El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, dijo Lord Acton. Cegado por la suma del poder público, que logró ante una emergencia y por tiempo indeterminado; su ciclo termina con su muerte o si es derrocado. Este gobernante suele tener una tara mental llamada síndrome de Hubris, enfermedad del ego o enfermedad del poder. Ese líder llega al poder en situaciones excepcionales y teje estrategias para mantenerse todo el tiempo que pueda. Su finalidad no es favorecer al pueblo sino la de conservar el poder.
Populismo pseudodemocrático. El hombre es él y sus circunstancias decía Ortega y Gasset. Uno se hace hombre en un contexto, creado entre lobos será un lobo y con el lavado de cerebro un robot. El dilema de la democracia es que puede ser manipulada y un dictador redefinir su tiranía como socialismo democrático. Se olvida que uno podría estar contra el imperialismo y también contra el tirano. La maldición de los recursos naturales es cuando un salvador de la patria se los apropia. Le basta con controlar las instituciones cambiando el directorio y los cuadros gerenciales. Pero la realidad dirá presente, más tarde o más temprano. Es que la dirección populista de la economía va creando más y más pobres.
Pierde el contacto con la realidad. Aznar, Bush y Blair invadieron Irak sin escuchar a la opinión pública. Es común entre los que llevan mucho tiempo en el poder. Hitler, Chamberlain, Thatcher en sus últimos años, George Bush o Tony Blair, mostraron síntomas reconocibles. En Latinoamérica, son Hugo Chávez, o Cristina de Kirchner.
El poder intoxica la mente y traba el pensamiento. Gobiernan sin escuchar, se vuelven imprudentes y deciden sin consultar, porque piensan que sus ideas son únicas y correctas.
Su criterio es erróneo, pero no lo reconocen, creen en su buen hacer y culpan a los opositores de todos los males. La conducta hubrística se basa en sentirse llamados a grandes hazañas. Bush y Blair estaban convencidos de la invasión a Irak y creyeron que recibirían a las tropas con los brazos abiertos, sin considerar la advertencia de los expertos.
El proceso de la enfermedad. Una persona más o menos normal se mete en política y alcanza un cargo importante. Siente la duda sobre su capacidad. Pero pronto surge la legión de incondicionales (la corte de aduladores) que lo felicitan y reconocen su valía. Poco a poco, la duda desaparece y cree que está ahí por mérito propio. Todos quieren saludarle, hablar con él, recibe halagos de belleza, inteligencia y hasta los resultados lo acompañan.
Pronto da un paso más, ya no sólo le dicen que hace todo bien, sino que menos mal que está allí y surge la megalomanía, cuyos síntomas son la infalibilidad y creerse insustituible.
Ahí comienza a realizar planes para quedarse 20 años como si fuera a vivir siempre, hace obras faraónicas, da conferencias sobre temas que desconoce y sospecha del que lo crítica.
Posteriormente llega la paranoia. Todo el que se opone a sus ideas es un enemigo, que responde por envidia. Y sigue así, hasta el cese o pérdida de las elecciones, donde viene el batacazo y se desarrolla un cuadro depresivo ante una situación que no puede comprender.
Fueron los griegos los que utilizaron la palabra ‘Hubris’ para definir al héroe que lograba la gloria y ‘borracho’ de éxito se empezaba a comportar como un Dios, capaz de cualquier cosa. Este sentimiento lo llevaba a cometer un error tras otro. Como castigo al ‘Hubris’ está la ‘Nemesis’, que devuelve a la persona a la realidad a través de su fracaso.
Hay hubris en todas partes. El hecho de que este síndrome sea común en política se debe a que en otros ámbitos, como el empresario, es más frecuente que el que esté arriba sea el más capaz, pero en política los ascensos se ligan a la fidelidad. Prevalece el amiguismo sobre la meritocracia. El poder lo ejerce un incapaz que se comporta de modo narcisista.
Bajo la idea de infalibilidad y de creerse imprescindible, es decir por su megalomanía, hace reformas traumáticas. El sentido común le hubiese llevado a esperar, pero no mide los efectos. Ante síntomas evidentes, la neurociencia no ha encontrado las bases científicas que expliquen el síndrome de hubris. Es difícil tratarlo, porque quien lo padece no lo advierte.
El decálogo de la enfermedad de Hubris:
1. Se cree único en la historia, centro del universo, sabelotodo, creador de la realidad, imprescindible, el hacedor del presente y futuro.
2. Los otros no saben nada, los desprecia y no dialoga con ellos.
3. Ve al mundo como un escenario donde ejercita su poder y obtiene la gloria.
4. Tiene una preocupación maníaca por su imagen y por repetir sus presentaciones en público. El relato de los asuntos corrientes es mesiánico y con tendencia a la exaltación.
5. Con mecanismos perversos de comunicación de masas logra que individuos con el cerebro lavado, crean en sus puntos de vista y que sus intereses coinciden.
6. Sólo confía en su propio juicio y desprecia el de los demás.
7. Lanza siempre acciones que le den una luz favorable para embellecer su imagen.
8. Habla de sí mismo en primera persona o de nosotros.
9. Un enfoque personal exagerado y lleno de omnipotencia lo induce a llevarlo a cabo.
10. La pérdida de contacto con la realidad lo lleva a un paulatino y creciente aislamiento
Un final infeliz. Cuando las cosas empiezan a ir mal la incompetencia las acentúa porque al creer en sus mentiras no advierte las trampas y peligros que provocó con su propia política.
En 1945 el premio Nobel de economía Paul Samuelson creyó que Argentina sería la próxima potencia. No sabía que Perón aplicaría la receta: “a país rico gobierno populista”. Por eso Argentina no fue la Noruega latinoamericana. Siendo el 58 entre 65 países en educación es previsible cómo será su futuro. La solución argentina es dejar de creer en políticos y empezar a creer en la POLÍTICA que hizo grandes a países como Finlandia donde la estrella es el maestro. Crear un proyecto país administrado por señores honestos que nadie conoce y que no se hacen ricos y famosos de la noche a la mañana. Como dijo Vargas Llosa: “Un pueblo educado no puede ser engañado”.
Dirigir un país entraña responsabilidades para las cuales pocos están preparados. Napoleón terminó agobiado física y emocionalmente, Eva Perón con un cáncer fatal a los 33 años.
Cuando se diagnosticó el tumor de Hugo Chávez ya era tarde, se había expandido. El tema es cómo se manejó la enfermedad. Chávez optó por el secreto médico. Creyó que así iba a poder vencer a la enfermedad. El médico personal de Chávez, el doctor Salvador Navarrete, intentó poner a salvo su responsabilidad, y dijo “Chávez tiene para dos años de vida”. Y no se equivocó. Navarrete tuvo que exilarse en España. Los que dieron la información sobre la mala evolución de la enfermedad sufrieron el descrédito. Al priorizar el secreto político, se privó de consultas en centros de primer nivel. Cuba no es un lugar de liderazgo en ciencia médica. Con el ocultamiento creyó que podía vencer la enfermedad, pero empeoró la forma de enfrentarla. Es una demostración de lo que es la enfermedad del poder. Que muchas veces, como en este caso, mata.
Este video muestra a la prensa adicta al populismo latinoamericano, que respaldó el ocultamiento de la verdad. La estimación médica no es exacta en sus tiempos. Para el populismo es embarrar la cancha. Su peor enemigo es la realidad, que tarda pero llega.
Mente sana en cuerpo sano. Los estados mentales se convierten en estados físicos y ciertas enfermedades resultan de procesos psíquicos. Ninguna enfermedad está desligada de la pareja mente-cuerpo, si uno se enferma el otro también sufrirá. Muchos pensamientos que llevan a enfermar se ocultan a la consciencia, pero al detectarlos se inicia un viaje al autoconocimiento, en el que uno puede convertirse en el médico que sana desde la raíz.
Sin hacer consciente el inconsciente, somos hojas arrastradas por el viento, sujetos a políticos o sucesos que toman control del cuerpo y dirigen nuestra vida. Hacer consciente lo inconsciente permite ver con claridad, y de esta forma evita ser hipócritas o impostores que se esfuerzan en pensar en positivo o buscan efectos mágicos y falsos programas. Cada pensamiento es una semilla de lo que será. Como el ejercicio físico, moldea la anatomía psíquica, que ejerce la potestad sobre el cuerpo. Con disciplina se pueden generar estados mentales flexibles, para superar el determinismo inexorable que representa la genética.
Estudios muestran cambios notables bajo el influjo del placebo, tales como los analgésicos naturales, que alteran los patrones de excitación neuronal, disminuyen la presión sanguínea y el ritmo cardiaco y una mejora en la respuesta inmunológica. El placebo es una prueba del poder de la mente de programar al cuerpo, incluso cuando una persona sabe que lo es.
Programa tus pastillas, otórgales propiedades extraordinarias de sanación. Programa tu comida. Programa tu ambiente. Sí, el mundo es placebo, eso significa que el mundo puede ser exactamente como lo programes, al programarte a ti mismo.
El pensamiento negativo y la ansiedad. Son causa de enfermedad. Estrés es la creencia de estar en riesgo, las respuestas son correr o pelear, que protegen en situaciones extremas. Pero si se prolongan aumentan el riesgo. Tranquilo, nada pasa si no crees que pasará.
La meditación es una fórmula para re-hackear el cuerpo que estimula la repuesta inmunológica. El poder de la meditación no requiere de un arduo entrenamiento, la meditación puede detonar cambios estructurales en poco tiempo.
Un neurohábito se incorpora en 21 días. La meditación disminuyó la violencia en las cárceles, el déficit de atención y la depresión, redujo la posibilidad de un ataque cardiaco y fue más efectiva que los medicamentos contra el dolor.
Entre la hipnosis y la meditación se encuentra la terapia de regresión, donde un paciente viaja mentalmente a sus recuerdos con una narrativa simbólica de sus conflictos para desarmar los cuerpos mentales que bloquearon las vías por las cuales fluye la energía vital.
En un estudio realizado a 50 personas con cáncer de pulmón, los que tenían fe respondieron mejor a la quimioterapia y vivieron más: el 40% de ellos estaba vivo después de 3 años, y sólo un 10% en el grupo de poca fe. Dotar a la mente de una clara intención de curarse, de mejorar, de aprender, es una forma de avisarle que estamos dispuestos a transformar la realidad, abiertos a su operación etérea sobre la falsa rigidez del cuerpo.
Un interesante campo de la autosanación es el sueño lúcido, la experiencia que se vive en un sueño es análoga a las que se vive despierto, de modo que el cuerpo responde igual. Los que controlan sus sueños puedan usarlos como salas de operación, donde practican el poder de la intención. Lo que sucede en un sueño lúcido sucede en el plano real, y la mente es capaz de detonar los mecanismos de sanación. Podemos fabricar lúdicamente, nuestras propias medicinas oníricas, las endorfinas que son los neurotransmisores de la felicidad.
El potencial de sanación del sueño tiene que ver con que en estos estados se accede a partes del cerebro que envían órdenes al cuerpo, usando factores que no se suelen usar.
Soñar despierto, es la metáfora que le otorgó el lugar común, con mucho del más común de los sentidos, a esa facultad por tantos ponderada que es la imaginación. “Hay algo más importante que la lógica, es la imaginación”, escribió Alfred Hitchcock. Pero en la sociedad del espectáculo en que vivimos, la cultura de la imagen nos ametralla. Uno de los problemas que trae, es llevarse puesta la tan probada gimnasia intelectual. La creatividad se relaciona hoy más con la publicidad que con el ocio creativo. La cuestión es que al deslizar el mouse uno puede toparse con todas las imágenes que podría imaginar.
La ética es vivir bien con uno mismo. El poder tiene consecuencias en los demás y hay que convertirlo en servicio, ser responsable del poder que uno tiene, es una forma de ponerle un freno a la enfermedad del poder. El poder corrompe y enceguece, le puede pasar a cualquiera que lo detenta, incluso al periodismo, para imponerse a los demás, en vez de brindar su servicio, que es contribuir en la búsqueda de la verdad. Discutir es democracia. Los dueños del poder ponen cadenas, son incapaces de enriquecerse a través del diálogo. Son dueños de verdad y se encadenan a sí mismos, nada de lo que les digan le interesa. Se la creen. En cambio no creérsela es esperar que una nueva verdad pueda iluminar la vida. El poder puede ver al ser humano a su estatura o como una cucaracha. La comunicación humaniza. Si se deshumaniza se pierde humanidad. El periodismo honesto humaniza todos los días, muestra que lo que existe puede ser mejorado. El hombre busca su perfección. La rebeldía, la disconformidad los hace avanzar, el dogmatismo, es un muro.
El espacio común de lo cultural y lo político. Comparten valores, lenguajes, códigos y sobreentendidos que facilitan la articulación. El primer sobreentendido es que se trata de ganar y de conservar el poder, y que para eso se necesita un jefe con carisma y autoridad, que articule el conjunto y le asegure un plus a cada jefe subordinado. Un documental de National Geographic, da como ejemplo una manada de leones consagrando a un nuevo jefe.
Si no hay reelección, se abre la competencia interna, con varios aspirantes y comienzan a reacomodarse las estructuras. Podremos ver al desnudo su forma de posicionarse, en un momento en que la pasión no enturbia el cálculo.
El término “barones” remite a una organización similar al feudalismo, cuya compleja pirámide se asentó en quienes podían controlar a una porción tangible de los campesinos.
Sobre esa base se construyó una jerarquía de autoridades, que llegaba hasta el príncipe o el rey, basada en lealtades y reciprocidades, sostenidas por conveniencia o temor. Las lealtades cruzaban lo territorial, lo familiar y lo político, y dieron resultados inestables.
El poder feudal, debe reconstruirse permanentemente, controlando las deserciones o quitándole subordinados al otro, pues nada es para siempre. Estos cambios requieren realineamientos en los segmentos inferiores de la estructura. Quien ha iniciado su carrera autoproclamándose “conducción” evalúa si su futuro está en la lealtad o en la traición.
Cada uno está convencido de llevar en su mochila el bastón de mariscal; es sabido que muchos de sus mariscales sacrificaron y “entregaron” a Napoleón.
Debe poder manejar en orden el reparto de los recursos, del botín, eso que los estadounidenses llaman spoils. Finalmente, tiene que ser capaz de mantener la disciplina del conjunto, la unidad, con el palo y la zanahoria. Tony Soprano es un ejemplo didáctico adecuado para quienes no estén familiarizados con las antiguas prácticas de los reyes visigodos o francos. El personaje está en parte basado en el mafioso verdadero de New Jersey Vincent “Vinny Ocean” Palermo (nacido en 1944), ex capo y jefe de facto de la familia criminal DeCavalcante de New Jersey.
Sin cúpula, comienza el proceso de disgregación de quienes hasta hoy juraron fidelidad al modelo. Los que no tienen otra alternativa quizá la mantendrán hasta el final. Quien tiene algo que cuidar o vislumbra que en la ocasión puede aumentarlo abandonará el viejo redil y entrará en el juego. En la gran competencia hay varios competidores naturales. Los electores serán los otros, jefes, oficiales o suboficiales que controlan algún fragmento de poder. Todos pesan, cada uno en su medida. Dependerá de cómo se orienten, con quién sigan, a quién abandonen. Para cada uno de ellos el momento también es crucial y su elección será decisiva para su futuro.
Hay un papel para las bases a través de los que organizan la vida social. Están vinculados con sus jefes: referentes, líderes sociales. Ellos harán pesar el humor de sus dirigidos e indicarán si la gente “acompaña” con entusiasmo o a regañadientes, y hasta harán saber que no pueden encauzarlos a todos. Esto forma parte de su propio posicionamiento.
De todo esto saldrá un nuevo liderazgo. Una posibilidad es que se consagren caudillos tolerantes, con mejoras en las prácticas y menos abuso del discurso. Otra alternativa es que la lucha no se zanje y que divididos se abra la posibilidad de alianzas transversales. En cualquiera caso, lo importante será ver si la brecha permitirá dar fuerza política y tomar forma a un espacio alternativo y competitivo, con proyecto, política y liderazgo.
Conflicto de poderes. El líder hubrístico busca un poder legislativo escribanía y una justicia sometida. Algunos casos se resolvieron mediante reacomodamientos y renuncias (Roosevelt, en EE.UU.), juicio político y remoción (Perón, 1946) o violencia extrema (Pol Pot, en Camboya en los años 70). Las tensiones se resuelvan políticamente, como ocurrió con Roosevelt y Perón o como con el dictador camboyano que resolvió la cuestión expeditivamente. En los años 30 en EE.UU, la Corte no estuvo de acuerdo con leyes sancionadas por el Congreso en el marco del llamado “New Deal”. La crisis terminó con renuncias en la Corte y se impusieron las leyes del presidente, el sistema se reacomodó y comenzó a funcionar de nuevo, Roosevelt logró producir las renuncias de los miembros de la Corte que no acompañan sus posiciones. Perón al comenzar su primer gobierno, con la mayoría que tenía en el Congreso, logró las renuncias que pretendía. Designó una nueva Corte, coincidente con sus posiciones. Otras veces puede llegar a la locura de Camboya, de Pol Pot, el sangriento dictador que gobernó por tres décadas hasta su muerte en 1998, produciendo un genocidio de cientos de miles de personas y el fusilamiento de 300 jueces.
El poder inteligente. Smart power- es una cualidad de personas, empresas y países.El poder duro – hard power- procede de la fuerza militar o económica. El poder blando – soft power- es ideológico, atrae por la cultura o por la bondad de la política.
El burro tuerca. Al burro se lo gobierna del mismo modo. Con anteojeras y riendas, palo en el trasero y zanahoria en el hocico. Se lo motiva acercando la zanahoria al hocico y/o aumentando la intensidad o frecuencia del palo en el trasero. Los hombres se mueven por motivaciones complejas: fe, ética, valores, fuerzas más poderosas que el incentivo mecánico. El cerebro tiene el poder duro de la razón en su hemisferio izquierdo y el poder blando de la emoción en el derecho.
EE. UU. debe usar más su poder blando. Cambiar su imagen feroz por un rostro amigo, emplear la persuasión y no la fuerza, atraer en vez de presionar. EEUU usó el poder duro en la 2da Guerra y el poder blando ayudando a los perdedores. Donald Rumsfeld antes que lo echaran comprendió que debía ganar las mentes y los corazones, pero su discurso fue de relaciones públicas e ignoró la primera regla del marketing: si tienes un mal producto, ni la mejor publicidad conseguirá venderlo.
El poder inteligente. Es un error confiar en un solo poder. En la guerra fría EE.UU usó el poder inteligente: el duro para disuadir a los rusos y el blando para erosionar la fe en el comunismo. Irak mostró que no es posible democratizar a la fuerza. Objetivos como promover la democracia y los derechos humanos, se alcanzan con el poder blando. La fuerza militar puede contribuir. El poder inteligente conjuga la razón con la emoción, el plan con la intuición, el conocimiento con la imaginación. Hay que concentrarse en política exterior: reestablecer alianzas, sociedades e instituciones multilaterales; incrementar el desarrollo económico, invertir en diplomacia de contacto con las sociedades, no sólo con gobiernos, combatir el proteccionismo, desarrollar tecnologías.
La ceguera ideológica es peor que la biológica. El poder duro de la fuerza militar y económica afectó al poder suave que depende de la credibilidad. Si las naciones pensaran que el modelo americano funciona, estarían dispuestas aceptar sus propuestas. Los tratados de libre comercio, la preferencia de los estudiantes por estudiar en universidades de EE.UU, aumentan su poder suave. El poder suave americano compite con el poder suave de otros países. Su modelo de elecciones libres, economía abierta, individualismo, Estado reducido y elecciones basadas en publicidad e imagen enfrenta al de la UE que se basa en un sistema parlamentario, Estado benefactor fuerte, educación pública y diversidad cultural.
El poder duro gana batallas pero pierde guerras. Los mejores países logran igualar las oportunidades instalando la educación como política. El hombre usa tan solo el 10% de su poder inteligente, el 10% del poder suave de la imaginación y del poder duro de la planificación. Debe ir por un poder inteligente, el de la inteligencia individual y social.
Para Erich Fromm la libertad de pensamiento tiene sentido para quien es capaz de elaborar pensamientos propios. Huxley en “Un tiempo feliz” anticipó al hombre moderno que aceptaría ser esclavo a cambio de placer y entretenimiento. El hombre antiguo, con base en la tradición, rechazaba la novedad y abrazaba el hábito. El hombre moderno es teledirigido. La sociedad de consumo desata pasiones contrarias y la atracción por estrellas mediáticas. Sin demasiado interés elige gobernantes, necesita que le digan en quién creer, cómo educar a sus hijos. La sociedad de consumo, con su radar lo hace seguir tendencias. El hombre feliz, es autodirigido, innovador, audaz. Genera ideas, inicia negocios, funda regímenes. No usa radar, tiene la brújula interna que lo ilumina, se siente creador de su futuro.
La cognición social tiene el objetivo de guiar nuestra vida en sociedad, con estrategias a veces involuntarias y automáticas y a veces debajo de los niveles de nuestra conciencia.
En el famoso cuento de Edgar Allan Poe “La carta robada”, el detective Dupin descubre el enigma que un batallón de policías no pudo resolver. ¿Cómo? Hizo lo que una vez lo que vio hacer a un niño que adivinaba en qué mano sus compañeros tenían escondida la bolita: saber que el otro puede pensar y distinto, comprenderlo y actuar en consecuencia.
Según Aristóteles hay dos cosas de las cuales no puede hablar: de lo prohibido y de lo obvio. El segundo modo corresponde al detective y es la visión de lo evidente: la carta se encontraba a la vista de todos y ese carácter de cosa plenamente ostensible, revestida del halo de lo manifiesto, es lo que la tornaba invisible a la primera mirada.
Lo obvio es lo que no vale la pena ser dicho y, por eso mismo, lo que se resiste a ser percibido. El investigador, por ello, será un observador constante de «lo que salta a la vista». Su modo de razonar consistirá, primero, en una renuncia al método (que supone un automatismo) para intentar, después, un singular cruce entre reflexión e imaginación.
El rey desnudo, es la historia de un rey vanidoso, que solía mostrar sus riquezas a los súbditos; hasta que un buen día, unos estafadores deciden ofrecerle un vestido de piedras preciosas e hilos dorados que, además de ser carísimo, tenía una propiedad mágica: era invisible para los tontos que no lo podían ver. El rey y sus ministros, no podían verlo, pero no lo decían -por razones obvias-. Un buen día el rey se presenta en público, vestido con él. Entonces el grito de un niño pone en evidencia la mentira: el rey está desnudo.
La enfermedad del poder es también una enfermedad social. La educación es el mejor remedio, ya que es la industria pesada de cualquier país y es la que fabrica ciudadanos.
Dr Horacio Krell CEO Ilvem. Dicta conferencias gratuitas sobre métodos que optimizan la inteligencia. Mail de contacto horaciokrell@ilvem.com
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