y recibirán asesoramiento en materia de desarrollo de modelos de negocio y estrategias de marketing así como de diseño de experiencia de usuario. Compañías estadounidenses como Microsoft y Wix colaboraron en la puesta en marcha de esta iniciativa.
Elad Yeori confirmó hace unas semanas a Haaretz que Hamadgera acababa de finalizar su primera ronda de incubación: “Hemos tenido nueve nuevas empresas, de las cuales cuatro se graduaron de la incubadora. Ahora les estamos ayudando a captar inversiones y encontrar partners. […] Elegimos proyectos empresariales centrados en las áreas de web y móvil, primordialmente B2C”. David Ben-Lulu, responsable de negocios de Revivim, declaró sobre el lanzamiento de Hamadgera que no tenía “ninguna duda de que en el futuroveremos cada vez más kibutz invirtiendo en startups o creando fondos de capital riesgo con el fin de convertirse en los principales actores del ecosistema tecnológico israelí”.
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