miércoles, 1 de agosto de 2012

Sobreestimar las posibilidades de éxito: Una tendencia que conduce al fracaso

http://www.rinconpsicologia.com/2012/08/sobreestimar-las-posibilidades-de-exito.html



¿En cuántas ocasiones, antes de empezar un nuevo negocio o proyecto, te han advertido sobre las grandes posibilidades que tenías de fracasar pero aún así has seguido adelante haciendo oídos sordos? Seguramente te has basado en la idea de que esta vez todo sería diferente. Pero, desgraciadamente, no fue así.

Pues bien, la buena noticia es que no estás solo. En diferentes investigaciones realizadas en el ámbito de la Psicología se ha podido determinar que tenemos una tendencia a sobreestimar nuestras posibilidades de éxito. En práctica, es como si presentáramos una ceguera para evaluar objetivamente las condiciones negativas que atentan contra nuestro proyecto.

Un estudio realizado en el 2009 intentó profundizar en las causas de este fenómeno. Para ello los investigadores entrevistaron a 705 emprendedores e indagaron sobre por qué deseaban empezar un nuevo negocio y cuáles creían que eran sus probabilidades de éxito.

Los investigadores dejaron pasar un tiempo prudencial y volvieron una vez más para comprobar los resultados alcanzados. Así, pudieron apreciar que casi un 40% de los emprendedores había abandonado el negocio. Precisamente a estas personas se les preguntó cuáles creían que eran sus probabilidades de éxito al iniciar el negocio. Curiosamente, la inmensa mayoría reconoció que al comenzar su nuevo proyecto sus probabilidades rondaban el 58%.

Sin embargo, realmente en el momento inicial, estas personas habían estimado sus posibilidades de éxito en un 77,3%. En otras palabras, su fracaso les llevó a redefinir el porcentaje de éxito.


¿Por qué nos equivocamos?

Las razones por las cuales tendemos a sobreestimar nuestras posibilidades reales de éxito son muchas pero una de ellas descansa en la autoconfianza. Se ha demostrado que mientras más confiados nos sentimos de nuestros recursos (ya sean psicológicos o materiales), más tendemos a subestimar el poder de nuestros competidores.

A la autoconfianza excesiva se le suma la sensación de control casi absoluto, un problema que se hace aún más evidente entre las personas que detentan algún tipo de poder. Y es que no nos percatamos que manejar y controlar alguna esfera de la vida, no implica que también podamos controlar otros factores. Sería algo así como una intoxicación de control que nos obnubila la realidad.

Finalmente, a la autoconfianza excesiva y a la sensación de poder se le suma una dosis de egocentrismo. Es decir, cuando no nos quedan más razones para sustentar nuestro proyecto, simplemente pensamos que los otros no lograron su cometido porque eran ineptos e ineficaces pero que nosotros no somos así, por ende, estamos destinados al éxito.


¿Cómo emprender un proyecto con una visión objetiva?

Poder prever los riesgos y peligros que afrontará una empresa o un proyecto es una de las clave para tener éxito. No obstante, para ello debemos ser objetivos. Afortunadamente, existen algunos pequeños trucos que nos permitirán tener una visión más realista de nuestro proyecto:

1. Pide consejo a los otros. Recuerda el refrán que afirma que “fuera del agua todos nadan bien”. En ocasiones el mejor consejo puede venir de una persona ajena al proyecto, sobre todo si no está emocionalmente vinculada al mismo.

2. Deja pasar un tiempo entre la idea y la puesta en práctica. Durante estos días o semanas podrás tomar distancia y valorar las potencialidades del proyecto de forma más objetiva.

3. Analiza exhaustivamente los errores que han cometido proyectos similares realizados con anterioridad, aprende de ellos y, sobre todo, no copies su estilo.

4. Consulta a profesionales que sean expertos de tu sector, ellos podrán brindarte una idea general del mercado, los riesgos y las potencialidades de tu proyecto.

5. Date un margen de error, al menos del 20%.


Fuente:
Cassar, G. & Craig, J. (2009) An investigation of hindsight bias in nascent venture activity. Journal of Business Venturing; 24(2): 149–164.


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