martes, 6 de noviembre de 2012

"El experimentador"

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Llegamos con este al sexto capítulo de las i-skills, esas habilidades que poco a poco vamos descifrando para conocer las características del perfil innovador. En esta ocasión nos detenemos en la habilidad de experimentar, detallando las características que dificultan y facilitan el acto de "hacer"
Tags: experimentacióngestión de personashabilidadesi-skillsinnovaciónnacho muñoz  0 Comentarios y 0 Reacciones
Llegamos con este al sexto capítulo de las i-skills, esas habilidades que poco a poco vamos descifrando para conocer las características del perfil innovador, de la persona que actúa con una predisposición resiliente en los escenarios de incertidumbre.
Comenzamos nuestra investigación con una reflexión inicial que nos permitió situar el marco conceptual de estas i-skills. Después, llegaron elbuscador de oportunidades, el perfeccionista pasional, el intraemprendedor y el saltador de obstáculos. Ahora entramos de lleno a conocer cómo es el experimentador, el profesional que asume el ensayo, la prueba y el error como un proceso natural de su trabajo.

(1) La cultura del error: ¿por qué experimentamos poco?

Está comprobado: las cosas que mejor aprendemos no son aquellas que nos salen bien a la primera, sino las que hemos tenido que ensayar varias soluciones previas hasta dar con la forma correcta de llevarlas a cabo. Equivocarse nos da la oportunidad de aprender, de rectificar, de cambiar nuestros planteamientos iniciales. Si algo no funciona, podemos intentarlo de otra forma. Pero para que todo esto ocurra, tenemos que tener claro un verbo: H-A-C-E-R. Y para hacer, hay que desarrollar una habilidad, la del experimentador.
Muchas personas, sobre todo si son de naturaleza perfeccionista, se aterran ante la posibilidad de cometer un error. Quieren que todo esté perfecto, que su actuación siempre sea intachable y tenerlo todo bajo control, lo cual les lleva a no actuar, a no comenzar demasiadas cosas... para no equivocarse.
El perfeccionismo insano o patológico, el que te bloquea, nos hace cautivos de unas exigencias difícilmente alcanzables. Tanto, que nos frena a la hora de llevar a cabo iniciativas que no dominamos por completo, ya que pensamos que es mejor no intentarlo a pasarlo mal y fracasar. Lo que ocurre es que no tenemos que pasarlo mal... ni tampoco fracasar.
Por otro lado, al iniciar un nuevo proyecto siempre está presente el qué-dirán: ¿qué dirán de mi si no he sido capaz de conseguirlo? ¿qué dirán de mi si no tiene el éxito que debería tener? La posibilidad de errar se contrasta cotinuamente con la imagen que proyectamos, la que queremos preservar y mejorar. La imagen tenemos que posicionarla en nuestro entorno, pero ahí fuera parece que no se sienten a gusto con personas que cometen errores. Quien comete errores es alguien imperfecto, que falla, que no tiene el nivel suficiente. El que (parece) que no falla es el que tiene éxito. Sin embargo, el que tiene éxito normalmente ha aprendido de una gran cantidad de errores, normalmente ocultos.

(II) Abrazar el fracaso

El fracaso está por todas partes. Sólo que la mayoría de las veces preferimos no confrontar este hecho”, la cita es de Oliver Burkeman, autor que recela de la corriente positivista que inunda las librerías. Los antiguos filósofos de Grecia y Roma, como recuerda Burkeman en su libro El antídoto: Felicidad para la gente que no soporta el pensamiento positivo, proponían lo contrario, y recordaban que es precisamente nuestro persistente esfuerzo para sentirnos felices lo que nos hace desgraciados. Este empeño en eliminar o ignorar todo negativo –la inseguridad, el fracaso o la tristeza, connaturales al hecho de vivir– es lo que provoca ansiedad.
Para poder ser un experimentador hay que tener una relación sana con el fracaso, no como la que normalmente tenemos ante el mismo. Podemos comenzar observar nuestras propias fortalezas y capacidades: ¿son naturales o se han ido desarrollando con el tiempo? Si creemos lo primero, el fracaso siempre será un enemigo, porque cada error constituye una prueba fehaciente de que no somos tan buenos como pensábamos.
Si pensamos que es posible ir mejorando con cada nuevo desafío que aparezca en la vida, el fracaso adquirirá un significado diferente, porque de repente se convierte en una verdadera fuente de aprendizaje. Un error deja de ser una muestra de debilidad para convertirse en una muestra evidente de lo que no era tan evidente, y así no dejarlo pasar nunca más.

(III) El prototipo como herramienta para experimentar

Cuando se quiere emprender o innovar en algo en lo que creemos hay que empezar produciendo desde la idea que tenemos, lo antes posible, un prototipo. El prototipo es la herramienta de “echar-a-andar”, ya que en la primera fase de la experimentación, “en lugar de pensar qué construir, se trata de construir lo que pensar”, como dijo Tim Brown.
El prototipo es una herramienta para experimentar, pues representa la antítesis de la hiper-planificación a la que nos hemos sometido mediante el management tradicional. Innovar en escenarios de incertidumbre implica no poder planificar en exceso, pues no sabemos muy bien cómo va a ser el devenir de los acontecimientos... o la evolución de nuestras propias ideas.
Además, como diría Ramón Sangüesa, “lo perfecto, si existe, nos deja mudos. No invita a dialogar, detiene la imaginación”, así que un prototipo que deja cabos sueltos, que es algo inacabado o en construcción, representa una excusa para poder pensar sin miedo a equivocarnos. El prototipo no nos deja caer en la parálisis por el análisis, y, como defiende Amalio Rey, asumir “la cultura del prototipado es el bálsamo perfecto para el estrés del perfeccionista”
Un prototipo es un modelo simplificado, menos exhaustivo que la solución final, que permite validar y testar la idea, y también conversar sobre ella con todos los agentes implicados en la misma. Es una herramienta para comunicar, pues se convierte en un objeto de demostración para vender una idea, constituyendo el paso previo al escalado y a la industrialización del producto o idea prototipada.

(IV) Últimos consejos para experimentar

Algunas otras acciones llevar a cabo para desarrollar la habilidad de experimentar que nos recomienda Tom Kelley en su libro “Las diez caras de la innovación” (que está resumiendo Paulino Etxebeste en su blog) son las siguientes:
Dividir el riesgo. Se trata de descomponer los problemas aparentemente grandes en experimentos diminutos hasta el punto de que se genere un cambio en el sistema sin saberlo.
Romper las normas. Llega un día en el que los experimentadores necesitan abrir nuevos horizontes enfrentándose a algunas ideas arraigadas. Y hay que ir sin miedo.
La vida como un experimento. No hay que quedarse en la línea de salida imaginándose cómo será la carrera. Hay que empezar a moverse y a probar cosas. Es muy probable que descubramos una nueva forma de ganar.
 

Este documento está en la microsite de i-Skills, donde puedes consultar más contenidos sobre el tema. También te recomendamos visitar el Boletín [Nº19] con una selección de los mejores artículos del mes escritos por el equipo de emotools.

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