viernes, 10 de agosto de 2012

CEREBROS MÁS GRANDES PARA RELACIONARNOS MEJOR

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Explosionan las formas de estar juntos, la potencia del fenómeno y a la vez los avances científicos nos permiten corroborarlo. Es conocido en este sentido el artículo que en 1992 publicaba el antropólogo Robin Dunbar, mostrando cómo en primates la ratio de la medida del neocortex en relación al resto del cerebro aumenta consistentemente con el tamaño de los grupos sociales a los que se pertenece. Por ejemplo, en el caso del mono Tamarin, parece que muestra una ratio de tamaño de 2.3, su grupo social suele ser de unos 5 miembros. Por otro lado el Macaco tiene una ratio de 3.8, perteneciendo normalmente a un grupo de unos 40 miembros.No es nuevo que la sociabilidad, que la cooperación, incluso la cultura como forma extrema de socialización al implicar la transmisión de conocimientos entre generaciones, sean claves importantes, junto a inteligencia y lenguaje, para entender la evolución humana. Lo que sí parece serlo es el alcance de lo que a veces denominamos inteligencia colectiva cuando tiene la oportunidad histórica de funcionar “on esteroids” en los servicios de redes sociales actuales, lo que ya sabéis que hemos denominado aquí Socionomía, Sociedad aumentada, etc.
En base a ello y en cuanto a los seres humanos Dunbar es conocido por la denominada “hipótesis del cerebro social”, que hipotetiza que la relación observada entre el tamaño relativo del neocortex y el tamaño de los grupos sociales se debe a la necesidad de mantener la compleja estructura de relaciones que posibilita la coexistencia estable de los grupos.  Así, en nuestro caso (y en el de otros primates superiores), dada la ratio que presentamos, podemos deducir que pertenecemos a grupos de unas 150 personas, lo que él mismo denomina “clanes”.

Si tamaño del córtex prefrontal correlaciona con el de los grupos, ¿qué ocurre en tiempos de redes extensas?
Volviendo al concepto de sociedad aumentada y la explosión de la cantidad y tipos de relaciones posibles, al del individuo conectado a múltiples tipos de comunidades, a las que cada vez más conocemos como diversidad de redes, toca preguntarnos si el número en cuestión evoluciona o se diversifica, si nuestras estructuras cerebrales también lo hacen.
Lo que se publicaba recientemente en el Proceedings of the Royal Society reafirma nuestra idea sobre el individuo conectado: el tamaño de cada red social individual se relaciona de forma lineal con el volumen del córtex prefrontal  de cada individuo. Se confirma así también la hipótesis original del autor y la que nos llevaba a titular uno de los capítulos de Socionomía como “Redes sociables para gente sociable”,  que gran parte del desarrollo de nuestros cerebros no se debe tanto a la necesidad de disponer de potencia computacional para resolver problemas complejos sino a que se produce para ayudarnos a lidiar con la extensa y compleja red de relaciones, desde la díada a la humanidad, que nos caracteriza (Hacia un nosotros cada vez más amplio según evolucionamos, decíamos en otras entradas).
Parece también, por último y según estas recientes investigaciones, que cuando se pasaban tests a cada sujeto surgía que la relación entre tamaño del área orbital del córtex prefrontal y tamaño del grupo no se daba en todos los casos. Parecía, por el contrario, que solamente ocurría en los individuos que desarrollaban lo que conocemos comunmente como empatía y que en psicología se denomina “teoría de la mente”. Los seres humanos resultamos ser, de entre los primates, los que más desarrollada tenemos esa “teoría de la mente”, lo que explicaría que también nuestras estructuras sociales sean más amplias y complejas.
En fin… resulta prometedor pensar que nuestros cerebros pueden estar evolucionando, creciendo en la actualidad a la par que la complejidad de nuestras relaciones con el resto. Significa lo que siempre decimos, que estamos cambiando tanto y tan profundamente hacia un nosotros cada vez más significativo, que no hay lugar para la desesperanza.

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