Preguntarse si el cerebro humano, un órgano de apenas unos cuantos centímetros, es más grande que el universo no es algo tan absurdo como podría parecer en primera instancia, aunque no por ello acertado.
El cerebro humano tiene el tamaño de dos puños y pesa tres libras, pero puede hacer muchas cosas. Hamlet lo expresó bien: ”Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”. El universo, según la física, pese a ser enorme podría no ser infinito; el universo observable tiene un radio de 46 mil millones de años luz; el Big Bang, aparentemente el origen del universo, habría ocurrido hace 13.7 mil millones de años. El cerebro humano –con la concesión materialista de que éste genera la dimensión mental– puede ”crear” seres hipotéticos como “una piedra tan grande que ni siquiera dios la pueda cargar” e imaginar universos eternos, sin principio ni final. Aunque claro el debate es más complejo que solo imaginar (en realidad suponer que imaginamos) lo infinito y pensar que este acto supera a la realidad del universo.
Robert Krulwich se hace esta pregunta en el sitio de NPR. Nuestro cerebros pueden imaginar y viajar en el tiempo y en el espacio enormes distancias. Pueden incluso hacer que tu viajes con otra persona una distancia inconmensurable: si yo describo un viaje espacial más allá de la Vía Láctea, cruzando un agujero negro, atravesando un vasto páramo de espacio vacío, a un universo paralelo donde las leyes de la fisica son distintas, de alguna manera tu puedes compañarme, ya que tienes la herramienta para hacerlo: el cerebro (quizás sería más preciso hablar de la mente, pero Krulwich, y la mayoría de los científicos consideran que el cerebro es la mente).
Notables expresiones de este alto vuelo del cerebro que parece abarcar al universo fueron alcanzadas por poetas de lengua inglesa. Según John Donne: “Nuestras criaturas son nuestros pensamientos”, que “cruzan de este a oeste, de la tierra al cielo; que no sólo recorren todo el mar y la tierra, sino que abarcan el sol y el firamemento al mismo tiempo; mis pensamientos alcanzan todo, comprenden todo”.
Estos saltos cósmicos, sugieren que de manera metafórica el cerebro es más grande de lo que lo rodea. Emily Dickinson escribió el siguiente poema:
The brain is wider than the sky,
For, put them side by side,
The one the other will include
With ease, and you beside.
(El cerebro es más amplio que el cielo,
Ya que, ponlos uno junto a otro,
El uno al otro incluirá,
con facilidad, y tú a un lado).
Dickinson evidentemente estima a lo mental como superior a lo físico. Algo apropiado para un escritior, pero los científicos piensan de forma distinta. Según el biólogo J.B.S Haldane: “El universo no sólo es más extraño de lo que suponemos, es más extraño de lo que podemos suponer”. Haldane, probablemente tiene en “mente” la idea de que un universo cuya naturaleza contiene cosas tan extrañas y singulares como la materia oscura o los agujeros negros podía fácilmente contener otras que no sólo no conocemos aún sino que no podríamos conocer aún desde nuestra perspectiva, de la misma manera que un perro difícilmente podría entender un motor de combustión interna. Esto también nos sugiere que el cerebro humano no sólo podría no ser más grande que el universo, podría ser apenas un cerebro más dentro de una escala evolutiva de seres con cerebros más evolucionados que le es imperceptible: una civilizacón extraterrestre suficientemente avanzada le sería incomprensible, de la misma forma que la hormigas difícilmente son conscientes de nuestra civilización.
El físico Roger Penrose considera, sin embargo, que “Si observas todo el cosmos físico, nuestros cerebros son una porción muy pequeña de este. Pero son la parte más perfectamente organizada. Comparado con la complejidad de un cerebro, una galaxia es un bola de masa inerte”
Otros pensarían, oscilando entre el solipsismo y la psicología cuántica, que el universo está siempre relacionado a lo que nuestro cerebro pueda decir sobre él, y que no existe un acto independentiente de nuestra observación. De esta forma el universo no sería ni más grande ni más pequeño que nuestro cerebro: sería igual a nuestro cerebro (algo que podría ilustrar la imagen presentada que compara la estuructura neural de un ratón y los filamentos de una galaxia).
El argumento materialista sostiene que el cerebro es la punta de lanza de la evolución del universo, y que todo hecho mental es un subproducto de la evolución. Un argumento opuesto, el de la “conciencia extendida”, sugiere que la mente existe difundida a lo largo del espacio, y es la conciencia la naturaleza fundamental del universo. Para las grandes religiones orientales, especialmente las que tienen un soporte en los Vedas, decir que la mente es más grande que el universo, al menos que un universo local dentro de a infinita serie de mundos en la mente de Brahma, sería un enunciado aceptado con naturalidad. Pero pensar que el cerebro humano es más grande que el universo, seguramente sería recibido como una de las más crasas ilusiones de este mundo mental, del ego.
No hay duda de que se trata de un fascinante debate que tiene múltiples desdoblamientos y complicaciones. Ciertamente no tendríamos que definirnos por una respuesta –esta es la grandeza del misterioso mundo en el que vivimos. Lo que si parece consustancial a nuestra naturaleza dentro del universo es seguir explorando. En palabras de Steven Weinerg: “El esfuerzo de entender el universo es una de las pocas cosas que eleva a la vida humana un poco más allá del nivel de la farsa, y le otorga un poco de la gracia de la tragedia”. Ese esfuerzo de entender, podríamos parafrasear a Weinberg, es justamente lo que nos eleva a nuestra naturaleza universal: somos finalmente un mecanismo de autoconocimiento para el universo.
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