Minerva es el nombre que recibía la diosa de la sabiduría en la Roma clásica. También es la denominación que ha recibido un proyecto recientemente fundado por el emprendedor Ben Nelson, antiguo CEO de Snapfish, un servicio de fotografía online. Gracias a los 300 millones de dólares que obtuvo de la venta de la compañía a Hewlett-Packard en 2005, Nelson no pasó más de dos años buscando el dinero necesario para poner en marcha uno de sus sueños: cambiar la educación superior de élite de arriba a abajo, pasar a la historia como el hombre que acabó con una tradición milenaria basada en viejos campus, profesores estrella y clases magistrales. En otras palabras, destruir la tan criticada y elitista Ivy League.
No se trata, como cabría esperar, de uno de esos MOOC (massive online open courses) tan de moda que recurren a internet para acabar con la cara educación presencial. De hecho, sus principios están en contra de lo que cada una de dichas siglas representan: las clases de Minerva no son masivas (las clases admiten como máximo a 20 estudiantes), ni abiertas (el proceso de selección es severo y no tiene como objetivo captar a un gran número de alumnos, sino aprovechar el talento de unos pocos) y ni siquiera tienen lugar en línea, sino que se desarrollan en un punto intermedio entre lo online y lo presencial, eso sí, de manera un tanto peculiar, algo que les permitirá sortear el 95% de abandono escolar que suelen sufrir los MOOC.
También está por ver que puedan considerarse “cursos” a las clases que oferta la organización, que, como explica en su página web, se diseñan a partir de “seminarios interactivos en directo, desarrollados para mejorar la experiencia educativa”, algo que “facilita el compromiso personal y los modos de instrucción que no son posibles en una clase tradicional”. Aunque el proyecto del emprendedor de 39 años suene un tanto visionario –y, probablemente, sea menos original de lo que este se piensa–, no cabe ninguna duda que la educación superior está cambiando, y que probablemente las universidades del futuro se parecerán enormemente a lo que el Proyecto Minerva propone.
Dejar de vender magia para vender ciencia
Nelson ha contado para su proyecto con Stephen M. Kosslyn, antiguo deán de Harvard y autor de libros referencia en el campo de la psicología cognitiva como Procesos cognitivos: modelos y bases neurales (Prentice-Hall, 2008), coescrito junto a Edward E. Smith. Desde los años setenta, el psicólogo ha investigado sobre las herramientas de aprendizaje más eficaces, y ha llegado a la conclusión de que no se parecen en nada a las que se emplean en las universidades desde hace un milenio. La principal víctima de las ideas de Kosslyn es la lección magistral, que se basa en la creencia de que un ilustre profesor es capaz de grabar a fuego su conocimiento en la cabeza de sus alumnos sin más mediación que la de su propia voz y el estudio de los escolares. Para Nelson, se trata de “vender magia”. “¡Nada ocurre por accidente!”, explica en un artículo publicado en The Atlantic.
El popular científico Stephen M. Kosslyn es la cara visible del proyecto desde 2012. (Minerva Project)
Para Kosslyn, la clase magistral no es más que una forma de ahorrar costes a las universidades al utilizar a un mismo docente para cientos de matriculados, pero que tan sólo sirven a las facultades y a los profesores. El método desarrollado por Minerva es mucho más costoso, pero intenta huir de ese principio al intentar que el aprendizaje se produzca “haciendo, y no estudiando”. Una tesis que refrendan las investigaciones de Kosslyn, que sugieren que debatir sobre una materia, explicársela a otros compañeros, aplicarla en trabajos prácticos o someterse a cuestionarios automáticamente corregidos facilita la retención de conocimientos. La mayor parte de estas estrategias son viejas conocidas, y recuerdan a aquellas que se propuso implantar la Unión Europea a través del conocido como Proceso de Bolonia. La novedad, sugiere Kosslyn, es que estas se aplicarán de forma más sistemática.
¿Cómo funciona un seminario impartido en Minerva? Graeme Wood lo explica en el artículo anteriormente citado tras asistir a un curso durante 45 minutos y en el que fue sometido al estudio de una investigación publicada en Nature. La clase tuvo lugar frente a una pantalla en la que aparecían los rostros de todos los compañeros, así como de su profesor, que lo escrutaban sin parar. Este sometió a los estudiantes a una larga serie de preguntas y debates tras los cuales se debían explicar las conclusiones a las que se había llegado, cuestionarios y todas esas técnicas que fracasan en un aula con 100 estudiantes pero que pueden funcionar con 20 y con un“benevolente dictador” como profesor, tal y como describe Wood a su tutor.
Lo que más llama la atención del sistema es la velocidad con la que la tecnología permite acelerar el proceso –y que evita que haya cualquier clase de preparación que, por lo general, ralentiza la clase–, así como la alta exigencia del mismo, que emana de la continua necesidad de proporcionar respuesta a las cuestiones del profesor o a interactuar con los compañeros. “En efecto, fui forzado a aprender”, resume el autor. “Si esta es la educación del futuro, parecía vagamente fascista. Buena, pero fascista”. Pero las novedades de Minerva no terminan ahí.
Estudiantes itinerantes, una universidad sin campus
La otra gran innovación que propone la iniciativa de Nelson es acabar con la vieja idea de campus, y todo lo que va asociado con el mismo, es decir, los clubes deportivos, las bibliotecas, los gimnasios y los laboratorios de investigación. Por el contrario, los establecimientos donde residirán los futuros estudiantes apenas dispondrán de un dormitorio de dos personas y una cocina comunal. El resto de actividades extraescolares se llevarán a cabo en los parques de la ciudad o en los servicios públicos, aunque se realizarán un gran número de excursiones. El plan de Minerva es que, no obstante, cada estudiante pase un año en una universidad distinta. A poder ser, de diferentes países. Por ahora tan sólo existe un campus en el centro de San Francisco, pero pronto se abrirán otros en Berlín, Buenos Aires, Bombay, Hong Kong, Nueva York y Londres. Los profesores podrán vivir donde deseen, siempre y cuando tengan conexión a internet para impartir sus clases.
A todo ello hay que añadir una profunda reforma del currículo y la voluntad de ser independientes de la financiación estatal. Respecto a lo primero, el proyecto ha presentado los Cuatro Cursos Esenciales, obligatorios para los estudiantes de todas las especialidades y que tienen como objetivo proporcionar al estudiante herramientas de conocimiento transversales que van desde el conocimiento profundo de los principios del método científico al aprendizaje de la oratoria y la retórica. Respecto a lo segundo, Nelson confía en que podrá obviar la influencia (perniciosa) de los políticos financiándose únicamente de forma privada.
Muy bonito, pero, ¿cómo se traducen tan bonitas ideas en cifras? Por ahora, Nelson ha conseguido recabar 25 millones de dólares de inversión, y en su primer año, ha ofertado sus estudios por 10.000 dólares al año, unos 7.500 euros. Además, los primeros 33 estudiantes contarán con alojamiento gratis en San Francisco durante el primer año. El objetivo, captar todo el talento posible como la mejor tarjeta de presentación. No obstante, las matrículas aumentarán en próximos cursos a los 28.000 dólares (unos 21.000 euros), una cantidad no obstante inferior a los precios que cuesta inscribirse en otras universidades como Stanford o Harvard (que rondan los 30.000 euros).
El proceso de selección es cuidadoso, y no tiene en cuenta la nota de los exámenes SAT –una especie de equivalente de la Selectividad–, que en opinión de Nelson, tan sólo permite conocer la riqueza de los alumnos, puesto que aquellos que pueden pagarse los mejores tutores obtienen las mejores notas. Por el contrario, los estudiantes pueden provenir de cualquier lugar del planeta; por ahora, tan sólo 30 han pasado todas las pruebas satisfactoriamente, y ellos serán los encargados de anunciar si el proyecto Minerva es, como pretende, el futuro de la educación, o nada más que el producto destinado al fracaso de un visionario.
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