Los encuentros imprevistos, los descubrimientos casuales y los ambientes informales empiezan a poner patas arriba la innovación clásica. La ‘serendipia’ comienza a impregnar sectores tan diversos como el urbanismo o el empreendedorismo.
Hubo una época —no tan lejana— en la que la innovación dependía exclusivamente de departamentos de I+D (Investigación y Desarrollo). Las ideas se mantenían cerradas a cal y canto. Y apenas los ‘gurús’ designados por la empresa tenían capacidad para ‘innovar’. Hubo una época —hace pocos años, apenas meses— en la que se diseñó para la innovación un recorrido fijo, rígido, inquebrantable. La innovación era un crucero ‘cool’, sí. Pero totalmente previsible. Un cóctel insulso y aburrido. Pero un día la fórmula I+D, gota a gota, empezó a deshacerse en mil pedazos.
Nadie sabe si la culpa fue de los muchachos de Google, que empezaron a jugar al futbolín en su horario de trabajo. O de los ciberpunks, que tenían nostalgia por cómo navegaban sin rumbo por la primera blogosfera, sin Facebook ni redes cerradas. O si los responsables fueron el caos coral de la Wikipedia, la inteligencia colectiva y el ‘out sourcing’ que dejaba en manos de los clientes parte de la innovación de una marca.
Tal vez, la conexión de todo con todo, Internet de las cosas y las redes sociales también pusieran su granito de arena píxel. Y el estallido de la crisis, claro, la ausencia de respuestas, el agotamiento de los planes de urbanismo… El mundo empezó a ser transversal, colateral, híbrido, imprevisible. Y una palabra comenzó a ser utilizada con especial incidencia en ámbitos muy diferentes: la serendipia.
La serendipia no aparece en el diccionario de la Real Academia Española. La serendipia, según la Wikipedia, “es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta”. Serendipia, en sentido amplio, es “la casualidad, coincidencia o accidente”. No es el descubrimiento en sí. Es el proceso. O la facilidad para meterse en ellos. La historia está llena de descubrimientos e invenciones nacidas por serendipia. Las notas pósit, el LSD, la viagra o algunas de las ideas de Einstein son fruto de la serendipia.
Sin embargo, solo ahora se está hablando con insistencia de serendipia. ¿Por qué? En realidad, ‘serendipity’ es un neologismo acuñado por Horace Walpole en 1754, a raíz de un cuento tradicional persa, Los tres príncipes de Serendip, en el que los protagonistas, unos príncipes de la isla de Serendip (la actual Ceilán), solucionaban problemas apoyados en el azar. Sin embargo, serendipity nunca fue un término muy usado hasta finales del siglo XX. Pero siempre estuvo ahí. La serendipia, por ejemplo, fue la piedra angular del movimiento situacionista de los años sesenta. La deriva, perderse en la ciudad, construir situaciones al margen de las rutinas. Todo en el situacionismo sabía/olía a serendipia. No es casualidad que en la era de internet, de las conexiones, la serendipia y el neosituacionismo estén llegando de la mano.
Neosituacionismo
El urbanista estadounidense Mark Shepard, uno de los creadores de la aplicación móvil Serendipitor, es uno de los impulsores de este neosituacionismo móvil. La app no ayuda al usuario a encontrar una ruta o un producto para comprar. Incentiva la pérdida, la sorpresa. Nos traslada a la ciudad-novedad, a la urbe irrepetible, a una suma de detalles desconocidos. Serendipitor no es la única aplicación. La Dérive APP, por ejemplo, también incentiva la serendipia urbana.
El reciente Transcoding Situationism, Updating dérives around SI Manifesto, una remezcla colectiva del clásico Manifiesto Situacionista, realizada por Ethel Baraona y César Reyes de DPR-Barcelona, es un claro ejemplo del auge de la serendipia. El texto, que fue escrito en una residencia en el Think Space CFP, es un auténtico pelotazo de serendipia. Con pequeños textos de Marshall McLuhan, Julio Cortázar, Georges Perec o el Comité Invisible, este manifiesto ‘remix’ habla de improvisación colectiva, de colaboración, de relaciones personales.
“¿Qué es la situación? Es la realización de una ciudad mejor, construída por interacciones humanas y no por infraestructuras”. La ciudad como sorpresa. La ciudad como vínculos imprevistos. Un grito recorre el mundo, sí. Y se pega como insistente vaho a todos los espejos. No contrates a un guía profesional en Nepal: consigue uno aficionado que cree casualidades en Sherpandipity. Olvídate de los paseos turísticos prefabricados, confía en las rutas hackers de Login_Madrid para conocer la urbe sin un plan determinado.
Serendipity Machine
Pero la serendipia ha irrumpido en otro ámbito hasta ahora sagrado: la innovación empresarial. Mientras Silicon Valley sigue imponiendo sus agresivas condiciones a los emprendedores y apuesta por el clásico modelo de startups e incubadoras, otro modelo está naciendo. Y en este nuevo paradigma innovador la serendipia es el sistema nervioso. No es paisaje. Ni actitud. Impregna todo.
El espacio de coworking Seats2Meet.com, que nació en la ciudad holandesa de Utrech, es uno de los responsables de este nuevo camino. En realidad, no es un espacio de coworking al uso. No cobra nada por el uso de sus instalaciones. Apenas incentiva la participación, el aprendizaje informal, la flexibilidad, los encuentros fortuitos. Y tienen un sistema —una plataforma web— para incentivar el intercambio de todo el capital social (las capacidades, el talento).
La única condición para frecuentarlo es compartir. Seats2Meet.com incentiva las conexiones, el sentimiento de pertenencia, la libertad. Y su rentabilidad llega por otros caminos: compartir procesos, ofrecer servicios. El investigador Sebastian Olma hace un buen análisis de este proceso de innovación asimétrica en su libro Serendipity Machine: “En el contexto de Seats2Meet.com, la serendipia significa una creciente posibilidad de encuentro que añadirá valor a la actividad emprendedora de una persona”. La innovación como serendipia. La innovación como sorpresa.
Tal vez, uno de los textos que mejor resume esta nueva ansia de serendipia sea La promesa de la desorganización, del sociólogo Antonio Lafuente. “Para innovar hay que desorganizar, desburocratizar, descentralizar o desjerarquizar”, escribe.
Al final del texto, el pensador lanza ideas, versos, dardos; globos coloridos, caóticos, imprevisibles, que se pierden en el horizonte, desgobernandos por la brisa de la serendipia: “Situemos el objeto equidistante respecto a las ignorancias de cada uno de los participantes. Creemos un objeto frontera. Cuidemos que nadie se sienta preferentemente ubicado para comprenderlo mejor. Experimentemos la fuerza que mana de esta inestabilidad. Fomentemos la discrepancia sin cuartel. Hagamos explícitas las divergencias conceptuales. Señalemos el flujo inopinado de prejuicios. Luchemos contra el consenso funcional. Confrontemos el sesgo hacia la normalidad (…) Hagamos filosofía de garaje, practiquemos la cultura hacker, despleguemos la imaginación crítica, valoremos el aura de lo colateral, apreciemos el colorido de lo criollo. Hagamos diseño negro como se hace novela negra, o humanidades ficción como haríamos ciencia ficción”.
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