Recientemente, Daniel Wegner, psicólogo de la Universidad de Harvard, condujo una serie de experimentos en que exploró el impacto que Internet ha tenido en el funcionamiento de nuestro cerebro, particularmente en los mecanismos que ponemos en marcha cuando respondemos a una pregunta y, por ende, buscamos información que conocemos previamente y que en cierto modo tenemos almacenada.
La prueba consistió en pedir a un grupo de voluntarios que respondieran una serie de preguntas, algunas sencillas y otras complicadas, utilizando un sistema en el que determinados colores indicaban si para contestar la persona había pensando antes en recurrir a la Red.
“Después de la tanda de preguntas difíciles, efectivamente parece que tenemos computadoras en nuestra mente: muchos se volvieron especialmente lentos para nombrar los colores de palabras relacionadas con computadoras. Cuando nos enfrentamos a preguntas difíciles, no buscamos en nuestra mente: lo primero que pensamos es en Internet”.
La importancia de esta evidencia es, entre otras cosas, que demuestra un cambio notable en las prácticas con las que por mucho tiempo el ser humano, al menos en Occidente, se ha relacionado con el conocimiento generado tanto individual como colectivamente. Por Internet, por ejemplo, la vieja idea del erudito, del memorioso, del que tiene siempre al alcance por recursos propios el dato que contesta a la pregunta y completa la información.
También podría hablarse, con cierta actitud conservadora y quizá hasta un tanto moralina, de cierta pereza intelectual provocada por nuestro uso cotidiano de Internet.
Sin embargo, el experimento de Wegner también sugiere cierta expansión de nuestra mente como quizá no se había dado desde hacia mucho tiempo.
Cuando estamos conectados —nos explica Orion Jones en el sitio Big Think— estamos vincualdos esencialmente a una vasta mente colmenar, conocida en psicología como sistema de memoria transactiva, que nos permite acceder al conocimiento colectivo de cualquiera y de todos. Algunos temen que nuestra tendencia de volvernos una sociedad súper-conectada, súper-informada, nos dejará como individuos tontos e indefensos sin un dispositivo móvil pero, como usualmente sucede, es probable que los Luddites sean dejados atrás.
Jones hace referencia a un grupo de obreros ingleses que, a inicios del siglo XIX, destruían las máquinas como medida de protesta, sin que por ello consiguieran retrasar la marcha de la Revolución Industrial.
(Ilustración de Daniel Bejar)