Parece probable que al principio el hombre aborigen vocalizara de forma idiosincrásica; esto es, cada hombre hacia ruido en vez de hablar un lenguaje. Cuando dos o mas individuos adaptaron los ruidos que hacían a una pauta común, nació el lenguaje. Por consiguiente, puede que el lenguaje constituya el contrato social original, del cual nacieron todos los demás.
El lenguaje separa a los hombres de los otros animales. También los reduce al nivel de los animales; por ejemplo, cuando alguien llama “sabandijas” a los judíos o “cerdos” a los policías.
En el reino animal la regla es: comed o sed comidos; en el reino humano: definid o sed definidos.
La mitificacion es la principal herramienta semántica del que pretende ser líder; la desmitificación, la del hombre que quiere ser su propio dueño. Rousseau, Marx, Freud mitificaron; Emerson, Mill, Adler desmitificaron. Quizá una de las tragedias inmutables de la condición humana sea que mientras que el desmitificador influye en individuos, el mitificador mueve multitudes.
Un proverbio húngaro advierte: “Di la verdad, y te aplastarán la cabeza”. Sólo en situaciones libres e igualitarias puede la gente decir la verdad. Como tales situaciones son raras, decir la verdad es un lujo que pocos pueden permitirse.
A menudo llamamos “brutales” a las verdades y “piadosas” a las mentiras. Si el lenguaje refleja el alma del hombre, este uso refleja un Dorian Gray que envejece.
Cuando expresamos el comportamiento empleando el lenguaje de la religión lo legitimamos; cuando lo expresamos con el lenguaje de la psiquiatría lo ilegitimamos. Decimos que los católicos que no comen carne los viernes y los judíos que nunca comen carne de cerdo son devotamente religiosos; no decimos que los católicos sufren de ataques recurrentes de fobia a la carne, ni que a los judíos los aflige una fobia fija a la carne de cerdo. En cambio, decimos que las mujeres que no salen de casa sufren de agorafobia y que los hombres que no viajan en avión padecen de miedo patológico a volar; no decimos que estos hombres y estas mujeres son cobardes devotos.
La lucha por la definición es en verdad la lucha por la vida misma. En la típica película del Oeste dos hombres luchan desesperadamente por la posesión de un revolver que alguien ha arrojado al suelo: el primero que se haga con el arma dispara y vive; su adversario recibe el balazo y muere. En la vida corriente no se lucha por la posesión de armas de fuego, sino de palabras: el primero que define la situación es el vencedor; su adversario, la víctima. Por ejemplo, en la familia, marido y mujer, madre e hijo no se llevan bien; ¿quién define a quién como elemento molesto o enfermo mental? O, en la anecdota apócrifa en la que Emerson visita a Thoreau en la cárcel; Emerson pregunta: “Henry, ¿qué haces ahí?”. Thoreau contesta: “Ralph, ¿qué haces ahí?”. Resumiendo, el primero que toma la palabra impone la realidad al otro: quien así define domina y vive; y quien es definido es subyugado y puede que muerto.
Para el psiquiatra institucional, las mentiras son ilusiones. Al abolir la mentira, hace lo mismo con el lenguaje; y al abolir el lenguaje, hace lo propio con el hombre, como C. S. Lewis advirtió que haría.
A los conceptos como el suicidio, el homicidio y el genocidio deberíamos añadir el “semanticidio”, es decir, el asesinato del lenguaje. El mal uso deliberado (o casi deliberado) del lenguaje por medio de la metáfora oculta y la mitificación profesional rompe el contrato básico entre las personas, a saber, el acuerdo tácito sobre el uso apropiado de las palabras. Así es que los “grandes” filósofos y políticos cuyo objetivo era controlar al hombre, desde Rousseau hasta Stalin y Hitler, han predicado y practicado el semanticidio; mientras que los que han tratado de liberar al hombre para que fuera su propio dueño, desde Emerson hasta Kraus y Orwell, han predicado y practicado el respeto por el lenguaje.
Los definidores (esto es, las personas que insisten en definir a las demás) son como microorganismos patógenos; cada uno de ellos invade, parasita y con frecuencia destruye a su víctima; y, en cada caso, los que tienen poca resistencia son los más susceptibles de ser atacados. Por ende, aquellos cuyas defensas inmunológicas son débiles tienen las mayores probabilidades de contraer enfermedades infecciosas; y aquellos cuyas defensas sociales son débiles – esto es, los jóvenes y los viejos, los enfermos y los pobres, etcétera- son los que con mas probabilidad contraerán odiosas definiciones de ellos mismos.
“Quien se excusa se acusa”, reza un proverbio francés. Dicho de otro modo, quien habla utilizando el lenguaje de las excusas – empleando la incapacidad, la enfermedad física o mental, la ignorancia, la pobreza o lo que sea como excusa por no hacer tal o cual cosa- tiene medio perdida la batalla por el amor propio incluso antes de que empiece la lucha.
Los retóricos de la raza no se dan por satisfechos repudiando la opresión del negro, sino que proclaman que “lo negro es bello”; a los retóricos de las drogas no les basta con rechazar las afirmaciones falsas acerca del carácter dañino de ciertas drogas, sino que afirman que los fármacos tóxicos “ensanchan la mente”; los retóricos de la locura no se limitan a oponerse a la violencia psiquiátrica que se inflige a las personas a las que se pone la etiqueta de enfermos mentales, sino que dicen que la esquizofrenia no es un “colapso”, sino un “avance”. Resumiendo, la nuestra es una época en la cual verdades parciales se transforman incansablemente en falsedades totales y luego se proclaman como revelaciones revolucionarias.
Si la esencia de la histeria de conversión es que se trata de un tipo indirecto y ambiguo de comunicación, entonces la jerga profesional puede considerarse como histeria semántica. Cuando una persona habla o escribe una jerga política, psiquiátrica o sociológica se expresa utilizando cierto modo indirecto y ambiguo; y, al igual que el histérico, dramatiza lo que dice como si fuera algo profundo, aunque pueda ser trivial. Este carácter indirecto también permite que el hablante exprese ideas peligrosas y prohibidas sin miedo al justo castigo que le imponga el censor o los colegas. Compárense los artículos que aparecen en las publicaciones psicoanalíticas de hoy con los primeros casos de que dio noticia Freud; o los estudios sociológicos de la guerra con los relatos de Hemingway. En resumen, si usted quiere aprender algo de psicología o psiquiatría, no lea psicologia ni psiquiatría, sino la gran literatura, y, especialmente, biografias. En la literatura profesional, por cada frase que clarifica (suponiendo que haya alguna) hay dos que ofuscan y mitifican. Si un novelista o un dramaturgo escribiera así, nunca lograría publicar nada.
Filosofía es, literalmente, amor al conocimiento; fobosofía es miedo al mismo. Obviamente, en el mundo hay mas “fobósofos” que “filósofos”.
Mendacidades medicas: A la prevención de la paternidad la llaman “paternidad planificada”. A1 homicidio cometido por médicos lo llaman “eutanasia” Al encarcelamiento ordenado por los psiquiatras lo llaman “hospitalización mental”.
Quod licet Jovi, non licet bovi (Lo que se permite a Júpiter, no se permite a la vaca):
Los policías reciben sobornos; los políticos reciben aportaciones a la campaña. La marihuana y la heroína las venden traficantes; los cigarrillos y el alcohol los venden comerciantes. Los pacientes mentales que recurren a los tribunales para recuperar su libertad son agitadores; los psiquiatras que usan los tribunales para privar a los pacientes de su libertad son terapeutas. Si
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