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Los Beneficios del Sueño Lúcido
Cuando el soñador se torna consciente de las implicaciones que conlleva el hecho de tomar consciencia de que está soñando, puede ser capaz de crear sueños menos ansiosos y más gratificantes e incluso puede aprovechar el sueño para tratar de crecer interiormente mientras está soñando. Por otro lado, los informes que nos proporcionan diversos investigadores indican que las personas que son capaces de inducir cierto grado de lucidez consiguen liberarse de los sueños desagradables y de las pesadillas recurrentes. Además, el sueño lúcido también nos permite programar las experiencias placenteras y satisfacer plenamente deseos que en la vida cotidiana estarían prohibidos o serían imposibles de satisfacer.
En los niveles superiores, el sueño lúcido conlleva una serie de estados cognitivos autoreflexivos y una consciencia de libertad, seguridad y distanciamiento de las obligaciones de la vida cotidiana, que se entremezcla con una vívida experiencia perceptual, la posibilidad de acceder a los procesos autónomos y un poderoso impacto emocional. Es por ello que el sueño lúcido puede convertirse en un instrumento idóneo para propiciar experiencias emocionales correctivas que transformen la personalidad. El sueño lúcido también puede ser muy adecuado para la desensibilización de las fobias y para el ensayo de conductas más apropiadas. Garfield, por ejemplo, relata cómo los asistentes a un seminario sobre sueño creativo aprendieron a aplicar el principio de afrontar y superar las situaciones peligrosas que pudieran aparecer en sus sueños y que la mayor parte de ellos llegaron a experimentar la repercusión de este trabajo en su vida vigílica en forma de una conducta más asertiva y un aumento de la confianza en ellos mismos. La lucidez incrementa nuestra consciencia de los aspectos auto reflexivos del entorno onírico y, en este sentido, el sueño lúcido puede conducirnos a entablar un diálogo con nuestras propias proyecciones bajo la forma de los diferentes personajes soñados. Él sugirió que los pacientes podían buscar en sus sueños lúcidos una especie de ayudante. La investigación debe confirmar todavía si los sueños lúcidos pueden provocar cambios realmente constructivos en nuestra personalidad. Sin embargo, teniendo en cuenta los recientes progresos en la inducción de la lucidez onírica, el desarrollo de este tipo de investigación parece ahora mucho más factible.
La lucidez, en suma, nos permite acceder conscientemente a la creatividad onírica y llevar a cabo experimentos para verificar el poder de nuestra imaginación, emprender aventuras oníricas o descubrir imágenes que luego pueden ser utilizadas y reproducidas mediante la actividad literaria o la producción artística.
La investigación que se ha llevado a cabo hasta el momento parece sugerir que el cerebro y, en menor medida, el cuerpo, responden a ciertas actividades oníricas de la misma manera en que lo hacen en vigilia. En este sentido, por ejemplo, me pregunto por las posibles aplicaciones médicas del sueño lúcido combinado con las técnicas de visualización que suelen utilizarse para combatir determinadas enfermedades.
Asimismo, la experiencia vigílica puede verse fortalecida mediante la toma de consciencia de las implicaciones que se derivan del hecho de soñar, es decir, mediante la comprensión de que somos los co-creadores de un mundo de experiencia que nos refleja a nosotros mismos y que, debido a su subjetividad, no es sino una entre muchas realidades posibles. De este modo, la toma de consciencia de que somos una fuente creativa nos obliga a asumir la responsabilidad que nos corresponde no sólo en lo que respecta a nuestras experiencias pasadas y presentes sino también en lo que tiene que ver con nuestra capacidad para crear la experiencia futura. La simple comprensión intelectual de esta responsabilidad puede ayudarnos a hacernos cargo definitivamente de nuestra vida y contribuir a mantener una actitud abierta e investigadora ante nuestras motivaciones inconscientes y nuestra conducta cotidiana.
Judith Malamud
Más Allá de la Lucidez:
el Viaje hacia la Consciencia Pura
Si es correcta la teoría de que el sueño lúcido no es más que un simple peldaño en el continuo de la consciencia humana, deberíamos entonces plantearnos al menos dos preguntas: ¿qué es lo que viene después del sueño lúcido?, y ¿por qué debemos esforzamos en tratar de conseguirlo?
La evolución de la consciencia de uno mismo no concluye en la lucidez sino que prosigue hasta un estado de consciencia más sosegado y ecuánime que parece carecer de límites y que ha recibido el nombre de testigo.
Para explorar exhaustivamente este continuo – que abarca de la lucidez hasta el testigo – Gackenbach, Robert Cranson y Charles Alexander se ocuparon de registrar las respectivas experiencias oníricas de cinco grupos de practicantes de meditación trascendental y cuatro grupos de control. Su objetivo era el de tratar de determinar las características distintivas del sueño lúcido y del hecho de ser testigo durante el sueño y durante el sueño sin ensueños. Sus conclusiones fueron las siguientes:
Un sueño lúcido es aquél en el que podemos pensar activamente en el hecho de que estamos soñando.
Un sueño del que somos testigos es aquél en el que experimentamos un estado de consciencia interior tranquilo y relajado que se halla completamente desvinculado del contenido y del desarrollo de la experiencia onírica.
El estado de ser testigo de un sueño sin ensueños se caracteriza por el hecho de experimentar un estado de consciencia, o de alerta, relajado y sereno.
Veamos ahora algunos ejemplos relativos a cada uno de los tres casos proporcionados por practicantes de MT.
Sueño lúcido: Durante un sueño, me di cuenta súbitamente de que podía mantenerme separado del sueño. Entonces comencé a manipular el argumento y los personajes para crear el tipo de situación que deseaba.
Consciencia-testigo en el sueño con sueños: En ocasiones, independientemente de los contenidos de mi sueño, mi consciencia se halla tan sosegada que termina distanciándose progresivamente de ellos. A veces, sin embargo, sigo incluso atrapado en ellos pero la sensación de paz interior permanece.
Consciencia-testigo en el sueño profundo: Es una sensación pura de gozo y de expansión infinita. En ese momento, soy consciente de que existo pero también de que carezco de una individualidad separada. Luego, gradualmente, voy tomando consciencia de mi personalidad pero ignoro todo lo relativo a quién, qué, dónde, cuándo, etcétera. Poco a poco, todos estos detalles comienzan a perfilarse con claridad y finalmente termino despertando.
Los investigadores descubrieron que este tipo de fenómenos se presentaban con mayor frecuencia entre los meditadores que entre quienes formaban parte de los grupos de control (que no estaban comprometidos en ningún tipo de práctica meditativa). No obstante, ambos grupos aportaron más testimonios relativos a sueños lúcidos que al estado de consciencia-testigo (tanto en el sueño como en el sueño profundo). Este descubrimiento apoya la hipótesis de que el sueño lúcido resulta de más fácil acceso independientemente del entrenamiento o de las habilidades personales y, por consiguiente, puede ser considerado como un trampolín para acceder a otras experiencias.
Para poder someter a examen los tres estados de conciencia onírica, Gackenbach, Cranson y Alexander estudiaron a un grupo de meditadores avanzados. Hay que decir, en primer lugar, que la sensación de separación era mucho más frecuente en los sueños en los que se manifestaba la consciencia-testigo que en los sueños lúcidos, como si el hecho de ser testigo impusiera una distancia con respecto al sueño o, como dijo un meditador: El sueño y yo somos dos realidades diferentes.
Otra diferencia importante tenía que ver con las emociones positivas. Aunque los sueños lúcidos presentaban aspectos muy positivos, lo cierto es que aquellos otros en los que el sujeto era testigo del sueño eran todavía más positivos. El sentimiento que acompaña a estos dos últimos estados nos recuerda la noción de beatitud – un término, por otra parte, muy utilizado por los sujetos que habían experimentado la consciencia-testigo y que, por el contrario, jamás fue utilizado por quienes habían experimentado sueños lúcidos – de la que nos hablan las religiones orientales. Por otra parte, el posible control sobre los sueños es mucho más frecuente en los sueños lúcidos que en aquellos otros en los que se manifestaba la consciencia-testigo. Es como si, durante la lucidez, la voluntad – la capacidad volitiva de nuestro ego individual – pareciera controlar los pensamientos y los deseos mientras que, en el estado de la consciencia-testigo, por el contrario, nos sintiéramos completamente plenos y no tuviéramos el menor deseo de involucrarnos en el sueño.
Gackenbach y Alexander han diseñado (al mismo tiempo que otros investigadores) un experimento para comprobar si existe alguna diferencia fisiológica entre los sueños lúcidos estudiados por LaBerge, por ejemplo, y una persona, practicante avanzado de meditación trascendental, que afirmaba permanecer en el estado de la consciencia-testigo en todo momento, incluido el período de sueño profundo.
Tal como se esperaba, esta persona era capaz de indicar que estaba soñando y, al igual que ocurre con otros soñadores lúcidos, su latido cardíaco y su ritmo respiratorio aumentaron en el mismo momento en que comenzaba a emitir señales a través de ciertos movimientos oculares . Sin embargo, a diferencia de otros soñadores lúcidos, estos signos de actividad física desaparecían súbitamente una vez que la señal ocular se había producido. Los investigadores llegaron a la conclusión de que el estado de alerta relajada de la consciencia trascendental se interrumpía momentáneamente mientras el sujeto estaba ocupado en la tarea de señalización y que, finalizada ésta, el sujeto retornaba rápidamente a un estado de silencio, alerta y baja actividad fisiológica. No obstante, éste fue un estudio realizado sobre un solo sujeto y sería necesario replicar el experimento con un grupo más nutrido de meditadores avanzados.
Todos estos descubrimientos parecen confirmar la hipótesis de que realmente existe algún tipo de continuidad en nuestra consciencia durante la noche y que dicha continuidad se inicia con la lucidez, prosigue con la consciencia-testigo durante el sueño y concluye en el estado de consciencia-testigo del sueño profundo. Por otra parte, esta teoría de la continuidad de la consciencia concuerda perfectamente con la noción vedántica de que la consciencia pura constituye el fundamento del trabajo para el desarrollo de los estados superiores de consciencia y de la iluminación. Según el Maharishi – explica Alexander – la “consciencia cósmica” no es sino la capacidad para mantener la conciencia pura durante las veinticuatro horas del día a través de la vigilia, el sueño y el sueño profundo.
Jayne Gackenbach y Jane Bosveld
Extractado por Tatiana Reyes de
R. Walsh y F. Vaughan.- Trascender el Ego.- Kairós
lunes, 31 de enero de 2011
4D, Dream, Soñar el futuro:
”La profecía de autocumplimiento: esta actitud supone un trabajo sistemático sobre un escenario futuro deseado. Lo importante es que la atención –en primer lugar- no se centra en “tratar de diseñar qué es lo que va a suceder”, sino intentar tener lo más claro posible qué es lo que nosotros queremos que suceda.Esta intención se basa en imágenes. Es nuestra imaginación que se aloja en el tiempo que todavía no es. Es una construcción imaginativa que nos atrae, que nos motiva, que nos invita a ser alcanzada. Construcción que nace a partir de nuestras emociones, aspiraciones, sensaciones, intuiciones".
El Sueño Lúcido (parte 1)
http://alcione.cl/wp2/?p=461
Estamos hechos de la misma sustancia que los
sueños y también con un sueño concluye nuestra vida.
William Shakespeare
Desde la más remota antigüedad, los sueños han sido considerados como una fuente de inspiración que nos transmite mensajes misteriosos. Los chamanes, por ejemplo, veían confirmada su vocación sagrada en el transcurso de un sueño mientras que para los profetas de Israel, por su parte, los sueños eran portadores de mensajes divinos. Recordemos, por ejemplo, aquel pasaje de la Biblia que dice: Escucha mis palabras: si hubiera un profeta entre vosotros, Yo, el Señor, me presentaría ante él en una visión y le hablaría a través de un sueño. Las antiguas culturas mediterráneas afirmaban que los sueños eran una fuente de curación y esta creencia congregaba en el templo del dios Esculapio a numerosas personas que trataban de incubar sueños terapéuticos. Más recientemente, la psicología ha declarado que los sueños constituyen el camino real al inconsciente (Freud) y que son mensajes de curación y conocimiento intuitivo procedentes del inconsciente (Jung). De la misma manera, la psicología transpersonal también presta una gran importancia a los sueños.
Pero sea cual fuere nuestra interpretación, los sueños constituyen un milagro nocturno que abre nuestra visión a un universo poblado de personajes, lugares y criaturas que parecen sólidos, independientes y reales. Además, durante el sueño nuestra propia persona parece dotada de un cuerpo sólido y real que parece ser el origen y el sostén de nuestra existencia, de nuestros placeres y de nuestros dolores, un cuerpo dotado de ojos y oídos que nos proporcionan mensajes sensoriales y cuya muerte supone también nuestra propia muerte. En suma, este mundo y este cuerpo onírico parecen crearnos y controlarnos, aunque el universo aparentemente objetivo es una creación de nuestra propia mente, un producto transitorio y subjetivo que se halla, en última instancia, sometido a nuestro control.
A veces, cuando despertamos pensamos que lo que acaba de ocurrir es irreal y decimos: No era más que un sueño. Pero de este modo incurrimos en el error – que la filosofía hindú denomina subrogar – de menospreciar el estado de sueño; es decir, concederle, desde el estado de vigilia, menor validez ontológica. No obstante, sea cual fuere la conclusión a la que arribemos cuando estamos despiertos, noche tras noche, una y otra vez, seguimos soñando y creyendo sin lugar a dudas en la realidad de nuestros sueños, y es por ello que luchamos y huimos, reímos y lloramos, maldecimos y disfrutamos.
Es posible que la mayoría de nosotros hayamos tenido, en alguna ocasión, la experiencia de darnos cuenta repentinamente de que no es más que un sueño mientras estábamos inmersos en una dramática aventura o bajo una pesadilla onírica. En ese momento nos tornamos lúcidos; estamos soñando y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que estamos soñando, y ese reconocimiento puede proporcionarnos una sensación de alivio, placer, asombro y libertad. Entonces somos libres para enfrentarnos a nuestros monstruos, para satisfacer nuestros deseos o para tratar de descubrir nuestras aspiraciones más elevadas sabiendo que no somos las víctimas sino los creadores de nuestra propia experiencia. Como dijera el filósofo Nietzsche: Quizás exista alguien que, al igual que yo, recuerde haber proclamado victoriosamente en medio de los terrores y los peligros de un sueño: “Esto es solamente un sueño y quiero seguir soñándolo!”.
Pero este tipo de sueños son excepcionales y solemos carecer de la capacidad para inducirlos. Cabría preguntarnos, pues, si existe algún método que nos permita desarrollar la capacidad para despertar a voluntad en medio del sueño, una pregunta que ha sido contestada afirmativamente por muchas tradiciones contemplativas y por todos los investigadores del sueño. Ya en el siglo IV, Patanjali recomendaba en su clásico texto sobre el yoga: Ser testigos de los procesos del sueño y del sueño profundo. Cuatro siglos después, el budismo tibetano desarrolló un sofisticado sistema de yoga onírico. En el siglo XII, el místico sufi Ibn El-Arabi, un genio filosófico y religioso conocido en el mundo árabe como el más grande de los maestros, afirmaba que una persona también debe controlar sus pensamientos durante el sueño. El adiestramiento en este tipo de atención puede proporcionar grandes beneficios. Todos deberíamos esmerarnos en tratar de desarrollar esta valiosa capacidad. Más recientemente, diversos investigadores y maestros espirituales – desde Sri Aurobindo hasta Rudolf Steiner – han confirmado también la posibilidad de desarrollar el sueño lúcido.
Durante muchas décadas, los investigadores occidentales habían desdeñado estos informes como simples quimeras pero, a lo largo de la década de los setenta, tuvo lugar uno de los hitos más relevantes de la historia de la investigación sobre los sueños. Estamos refiriéndonos al trabajo de Alan Worsey en Gran Bretaña y de Stephen LaBerge en California, dos investigadores que trabajando aisladamente y sin saber nada el uno del otro aportaron evidencia experimental sobre la existencia del sueño lúcido y aprendieron a provocar deliberadamente este fenómeno. Estos investigadores permanecían monitorizados electrofisiológicamente en un laboratorio del sueño y no sólo podían comunicar – mediante ciertos movimientos oculares – a los observadores externos que estaban soñando sino también que sabían que estaban soñando. Mientras tanto, su EEG (electroencefalograma) mostraba el típico patrón de ondas MOR (movimientos oculares rápidos) característico del sueño, ratificando, de ese modo, la veracidad de sus afirmaciones. Por vez primera en la historia, alguien había podido mandar un mensaje desde el mundo de los sueños mientras estaba durmiendo. A partir de ese momento, la investigación y la comprensión del estado onírico ha sufrido un cambio radical. Resulta interesante constatar que, durante cierto tiempo, LaBerge no pudo publicar los datos recogidos en su trabajo porque no existía ningún editor que creyera siquiera en la posibilidad del sueño lúcido.
A partir de ese momento, las señales proporcionadas por los movimientos de los ojos y los registros electrofisiológicos han permitido que los investigadores pudieran estudiar variables tales como la frecuencia y la duración de los sueños lúcidos, sus efectos fisiológicos sobre el cerebro y sobre el cuerpo, las características psicológicas de quienes los experimentan, los medios más confiables para inducirlos y su potencial para la curación y la investigación transpersonal. El sueño lúcido ha inspirado también numerosas reflexiones sobre las implicaciones filosóficas, transpersonales y prácticas del sueño y de la lucidez.
Una de las principales consecuencias filosóficas tiene que ver con la naturaleza del estado de vigilia. Después de todo, si noche tras noche cometemos el error de creer en la objetividad del mundo y del cuerpo onírico, es decir, de considerar que se trata de acontecimientos reales que existen más allá de nuestra mente, no podría ocurrir lo mismo con el mundo y con el cuerpo vigílicos? Cómo podemos, pues, estar seguros de que el estado de vigilia no es también una especie de sueño? Como advierte el budismo tibetano: El estado de vigilia no presenta ninguna característica que nos permita diferenciarlo claramente de la experiencia onírica.
Hay muchos filósofos y tradiciones místicas que coinciden en esta apreciación. Según Schopenhauer, por ejemplo, el universo es un gran sueño soñado por un único ser en el que todos los personajes también están soñando, y el gran erudito del zen, D.T. Suzuki, decía: Mientras sigamos soñando jamás podremos comprender que estamos soñando. En la misma línea, una enseñanza contemporánea cristiana afirma que:
Los sueños nos enseñan que tenemos la posibilidad de construir el mundo tal y como lo deseamos y que es este deseo, en definitiva, el que nos lleva a creer sin ningún género de dudas en la realidad de lo que vemos. Sin embargo, en el interior de nuestra mente existe un mundo que también parece ser externo… Creemos despertar y que, con este despertar, el sueño se desvanece, pero somos incapaces de reconocer que lo que dio origen al sueño permanece presente, que nuestro deseo de construir un mundo diferente al mundo real persiste. Por consiguiente, lo que vemos al despertar no es sino otra forma del mismo mundo que contemplamos en los sueños. Así pues, estamos soñando de continuo. Lo único que ocurre es que los sueños vigílicos y los sueños oníricos nos parecen diferentes. Eso es todo.
Obviamente, esta perspectiva es una forma del idealismo filosófico metafísico según el cual lo que consideramos como realidad externa no es más que una creación de nuestra propia mente, un punto de vista que, a pesar de no gozar de demasiada popularidad en estos tiempos materialistas, ha sido sustentado por algunos de los principales filósofos orientales y occidentales. Hegel, por ejemplo, afirmaba que el espíritu es la única Realidad, la substancia interna del mundo. Así pues, el hecho de que ningún filósofo haya podido demostrar la existencia del mundo exterior no constituye ninguna sorpresa para los idealistas.
Quienes han aprendido a desarrollar la lucidez en sus sueños comprenden en profundidad cuán convincente y objetivo puede resultar el mundo onírico y cuán dramático puede resultar el despertar personal. El soñador lúcido experimenta con inquietante claridad que lo que parecía un mundo incuestionablemente externo, objetivo, material e independiente es, en realidad, una creación interna, subjetiva, inmaterial y dependiente de su propia mente. Hay quienes ponen entonces en tela de juicio sus antiguos puntos de vista, empiezan a preguntarse si el estado de vigilia no debería también ser considerado como una especie de sueño y comienzan a vislumbrar el sentido de la afirmación de Nietzsche de que inventamos la mayor parte de lo que experimentamos y somos mucho más artistas de lo que suponemos.
Este hecho tiene importantes implicaciones teóricas y prácticas que afectan muy directamente a nuestro estado de vigilia. Cuando estamos soñando solemos creer que nuestro estado de consciencia es claro y distinto y que estamos viendo las cosas como realmente son; sin embargo, cuando despertamos o alcanzamos cierto grado de lucidez subrogamos la conciencia onírica y reconocemos sus distorsiones. No podría, acaso, ocurrir lo mismo con nuestro estado de consciencia vigílico? Y, si eso fuera así, existe algún modo de despertar y ser más conscientes de nuestra vida cotidiana?
A lo largo de los siglos, las grandes tradiciones religiosas han afirmado que nuestro estado habitual de consciencia se halla distorsionado y también han insistido, sin ningún género de dudas, en la posibilidad de despertar. En realidad, las disciplinas contemplativas nos instan a reconocer las limitaciones del estado de consciencia ordinario y nos proporcionan métodos prácticos para despertar a ese estado no distorsionado conocido con el nombre de iluminación.
Pero nuevamente se nos plantean aquí un par de cuestiones adicionales acerca del estado de lucidez. Es posible clarificar, aún más si cabe, el estado de lucidez y aplicarlo tanto al sueño sin ensueños como al estado de vigilia? Podemos cultivar ciertos estados superiores de consciencia mientras estamos soñando y, de ese modo, desarrollar lo que Charles Tart denomina sueños superiores?
Tanto los informes personales como la reciente investigación sobre el sueño parecen responder afirmativamente a ambas preguntas. Por una parte, sabios de la talla de Aurobindo y Rudolf Steiner y ciertos practicantes avanzados de meditación han señalado la posibilidad de mantener una lucidez continua a lo largo de la mayor parte de la noche no sólo durante el sueño con ensueños sino también durante el sueño profundo. Algunos practicantes avanzados de MT (meditación transcendental) han constatado también esta experiencia y han sido capaces de mantener una especie de consciencia-testigo durante todas las fases del sueño. Ello significa que mientras sueñan – e incluso mientras se hallan en el sueño profundo – permanecen identificados con la consciencia pura y pueden, de ese modo, dedicarse simplemente a contemplar los personajes y las situaciones oníricas sin verse afectados por ellas. Por otra parte, esta observación ecuánime puede extenderse a la vida vigílica cotidiana. Según la tradición védica de la MT, el primer estadio de la iluminación se alcanza cuando la consciencia-testigo persiste de manera continua e ininterrumpida.
Evidentemente, el yoga y la meditación pueden provocar el sueño lúcido y éste, a su vez, puede ser utilizado como un tipo de meditación. En realidad, la lucidez parece conducir espontáneamente a los meditadores a este punto. Los practicantes avezados señalan que finalmente desaparece incluso hasta la misma emoción de satisfacer repetidamente un deseo y el soñador comienza a buscar algo más significativo y profundo que sumirse en una nueva fantasía sensual. Estas personas parecen redescubrir, por tanto, la vieja idea de que los placeres sensoriales no pueden proporcionar, por sí mismos, una satisfacción definitiva.
En ese punto, podemos comenzar a buscar determinadas experiencias transpersonales y utilizar el sueño como una técnica transpersonal. Para ello, sin embargo, será necesario utilizar tres estrategias diferentes. En primer lugar, hay que buscar activamente una experiencia espiritual dentro del mismo sueño, ya sea
bajo la forma de un símbolo, de un maestro o de una deidad. A continuación, tendremos que adoptar una actitud más receptiva y dejar el control de nuestro sueño en manos de un poder superior, un poder que puede ser concebido como un guía interior, el Yo Superior o la Divinidad.
Finalmente, deberemos emprender una práctica meditativa o yóguica mientras nos hallamos todavía en el sueño. El yoga del sueño, propio del milenario budismo tibetano, es, posiblemente, la técnica de este tipo que haya alcanzado mayor popularidad. Según el Dalai Lama, los yoguis tibetanos aprenden a desarrollar la lucidez tanto en los sueños como en el sueño profundo, permaneciendo así conscientes durante las veinticuatro horas del día. Además, las horas de vigilia se ocupan también de cultivar la consciencia de que su experiencia vigílica es también un sueño. El resultado ideal de este tipo de práctica es un estado de consciencia ininterrumpido, la sensación de que toda experiencia no es más que un sueño y, en última instancia, el logro de la Gran Realización.
El paso final que conduce a la Gran Realización consiste en comprender que todo lo que está en el samsara (la existencia) es tan irreal como un sueño. La Creación Universal, con sus múltiples esferas de existencia, desde las formas inferiores hasta los más elevados paraísos búdicos y todo lo que se halla incluido en ella, es decir, todos los fenómenos orgánicos e inorgánicos, la forma y la materia en sus innumerables aspectos físicos – los gases, los sólidos, el calor, el frío, la radiación, los colores, los diferentes tipos de energía, los elementos atómicos, etcétera -, no son sino diferentes contenidos de este Sueño Supremo. Con la emergencia de esta sabiduría divina, el aspecto microcósmico del macrocosmos despierta plenamente, la gota de rocío se sumerge en el océano resplandeciente, en la bienaventuranza del nirvana, en la Unidad poseedora de todas las posesiones, conocedora de todo lo cognoscible, creadora de toda creación, la Mente única, la Misma Realidad.
Los sueños son reales mientras duran. Podemos decir acaso otra cosa de la vida!
Havelock Ellis
El Aprendizaje del Sueño Lúcido
Hablando en términos generales, quienes quieren recordar sus sueños pueden hacerlo y aquellos que, por el contrario, no desean hacerlo, no suelen recordarlos. A ciertas personas les basta simplemente con tener la intención de recordar y con ser plenamente conscientes de esta intención antes de acostarse. Un modo eficaz de fortalecer esta decisión consiste en tener un diario de sueños sobre la mesa velador e ir anotando en él, apenas nos despertemos, todos los pormenores que podamos recordar de nuestro sueño. Cuantos más sueños apuntemos, más fácil nos será recordarlos. Por otra parte, la lectura de este diario puede procurarnos el beneficio adicional de ayudarnos a comprender la verdadera naturaleza de nuestros sueños y contribuir, de este modo, a reconocerlos con más facilidad en el mismo momento en que están aconteciendo.
Un método infalible para aumentar la capacidad de recordar los sueños consiste en habituarnos a preguntarnos ¿qué es lo que he soñado? cada vez que nos despertemos. Éste debería ser nuestro primer pensamiento cada vez que nos despertáramos, sin renunciar ante la primera tentativa sino permaneciendo totalmente inmóviles y concentrados, perseverando pacientemente en el intento hasta lograr recordar el sueño.
Como ocurre con cualquier otro proceso, el aprendizaje de la capacidad para recordar los sueños constituye un proceso, en ocasiones, lento. Debido a ello, es muy importante no desalentarnos en el caso de que las primeras tentativas no se vean coronadas por el éxito. A la larga, quien persiste en la práctica termina obteniendo resultados evidentes.
El psicólogo alemán Paul Tholey ha descrito recientemente diversas técnicas para inducir el sueño lúcido. Según Tholey, un método sumamente eficaz para desarrollar la capacidad de tener sueños lúcidos consiste en mantener una actitud crítico-reflexiva hacia nuestro estado de consciencia preguntándonos si estamos despiertos o dormidos mientras nos hallamos en vigilia. Tholey subraya la importancia de preguntarnos si estamos dormidos o despiertos con tanta frecuencia como sea posible, al menos cuatro o cinco veces al día y en cada situación que se nos aparezca como un sueño. También es muy recomendable hacernos esta misma pregunta cada vez que nos acostemos. Según Tholey, la mayor parte de las personas han logrado tener sueños lúcidos antes de un mes de iniciar esta práctica y hay incluso quienes lo han logrado la primera noche en que lo intentan.
Por mi parte, he desarrollado una técnica sencilla para mantener la consciencia despierta durante la transición de la vigilia al sueño. Se trata de un método que consiste en contar uno: estoy soñando; dos: estoy soñando, etc., manteniendo cierto grado de alerta mientras nos sumergimos en el sueño. El resultado es que en algún punto – cuando digamos, por ejemplo, cuarenta y ocho: estoy soñando- terminaremos descubriendo que estamos soñando!
Un factor decisivo en el logro de resultados con la aplicación de esta técnica es el momento. Ello supone que no debemos tratar de tener sueños lúcidos al comienzo del ciclo del sueño sino más bien en la última parte de la noche, cerca de la madrugada, especialmente después de haber despertado de un sueño.
Existe un método alternativo para lograr la lucidez que suele resultar más accesible para muchas personas – y que consiste en familiarizarnos con nuestros sueños, llegar a saber que son sueños e intentar reconocerlos mientras están teniendo lugar. Obviamente, el mero intento de reconocer que estamos soñando basta para incrementar la frecuencia de los sueños lúcidos.
En ocasiones, el simple hecho de repetirnos que deseamos tener un sueño lúcido es suficiente como para proporcionarnos un punto de partida que nos permita provocar deliberadamente el sueño lúcido.
Durante el primer año y medio de mi investigación solía utilizar la autosugestión para tratar de inducir sueños lúcidos pero, gradualmente, la auto observación me llevó a tomar consciencia de que existía un segundo factor psicológico extraordinariamente importante: la intención de recordar que debemos conservar nuestra lucidez en el siguiente sueño. Esta clarificación de intenciones resultó decisiva para aumentar de inmediato la frecuencia de mis sueños lúcidos. Una vez que descubrí que la memoria es la clave del sueño lúcido, la práctica y el perfeccionamiento metodológico me permitieron alcanzar mi objetivo: un método fiable para ayudamos a lograr la lucidez onírica.
La inducción mnemónica del sueño lúcido (MILD)
Inducción mnemónica del sueño lúcido (MILD, Mnemonic Induction of Lucid Dreams), se basa en algo tan poco complejo y esotérico como la aptitud para recordar las acciones que deseamos realizar en el futuro.
La verbalización que suelo utilizar para dar forma a mi esfuerzo intencional en esta dirección es: Dentro de poco, cuando esté soñando, debo recordar que quiero darme cuenta de que estoy soñando. En esta práctica, el cuándo y el qué de la acción que pretendemos llevar a cabo deben ser claramente especificados.
Tal como explico a continuación, generalmente trato de generar este tipo de intención inmediatamente después de despertar de un período MOR o tras un período de plena vigilia. Es importante no limitarnos a recitar mecánicamente la frase sino que realmente debemos intentar tener un sueño lúcido. Resumamos ahora, paso a paso, el procedimiento a seguir:
1.- En la madrugada, cada vez que nos despertemos de un sueño, debemos tratar de recordarlo tantas veces como sea necesario.
2.- Luego, mientras permanecemos todavía en la cama, debemos repetirnos: Dentro de un rato voy a tener un sueño y quiero recordar que estoy soñando.
3.- Visualizarnos regresando al sueño que acabamos de tener y vernos a nosotros mismos dándonos cuenta del hecho de que estamos soñando.
4.- Repetir los pasos 2 y 3 tantas veces como sea necesario. Si todo va bien, en breve tiempo terminaremos descubriendo que somos conscientes de que estamos soñando.
El motivo de que, en el primer punto de este proceso, insistamos en la importancia de la madrugada para la aplicación de la técnica se debe a que este tipo de sueños tienden a ocurrir durante la última parte de la noche. Una vez que aprendí a utilizar este proceso de inducción mnemónica de la lucidez onírica, pude llegar a experimentar hasta cuatro sueños lúcidos en una misma noche y también parecía que podía ser capaz de lograr la misma lucidez todas las noches que me lo propusiera. La inducción mnemónica del sueño lúcido parece estar especialmente indicada para aquellas personas que se sienten altamente motivadas y desean recordar sus sueños.
Stephen LaBerge
Estamos hechos de la misma sustancia que los
sueños y también con un sueño concluye nuestra vida.
William Shakespeare
Desde la más remota antigüedad, los sueños han sido considerados como una fuente de inspiración que nos transmite mensajes misteriosos. Los chamanes, por ejemplo, veían confirmada su vocación sagrada en el transcurso de un sueño mientras que para los profetas de Israel, por su parte, los sueños eran portadores de mensajes divinos. Recordemos, por ejemplo, aquel pasaje de la Biblia que dice: Escucha mis palabras: si hubiera un profeta entre vosotros, Yo, el Señor, me presentaría ante él en una visión y le hablaría a través de un sueño. Las antiguas culturas mediterráneas afirmaban que los sueños eran una fuente de curación y esta creencia congregaba en el templo del dios Esculapio a numerosas personas que trataban de incubar sueños terapéuticos. Más recientemente, la psicología ha declarado que los sueños constituyen el camino real al inconsciente (Freud) y que son mensajes de curación y conocimiento intuitivo procedentes del inconsciente (Jung). De la misma manera, la psicología transpersonal también presta una gran importancia a los sueños.
Pero sea cual fuere nuestra interpretación, los sueños constituyen un milagro nocturno que abre nuestra visión a un universo poblado de personajes, lugares y criaturas que parecen sólidos, independientes y reales. Además, durante el sueño nuestra propia persona parece dotada de un cuerpo sólido y real que parece ser el origen y el sostén de nuestra existencia, de nuestros placeres y de nuestros dolores, un cuerpo dotado de ojos y oídos que nos proporcionan mensajes sensoriales y cuya muerte supone también nuestra propia muerte. En suma, este mundo y este cuerpo onírico parecen crearnos y controlarnos, aunque el universo aparentemente objetivo es una creación de nuestra propia mente, un producto transitorio y subjetivo que se halla, en última instancia, sometido a nuestro control.
A veces, cuando despertamos pensamos que lo que acaba de ocurrir es irreal y decimos: No era más que un sueño. Pero de este modo incurrimos en el error – que la filosofía hindú denomina subrogar – de menospreciar el estado de sueño; es decir, concederle, desde el estado de vigilia, menor validez ontológica. No obstante, sea cual fuere la conclusión a la que arribemos cuando estamos despiertos, noche tras noche, una y otra vez, seguimos soñando y creyendo sin lugar a dudas en la realidad de nuestros sueños, y es por ello que luchamos y huimos, reímos y lloramos, maldecimos y disfrutamos.
Es posible que la mayoría de nosotros hayamos tenido, en alguna ocasión, la experiencia de darnos cuenta repentinamente de que no es más que un sueño mientras estábamos inmersos en una dramática aventura o bajo una pesadilla onírica. En ese momento nos tornamos lúcidos; estamos soñando y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que estamos soñando, y ese reconocimiento puede proporcionarnos una sensación de alivio, placer, asombro y libertad. Entonces somos libres para enfrentarnos a nuestros monstruos, para satisfacer nuestros deseos o para tratar de descubrir nuestras aspiraciones más elevadas sabiendo que no somos las víctimas sino los creadores de nuestra propia experiencia. Como dijera el filósofo Nietzsche: Quizás exista alguien que, al igual que yo, recuerde haber proclamado victoriosamente en medio de los terrores y los peligros de un sueño: “Esto es solamente un sueño y quiero seguir soñándolo!”.
Pero este tipo de sueños son excepcionales y solemos carecer de la capacidad para inducirlos. Cabría preguntarnos, pues, si existe algún método que nos permita desarrollar la capacidad para despertar a voluntad en medio del sueño, una pregunta que ha sido contestada afirmativamente por muchas tradiciones contemplativas y por todos los investigadores del sueño. Ya en el siglo IV, Patanjali recomendaba en su clásico texto sobre el yoga: Ser testigos de los procesos del sueño y del sueño profundo. Cuatro siglos después, el budismo tibetano desarrolló un sofisticado sistema de yoga onírico. En el siglo XII, el místico sufi Ibn El-Arabi, un genio filosófico y religioso conocido en el mundo árabe como el más grande de los maestros, afirmaba que una persona también debe controlar sus pensamientos durante el sueño. El adiestramiento en este tipo de atención puede proporcionar grandes beneficios. Todos deberíamos esmerarnos en tratar de desarrollar esta valiosa capacidad. Más recientemente, diversos investigadores y maestros espirituales – desde Sri Aurobindo hasta Rudolf Steiner – han confirmado también la posibilidad de desarrollar el sueño lúcido.
Durante muchas décadas, los investigadores occidentales habían desdeñado estos informes como simples quimeras pero, a lo largo de la década de los setenta, tuvo lugar uno de los hitos más relevantes de la historia de la investigación sobre los sueños. Estamos refiriéndonos al trabajo de Alan Worsey en Gran Bretaña y de Stephen LaBerge en California, dos investigadores que trabajando aisladamente y sin saber nada el uno del otro aportaron evidencia experimental sobre la existencia del sueño lúcido y aprendieron a provocar deliberadamente este fenómeno. Estos investigadores permanecían monitorizados electrofisiológicamente en un laboratorio del sueño y no sólo podían comunicar – mediante ciertos movimientos oculares – a los observadores externos que estaban soñando sino también que sabían que estaban soñando. Mientras tanto, su EEG (electroencefalograma) mostraba el típico patrón de ondas MOR (movimientos oculares rápidos) característico del sueño, ratificando, de ese modo, la veracidad de sus afirmaciones. Por vez primera en la historia, alguien había podido mandar un mensaje desde el mundo de los sueños mientras estaba durmiendo. A partir de ese momento, la investigación y la comprensión del estado onírico ha sufrido un cambio radical. Resulta interesante constatar que, durante cierto tiempo, LaBerge no pudo publicar los datos recogidos en su trabajo porque no existía ningún editor que creyera siquiera en la posibilidad del sueño lúcido.
A partir de ese momento, las señales proporcionadas por los movimientos de los ojos y los registros electrofisiológicos han permitido que los investigadores pudieran estudiar variables tales como la frecuencia y la duración de los sueños lúcidos, sus efectos fisiológicos sobre el cerebro y sobre el cuerpo, las características psicológicas de quienes los experimentan, los medios más confiables para inducirlos y su potencial para la curación y la investigación transpersonal. El sueño lúcido ha inspirado también numerosas reflexiones sobre las implicaciones filosóficas, transpersonales y prácticas del sueño y de la lucidez.
Una de las principales consecuencias filosóficas tiene que ver con la naturaleza del estado de vigilia. Después de todo, si noche tras noche cometemos el error de creer en la objetividad del mundo y del cuerpo onírico, es decir, de considerar que se trata de acontecimientos reales que existen más allá de nuestra mente, no podría ocurrir lo mismo con el mundo y con el cuerpo vigílicos? Cómo podemos, pues, estar seguros de que el estado de vigilia no es también una especie de sueño? Como advierte el budismo tibetano: El estado de vigilia no presenta ninguna característica que nos permita diferenciarlo claramente de la experiencia onírica.
Hay muchos filósofos y tradiciones místicas que coinciden en esta apreciación. Según Schopenhauer, por ejemplo, el universo es un gran sueño soñado por un único ser en el que todos los personajes también están soñando, y el gran erudito del zen, D.T. Suzuki, decía: Mientras sigamos soñando jamás podremos comprender que estamos soñando. En la misma línea, una enseñanza contemporánea cristiana afirma que:
Los sueños nos enseñan que tenemos la posibilidad de construir el mundo tal y como lo deseamos y que es este deseo, en definitiva, el que nos lleva a creer sin ningún género de dudas en la realidad de lo que vemos. Sin embargo, en el interior de nuestra mente existe un mundo que también parece ser externo… Creemos despertar y que, con este despertar, el sueño se desvanece, pero somos incapaces de reconocer que lo que dio origen al sueño permanece presente, que nuestro deseo de construir un mundo diferente al mundo real persiste. Por consiguiente, lo que vemos al despertar no es sino otra forma del mismo mundo que contemplamos en los sueños. Así pues, estamos soñando de continuo. Lo único que ocurre es que los sueños vigílicos y los sueños oníricos nos parecen diferentes. Eso es todo.
Obviamente, esta perspectiva es una forma del idealismo filosófico metafísico según el cual lo que consideramos como realidad externa no es más que una creación de nuestra propia mente, un punto de vista que, a pesar de no gozar de demasiada popularidad en estos tiempos materialistas, ha sido sustentado por algunos de los principales filósofos orientales y occidentales. Hegel, por ejemplo, afirmaba que el espíritu es la única Realidad, la substancia interna del mundo. Así pues, el hecho de que ningún filósofo haya podido demostrar la existencia del mundo exterior no constituye ninguna sorpresa para los idealistas.
Quienes han aprendido a desarrollar la lucidez en sus sueños comprenden en profundidad cuán convincente y objetivo puede resultar el mundo onírico y cuán dramático puede resultar el despertar personal. El soñador lúcido experimenta con inquietante claridad que lo que parecía un mundo incuestionablemente externo, objetivo, material e independiente es, en realidad, una creación interna, subjetiva, inmaterial y dependiente de su propia mente. Hay quienes ponen entonces en tela de juicio sus antiguos puntos de vista, empiezan a preguntarse si el estado de vigilia no debería también ser considerado como una especie de sueño y comienzan a vislumbrar el sentido de la afirmación de Nietzsche de que inventamos la mayor parte de lo que experimentamos y somos mucho más artistas de lo que suponemos.
Este hecho tiene importantes implicaciones teóricas y prácticas que afectan muy directamente a nuestro estado de vigilia. Cuando estamos soñando solemos creer que nuestro estado de consciencia es claro y distinto y que estamos viendo las cosas como realmente son; sin embargo, cuando despertamos o alcanzamos cierto grado de lucidez subrogamos la conciencia onírica y reconocemos sus distorsiones. No podría, acaso, ocurrir lo mismo con nuestro estado de consciencia vigílico? Y, si eso fuera así, existe algún modo de despertar y ser más conscientes de nuestra vida cotidiana?
A lo largo de los siglos, las grandes tradiciones religiosas han afirmado que nuestro estado habitual de consciencia se halla distorsionado y también han insistido, sin ningún género de dudas, en la posibilidad de despertar. En realidad, las disciplinas contemplativas nos instan a reconocer las limitaciones del estado de consciencia ordinario y nos proporcionan métodos prácticos para despertar a ese estado no distorsionado conocido con el nombre de iluminación.
Pero nuevamente se nos plantean aquí un par de cuestiones adicionales acerca del estado de lucidez. Es posible clarificar, aún más si cabe, el estado de lucidez y aplicarlo tanto al sueño sin ensueños como al estado de vigilia? Podemos cultivar ciertos estados superiores de consciencia mientras estamos soñando y, de ese modo, desarrollar lo que Charles Tart denomina sueños superiores?
Tanto los informes personales como la reciente investigación sobre el sueño parecen responder afirmativamente a ambas preguntas. Por una parte, sabios de la talla de Aurobindo y Rudolf Steiner y ciertos practicantes avanzados de meditación han señalado la posibilidad de mantener una lucidez continua a lo largo de la mayor parte de la noche no sólo durante el sueño con ensueños sino también durante el sueño profundo. Algunos practicantes avanzados de MT (meditación transcendental) han constatado también esta experiencia y han sido capaces de mantener una especie de consciencia-testigo durante todas las fases del sueño. Ello significa que mientras sueñan – e incluso mientras se hallan en el sueño profundo – permanecen identificados con la consciencia pura y pueden, de ese modo, dedicarse simplemente a contemplar los personajes y las situaciones oníricas sin verse afectados por ellas. Por otra parte, esta observación ecuánime puede extenderse a la vida vigílica cotidiana. Según la tradición védica de la MT, el primer estadio de la iluminación se alcanza cuando la consciencia-testigo persiste de manera continua e ininterrumpida.
Evidentemente, el yoga y la meditación pueden provocar el sueño lúcido y éste, a su vez, puede ser utilizado como un tipo de meditación. En realidad, la lucidez parece conducir espontáneamente a los meditadores a este punto. Los practicantes avezados señalan que finalmente desaparece incluso hasta la misma emoción de satisfacer repetidamente un deseo y el soñador comienza a buscar algo más significativo y profundo que sumirse en una nueva fantasía sensual. Estas personas parecen redescubrir, por tanto, la vieja idea de que los placeres sensoriales no pueden proporcionar, por sí mismos, una satisfacción definitiva.
En ese punto, podemos comenzar a buscar determinadas experiencias transpersonales y utilizar el sueño como una técnica transpersonal. Para ello, sin embargo, será necesario utilizar tres estrategias diferentes. En primer lugar, hay que buscar activamente una experiencia espiritual dentro del mismo sueño, ya sea
bajo la forma de un símbolo, de un maestro o de una deidad. A continuación, tendremos que adoptar una actitud más receptiva y dejar el control de nuestro sueño en manos de un poder superior, un poder que puede ser concebido como un guía interior, el Yo Superior o la Divinidad.
Finalmente, deberemos emprender una práctica meditativa o yóguica mientras nos hallamos todavía en el sueño. El yoga del sueño, propio del milenario budismo tibetano, es, posiblemente, la técnica de este tipo que haya alcanzado mayor popularidad. Según el Dalai Lama, los yoguis tibetanos aprenden a desarrollar la lucidez tanto en los sueños como en el sueño profundo, permaneciendo así conscientes durante las veinticuatro horas del día. Además, las horas de vigilia se ocupan también de cultivar la consciencia de que su experiencia vigílica es también un sueño. El resultado ideal de este tipo de práctica es un estado de consciencia ininterrumpido, la sensación de que toda experiencia no es más que un sueño y, en última instancia, el logro de la Gran Realización.
El paso final que conduce a la Gran Realización consiste en comprender que todo lo que está en el samsara (la existencia) es tan irreal como un sueño. La Creación Universal, con sus múltiples esferas de existencia, desde las formas inferiores hasta los más elevados paraísos búdicos y todo lo que se halla incluido en ella, es decir, todos los fenómenos orgánicos e inorgánicos, la forma y la materia en sus innumerables aspectos físicos – los gases, los sólidos, el calor, el frío, la radiación, los colores, los diferentes tipos de energía, los elementos atómicos, etcétera -, no son sino diferentes contenidos de este Sueño Supremo. Con la emergencia de esta sabiduría divina, el aspecto microcósmico del macrocosmos despierta plenamente, la gota de rocío se sumerge en el océano resplandeciente, en la bienaventuranza del nirvana, en la Unidad poseedora de todas las posesiones, conocedora de todo lo cognoscible, creadora de toda creación, la Mente única, la Misma Realidad.
Los sueños son reales mientras duran. Podemos decir acaso otra cosa de la vida!
Havelock Ellis
El Aprendizaje del Sueño Lúcido
Hablando en términos generales, quienes quieren recordar sus sueños pueden hacerlo y aquellos que, por el contrario, no desean hacerlo, no suelen recordarlos. A ciertas personas les basta simplemente con tener la intención de recordar y con ser plenamente conscientes de esta intención antes de acostarse. Un modo eficaz de fortalecer esta decisión consiste en tener un diario de sueños sobre la mesa velador e ir anotando en él, apenas nos despertemos, todos los pormenores que podamos recordar de nuestro sueño. Cuantos más sueños apuntemos, más fácil nos será recordarlos. Por otra parte, la lectura de este diario puede procurarnos el beneficio adicional de ayudarnos a comprender la verdadera naturaleza de nuestros sueños y contribuir, de este modo, a reconocerlos con más facilidad en el mismo momento en que están aconteciendo.
Un método infalible para aumentar la capacidad de recordar los sueños consiste en habituarnos a preguntarnos ¿qué es lo que he soñado? cada vez que nos despertemos. Éste debería ser nuestro primer pensamiento cada vez que nos despertáramos, sin renunciar ante la primera tentativa sino permaneciendo totalmente inmóviles y concentrados, perseverando pacientemente en el intento hasta lograr recordar el sueño.
Como ocurre con cualquier otro proceso, el aprendizaje de la capacidad para recordar los sueños constituye un proceso, en ocasiones, lento. Debido a ello, es muy importante no desalentarnos en el caso de que las primeras tentativas no se vean coronadas por el éxito. A la larga, quien persiste en la práctica termina obteniendo resultados evidentes.
El psicólogo alemán Paul Tholey ha descrito recientemente diversas técnicas para inducir el sueño lúcido. Según Tholey, un método sumamente eficaz para desarrollar la capacidad de tener sueños lúcidos consiste en mantener una actitud crítico-reflexiva hacia nuestro estado de consciencia preguntándonos si estamos despiertos o dormidos mientras nos hallamos en vigilia. Tholey subraya la importancia de preguntarnos si estamos dormidos o despiertos con tanta frecuencia como sea posible, al menos cuatro o cinco veces al día y en cada situación que se nos aparezca como un sueño. También es muy recomendable hacernos esta misma pregunta cada vez que nos acostemos. Según Tholey, la mayor parte de las personas han logrado tener sueños lúcidos antes de un mes de iniciar esta práctica y hay incluso quienes lo han logrado la primera noche en que lo intentan.
Por mi parte, he desarrollado una técnica sencilla para mantener la consciencia despierta durante la transición de la vigilia al sueño. Se trata de un método que consiste en contar uno: estoy soñando; dos: estoy soñando, etc., manteniendo cierto grado de alerta mientras nos sumergimos en el sueño. El resultado es que en algún punto – cuando digamos, por ejemplo, cuarenta y ocho: estoy soñando- terminaremos descubriendo que estamos soñando!
Un factor decisivo en el logro de resultados con la aplicación de esta técnica es el momento. Ello supone que no debemos tratar de tener sueños lúcidos al comienzo del ciclo del sueño sino más bien en la última parte de la noche, cerca de la madrugada, especialmente después de haber despertado de un sueño.
Existe un método alternativo para lograr la lucidez que suele resultar más accesible para muchas personas – y que consiste en familiarizarnos con nuestros sueños, llegar a saber que son sueños e intentar reconocerlos mientras están teniendo lugar. Obviamente, el mero intento de reconocer que estamos soñando basta para incrementar la frecuencia de los sueños lúcidos.
En ocasiones, el simple hecho de repetirnos que deseamos tener un sueño lúcido es suficiente como para proporcionarnos un punto de partida que nos permita provocar deliberadamente el sueño lúcido.
Durante el primer año y medio de mi investigación solía utilizar la autosugestión para tratar de inducir sueños lúcidos pero, gradualmente, la auto observación me llevó a tomar consciencia de que existía un segundo factor psicológico extraordinariamente importante: la intención de recordar que debemos conservar nuestra lucidez en el siguiente sueño. Esta clarificación de intenciones resultó decisiva para aumentar de inmediato la frecuencia de mis sueños lúcidos. Una vez que descubrí que la memoria es la clave del sueño lúcido, la práctica y el perfeccionamiento metodológico me permitieron alcanzar mi objetivo: un método fiable para ayudamos a lograr la lucidez onírica.
La inducción mnemónica del sueño lúcido (MILD)
Inducción mnemónica del sueño lúcido (MILD, Mnemonic Induction of Lucid Dreams), se basa en algo tan poco complejo y esotérico como la aptitud para recordar las acciones que deseamos realizar en el futuro.
La verbalización que suelo utilizar para dar forma a mi esfuerzo intencional en esta dirección es: Dentro de poco, cuando esté soñando, debo recordar que quiero darme cuenta de que estoy soñando. En esta práctica, el cuándo y el qué de la acción que pretendemos llevar a cabo deben ser claramente especificados.
Tal como explico a continuación, generalmente trato de generar este tipo de intención inmediatamente después de despertar de un período MOR o tras un período de plena vigilia. Es importante no limitarnos a recitar mecánicamente la frase sino que realmente debemos intentar tener un sueño lúcido. Resumamos ahora, paso a paso, el procedimiento a seguir:
1.- En la madrugada, cada vez que nos despertemos de un sueño, debemos tratar de recordarlo tantas veces como sea necesario.
2.- Luego, mientras permanecemos todavía en la cama, debemos repetirnos: Dentro de un rato voy a tener un sueño y quiero recordar que estoy soñando.
3.- Visualizarnos regresando al sueño que acabamos de tener y vernos a nosotros mismos dándonos cuenta del hecho de que estamos soñando.
4.- Repetir los pasos 2 y 3 tantas veces como sea necesario. Si todo va bien, en breve tiempo terminaremos descubriendo que somos conscientes de que estamos soñando.
El motivo de que, en el primer punto de este proceso, insistamos en la importancia de la madrugada para la aplicación de la técnica se debe a que este tipo de sueños tienden a ocurrir durante la última parte de la noche. Una vez que aprendí a utilizar este proceso de inducción mnemónica de la lucidez onírica, pude llegar a experimentar hasta cuatro sueños lúcidos en una misma noche y también parecía que podía ser capaz de lograr la misma lucidez todas las noches que me lo propusiera. La inducción mnemónica del sueño lúcido parece estar especialmente indicada para aquellas personas que se sienten altamente motivadas y desean recordar sus sueños.
Stephen LaBerge
sábado, 29 de enero de 2011
Sonreír no sólo expresa alegría: también une a las personas
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1345472&origen=NLTitu&utm_source=newsletter&utm_medium=titulares&utm_campaign=NLTitu
Carl Zimmer
The New York Times
NUEVA YORK.- Hace cuatro años, en medio de una llamada telefónica, Paula Niedenthal comenzó a preguntarse lo que significaba realmente sonreír. La llamada era de un periodista ruso que la estaba entrevistando para hablar sobre su investigación en expresiones faciales.
"Al final, me dijo: «¿Así que usted es norteamericana?»", recordó Niedenthal. "Entonces, sabe -le informó el periodista ruso- que las sonrisas norteamericanas son falsas y las francesas son verdaderas."
"De pronto, me interesé en el tema", dijo Niedenthal. A pesar de que sonreír es una de las cosas más comunes que hacemos los seres humanos, Niedenthal descubrió que la explicación científica del fenómeno era floja.
Desde entonces, la doctora Niedenthal y sus colegas han estudiado una amplia gama de investigaciones -desde escaneos cerebrales hasta observaciones culturales-, para elaborar un nuevo modelo científico de la sonrisa.
Creen que pueden explicar no sólo el origen de las sonrisas, sino cómo las percibe la gente. En un número reciente de la revista Behavioral and Brain Sciences , sostienen que las sonrisas no son simplemente expresiones de un sentimiento interno. Las sonrisas, de hecho, son sólo la parte más visible de una unión íntima entre dos mentes.
Algo más que músculos
Los psicólogos han estudiado cuidadosamente las sonrisas durante décadas, pero mayormente desde lo externo. Cuando los músculos cigomáticos de nuestras mejillas se contraen, los extremos de nuestra boca se elevan. Pero la sonrisa es mucho más que eso.
"Una sonrisa no es esa cosa que aparece" -aseguró la doctora Niedenthal-. Está relacionada con un cuerpo."
A veces, los labios se abren para mostrar los dientes; a veces, se mantienen sellados. A veces, los ojos se entrecierran. El mentón se eleva con algunas sonrisas y con otras cae. Catalogar estas variantes es un importante primer paso, pero no puede brindar una respuesta al enigma de las sonrisas.
Algunos investigadores han intentado ir más profundo, comprender qué estados mentales producen las sonrisas. Pensamos que significan felicidad y, en verdad, los investigadores encuentran que cuanto más intensamente se contraen los músculos cigomáticos, más feliz aseguran sentirse. Pero esto está lejos de ser una regla fija. A veces son los mismos músculos los que se contraen cuando la gente siente tristeza o asco.
La relación entre sentimientos y rostros es todavía más misterioso. ¿Por qué debería un sentimiento cualquiera curvar nuestras bocas? Esta es una pregunta que Darwin se planteó durante años. Una clave importante, según dijo, se encuentra en las caras de los simios que también, en ocasiones, levantan el borde de su boca. Según Darwin, esas también son sonrisas. En otras palabras, Mona Lisa heredó su siempre fascinante sonrisa del sonriente ancestro común que compartió con los chimpancés.
Los estudiosos de los primates han podido clasificar sus sonrisas en unas pocas categorías. Los chimpancés a veces sonríen por placer, pero también cuando tratan de fortalecer un lazo social con otro chimpancé.
Niedenthal piensa que algunas sonrisas humanas entran también en estas categorías. Es más: pueden ser distinguidas por ciertas expresiones. Una sonrisa vergonzosa a menudo está acompañada por un mentón bajo, mientras que una para saludar a menudo está acompañada por la elevación de las cejas.
Los chimpancés a veces no sonríen por placer o por lograr una conexión social, sino por expresar poder. Un chimpancé dominante sonreirá y mostrará sus dientes. La doctora Niedenthal sostiene que también los seres humanos ostentan una sonrisa para expresar poder y a menudo elevan el mentón de manera de mirar a los demás desde arriba.
Pero hacer una expresión facial particular es sólo el primer paso de una sonrisa. Niedenthal sostiene que la manera en que la otra persona interpreta la sonrisa es igualmente importante.
Pero lo más importante, sostiene, es que la gente reconozca las sonrisas al imitarlas. Cuando una persona que sonríe cruza sus ojos con otra, ésta sin saberlo también remeda una sonrisa. Niedenthal y sus colegas citan investigaciones que indican que esta imitación activa muchas de las mismas regiones cerebrales que están activas en el que sonríe.
Una sonrisa feliz, por ejemplo, está acompañada por actividad en los circuitos cerebrales de la gratificación y mirar una sonrisa feliz puede despertar también esos circuitos. Remedar una sonrisa amistosa produce un patrón de actividad cerebral. Activa una región del cerebro llamada corteza orbitofrontal que distingue los sentimientos que tenemos por la gente con la que tenemos una relación cercana de la de otros. La corteza orbitofrontal se activa cuando los padres ven sonreír a sus propios bebés, por ejemplo, pero no cuando ven a otros niños.
Gestos falsos
"Expresar las sonrisas no sólo permite que la gente reconozca las sonrisas", asegura Niedenthal. También les permite reconocer las sonrisas que son falsas. Cuando inconscientemente imitan una sonrisa falsa, no experimentan la misma actividad cerebral que cuando experimentan una auténtica. Esa experiencia les hace saber que algo está mal.
En un estudio, ella y sus colegas están experimentando la idea de que la imitación permite a la gente reconocer las sonrisas auténticas. Mostraron imágenes de gente sonriente a un grupo de estudiantes. Algunas de las sonrisas eran genuinas y otras, falsas. Los estudiantes rápidamente pudieron establecer la diferencia entre ellas.
Luego, Niedenthal y sus colegas pidieron a los estudiantes que colocaran un lápiz entre sus labios. Esta simple acción involucró los músculos que de otra manera podían producir una sonrisa. Al no poder imitar las caras que veían, los estudiantes tardaron mucho más en determinar qué sonrisas eran reales y cuáles eran falsas.
La doctora Niedenthal y sus colegas también evaluaron la importancia del contacto visual en las sonrisas. Hicieron que los estudiantes miraran una serie de retratos como el del Caballero sonriente, del artista Frans Hals, del siglo XVII. En algunos retratos, el sujeto retratado no miraba al espectador, mientras que en otros las miradas se encontraban. En algunas pruebas, los estudiantes miraban pinturas que tenían los ojos tapados.
Los participantes establecían el impacto emocional de la pintura. La doctora Niedenthal y sus colegas encontraron, como lo habían previsto, que la gente sentía un mayor impacto emocional cuando los ojos estaban descubiertos que cuando estaban tapados. La sonrisa era idéntica en todas las pinturas pero no era suficiente. Es más: se advertían diferencias que eran más grandes cuando la cara del retrato tenía contacto ocular directo con el espectador.
Niedenthal sospecha que tanto ella como los otros psicólogos apenas están comenzando a aprender los secretos de sonrisas que los artistas explicaban hace siglos. Quizás hasta sea posible comprender por qué la sonrisa de Mona Lisa es tan poderosa.
"Yo diría que la razón por la que ha sido tan exitosa es porque uno logra el contacto ocular con ella -dijo Niedenthal-; además, el hecho de que el significado de su sonrisa sea doblemente complicado se debe a que la propia imitación de ella es también misteriosa y difícil."
Traducción de María Elena Rey
Carl Zimmer
The New York Times
NUEVA YORK.- Hace cuatro años, en medio de una llamada telefónica, Paula Niedenthal comenzó a preguntarse lo que significaba realmente sonreír. La llamada era de un periodista ruso que la estaba entrevistando para hablar sobre su investigación en expresiones faciales.
"Al final, me dijo: «¿Así que usted es norteamericana?»", recordó Niedenthal. "Entonces, sabe -le informó el periodista ruso- que las sonrisas norteamericanas son falsas y las francesas son verdaderas."
"De pronto, me interesé en el tema", dijo Niedenthal. A pesar de que sonreír es una de las cosas más comunes que hacemos los seres humanos, Niedenthal descubrió que la explicación científica del fenómeno era floja.
Desde entonces, la doctora Niedenthal y sus colegas han estudiado una amplia gama de investigaciones -desde escaneos cerebrales hasta observaciones culturales-, para elaborar un nuevo modelo científico de la sonrisa.
Creen que pueden explicar no sólo el origen de las sonrisas, sino cómo las percibe la gente. En un número reciente de la revista Behavioral and Brain Sciences , sostienen que las sonrisas no son simplemente expresiones de un sentimiento interno. Las sonrisas, de hecho, son sólo la parte más visible de una unión íntima entre dos mentes.
Algo más que músculos
Los psicólogos han estudiado cuidadosamente las sonrisas durante décadas, pero mayormente desde lo externo. Cuando los músculos cigomáticos de nuestras mejillas se contraen, los extremos de nuestra boca se elevan. Pero la sonrisa es mucho más que eso.
"Una sonrisa no es esa cosa que aparece" -aseguró la doctora Niedenthal-. Está relacionada con un cuerpo."
A veces, los labios se abren para mostrar los dientes; a veces, se mantienen sellados. A veces, los ojos se entrecierran. El mentón se eleva con algunas sonrisas y con otras cae. Catalogar estas variantes es un importante primer paso, pero no puede brindar una respuesta al enigma de las sonrisas.
Algunos investigadores han intentado ir más profundo, comprender qué estados mentales producen las sonrisas. Pensamos que significan felicidad y, en verdad, los investigadores encuentran que cuanto más intensamente se contraen los músculos cigomáticos, más feliz aseguran sentirse. Pero esto está lejos de ser una regla fija. A veces son los mismos músculos los que se contraen cuando la gente siente tristeza o asco.
La relación entre sentimientos y rostros es todavía más misterioso. ¿Por qué debería un sentimiento cualquiera curvar nuestras bocas? Esta es una pregunta que Darwin se planteó durante años. Una clave importante, según dijo, se encuentra en las caras de los simios que también, en ocasiones, levantan el borde de su boca. Según Darwin, esas también son sonrisas. En otras palabras, Mona Lisa heredó su siempre fascinante sonrisa del sonriente ancestro común que compartió con los chimpancés.
Los estudiosos de los primates han podido clasificar sus sonrisas en unas pocas categorías. Los chimpancés a veces sonríen por placer, pero también cuando tratan de fortalecer un lazo social con otro chimpancé.
Niedenthal piensa que algunas sonrisas humanas entran también en estas categorías. Es más: pueden ser distinguidas por ciertas expresiones. Una sonrisa vergonzosa a menudo está acompañada por un mentón bajo, mientras que una para saludar a menudo está acompañada por la elevación de las cejas.
Los chimpancés a veces no sonríen por placer o por lograr una conexión social, sino por expresar poder. Un chimpancé dominante sonreirá y mostrará sus dientes. La doctora Niedenthal sostiene que también los seres humanos ostentan una sonrisa para expresar poder y a menudo elevan el mentón de manera de mirar a los demás desde arriba.
Pero hacer una expresión facial particular es sólo el primer paso de una sonrisa. Niedenthal sostiene que la manera en que la otra persona interpreta la sonrisa es igualmente importante.
Pero lo más importante, sostiene, es que la gente reconozca las sonrisas al imitarlas. Cuando una persona que sonríe cruza sus ojos con otra, ésta sin saberlo también remeda una sonrisa. Niedenthal y sus colegas citan investigaciones que indican que esta imitación activa muchas de las mismas regiones cerebrales que están activas en el que sonríe.
Una sonrisa feliz, por ejemplo, está acompañada por actividad en los circuitos cerebrales de la gratificación y mirar una sonrisa feliz puede despertar también esos circuitos. Remedar una sonrisa amistosa produce un patrón de actividad cerebral. Activa una región del cerebro llamada corteza orbitofrontal que distingue los sentimientos que tenemos por la gente con la que tenemos una relación cercana de la de otros. La corteza orbitofrontal se activa cuando los padres ven sonreír a sus propios bebés, por ejemplo, pero no cuando ven a otros niños.
Gestos falsos
"Expresar las sonrisas no sólo permite que la gente reconozca las sonrisas", asegura Niedenthal. También les permite reconocer las sonrisas que son falsas. Cuando inconscientemente imitan una sonrisa falsa, no experimentan la misma actividad cerebral que cuando experimentan una auténtica. Esa experiencia les hace saber que algo está mal.
En un estudio, ella y sus colegas están experimentando la idea de que la imitación permite a la gente reconocer las sonrisas auténticas. Mostraron imágenes de gente sonriente a un grupo de estudiantes. Algunas de las sonrisas eran genuinas y otras, falsas. Los estudiantes rápidamente pudieron establecer la diferencia entre ellas.
Luego, Niedenthal y sus colegas pidieron a los estudiantes que colocaran un lápiz entre sus labios. Esta simple acción involucró los músculos que de otra manera podían producir una sonrisa. Al no poder imitar las caras que veían, los estudiantes tardaron mucho más en determinar qué sonrisas eran reales y cuáles eran falsas.
La doctora Niedenthal y sus colegas también evaluaron la importancia del contacto visual en las sonrisas. Hicieron que los estudiantes miraran una serie de retratos como el del Caballero sonriente, del artista Frans Hals, del siglo XVII. En algunos retratos, el sujeto retratado no miraba al espectador, mientras que en otros las miradas se encontraban. En algunas pruebas, los estudiantes miraban pinturas que tenían los ojos tapados.
Los participantes establecían el impacto emocional de la pintura. La doctora Niedenthal y sus colegas encontraron, como lo habían previsto, que la gente sentía un mayor impacto emocional cuando los ojos estaban descubiertos que cuando estaban tapados. La sonrisa era idéntica en todas las pinturas pero no era suficiente. Es más: se advertían diferencias que eran más grandes cuando la cara del retrato tenía contacto ocular directo con el espectador.
Niedenthal sospecha que tanto ella como los otros psicólogos apenas están comenzando a aprender los secretos de sonrisas que los artistas explicaban hace siglos. Quizás hasta sea posible comprender por qué la sonrisa de Mona Lisa es tan poderosa.
"Yo diría que la razón por la que ha sido tan exitosa es porque uno logra el contacto ocular con ella -dijo Niedenthal-; además, el hecho de que el significado de su sonrisa sea doblemente complicado se debe a que la propia imitación de ella es también misteriosa y difícil."
Traducción de María Elena Rey
viernes, 28 de enero de 2011
Emoción y Sentimiento
http://alcione.cl/wp2/?p=113
Sin excepción, hombres y mujeres de todas las épocas y culturas, de diversos niveles de educación y diferentes estratos económicos, experimentan emociones, perciben emociones ajenas, cultivan pasatiempos que manipulan sus emociones, y gobiernan sus vidas en gran medida buscando una emoción, la dicha, y evitando emociones desagradables. A primera vista, nada hay distintivamente humano en las emociones pues es notorio que abundan en criaturas no humanas. Lo peculiar es cómo se conectaron con ideas complejas, valores, principios y juicios privativos de la familia humana, y en esta conexión reposa nuestra legítima idea de que la emoción humana es especial. La emoción humana no sólo implica placeres sexuales o temor a las víboras. También incluye el horror de ver sufrir y la satisfacción ante la justicia, el gozo por la sonrisa sensual de una mujer hermosa, o la densa belleza de las palabras e ideas en los versos de Shakespeare; la voz cansina de Dietrich Fischer-Dieskau cuando canta Ich habe genug de Bach; los fraseos simultáneamente terrestres y celestiales cuando se interpreta a Mozart o Schubert, y la armonía que Einstein buscó en la estructura de una ecuación. De hecho, la música comercial y los filmes de poco valor también estimulan emociones, cuya potencia nunca debe ser subestimada.
El impacto humano de estos motivos de emoción, refinados o no, y de los matices emocionales que inducen, sutiles o no, depende de los sentimientos que esas emociones generan. Las emociones, que son públicas y dirigidas hacia el exterior, empiezan a tener impacto en la mente a través de los sentimientos, que son íntimos y dirigidos hacia el interior; pero el impacto entero y duradero de las emociones precisa de la consciencia, porque el individuo solo logra conocer sus propios sentimientos con la llegada de la sensación del self.
Algunos lectores se extrañarán ante la distinción entre sentimiento y saber que tenemos un sentimiento. Acaso el estado de sentir no implica, por necesidad, que el organismo sensible está consciente de la emoción y el sentimiento que se están sintiendo? Sugiero que no es así, que cualquier organismo puede representar, en patrones neurales y mentales, el estado que nosotros criaturas conscientes – denominamos sentimiento, sin llegar a saber que lo está experimentando. Esta separación es difícil de imaginar, no sólo porque el significado tradicional de las palabras ocluye nuestra percepción, sino porque propendemos a tener consciencia de nuestros sentimientos. No existe, empero, evidencia alguna de que tengamos consciencia de todos nuestros sentimientos, y mucho tiende a sugerir que no la tenemos. Por ejemplo, en una situación dada suele ocurrir que nos percatemos súbitamente de que nos sentimos ansiosos o incómodos, complacidos o relajados, y es innegable que el singular estado de sentimiento que experimentamos empezó antes del momento en que conocimos su existencia. Ni el estado de sentimiento ni la emoción que llevó a él estuvieron en la consciencia, y sin embargo se desplegaron como procesos biológicos.
Aunque a primera vista estas distinciones pueden parecer artificiales, mi intención no es complicar algo sencillo sino escindir algo bastante complicado en partes capaces de ser enfocadas separadamente. Con el propósito de investigar estos fenómenos distingo tres partes del procesamiento a lo largo de un continuo: estado de emoción, que puede ser desencadenado y ejecutado de un modo no consciente; estado de sentimiento, capaz de ser representado no conscientemente, y estado de sentimiento hecho consciente, esto es, conocido por el organismo que experimenta emoción y sentimiento. Creo que estas distinciones ayudan cuando intentamos imaginar los soportes neurales de esta serie de sucesos en el ser humano. Además, sospecho que algunas criaturas no humanas que muestran emociones, pero en apariencia no cuentan con la calidad de consciencia que nosotros poseemos, pueden dar forma a las representaciones que denominamos sentimientos sin percatarse de ello. Alguien puede sugerir que tal vez debiéramos tener otra palabra para sentimientos no conscientes, pero no existe. La alternativa más cercana es explicar lo que queremos decir.
En pocas palabras, para que los sentimientos influyan en el individuo más allá del aquí y ahora tiene que estar presente la consciencia. Las consecuencias fundamentales de la emoción y el sentimiento humanos dependen de la consciencia, hecho cuya importancia no fue bien calibrada en su momento. Es probable que en el proceso evolutivo la emoción apareciera antes que la consciencia, y se situara en la superficie en cada uno de nosotros debido a inductores que solemos no reconocer conscientemente. Pero los sentimientos desempeñan sus efectos más fundamentales y perdurables en el teatro de la mente consciente.
El poderoso contraste entre la solapadamente inducida, y externa, postura de la emoción y el estado de sentimiento humano, dirigido hacia el interior, y por último conocido, me suministraron una perspectiva inapreciable para reflexionar acerca de la biología de la consciencia. Así, propongo que, a semejanza de la emoción, la consciencia apunta a la supervivencia del organismo y se arraiga en la representación del cuerpo. Además, destaco un curioso hecho neurológico: cuando se suspende la consciencia, desde la nuclear hacia arriba, suele suspenderse asimismo la emoción. Esto sugiere que, si bien emoción y consciencia son fenómenos diferentes, sus soportes neurales pueden estar conectados. Por todas estas razones, es importante discutir las diversas características de la emoción antes de interpelar directamente la consciencia.
Digresión histórica
Dada la magnitud de los temas vinculados con la emoción y los sentimientos, sería lógico esperar que tanto la filosofía como las ciencias de la mente y el cerebro hubieran acometido su estudio. Curiosamente, éste sólo empieza hoy. La filosofía pese a David Hume y la tradición que originó – desconfió de la emoción y la relegó al desechable reino de los animales y la carne. Por un tiempo la ciencia lo hizo mejor, pero también perdió su oportunidad.
Hacia fines del siglo XIX Charles Darwin, William James y Sigmund Freud plasmaron extensos escritos acerca de diferentes aspectos de la emoción, otorgándole un lugar privilegiado en el discurso científico. Con todo, durante el siglo XX y hasta hace poco, tanto la neurociencia como las ciencias cognoscitivas miraron la emoción con desdén. Darwin estudió con profundidad la expresión de emociones en diferentes culturas y especies y, a pesar de que creía que las emociones humanas eran vestigios de etapas evolutivas previas, respetó la importancia del fenómeno. William James analizó el problema con su característica claridad y produjo un informe que, pese a su insuficiencia, sigue siendo una piedra angular. Freud percibió el potencial patológico de la emoción perturbada y enunció su importancia en términos bastante precisos.
Darwin, James y Freud fueron, por necesidad, algo ambiguos acerca del aspecto cerebral de sus ideas, pero uno de sus coetáneos, Hughlings Jackson, fue más exacto. Jackson dio el primer paso hacia una posible neuroanatomía de la emoción, y sugirió que el hemisferio derecho de los humanos tal vez fuera dominante en ella, así como el izquierdo predomina en el lenguaje.
Hubo buenos motivos para esperar que al inicio del nuevo siglo las ciencias del cerebro convirtieran la emoción en parte de su programa y resolvieran sus interrogantes. Pero ese desarrollo nunca ocurrió. Peor aún, los trabajos de Darwin desaparecieron de circulación, se atacó injustamente y desdeñó de oficio la propuesta de James, y la influencia de Freud tomó otra dirección. Durante la mayor parte del siglo XX el laboratorio desconfió de la emoción. Se decía que era demasiado subjetiva, esquiva y vaga. Se la juzgó antípoda de la razón, considerada la habilidad humana por antonomasia e independiente de la emoción. Perverso sesgo causado por la visión romántica de la humanidad, porque para los románticos las oficinas de la emoción se afincaban en el cuerpo, y las de la razón en el cerebro. La ciencia del siglo XX esquivó el cuerpo y mudó la emoción al cerebro, pero la relegó a los estratos neurales más bajos, asociados con ancestros que nadie respetaba. En último término, no sólo ella era irracional: incluso estudiarla tal vez fuera irracional.
El siglo XX presenta curiosos paralelos al descuido científico ante la emoción. Uno de ellos es la falta de una perspectiva evolucionista en el estudio de mente y cerebro. Quizá sea exagerado decir que la neurociencia y las ciencias cognoscitivas procedieron como si Darwin jamás hubiera existido, pero así parecía hasta la década de 1990. Ciertos aspectos de cerebro y mente se discutieron como si hubieran sido diseñados ayer, a pedido y para producir un determinado efecto algo así como la instalación de frenos ABS en un automóvil nuevo – sin ningún respeto por los posibles antecedentes de los dispositivos de mente y cerebro. Recién ahora se observa un cambio en la situación.
Otro paralelo atañe al descuido de la noción de homeostasis. Homeostasis son las reacciones fisiológicas coordinadas y vastamente automáticas que mantienen el equilibrio interno de un organismo viviente. Describe la regulación automática de la temperatura, concentración de oxígeno y PH en el cuerpo. Numerosos científicos se preocuparon de la neurofisiología de la homeostasis, de otorgar sentido a la neuroanatomía y neuroquímica del sistema nervioso autónomo (la parte del sistema nervioso más involucrada en la homeostasis), y de elucidar las relaciones recíprocas del sistema endocrino, nervioso e inmune, cuya labor conjunta produce homeostasis. Pero el progreso científico en esos ámbitos influyó poco en el enfoque preponderante respecto del modo en que trabajan mente y cerebro. Lo curioso es que las emociones son parte esencial de la regulación que denominamos homeostasis. Es absurdo discutirlas sin entender este aspecto de los organismos vivientes, y viceversa. Mi posición es que la homeostasis es clave en la biología de la consciencia.
El tercer paralelismo es la notoria ausencia de la noción de organismo en las ciencias cognoscitivas y neurociencia. La mente siguió enyugada al cerebro en una suerte de relación equívoca, y el cerebro siguió escindido del cuerpo, en vez de ser visto como parte de un organismo vivo y complejo. Aunque la idea de organismo integrado conjunto compuesto de cuerpo propiamente tal y sistema nervioso – estaba presente en los trabajos de Ludwig von Bertalanfly, Kurt Goldstein y Paul Weiss, tuvo escaso impacto en el cincelado de la concepción típica de mente y cerebro.
Por cierto, hay excepciones. Por ejemplo, las propuestas teóricas de Gerald Edelman sobre la base neural de la mente están informadas por el pensamiento evolucionista y la regulación homeostática. Por mi parte, fundamenté mi hipótesis de los marcadores somáticos en nociones de evolución, regulación homeostática y organismo. Pero las conjeturas teóricas rectoras en neurociencia y ciencias cognoscitivas recurrieron poco a la perspectiva organísmica o evolucionista.
Sólo ahora las ciencias cognoscitivas y la neurociencia aceptan la emoción. Una nueva generación de científicos transformó la emoción en su tema favorito. Además, ya no se acepta sin vacilaciones la presunta oposición entre emoción y razón. Por ejemplo, el trabajo de mi laboratorio mostró que, para bien o para mal, la emoción es inherente al proceso racional y decisorio. Aunque esto parece contrariar nuestro instinto, hay evidencias que lo confirman. Los hallazgos surgieron durante el estudio de varios individuos que gobernaron sus vidas de manera perfectamente racional hasta que, debido a un daño neurológico en lugares específicos del cerebro, perdieron cierta clase de emociones y junto con ello en un desarrollo paralelo trascendental – su habilidad para tomar decisiones racionales. Aún pueden usar los instrumentos de su racionalidad y emplear el conocimiento acerca del mundo que los rodea. Su habilidad para abordar la lógica de un problema sigue incólume. Sin embargo, gran parte de sus decisiones personales y sociales es irracional y suele ser más desventajosa para su self. He sugerido que en estos casos las señales procedentes de la maquinaria neural que sustenta la emoción de modo no consciente y en ocasiones incluso de modo consciente – ya no actúan sobre el delicado mecanismo de la razón.
La hipótesis se conoce como hipótesis del marcador somático, y los pacientes que me llevaron a postularla presentaban daños en áreas específicas de la zona prefrontal, esencialmente en los sectores ventromediales y en la región parietal derecha. Ya fuera a causa de hemorragia cerebral, traumatismo craneano o ablación de un tumor, el daño en esas regiones se asoció siempre con la aparición del cuadro clínico citado, esto es, perturbaciones en la capacidad de tomar decisiones adecuadas ante situaciones de riesgo o conflicto, y una reducción selectiva de la habilidad para resonar emocionalmente en aquellas situaciones, mientras el resto de las habilidades emocionales permanece intacto. Estos deterioros no estaban presentes antes del daño cerebral. Tanto la familia como los amigos podían sentir un antes y un después de la lesión neurológica.
Estos hallazgos sugieren que la reducción selectiva de la emoción es por lo menos tan perjudicial para la racionalidad como la sobreabundancia de emoción. Ya no parece veraz que la razón gane al operar sin el influjo de la emoción. Por el contrario, quizá la emoción ayude a razonar, sobre todo cuando se trata de asuntos personales o sociales que presentan riesgos y conflicto. Sugerí que ciertos niveles de procesamiento emocional tal vez nos dirijan al sector del espacio decisorio donde nuestra razón puede operar con mayor eficacia. No sugerí, empero, que las emociones fueran un sustituto de la razón o que las emociones decidan por nosotros. Es obvio que los trastornos emocionales pueden desaguar en decisiones irracionales. La evidencia neurológica simplemente sugiere que la ausencia selectiva de emociones es un problema. Emociones bien dirigidas y bien desplegadas parecen erigir un sistema de soporte sin el cual el edificio de la razón no puede operar adecuadamente. Estos resultados y su interpretación cuestionaron la idea de descartar la emoción como si fuera un lujo, una molestia, o un mero vestigio evolutivo. También permitieron ver la emoción como encarnación de la lógica de la supervivencia.
El cerebro sabe más de lo que la mente consciente revela
Emociones y sentimiento de emociones, respectivamente, son principio y fin de una progresión, pero a lo largo del continuo es muy diferente el carácter casi público de las emociones y la absoluta intimidad de los sentimientos afines. Si hemos de investigar a fondo estos mecanismos, conviene distinguir emoción y sentimiento. Propongo que el término sentimiento se reserve a la experiencia privada y mental de una emoción, en tanto que la voz emoción se use para designar una colección de respuestas, muchas de las cuales son públicamente observables. En la práctica, esto significa que puedes observar un sentimiento en ti mismo cuando, como ser consciente, percibes tus estados emocionales. Análogamente, nadie puede observar tus propios sentimientos, pero algunos aspectos de las emociones que nutren tus sentimientos serán patentes para terceros. Además, para esclarecer mi argumento, los mecanismos básicos que sustentan la emoción no requieren consciencia, aunque fortuitamente la usen: puedes iniciar la cascada de procesos que conducen a una manifestación emocional sin estar consciente del inductor de la emoción, sin hablar de los pasos intermedios que desembocan en ella. En efecto, incluso la ocurrencia de un sentimiento en la acotada ventana del aquí y ahora es concebible sin que el organismo conozca su acontecer. Por supuesto, en este punto de la evolución y en este momento de nuestra vida adulta la emoción puede ocurrir en un marco de consciencia: podemos sentir contundentemente nuestras emociones, y sabemos que las sentimos. La urdimbre de nuestra mente y conducta se teje en torno de ciclos continuos de emoción, seguidos por sentimientos que llegan a ser conocidos y engendran nuevas emociones, en una suerte de flujo polifónico que sustenta y recalca pensamientos específicos en nuestra mente y acciones en nuestra conducta. Pero, aunque emoción y sentimiento ahora forman parte de un continuo funcional, conviene distinguir los pasos a lo largo de este continuo si queremos estudiar sus soportes biológicos con algún grado de éxito. Además, como sugerí antes, es posible que los sentimientos estén equilibrados en el mismísimo umbral que separa el ser del saber y ostenten, por lo tanto, una conexión privilegiada con la consciencia.
Por qué estoy tan seguro de que la maquinaria biológica que sustenta la emoción no depende de la consciencia? Después de todo, en nuestra experiencia cotidiana, solemos conocer las circunstancias que desembocan en una emoción. Pero saber a menudo no es lo mismo que saber siempre. No precisamos tener consciencia del inductor de una emoción y solemos no tenerla, ni podemos controlar a voluntad las emociones. Es probable que te sientas triste o dichoso sin saber por qué. Una investigación minuciosa puede descubrir causas posibles, y una puede ser más probable que otra, pero en general no logras estar seguro. La causa tal vez fuera la imagen de un suceso, imagen que tenía el potencial para volverse consciente pero la descuidaste porque estabas concentrado en otra. O quizá no hubiera imagen ninguna, sino una efímera alteración del perfil químico de tu medio interior, generada por factores tan diversos como tu estado de salud, tu ciclo hormonal, cuánto ejercicio hiciste ese día, o en qué medida te inquietaste por algún asunto. El cambio sería lo bastante substancial como para generar algunas respuestas y alterar el estado de tu cuerpo, pero no sería imaginable en el sentido en que una persona o una relación son imaginables, esto es, no produciría un patrón sensorial capaz de ser percibido por tu mente. En otras palabras, las representaciones que inducen emoción y desembocan en sentimientos subsiguientes no precisan ser atendidas, no importando si significan algo ajeno al organismo o algo evocado internamente. Representaciones tanto del exterior como del interior pueden ocurrir por debajo del registro consciente e instigar, pese a ello, respuestas emocionales. Las emociones pueden inducirse de manera no consciente y, por lo tanto, carecer de motivos manifiestos para el self consciente.
En parte podemos controlar en nuestro pensamiento la persistencia de una imagen aspirante a inductora (si fuiste educado en la religión católica sabes muy bien a qué me refiero, y también si has rondado el Actors Studio). Quizá fracasemos en la tarea, pero la labor de suprimir o mantener el inductor ocurre sin duda en la consciencia. También podemos gobernar, en parte, la expresión de ciertas emociones contener la ira, disfrazar la tristeza – pero la mayoría de nosotros es bastante torpe en la tarea y por eso pagamos tanto dinero para ver a buenos actores, capaces de dominar la expresión de ciertas emociones. No obstante, una vez formada una representación sensorial particular, sea o no parte de nuestro flujo de pensamiento consciente, poco tenemos que decir sobre el mecanismo de inducir una emoción. Si el contexto psicológico y fisiológico es correcto, sobrevendrá una emoción. El desencadenamiento no consciente de emociones también explica por qué es tan difícil falsificarlas. Tanto la sonrisa espontánea que sigue a un deleite genuino como los sollozos naturales causados por la pena son articulados por estructuras encefálicas domiciliadas en las profundidades del tronco encefálico, controladas por la región del cíngulo. No tenemos manera de ejercer control directo y voluntario sobre los procesos neurales que acontecen en esas zonas. Es fácil detectar la falacia en la imitación casual de expresiones emocionales; siempre falla algo, la configuración de los músculos faciales, el tono de voz. El resultado de este estado de cosas es que para muchos de nosotros, que no somos actores, las emociones indican con precisión cuán favorable es el entorno para nuestro bienestar o, por lo menos, en qué manera parece oportuno en nuestra mente.
Nuestra capacidad de interrumpir una emoción es equiparable a nuestra habilidad para evitar un estornudo. Podemos intentar prevenir la expresión de una emoción, y acaso lo logremos en parte, aunque no totalmente. Algunos, por influencias culturales apropiadas, llegamos a ser bastante hábiles en el asunto, pero en esencia lo que logramos es la habilidad de disimular ciertas manifestaciones externas, sin ser capaces de bloquear los cambios automáticos que ocurren en las vísceras y el medio interno. Alguien me dijo una vez que la idea de sentimientos ocurridos después de la emoción no podía ser correcta, porque es posible suprimir las emociones y seguir teniendo sentimientos. Pero eso no es cierto, claro está, más allá de la supresión parcial de expresiones faciales. Podemos educar nuestras emociones pero no suprimirlas por completo, y los sentimientos íntimos que experimentamos atestiguan nuestro fracaso.
Digresión acerca del control de lo incontrolable
Una excepción parcial al escaso control que tenemos sobre el medio interno y las vísceras incluye el control respiratorio, sobre el cual tenemos que ejercer una acción voluntaria, porque la respiración autónoma y la vocalización voluntaria para el habla y el canto se valen del mismo instrumento. Puedes aprender a nadar bajo el agua y contener la respiración por períodos cada vez más largos, pero hay límites que ni un campeón olímpico puede sobrepasar y seguir vivo. Los cantantes de ópera enfrentan similar obstáculo: qué tenor no quisiera mantener un poco más el do para irritar a la soprano? Pero ninguna cantidad de ejercicio laríngeo o diafragmático permitirá que el tenor o la soprano traspasen la barrera. También son excepciones parciales los controles indirectos de los latidos del corazón y de la presión arterial con procedimientos como el biofeedback. Por regla general, el control voluntario de las funciones automáticas es modesto.
Qué son las emociones?
La mera cita de la palabra emoción suele evocar una de las seis emociones primarias o universales: alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa o repugnancia. La discusión del problema es más sencilla si nos limitamos a las emociones primarias, pero es importante notar que la etiqueta emoción se adhiere a otras numerosas conductas, que incluyen las llamadas emociones secundarias o sociales: vergüenza, celos, culpa, orgullo, y las que denomino emociones de fondo, esto es, bienestar o malestar, calma o tensión. El rótulo emoción también se adhiere a pulsiones y a motivaciones y a estados de dolor y placer.
Subyace en todos estos fenómenos un núcleo biológico común, que puede ser perfilado como sigue:
1.- Las emociones son complejas colecciones de respuestas químicas neurales que conforman un patrón. Todas cumplen algún papel regulador, destinado de una manera u otra a crear circunstancias ventajosas para el organismo que presenta el fenómeno. Las emociones se refieren a la vida de un organismo, a su cuerpo para ser precisos, y su papel es ayudar al organismo a conservarla.
2.- Pese a que aprendizaje y cultura alteran la expresión de emociones otorgándoles nuevos significados, las emociones son procesos determinados biológicamente que dependen de dispositivos encefálicos dispuestos de manera innata y establecidos durante una dilatada historia evolutiva.
3.- Los dispositivos que producen emociones utilizan un conjunto bastante restringido de regiones sub-corticales, comenzando en el ámbito del tronco del encéfalo y ascendiendo hasta el cerebro. Los dispositivos son parte de una serie de estructuras que regulan y representan estados corporales.
4.- Los dispositivos se desencadenan automáticamente, sin deliberación consciente. La abundante medida de variación individual y el hecho de que la cultura desempeñe una función en el perfilamiento de algunos inductores no niega la primordial estereotipicidad y automatismo ni el propósito regulador de las emociones.
5.- Aunque todas las emociones usan el cuerpo como teatro (medio interno, sistemas visceral, vestibular y músculo-esquelético), también afectan el modus operandi de numerosos circuitos cerebrales: la variedad de respuestas emocionales fecunda intensos cambios en el paisaje corporal tanto como en el cerebral. La colección de estos cambios constituye el substrato de los patrones neurales que finalmente se convierten en sentimientos de emoción.
En este punto se torna necesaria una aclaración respecto de las emociones de fondo, porque la etiqueta y el concepto no forman parte de las discusiones tradicionales acerca de la emoción. Cuando percibimos que una persona está tensa o irritable, desalentada o entusiasta, abatida o alegre sin que haya sido pronunciada una sola palabra que trasluzca estos posibles estados, estamos percibiendo emociones de fondo. Detectamos las emociones de fondo gracias a detalles sutiles: postura corporal, velocidad y perfil de los movimientos, cambios mínimos en el monto y rapidez del movimiento ocular, y grado de contracción de los músculos faciales.
Los inductores de emociones de fondo suelen ser internos. Aunque los procesos de regulación de la vida pueden causar emociones de fondo, también pueden hacerlo procesos continuos de conflicto mental, manifiestos o encubiertos, según conduzcan a gratificaciones sostenidas o a inhibición de pulsiones y motivaciones. Por ejemplo, pueden causar emociones de fondo: un esfuerzo físico prolongado, desde la euforia subsiguiente a un trote al abatimiento producido por una labor física arrítmica y tediosa; la reiterada maduración de un acto que te resulta difícil de ejecutar uno de los motivos subyacentes en el enlutado príncipe Hamlet – o la anticipación de un intenso placer que te espera. En resumen, ciertas condiciones de estado interno engendradas por procesos fisiológicos en curso, o por interacción del organismo con el entorno, o por ambas – conforman respuestas que constituyen emociones de fondo. Estas emociones nos permiten albergar, entre otras cosas, sentimientos de fondo de tensión o relajación, fatiga o energía, bienestar o malestar, anticipación o pavor.
En las emociones de fondo las respuestas constitutivas están más cerca del núcleo interno de la vida, y su blanco es más interior que exterior. Los perfiles del medio interno y visceral desempeñan el papel principal en las emociones de fondo. Ahora bien, aunque éstas no usen el repertorio diferenciado de expresiones faciales explícitas que revelan fácilmente las emociones primarias y sociales, se expresan con gran riqueza mediante cambios osteo-musculares, por ejemplo en posturas corporales sutiles y en la configuración global de los movimientos del cuerpo.
En mi experiencia, las emociones de fondo son valerosas sobrevivientes de dolencias neurológicas. Por ejemplo, pacientes con daño ventromedial frontal las conservan, así como individuos con daño en la amígdala. Curiosamente, el daño en los niveles básicos de consciencia la consciencia nuclear – suele incidir en las emociones de fondo.
Función biológica de las emociones
Aunque la composición y dinámica precisa de las respuestas emocionales se forma en cada individuo por efecto de un entorno y desarrollo únicos, la evidencia sugiere que la mayor parte (si no todas) de las respuestas emocionales resulta de una larga historia de fina sintonización evolutiva. Las emociones son parte de los dispositivos biorreguladores con que venimos equipados para sobrevivir. Por esta razón Darwin pudo catalogar las expresiones emocionales de tantas especies y hallar coherencia en ellas, y por eso en diferentes partes del mundo y a través de diversas culturas – las emociones son tan fáciles de reconocer. Sin duda, hay expresiones variables y variaciones en la configuración precisa de los estímulos que pueden inducir una emoción en diversas culturas o individuos. Pero, conforme sobrevuelas el planeta, la maravilla es la semejanza, no la diferencia. Por lo demás, esa semejanza torna posibles las relaciones entre culturas y permite que el arte, la música y el cine traspasen fronteras.
La función biológica de las emociones es dual. La primera función es la producción de reacciones específicas ante el incidente inductor. Por ejemplo, en el animal la reacción puede ser huir o inmovilizarse, destrozar al enemigo o involucrarse en conductas placenteras. En el humano las reacciones son esencialmente iguales, cabe esperar que atemperadas por la razón y la sabiduría. La segunda función biológica de la emoción es la regulación del estado interno del organismo, a fin de prepararlo para la reacción específica. Por ejemplo, suministrar un flujo abundante de sangre a las arterias de las piernas, de manera que los músculos reciban más oxígeno y glucosa en caso de ser necesario huir, o cambiar los ritmos y latidos cardíacos si es ventajoso quedarse quieto. En ambos casos, y en otras situaciones, la planificación es exquisita, y la ejecución, muy confiable. En suma, para cierta clase de estímulos notorios por su peligro o valor en el entorno interno o externo, la evolución ensambló una respuesta adecuada bajo forma de emoción. Esta es la razón de que, pese a las infinitas variaciones halladas en diversas culturas, y entre individuos, y a lo largo de una vida, podamos predecir con cierto éxito que determinados estímulos producirán determinadas emociones (por eso puedes decir a un colega: Ve y dilo a tu mujer; estará feliz de oírlo).
En otras palabras, el propósito biológico de las emociones es claro: las emociones no son un lujo desdeñable. Por el contrario, son curiosas adaptaciones que forman parte esencial de la maquinaria que los organismos usan para regular su supervivencia. Por antiguas que sean, constituyen un componente bastante sofisticado del mecanismo de regulación de la vida. Aunque puedas imaginar este componente emparedado entre el equipo básico de supervivencia (regulación del metabolismo, reflejos simples, motivaciones, biología de dolor y placer) y los dispositivos de la razón, ocupa un lugar importante en la jerarquía de los dispositivos de regulación vital. Desde el punto de vista de la supervivencia, las emociones producen conductas bastante razonables en especies mucho menos complejas que los humanos, y también en las personas distraídas.
En su nivel más básico, las emociones forman parte de la regulación homeostática y se mantienen para evitar la pérdida de integridad que anuncia la muerte, así como para respaldar alguna fuente de energía, un refugio o una posible relación sexual. Como resultado de mecanismos poderosos de aprendizaje como el acondicionamiento – todos los matices emocionales ayudan finalmente a conectar los valores homeostáticos de regulación y supervivencia con numerosos sucesos y objetos en nuestra experiencia autobiográfica. Las emociones son inseparables de la idea de premio y castigo, placer y dolor, acercamiento o huida, ventaja o desventaja personal. Es inevitable que sean inseparables de la idea del bien y del mal. La causalidad puede ser ascendente o descendente. Por ejemplo, el dolor puede inducir emociones, y algunas emociones pueden incluir un estado de dolor.
Es posible preguntarse sobre la relevancia de discutir el papel biológico de las emociones en un texto dedicado a la consciencia. La importancia debería esclarecerse ahora. Las emociones proveen automáticamente a los organismos de conductas orientadas hacia la supervivencia. En organismos equipados para sentir emociones, es decir, para tener sentimientos, las emociones llegan a la mente al tiempo que ocurren, en el aquí y ahora. Pero en organismos equipados con consciencia, esto es, capaces de saber que tiene sentimientos, se alcanza otro grado de regulación. La consciencia permite conocer los sentimientos y así promueve internamente el impacto emocional, permitiendo que las emociones impregnen el proceso de reflexión a través de los sentimientos. Finalmente, la consciencia permite conocer cualquier objeto no sólo el objeto emoción – y realza con ello la habilidad del organismo para responder con una modalidad de adaptación volcada en sus necesidades. Tanto la emoción como la consciencia cooperan en la supervivencia del organismo.
Extractado por Rodrigo Beltrán de Sentir lo que Sucede.- Editorial Andrés Bello
Antonio Damasio
Neurólogo, U. de Iowa
Sin excepción, hombres y mujeres de todas las épocas y culturas, de diversos niveles de educación y diferentes estratos económicos, experimentan emociones, perciben emociones ajenas, cultivan pasatiempos que manipulan sus emociones, y gobiernan sus vidas en gran medida buscando una emoción, la dicha, y evitando emociones desagradables. A primera vista, nada hay distintivamente humano en las emociones pues es notorio que abundan en criaturas no humanas. Lo peculiar es cómo se conectaron con ideas complejas, valores, principios y juicios privativos de la familia humana, y en esta conexión reposa nuestra legítima idea de que la emoción humana es especial. La emoción humana no sólo implica placeres sexuales o temor a las víboras. También incluye el horror de ver sufrir y la satisfacción ante la justicia, el gozo por la sonrisa sensual de una mujer hermosa, o la densa belleza de las palabras e ideas en los versos de Shakespeare; la voz cansina de Dietrich Fischer-Dieskau cuando canta Ich habe genug de Bach; los fraseos simultáneamente terrestres y celestiales cuando se interpreta a Mozart o Schubert, y la armonía que Einstein buscó en la estructura de una ecuación. De hecho, la música comercial y los filmes de poco valor también estimulan emociones, cuya potencia nunca debe ser subestimada.
El impacto humano de estos motivos de emoción, refinados o no, y de los matices emocionales que inducen, sutiles o no, depende de los sentimientos que esas emociones generan. Las emociones, que son públicas y dirigidas hacia el exterior, empiezan a tener impacto en la mente a través de los sentimientos, que son íntimos y dirigidos hacia el interior; pero el impacto entero y duradero de las emociones precisa de la consciencia, porque el individuo solo logra conocer sus propios sentimientos con la llegada de la sensación del self.
Algunos lectores se extrañarán ante la distinción entre sentimiento y saber que tenemos un sentimiento. Acaso el estado de sentir no implica, por necesidad, que el organismo sensible está consciente de la emoción y el sentimiento que se están sintiendo? Sugiero que no es así, que cualquier organismo puede representar, en patrones neurales y mentales, el estado que nosotros criaturas conscientes – denominamos sentimiento, sin llegar a saber que lo está experimentando. Esta separación es difícil de imaginar, no sólo porque el significado tradicional de las palabras ocluye nuestra percepción, sino porque propendemos a tener consciencia de nuestros sentimientos. No existe, empero, evidencia alguna de que tengamos consciencia de todos nuestros sentimientos, y mucho tiende a sugerir que no la tenemos. Por ejemplo, en una situación dada suele ocurrir que nos percatemos súbitamente de que nos sentimos ansiosos o incómodos, complacidos o relajados, y es innegable que el singular estado de sentimiento que experimentamos empezó antes del momento en que conocimos su existencia. Ni el estado de sentimiento ni la emoción que llevó a él estuvieron en la consciencia, y sin embargo se desplegaron como procesos biológicos.
Aunque a primera vista estas distinciones pueden parecer artificiales, mi intención no es complicar algo sencillo sino escindir algo bastante complicado en partes capaces de ser enfocadas separadamente. Con el propósito de investigar estos fenómenos distingo tres partes del procesamiento a lo largo de un continuo: estado de emoción, que puede ser desencadenado y ejecutado de un modo no consciente; estado de sentimiento, capaz de ser representado no conscientemente, y estado de sentimiento hecho consciente, esto es, conocido por el organismo que experimenta emoción y sentimiento. Creo que estas distinciones ayudan cuando intentamos imaginar los soportes neurales de esta serie de sucesos en el ser humano. Además, sospecho que algunas criaturas no humanas que muestran emociones, pero en apariencia no cuentan con la calidad de consciencia que nosotros poseemos, pueden dar forma a las representaciones que denominamos sentimientos sin percatarse de ello. Alguien puede sugerir que tal vez debiéramos tener otra palabra para sentimientos no conscientes, pero no existe. La alternativa más cercana es explicar lo que queremos decir.
En pocas palabras, para que los sentimientos influyan en el individuo más allá del aquí y ahora tiene que estar presente la consciencia. Las consecuencias fundamentales de la emoción y el sentimiento humanos dependen de la consciencia, hecho cuya importancia no fue bien calibrada en su momento. Es probable que en el proceso evolutivo la emoción apareciera antes que la consciencia, y se situara en la superficie en cada uno de nosotros debido a inductores que solemos no reconocer conscientemente. Pero los sentimientos desempeñan sus efectos más fundamentales y perdurables en el teatro de la mente consciente.
El poderoso contraste entre la solapadamente inducida, y externa, postura de la emoción y el estado de sentimiento humano, dirigido hacia el interior, y por último conocido, me suministraron una perspectiva inapreciable para reflexionar acerca de la biología de la consciencia. Así, propongo que, a semejanza de la emoción, la consciencia apunta a la supervivencia del organismo y se arraiga en la representación del cuerpo. Además, destaco un curioso hecho neurológico: cuando se suspende la consciencia, desde la nuclear hacia arriba, suele suspenderse asimismo la emoción. Esto sugiere que, si bien emoción y consciencia son fenómenos diferentes, sus soportes neurales pueden estar conectados. Por todas estas razones, es importante discutir las diversas características de la emoción antes de interpelar directamente la consciencia.
Digresión histórica
Dada la magnitud de los temas vinculados con la emoción y los sentimientos, sería lógico esperar que tanto la filosofía como las ciencias de la mente y el cerebro hubieran acometido su estudio. Curiosamente, éste sólo empieza hoy. La filosofía pese a David Hume y la tradición que originó – desconfió de la emoción y la relegó al desechable reino de los animales y la carne. Por un tiempo la ciencia lo hizo mejor, pero también perdió su oportunidad.
Hacia fines del siglo XIX Charles Darwin, William James y Sigmund Freud plasmaron extensos escritos acerca de diferentes aspectos de la emoción, otorgándole un lugar privilegiado en el discurso científico. Con todo, durante el siglo XX y hasta hace poco, tanto la neurociencia como las ciencias cognoscitivas miraron la emoción con desdén. Darwin estudió con profundidad la expresión de emociones en diferentes culturas y especies y, a pesar de que creía que las emociones humanas eran vestigios de etapas evolutivas previas, respetó la importancia del fenómeno. William James analizó el problema con su característica claridad y produjo un informe que, pese a su insuficiencia, sigue siendo una piedra angular. Freud percibió el potencial patológico de la emoción perturbada y enunció su importancia en términos bastante precisos.
Darwin, James y Freud fueron, por necesidad, algo ambiguos acerca del aspecto cerebral de sus ideas, pero uno de sus coetáneos, Hughlings Jackson, fue más exacto. Jackson dio el primer paso hacia una posible neuroanatomía de la emoción, y sugirió que el hemisferio derecho de los humanos tal vez fuera dominante en ella, así como el izquierdo predomina en el lenguaje.
Hubo buenos motivos para esperar que al inicio del nuevo siglo las ciencias del cerebro convirtieran la emoción en parte de su programa y resolvieran sus interrogantes. Pero ese desarrollo nunca ocurrió. Peor aún, los trabajos de Darwin desaparecieron de circulación, se atacó injustamente y desdeñó de oficio la propuesta de James, y la influencia de Freud tomó otra dirección. Durante la mayor parte del siglo XX el laboratorio desconfió de la emoción. Se decía que era demasiado subjetiva, esquiva y vaga. Se la juzgó antípoda de la razón, considerada la habilidad humana por antonomasia e independiente de la emoción. Perverso sesgo causado por la visión romántica de la humanidad, porque para los románticos las oficinas de la emoción se afincaban en el cuerpo, y las de la razón en el cerebro. La ciencia del siglo XX esquivó el cuerpo y mudó la emoción al cerebro, pero la relegó a los estratos neurales más bajos, asociados con ancestros que nadie respetaba. En último término, no sólo ella era irracional: incluso estudiarla tal vez fuera irracional.
El siglo XX presenta curiosos paralelos al descuido científico ante la emoción. Uno de ellos es la falta de una perspectiva evolucionista en el estudio de mente y cerebro. Quizá sea exagerado decir que la neurociencia y las ciencias cognoscitivas procedieron como si Darwin jamás hubiera existido, pero así parecía hasta la década de 1990. Ciertos aspectos de cerebro y mente se discutieron como si hubieran sido diseñados ayer, a pedido y para producir un determinado efecto algo así como la instalación de frenos ABS en un automóvil nuevo – sin ningún respeto por los posibles antecedentes de los dispositivos de mente y cerebro. Recién ahora se observa un cambio en la situación.
Otro paralelo atañe al descuido de la noción de homeostasis. Homeostasis son las reacciones fisiológicas coordinadas y vastamente automáticas que mantienen el equilibrio interno de un organismo viviente. Describe la regulación automática de la temperatura, concentración de oxígeno y PH en el cuerpo. Numerosos científicos se preocuparon de la neurofisiología de la homeostasis, de otorgar sentido a la neuroanatomía y neuroquímica del sistema nervioso autónomo (la parte del sistema nervioso más involucrada en la homeostasis), y de elucidar las relaciones recíprocas del sistema endocrino, nervioso e inmune, cuya labor conjunta produce homeostasis. Pero el progreso científico en esos ámbitos influyó poco en el enfoque preponderante respecto del modo en que trabajan mente y cerebro. Lo curioso es que las emociones son parte esencial de la regulación que denominamos homeostasis. Es absurdo discutirlas sin entender este aspecto de los organismos vivientes, y viceversa. Mi posición es que la homeostasis es clave en la biología de la consciencia.
El tercer paralelismo es la notoria ausencia de la noción de organismo en las ciencias cognoscitivas y neurociencia. La mente siguió enyugada al cerebro en una suerte de relación equívoca, y el cerebro siguió escindido del cuerpo, en vez de ser visto como parte de un organismo vivo y complejo. Aunque la idea de organismo integrado conjunto compuesto de cuerpo propiamente tal y sistema nervioso – estaba presente en los trabajos de Ludwig von Bertalanfly, Kurt Goldstein y Paul Weiss, tuvo escaso impacto en el cincelado de la concepción típica de mente y cerebro.
Por cierto, hay excepciones. Por ejemplo, las propuestas teóricas de Gerald Edelman sobre la base neural de la mente están informadas por el pensamiento evolucionista y la regulación homeostática. Por mi parte, fundamenté mi hipótesis de los marcadores somáticos en nociones de evolución, regulación homeostática y organismo. Pero las conjeturas teóricas rectoras en neurociencia y ciencias cognoscitivas recurrieron poco a la perspectiva organísmica o evolucionista.
Sólo ahora las ciencias cognoscitivas y la neurociencia aceptan la emoción. Una nueva generación de científicos transformó la emoción en su tema favorito. Además, ya no se acepta sin vacilaciones la presunta oposición entre emoción y razón. Por ejemplo, el trabajo de mi laboratorio mostró que, para bien o para mal, la emoción es inherente al proceso racional y decisorio. Aunque esto parece contrariar nuestro instinto, hay evidencias que lo confirman. Los hallazgos surgieron durante el estudio de varios individuos que gobernaron sus vidas de manera perfectamente racional hasta que, debido a un daño neurológico en lugares específicos del cerebro, perdieron cierta clase de emociones y junto con ello en un desarrollo paralelo trascendental – su habilidad para tomar decisiones racionales. Aún pueden usar los instrumentos de su racionalidad y emplear el conocimiento acerca del mundo que los rodea. Su habilidad para abordar la lógica de un problema sigue incólume. Sin embargo, gran parte de sus decisiones personales y sociales es irracional y suele ser más desventajosa para su self. He sugerido que en estos casos las señales procedentes de la maquinaria neural que sustenta la emoción de modo no consciente y en ocasiones incluso de modo consciente – ya no actúan sobre el delicado mecanismo de la razón.
La hipótesis se conoce como hipótesis del marcador somático, y los pacientes que me llevaron a postularla presentaban daños en áreas específicas de la zona prefrontal, esencialmente en los sectores ventromediales y en la región parietal derecha. Ya fuera a causa de hemorragia cerebral, traumatismo craneano o ablación de un tumor, el daño en esas regiones se asoció siempre con la aparición del cuadro clínico citado, esto es, perturbaciones en la capacidad de tomar decisiones adecuadas ante situaciones de riesgo o conflicto, y una reducción selectiva de la habilidad para resonar emocionalmente en aquellas situaciones, mientras el resto de las habilidades emocionales permanece intacto. Estos deterioros no estaban presentes antes del daño cerebral. Tanto la familia como los amigos podían sentir un antes y un después de la lesión neurológica.
Estos hallazgos sugieren que la reducción selectiva de la emoción es por lo menos tan perjudicial para la racionalidad como la sobreabundancia de emoción. Ya no parece veraz que la razón gane al operar sin el influjo de la emoción. Por el contrario, quizá la emoción ayude a razonar, sobre todo cuando se trata de asuntos personales o sociales que presentan riesgos y conflicto. Sugerí que ciertos niveles de procesamiento emocional tal vez nos dirijan al sector del espacio decisorio donde nuestra razón puede operar con mayor eficacia. No sugerí, empero, que las emociones fueran un sustituto de la razón o que las emociones decidan por nosotros. Es obvio que los trastornos emocionales pueden desaguar en decisiones irracionales. La evidencia neurológica simplemente sugiere que la ausencia selectiva de emociones es un problema. Emociones bien dirigidas y bien desplegadas parecen erigir un sistema de soporte sin el cual el edificio de la razón no puede operar adecuadamente. Estos resultados y su interpretación cuestionaron la idea de descartar la emoción como si fuera un lujo, una molestia, o un mero vestigio evolutivo. También permitieron ver la emoción como encarnación de la lógica de la supervivencia.
El cerebro sabe más de lo que la mente consciente revela
Emociones y sentimiento de emociones, respectivamente, son principio y fin de una progresión, pero a lo largo del continuo es muy diferente el carácter casi público de las emociones y la absoluta intimidad de los sentimientos afines. Si hemos de investigar a fondo estos mecanismos, conviene distinguir emoción y sentimiento. Propongo que el término sentimiento se reserve a la experiencia privada y mental de una emoción, en tanto que la voz emoción se use para designar una colección de respuestas, muchas de las cuales son públicamente observables. En la práctica, esto significa que puedes observar un sentimiento en ti mismo cuando, como ser consciente, percibes tus estados emocionales. Análogamente, nadie puede observar tus propios sentimientos, pero algunos aspectos de las emociones que nutren tus sentimientos serán patentes para terceros. Además, para esclarecer mi argumento, los mecanismos básicos que sustentan la emoción no requieren consciencia, aunque fortuitamente la usen: puedes iniciar la cascada de procesos que conducen a una manifestación emocional sin estar consciente del inductor de la emoción, sin hablar de los pasos intermedios que desembocan en ella. En efecto, incluso la ocurrencia de un sentimiento en la acotada ventana del aquí y ahora es concebible sin que el organismo conozca su acontecer. Por supuesto, en este punto de la evolución y en este momento de nuestra vida adulta la emoción puede ocurrir en un marco de consciencia: podemos sentir contundentemente nuestras emociones, y sabemos que las sentimos. La urdimbre de nuestra mente y conducta se teje en torno de ciclos continuos de emoción, seguidos por sentimientos que llegan a ser conocidos y engendran nuevas emociones, en una suerte de flujo polifónico que sustenta y recalca pensamientos específicos en nuestra mente y acciones en nuestra conducta. Pero, aunque emoción y sentimiento ahora forman parte de un continuo funcional, conviene distinguir los pasos a lo largo de este continuo si queremos estudiar sus soportes biológicos con algún grado de éxito. Además, como sugerí antes, es posible que los sentimientos estén equilibrados en el mismísimo umbral que separa el ser del saber y ostenten, por lo tanto, una conexión privilegiada con la consciencia.
Por qué estoy tan seguro de que la maquinaria biológica que sustenta la emoción no depende de la consciencia? Después de todo, en nuestra experiencia cotidiana, solemos conocer las circunstancias que desembocan en una emoción. Pero saber a menudo no es lo mismo que saber siempre. No precisamos tener consciencia del inductor de una emoción y solemos no tenerla, ni podemos controlar a voluntad las emociones. Es probable que te sientas triste o dichoso sin saber por qué. Una investigación minuciosa puede descubrir causas posibles, y una puede ser más probable que otra, pero en general no logras estar seguro. La causa tal vez fuera la imagen de un suceso, imagen que tenía el potencial para volverse consciente pero la descuidaste porque estabas concentrado en otra. O quizá no hubiera imagen ninguna, sino una efímera alteración del perfil químico de tu medio interior, generada por factores tan diversos como tu estado de salud, tu ciclo hormonal, cuánto ejercicio hiciste ese día, o en qué medida te inquietaste por algún asunto. El cambio sería lo bastante substancial como para generar algunas respuestas y alterar el estado de tu cuerpo, pero no sería imaginable en el sentido en que una persona o una relación son imaginables, esto es, no produciría un patrón sensorial capaz de ser percibido por tu mente. En otras palabras, las representaciones que inducen emoción y desembocan en sentimientos subsiguientes no precisan ser atendidas, no importando si significan algo ajeno al organismo o algo evocado internamente. Representaciones tanto del exterior como del interior pueden ocurrir por debajo del registro consciente e instigar, pese a ello, respuestas emocionales. Las emociones pueden inducirse de manera no consciente y, por lo tanto, carecer de motivos manifiestos para el self consciente.
En parte podemos controlar en nuestro pensamiento la persistencia de una imagen aspirante a inductora (si fuiste educado en la religión católica sabes muy bien a qué me refiero, y también si has rondado el Actors Studio). Quizá fracasemos en la tarea, pero la labor de suprimir o mantener el inductor ocurre sin duda en la consciencia. También podemos gobernar, en parte, la expresión de ciertas emociones contener la ira, disfrazar la tristeza – pero la mayoría de nosotros es bastante torpe en la tarea y por eso pagamos tanto dinero para ver a buenos actores, capaces de dominar la expresión de ciertas emociones. No obstante, una vez formada una representación sensorial particular, sea o no parte de nuestro flujo de pensamiento consciente, poco tenemos que decir sobre el mecanismo de inducir una emoción. Si el contexto psicológico y fisiológico es correcto, sobrevendrá una emoción. El desencadenamiento no consciente de emociones también explica por qué es tan difícil falsificarlas. Tanto la sonrisa espontánea que sigue a un deleite genuino como los sollozos naturales causados por la pena son articulados por estructuras encefálicas domiciliadas en las profundidades del tronco encefálico, controladas por la región del cíngulo. No tenemos manera de ejercer control directo y voluntario sobre los procesos neurales que acontecen en esas zonas. Es fácil detectar la falacia en la imitación casual de expresiones emocionales; siempre falla algo, la configuración de los músculos faciales, el tono de voz. El resultado de este estado de cosas es que para muchos de nosotros, que no somos actores, las emociones indican con precisión cuán favorable es el entorno para nuestro bienestar o, por lo menos, en qué manera parece oportuno en nuestra mente.
Nuestra capacidad de interrumpir una emoción es equiparable a nuestra habilidad para evitar un estornudo. Podemos intentar prevenir la expresión de una emoción, y acaso lo logremos en parte, aunque no totalmente. Algunos, por influencias culturales apropiadas, llegamos a ser bastante hábiles en el asunto, pero en esencia lo que logramos es la habilidad de disimular ciertas manifestaciones externas, sin ser capaces de bloquear los cambios automáticos que ocurren en las vísceras y el medio interno. Alguien me dijo una vez que la idea de sentimientos ocurridos después de la emoción no podía ser correcta, porque es posible suprimir las emociones y seguir teniendo sentimientos. Pero eso no es cierto, claro está, más allá de la supresión parcial de expresiones faciales. Podemos educar nuestras emociones pero no suprimirlas por completo, y los sentimientos íntimos que experimentamos atestiguan nuestro fracaso.
Digresión acerca del control de lo incontrolable
Una excepción parcial al escaso control que tenemos sobre el medio interno y las vísceras incluye el control respiratorio, sobre el cual tenemos que ejercer una acción voluntaria, porque la respiración autónoma y la vocalización voluntaria para el habla y el canto se valen del mismo instrumento. Puedes aprender a nadar bajo el agua y contener la respiración por períodos cada vez más largos, pero hay límites que ni un campeón olímpico puede sobrepasar y seguir vivo. Los cantantes de ópera enfrentan similar obstáculo: qué tenor no quisiera mantener un poco más el do para irritar a la soprano? Pero ninguna cantidad de ejercicio laríngeo o diafragmático permitirá que el tenor o la soprano traspasen la barrera. También son excepciones parciales los controles indirectos de los latidos del corazón y de la presión arterial con procedimientos como el biofeedback. Por regla general, el control voluntario de las funciones automáticas es modesto.
Qué son las emociones?
La mera cita de la palabra emoción suele evocar una de las seis emociones primarias o universales: alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa o repugnancia. La discusión del problema es más sencilla si nos limitamos a las emociones primarias, pero es importante notar que la etiqueta emoción se adhiere a otras numerosas conductas, que incluyen las llamadas emociones secundarias o sociales: vergüenza, celos, culpa, orgullo, y las que denomino emociones de fondo, esto es, bienestar o malestar, calma o tensión. El rótulo emoción también se adhiere a pulsiones y a motivaciones y a estados de dolor y placer.
Subyace en todos estos fenómenos un núcleo biológico común, que puede ser perfilado como sigue:
1.- Las emociones son complejas colecciones de respuestas químicas neurales que conforman un patrón. Todas cumplen algún papel regulador, destinado de una manera u otra a crear circunstancias ventajosas para el organismo que presenta el fenómeno. Las emociones se refieren a la vida de un organismo, a su cuerpo para ser precisos, y su papel es ayudar al organismo a conservarla.
2.- Pese a que aprendizaje y cultura alteran la expresión de emociones otorgándoles nuevos significados, las emociones son procesos determinados biológicamente que dependen de dispositivos encefálicos dispuestos de manera innata y establecidos durante una dilatada historia evolutiva.
3.- Los dispositivos que producen emociones utilizan un conjunto bastante restringido de regiones sub-corticales, comenzando en el ámbito del tronco del encéfalo y ascendiendo hasta el cerebro. Los dispositivos son parte de una serie de estructuras que regulan y representan estados corporales.
4.- Los dispositivos se desencadenan automáticamente, sin deliberación consciente. La abundante medida de variación individual y el hecho de que la cultura desempeñe una función en el perfilamiento de algunos inductores no niega la primordial estereotipicidad y automatismo ni el propósito regulador de las emociones.
5.- Aunque todas las emociones usan el cuerpo como teatro (medio interno, sistemas visceral, vestibular y músculo-esquelético), también afectan el modus operandi de numerosos circuitos cerebrales: la variedad de respuestas emocionales fecunda intensos cambios en el paisaje corporal tanto como en el cerebral. La colección de estos cambios constituye el substrato de los patrones neurales que finalmente se convierten en sentimientos de emoción.
En este punto se torna necesaria una aclaración respecto de las emociones de fondo, porque la etiqueta y el concepto no forman parte de las discusiones tradicionales acerca de la emoción. Cuando percibimos que una persona está tensa o irritable, desalentada o entusiasta, abatida o alegre sin que haya sido pronunciada una sola palabra que trasluzca estos posibles estados, estamos percibiendo emociones de fondo. Detectamos las emociones de fondo gracias a detalles sutiles: postura corporal, velocidad y perfil de los movimientos, cambios mínimos en el monto y rapidez del movimiento ocular, y grado de contracción de los músculos faciales.
Los inductores de emociones de fondo suelen ser internos. Aunque los procesos de regulación de la vida pueden causar emociones de fondo, también pueden hacerlo procesos continuos de conflicto mental, manifiestos o encubiertos, según conduzcan a gratificaciones sostenidas o a inhibición de pulsiones y motivaciones. Por ejemplo, pueden causar emociones de fondo: un esfuerzo físico prolongado, desde la euforia subsiguiente a un trote al abatimiento producido por una labor física arrítmica y tediosa; la reiterada maduración de un acto que te resulta difícil de ejecutar uno de los motivos subyacentes en el enlutado príncipe Hamlet – o la anticipación de un intenso placer que te espera. En resumen, ciertas condiciones de estado interno engendradas por procesos fisiológicos en curso, o por interacción del organismo con el entorno, o por ambas – conforman respuestas que constituyen emociones de fondo. Estas emociones nos permiten albergar, entre otras cosas, sentimientos de fondo de tensión o relajación, fatiga o energía, bienestar o malestar, anticipación o pavor.
En las emociones de fondo las respuestas constitutivas están más cerca del núcleo interno de la vida, y su blanco es más interior que exterior. Los perfiles del medio interno y visceral desempeñan el papel principal en las emociones de fondo. Ahora bien, aunque éstas no usen el repertorio diferenciado de expresiones faciales explícitas que revelan fácilmente las emociones primarias y sociales, se expresan con gran riqueza mediante cambios osteo-musculares, por ejemplo en posturas corporales sutiles y en la configuración global de los movimientos del cuerpo.
En mi experiencia, las emociones de fondo son valerosas sobrevivientes de dolencias neurológicas. Por ejemplo, pacientes con daño ventromedial frontal las conservan, así como individuos con daño en la amígdala. Curiosamente, el daño en los niveles básicos de consciencia la consciencia nuclear – suele incidir en las emociones de fondo.
Función biológica de las emociones
Aunque la composición y dinámica precisa de las respuestas emocionales se forma en cada individuo por efecto de un entorno y desarrollo únicos, la evidencia sugiere que la mayor parte (si no todas) de las respuestas emocionales resulta de una larga historia de fina sintonización evolutiva. Las emociones son parte de los dispositivos biorreguladores con que venimos equipados para sobrevivir. Por esta razón Darwin pudo catalogar las expresiones emocionales de tantas especies y hallar coherencia en ellas, y por eso en diferentes partes del mundo y a través de diversas culturas – las emociones son tan fáciles de reconocer. Sin duda, hay expresiones variables y variaciones en la configuración precisa de los estímulos que pueden inducir una emoción en diversas culturas o individuos. Pero, conforme sobrevuelas el planeta, la maravilla es la semejanza, no la diferencia. Por lo demás, esa semejanza torna posibles las relaciones entre culturas y permite que el arte, la música y el cine traspasen fronteras.
La función biológica de las emociones es dual. La primera función es la producción de reacciones específicas ante el incidente inductor. Por ejemplo, en el animal la reacción puede ser huir o inmovilizarse, destrozar al enemigo o involucrarse en conductas placenteras. En el humano las reacciones son esencialmente iguales, cabe esperar que atemperadas por la razón y la sabiduría. La segunda función biológica de la emoción es la regulación del estado interno del organismo, a fin de prepararlo para la reacción específica. Por ejemplo, suministrar un flujo abundante de sangre a las arterias de las piernas, de manera que los músculos reciban más oxígeno y glucosa en caso de ser necesario huir, o cambiar los ritmos y latidos cardíacos si es ventajoso quedarse quieto. En ambos casos, y en otras situaciones, la planificación es exquisita, y la ejecución, muy confiable. En suma, para cierta clase de estímulos notorios por su peligro o valor en el entorno interno o externo, la evolución ensambló una respuesta adecuada bajo forma de emoción. Esta es la razón de que, pese a las infinitas variaciones halladas en diversas culturas, y entre individuos, y a lo largo de una vida, podamos predecir con cierto éxito que determinados estímulos producirán determinadas emociones (por eso puedes decir a un colega: Ve y dilo a tu mujer; estará feliz de oírlo).
En otras palabras, el propósito biológico de las emociones es claro: las emociones no son un lujo desdeñable. Por el contrario, son curiosas adaptaciones que forman parte esencial de la maquinaria que los organismos usan para regular su supervivencia. Por antiguas que sean, constituyen un componente bastante sofisticado del mecanismo de regulación de la vida. Aunque puedas imaginar este componente emparedado entre el equipo básico de supervivencia (regulación del metabolismo, reflejos simples, motivaciones, biología de dolor y placer) y los dispositivos de la razón, ocupa un lugar importante en la jerarquía de los dispositivos de regulación vital. Desde el punto de vista de la supervivencia, las emociones producen conductas bastante razonables en especies mucho menos complejas que los humanos, y también en las personas distraídas.
En su nivel más básico, las emociones forman parte de la regulación homeostática y se mantienen para evitar la pérdida de integridad que anuncia la muerte, así como para respaldar alguna fuente de energía, un refugio o una posible relación sexual. Como resultado de mecanismos poderosos de aprendizaje como el acondicionamiento – todos los matices emocionales ayudan finalmente a conectar los valores homeostáticos de regulación y supervivencia con numerosos sucesos y objetos en nuestra experiencia autobiográfica. Las emociones son inseparables de la idea de premio y castigo, placer y dolor, acercamiento o huida, ventaja o desventaja personal. Es inevitable que sean inseparables de la idea del bien y del mal. La causalidad puede ser ascendente o descendente. Por ejemplo, el dolor puede inducir emociones, y algunas emociones pueden incluir un estado de dolor.
Es posible preguntarse sobre la relevancia de discutir el papel biológico de las emociones en un texto dedicado a la consciencia. La importancia debería esclarecerse ahora. Las emociones proveen automáticamente a los organismos de conductas orientadas hacia la supervivencia. En organismos equipados para sentir emociones, es decir, para tener sentimientos, las emociones llegan a la mente al tiempo que ocurren, en el aquí y ahora. Pero en organismos equipados con consciencia, esto es, capaces de saber que tiene sentimientos, se alcanza otro grado de regulación. La consciencia permite conocer los sentimientos y así promueve internamente el impacto emocional, permitiendo que las emociones impregnen el proceso de reflexión a través de los sentimientos. Finalmente, la consciencia permite conocer cualquier objeto no sólo el objeto emoción – y realza con ello la habilidad del organismo para responder con una modalidad de adaptación volcada en sus necesidades. Tanto la emoción como la consciencia cooperan en la supervivencia del organismo.
Extractado por Rodrigo Beltrán de Sentir lo que Sucede.- Editorial Andrés Bello
Antonio Damasio
Neurólogo, U. de Iowa
La alegría es un desafío
http://franciscoalcaide.blogspot.com/2011/01/la-alegria-es-un-desafio.html
Muchas veces he citado aquí a Ángel Gabilondo (San Sebastián, 1949), Ministro de Educación y catedrático de Metafísica además de antiguo rector de la UAM. Lo hicimos en tres posts: Otra mirada de los políticos, Alguien con quien hablar y Cómo sobrevivir a uno mismo.
Le cito nuevamente porque he empezado a leer uno de sus libros: Palabras a mano, que tiene muy buena pinta. Acabo de empezar, pero al final del libro recoge una entrevista que tuvo en La Contra de La Vanguardia. Fue con Ima Sanchís el 3 de mayo de 2006 y el titular fue: "La alegría es un desafío". Han pasado casi cinco años, pero merece mucho la pena. Para pensar. Me quedo con: "Hay que saber mucho para ser sencillo" y "somos archipiélagos: conjunto de islas unidas por lo que nos separa".
Reproduzco la entrevista.
¿Cómo es una vida bella?
Desde luego, no es un artefacto, algo acabado y perfecto. Yo creo que somos artífices de nuestra vida, nos vamos haciendo.
Elija un camino.
La sencillez. Hay que saber mucho para ser sencillo. La sencillez es un resultado; la simpleza, un estado primario. Me gustaría llegar un día a ser sencillo.
Ya, pero cómo se llega...
Desde luego, no solo. Uno solo se ensimisma, se enquista, se vuelve autosuficiente. Creo que necesitamos el desafío permanente de los otros, esa irrupción que nos trastorna y nos altera pero que nos hace vivir.
¿Y por qué el otro nos trastorna tanto?
Porque no es otro como yo. En general, no buscamos al otro, buscamos a alguien como nosotros para no vernos muy desafiados. Pero es una suerte encontrarse en la vida con alguien otro de verdad.
La alegría no ha de reducirse a la llamada felicidad, dice usted.
Hay éticas de la felicidad e incluso anuncios televisivos en los que se dice: "Sopas hechas con felicidad"; parece que es un ingrediente, un aditamento. Yo más bien apostaría por la alegría, por el gozo de vivir.
La alegría se cultiva.
La alegría es un desafío, algo por lo que hay que luchar. No comparto los discursos quejosos de esa gente que está siempre gimiendo y lamentándose. En una sociedad blanda, acomodada y tibia, la queja se ha convertido en un instrumento que se utiliza con demasiada facilidad.
La alegría da trabajo.
Hay que emprender cosas, sí. En general, estamos muy aburridos y eso nos produce una vida gris más o menos adornada. La alegría nace del desafío, de correr el peligro de vivir, de hacer de la vida una experiencia.
Pensar diferente, ¿cómo hacerlo?
Hay que vincular el pensar al vivir y a nuestras palabras. De manera que digamos lo que pensamos, y pensemos y hagamos lo que decimos. Un pensamiento implicado en la transformación de uno mismo es muy innovador, porque el pensamiento empieza por transformarse a sí mismo.
La curiosidad mueve al pensamiento.
Sí, la curiosidad de ver si podemos ser otros que los que somos. Pero nuestro pensamiento es poco curioso, tiende a confirmar lo que ya existe en vez de crear algo distinto.
¿Y cómo sacudirse las telarañas?
En general, somos seres aislados y tenemos una idea de las relaciones personales como si fueran un movimiento que lleva del uno al otro, una especie de yo yo y tú tú. Si uno piensa en Platón, entenderá que el eros,el amor, es el movimiento que pone a los dos en la dirección de algo.
Hasta que empiezan las diferencias.
Encontrarse a alguien con quien iniciar un itinerario hacia alguna cosa distinta es un regalo fantástico, pero hay que valorarlo. Deberíamos ser como los archipiélagos, conjunto de islas unidas por lo que las separa.
Después de tantos filósofos, ¿cuáles son las conclusiones que le han servido para vivir?
La intensidad es un factor determinante para la dicha. No se trata, creo, de hacer grandes cosas extravagantes, sino de cuidar los detalles de la vida, darle mucha intensidad a cada instante. Piense en esos animales que viven cuarenta horas...
¿Dar belleza a nuestra forma de vivir?
Sí, pero en el sentido griego, en el que la bondad, la belleza y el bien están unidos. Nosotros hemos hecho de la belleza algo esteticista que se logra a través de una especie de ataques de atletismo, pero hemos olvidado cultivar nuestro modo de ser.
Me sabe mal hablar en este contexto de la muerte.
Entonces, mejor hablar como mortales, entendiendo que cada instante no volverá. A mí, ser mortal me ayuda a vivir gozosamente y a darle a cada instante mucha fuerza.
Es curioso que nos empeñemos en vivir como si no fuéramos mortales.
Porque vivir como un mortal es exigente. A mí, lo que me asusta es echar a perder la vida. En realidad, nos pasamos la vida ocultando que somos efímeros (en griego: seres de un día). Somos cotidianos, como el pan, como el periódico; somos de a diario, y esto no es un obstáculo para la alegría.
Pero nos llenamos la vida de obstáculos.
Toda una gran operación para olvidar. Desde luego, esa obsesión por el trabajo sólo puede deberse a algún tipo de olvido. Si tuviéramos esa conciencia de finitud, probablemente seríamos menos productivos.
¿Qué idea le sacude a usted más?
Lo que más me ha costado es aceptar la soledad y el fastidio constitutivo, aprender a vivir con esa incomodidad que llevamos dentro y que casi siempre le achacamos a otro.
Sé a qué incomodidad se refiere, ¿pero de qué se trata?
Somos personas quebradas, no somos seres acabados ni plenos. Hay que entender que no es que tengas una herida, sino que eres una herida. La gente que no asume eso suele ser muy quejumbrosa y culpa a los demás de esa incomodidad que nos constituye.
¿Qué hacer cuando sufres?
Luchar: yo no creo que el sufrimiento redima. El sufrimiento destruye y deteriora, no construye. A mí, la gente sin placer me parece peligrosa y resentida, me asusta.
¿Con qué idea se quedaría?
El lenguaje es un principio extraordinario de realidad; el pensamiento es acción. El problema es que hay mucha actividad y poca acción, porque una acción produce una verdadera transformación de sí y de lo que hay; las actividades no transforman nada.
Muchas veces he citado aquí a Ángel Gabilondo (San Sebastián, 1949), Ministro de Educación y catedrático de Metafísica además de antiguo rector de la UAM. Lo hicimos en tres posts: Otra mirada de los políticos, Alguien con quien hablar y Cómo sobrevivir a uno mismo.
Le cito nuevamente porque he empezado a leer uno de sus libros: Palabras a mano, que tiene muy buena pinta. Acabo de empezar, pero al final del libro recoge una entrevista que tuvo en La Contra de La Vanguardia. Fue con Ima Sanchís el 3 de mayo de 2006 y el titular fue: "La alegría es un desafío". Han pasado casi cinco años, pero merece mucho la pena. Para pensar. Me quedo con: "Hay que saber mucho para ser sencillo" y "somos archipiélagos: conjunto de islas unidas por lo que nos separa".
Reproduzco la entrevista.
¿Cómo es una vida bella?
Desde luego, no es un artefacto, algo acabado y perfecto. Yo creo que somos artífices de nuestra vida, nos vamos haciendo.
Elija un camino.
La sencillez. Hay que saber mucho para ser sencillo. La sencillez es un resultado; la simpleza, un estado primario. Me gustaría llegar un día a ser sencillo.
Ya, pero cómo se llega...
Desde luego, no solo. Uno solo se ensimisma, se enquista, se vuelve autosuficiente. Creo que necesitamos el desafío permanente de los otros, esa irrupción que nos trastorna y nos altera pero que nos hace vivir.
¿Y por qué el otro nos trastorna tanto?
Porque no es otro como yo. En general, no buscamos al otro, buscamos a alguien como nosotros para no vernos muy desafiados. Pero es una suerte encontrarse en la vida con alguien otro de verdad.
La alegría no ha de reducirse a la llamada felicidad, dice usted.
Hay éticas de la felicidad e incluso anuncios televisivos en los que se dice: "Sopas hechas con felicidad"; parece que es un ingrediente, un aditamento. Yo más bien apostaría por la alegría, por el gozo de vivir.
La alegría se cultiva.
La alegría es un desafío, algo por lo que hay que luchar. No comparto los discursos quejosos de esa gente que está siempre gimiendo y lamentándose. En una sociedad blanda, acomodada y tibia, la queja se ha convertido en un instrumento que se utiliza con demasiada facilidad.
La alegría da trabajo.
Hay que emprender cosas, sí. En general, estamos muy aburridos y eso nos produce una vida gris más o menos adornada. La alegría nace del desafío, de correr el peligro de vivir, de hacer de la vida una experiencia.
Pensar diferente, ¿cómo hacerlo?
Hay que vincular el pensar al vivir y a nuestras palabras. De manera que digamos lo que pensamos, y pensemos y hagamos lo que decimos. Un pensamiento implicado en la transformación de uno mismo es muy innovador, porque el pensamiento empieza por transformarse a sí mismo.
La curiosidad mueve al pensamiento.
Sí, la curiosidad de ver si podemos ser otros que los que somos. Pero nuestro pensamiento es poco curioso, tiende a confirmar lo que ya existe en vez de crear algo distinto.
¿Y cómo sacudirse las telarañas?
En general, somos seres aislados y tenemos una idea de las relaciones personales como si fueran un movimiento que lleva del uno al otro, una especie de yo yo y tú tú. Si uno piensa en Platón, entenderá que el eros,el amor, es el movimiento que pone a los dos en la dirección de algo.
Hasta que empiezan las diferencias.
Encontrarse a alguien con quien iniciar un itinerario hacia alguna cosa distinta es un regalo fantástico, pero hay que valorarlo. Deberíamos ser como los archipiélagos, conjunto de islas unidas por lo que las separa.
Después de tantos filósofos, ¿cuáles son las conclusiones que le han servido para vivir?
La intensidad es un factor determinante para la dicha. No se trata, creo, de hacer grandes cosas extravagantes, sino de cuidar los detalles de la vida, darle mucha intensidad a cada instante. Piense en esos animales que viven cuarenta horas...
¿Dar belleza a nuestra forma de vivir?
Sí, pero en el sentido griego, en el que la bondad, la belleza y el bien están unidos. Nosotros hemos hecho de la belleza algo esteticista que se logra a través de una especie de ataques de atletismo, pero hemos olvidado cultivar nuestro modo de ser.
Me sabe mal hablar en este contexto de la muerte.
Entonces, mejor hablar como mortales, entendiendo que cada instante no volverá. A mí, ser mortal me ayuda a vivir gozosamente y a darle a cada instante mucha fuerza.
Es curioso que nos empeñemos en vivir como si no fuéramos mortales.
Porque vivir como un mortal es exigente. A mí, lo que me asusta es echar a perder la vida. En realidad, nos pasamos la vida ocultando que somos efímeros (en griego: seres de un día). Somos cotidianos, como el pan, como el periódico; somos de a diario, y esto no es un obstáculo para la alegría.
Pero nos llenamos la vida de obstáculos.
Toda una gran operación para olvidar. Desde luego, esa obsesión por el trabajo sólo puede deberse a algún tipo de olvido. Si tuviéramos esa conciencia de finitud, probablemente seríamos menos productivos.
¿Qué idea le sacude a usted más?
Lo que más me ha costado es aceptar la soledad y el fastidio constitutivo, aprender a vivir con esa incomodidad que llevamos dentro y que casi siempre le achacamos a otro.
Sé a qué incomodidad se refiere, ¿pero de qué se trata?
Somos personas quebradas, no somos seres acabados ni plenos. Hay que entender que no es que tengas una herida, sino que eres una herida. La gente que no asume eso suele ser muy quejumbrosa y culpa a los demás de esa incomodidad que nos constituye.
¿Qué hacer cuando sufres?
Luchar: yo no creo que el sufrimiento redima. El sufrimiento destruye y deteriora, no construye. A mí, la gente sin placer me parece peligrosa y resentida, me asusta.
¿Con qué idea se quedaría?
El lenguaje es un principio extraordinario de realidad; el pensamiento es acción. El problema es que hay mucha actividad y poca acción, porque una acción produce una verdadera transformación de sí y de lo que hay; las actividades no transforman nada.
4D, Dream, Soñar el futuro:
Creación del futuro deseado: llamada también “Visualización”, “anticipación” o “prospectiva”, cuando nos referimos a la Creación de un Futuro Deseado, estamos significando a una actitud que no parte del presente para predecir, pronosticar o armar un escenario futuro, sino que parte de la configuración de un futuro deseable para, desde allí, reflexionar sobre el presente, “re-significar” lo que en él sucede y por último orientar nuestro desenvolvimiento hacia el futuro que habíamos imaginado como deseable.
jueves, 27 de enero de 2011
El proyecto 2011
La vida con sentido tiene razón de ser y nos otorga felicidad. Es importante saber que quieres hacer con tu vida, es decir planear tu futuro y realizar acciones que produzcan logros a corto plazo para reforzar tu meta final a largo plazo.
EJERCICIO:
1. Responde a los siguientes cuestionamientos
a) ¿Quién soy/como me encuentro? (Física, emocionalmente, espiritualmente, socialmente, cognitivamente etc.) Con el propósito de conocer tu realidad.
b) ¿Quién quiero ser/cuales son mis propósitos para el año 2011? (Contigo mismo, tu familia, los demás, tu trabajo, estudios etc.). Identificar tus objetivos/metas.
c) ¿Cómo quieres verte y que te vean en el futuro/ a finales del 2011? (Identificación del proyecto de vida en cada una de las distintas áreas)
d) ¿Cuál es la razón por lo que deseas eso?
e) ¿Cómo te ves o encontraras, si no realizas cambios en el 2011? (Identificar, que pasaría si no realizas tu proyecto de vida)
f) ¿Cómo te encontraras/sentirás, si realizas cambios? (Identificar, que pasaría si efectivamente logras tu proyecto de vida en el 2011)
2. Tomando en consideración tu situación actual y tus propósitos:
a) Realiza una lista de lo que deseas lograr/ propósitos para el año 2011. Toma en consideración, tu cuerpo, tus sentidos, tus pensamientos, tus sentimientos, tus emociones, tu espiritualidad, tu sexualidad; debes estar bien tú, para lograr tus propósitos.
b) ¿Que tienes que fortalecer, y a que tienes que renunciar?
c) Establece prioridades en tus propósitos y en tu tiempo y realiza las actividades realmente importantes que te llevaran a lograrlos.
e) Establece tiempos límite para lograr cada uno de tus propósitos (ejemplo; bajar de peso: bajar 1 kg por mes al final del año serán 12 kg.)
3. Empieza a disfrutar cada uno de tus logros, esto te ayudara para reforzar la meta final; es decir disfruta el presente que te lleva al futuro que deseas.
Psic. Irma E Velázquez Brizuela
EJERCICIO:
1. Responde a los siguientes cuestionamientos
a) ¿Quién soy/como me encuentro? (Física, emocionalmente, espiritualmente, socialmente, cognitivamente etc.) Con el propósito de conocer tu realidad.
b) ¿Quién quiero ser/cuales son mis propósitos para el año 2011? (Contigo mismo, tu familia, los demás, tu trabajo, estudios etc.). Identificar tus objetivos/metas.
c) ¿Cómo quieres verte y que te vean en el futuro/ a finales del 2011? (Identificación del proyecto de vida en cada una de las distintas áreas)
d) ¿Cuál es la razón por lo que deseas eso?
e) ¿Cómo te ves o encontraras, si no realizas cambios en el 2011? (Identificar, que pasaría si no realizas tu proyecto de vida)
f) ¿Cómo te encontraras/sentirás, si realizas cambios? (Identificar, que pasaría si efectivamente logras tu proyecto de vida en el 2011)
2. Tomando en consideración tu situación actual y tus propósitos:
a) Realiza una lista de lo que deseas lograr/ propósitos para el año 2011. Toma en consideración, tu cuerpo, tus sentidos, tus pensamientos, tus sentimientos, tus emociones, tu espiritualidad, tu sexualidad; debes estar bien tú, para lograr tus propósitos.
b) ¿Que tienes que fortalecer, y a que tienes que renunciar?
c) Establece prioridades en tus propósitos y en tu tiempo y realiza las actividades realmente importantes que te llevaran a lograrlos.
e) Establece tiempos límite para lograr cada uno de tus propósitos (ejemplo; bajar de peso: bajar 1 kg por mes al final del año serán 12 kg.)
3. Empieza a disfrutar cada uno de tus logros, esto te ayudara para reforzar la meta final; es decir disfruta el presente que te lleva al futuro que deseas.
Psic. Irma E Velázquez Brizuela
4D, Dream, Soñar el futuro:
"Nunca estamos más cerca de nuestros deseos, que cuando nos imaginamos poseer lo deseado". Johann Wolfgang von Goethe
miércoles, 26 de enero de 2011
Cómo me impactó la experiencia de los Andes
http://www.emprendedoresnews.com/liderazgo/como-me-impacto-la-experiencia-de-los-andes.html
Mi forma de pensar se ha visto definitivamente influenciada por el accidente aéreo que sufrí junto a otras cuarenta y cinco personas en los Andes en 1972. Mis conceptos sobre la familia, la confianza y la amistad cambiaron radicalmente a partir de aquellos trágicos días.
El tiempo, que sana todas las heridas, ha colocado un velo sobre mis peores memorias y tristezas. Ahora recuerdo las partes más terribles de nuestra dramática situación, casi como si lo hubiese leído en un libro.
Mi vida familiar se destruyó cuando mi madre y mi hermana murieron en el accidente. Al regresar a casa, tuve la extraña sensación de observar lo que habría sucedido si realmente hubiese muerto. Casi tres meses después, me percaté de que habían regalado mi ropa, mi cuarto ahora lo ocupaba mi hermana mayor –que se había mudado con su familia– mis posters y fotos las habían quitado de la pared y habían vendido mi moto. No había rastro de mí, con la excepción de algunas fotografías en la sala y en el estudio de mi padre.
Un par de días después de mi regreso, fui a la misma pizzería que frecuentaba antes del siniestro. Todos los jóvenes estaban asombrados de verme. Me pidieron autógrafos y el propietario no me quiso cobrar. Yo era la misma persona, pero algo había cambiado en la forma en la que me miraban los demás.
Inmortal
Antes de la catástrofe, mi mente estaba ocupada en mis estudios de la carrera de Empresariales, pero tan pronto como regresé me vi obligado a cambiarlos por un empleo. Nuestro negocio familiar casi había sido destruido, dado que mi madre se encargaba de la mitad del trabajo. Cuando uno es joven, se siente inmortal. No hay nada que te pueda hacer cambiar o destruirte. A través de nuestra dolorosa experiencia, aprendí que la vida está entrelazada con la muerte; que éstas son las únicas realidades de nuestra existencia. Uno nace y morirá algún día; lo que pasa en el camino, nadie lo sabe de verdad.
Hay algunas cosas sobre las que he meditado profundamente a lo largo de los años, mi forma de pensar se ha visto influenciada definitivamente por la experiencia de los Andes. Estoy seguro que lo mismo ocurre con los otros supervivientes. Esas cosas son la familia, la confianza y la amistad. A lo largo de los setenta y dos días que pasamos en la montaña, no había absolutamente nada a lo que nos pudiéramos aferrar. Todo había perdido su significado. No había futuro, no había esperanza. Los estudios, el trabajo, las cosas materiales, nada tenía valor alguno. Pero omnipresente en todos estaba la necesidad del afecto. Nuestro deseo de sentirnos seguros en una familia y nuestra necesidad de sentir y de compartir el amor de los nuestros, fue lo único que nos mantuvo en pie. De manera que ahora, después de haber experimentado una situación humana en la que incluso sobrepasamos nuestros límites de sufrimiento físico y mental, he llegado a comprender que la familia es que lo que nos permitió sobrevivir.
Nuestras vidas honran esa realidad. Me siento extremadamente feliz simplemente por el hecho de poder acostar a mis hijas cada noche. Esta realización no me ha separado de mi trabajo o éxito en la vida. Soy el presidente de varias empresas, pero no hay reunión de negocios o actividad comercial alguna que cambiaría por los momentos de felicidad que tengo con Veronique y mis hijas. He aprendido que los momentos no se repiten, pero la próxima vez que esté muriendo, sé lo que estaré recordando: mi afecto y amor, no mis negocios, coches, contratos, préstamos bancarios, ganancias, e-mails, aeropuertos…
Otra de las cosas que se vio influenciada por la experiencia de los Andes fue mi confianza personal. He podido tomar decisiones de una forma relativamente fácil en muchos aspectos de la vida y del trabajo, debido a algo que ocurrió en las montañas. Cuando me encontraba en la cima de un pico de 18.000 metros de altura con Roberto Canessa, observando el vasto escenario de cimas nevadas que nos rodeaba, sabíamos que íbamos a morir. No había absolutamente ninguna forma de salir. Entonces decidimos cómo moriríamos: caminaríamos hacia el sol, al oeste. Era mejor que congelarnos. Esta decisión nos llevó escasamente treinta segundos. Otras decisiones que he tomado más tarde en la vida no parecen más difíciles que decidir sobre mi propia muerte. He logrado confianza en mí mismo, una tranquilidad silenciosa que me ha dado una mejor percepción del mundo que me rodea. Tomar decisiones se me hizo más fácil debido a que yo sabía que lo peor que me podría suceder sería estar equivocado. Comparado con lo que había experimentado, era nada.
Finalmente, está el valor de la amistad, de nuestros sentimientos de afecto y amor. Fue profundamente conmovedor ver a los chicos ayudando a sus amigos de una forma que jamás se hubiesen podido imaginar, incluso arriesgando y dando sus vidas por el prójimo. La amistad fue un factor determinante en nuestras posibilidades de sobrevivir y, después de que lográsemos salvarnos, hicimos de ella una parte muy importante de nuestras vidas.
En ocasiones, me pregunto por qué las personas necesitan experimentar situaciones extremas para comprender los verdaderos valores de la vida. Estos son tan claros y están tan cerca de nosotros… Aún así, los atropellamos en busca de las cosas supuestamente importantes. El calor de mis hijas cuando las acuesto cada noche o la presencia callada de mi esposa Veronique cerca de mí, momentos que no se repetirán, esos son los valores importantes y duraderos. Es mejor decidir y equivocarse, que no decidir. Siempre hay tiempo para volver atrás.
* Fernando Parrado. Uruguayo. Sobreviviente de la Tragedia de los Andes. Comenzó en 1995 a dictar conferencias en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica sobre “El milagro de los Andes”.
En sus presentaciones relata cómo él y 15 de sus compañeros de equipo sobrevivieron durante 72 días, después de que su avión se estrellara con 45 pasajeros en las montañas de los Andes.
Como líder del grupo superviviente, Parrado transmite su experiencia de liderazgo, trabajo en equipo y superación de crisis en sus presentaciones.
Fue convocado para transmitir su experiencia por compañías tales como 3Com, Kraft Foods, Pfizer, IBM, EDS, Siebel Systems, Sabre Systems, Sun, JD Edwards, Edesur, Wall Street Journal, Roche, entre otras.
Fuente: Expomanagement 2006 – Madrid
Enseñanzas de la Tragedia de los Andes
http://www.emprendedoresnews.com/tips/gurues/ensenanzas-de-la-tragedia-de-los-andes.html
Otra de las cosas que se vio influenciada por la experiencia de los Andes fue mi confianza personal. He podido tomar decisiones de una forma relativamente fácil en muchos aspectos de la vida y del trabajo, debido a algo que ocurrió en las montañas. Cuando me encontraba en la cima de un pico de 18.000 metros de altura con Roberto Canessa, observando el vasto escenario de cimas nevadas que nos rodeaba, sabíamos que íbamos a morir. No había absolutamente ninguna forma de salir. Entonces decidimos cómo moriríamos: caminaríamos hacia el sol, al oeste. Era mejor que congelarnos. Esta decisión nos llevó escasamente treinta segundos. Otras decisiones que he tomado más tarde en la vida no parecen más difíciles que decidir sobre mi propia muerte. He logrado confianza en mí mismo, una tranquilidad silenciosa que me ha dado una mejor percepción del mundo que me rodea. Tomar decisiones se me hizo más fácil debido a que yo sabía que lo peor que me podría suceder sería estar equivocado. Comparado con lo que había experimentado, era nada.
* Fernando Parrado. Uruguayo. Sobreviviente de la tragedia de los Andes en 1972
Mi forma de pensar se ha visto definitivamente influenciada por el accidente aéreo que sufrí junto a otras cuarenta y cinco personas en los Andes en 1972. Mis conceptos sobre la familia, la confianza y la amistad cambiaron radicalmente a partir de aquellos trágicos días.
El tiempo, que sana todas las heridas, ha colocado un velo sobre mis peores memorias y tristezas. Ahora recuerdo las partes más terribles de nuestra dramática situación, casi como si lo hubiese leído en un libro.
Mi vida familiar se destruyó cuando mi madre y mi hermana murieron en el accidente. Al regresar a casa, tuve la extraña sensación de observar lo que habría sucedido si realmente hubiese muerto. Casi tres meses después, me percaté de que habían regalado mi ropa, mi cuarto ahora lo ocupaba mi hermana mayor –que se había mudado con su familia– mis posters y fotos las habían quitado de la pared y habían vendido mi moto. No había rastro de mí, con la excepción de algunas fotografías en la sala y en el estudio de mi padre.
Un par de días después de mi regreso, fui a la misma pizzería que frecuentaba antes del siniestro. Todos los jóvenes estaban asombrados de verme. Me pidieron autógrafos y el propietario no me quiso cobrar. Yo era la misma persona, pero algo había cambiado en la forma en la que me miraban los demás.
Inmortal
Antes de la catástrofe, mi mente estaba ocupada en mis estudios de la carrera de Empresariales, pero tan pronto como regresé me vi obligado a cambiarlos por un empleo. Nuestro negocio familiar casi había sido destruido, dado que mi madre se encargaba de la mitad del trabajo. Cuando uno es joven, se siente inmortal. No hay nada que te pueda hacer cambiar o destruirte. A través de nuestra dolorosa experiencia, aprendí que la vida está entrelazada con la muerte; que éstas son las únicas realidades de nuestra existencia. Uno nace y morirá algún día; lo que pasa en el camino, nadie lo sabe de verdad.
Hay algunas cosas sobre las que he meditado profundamente a lo largo de los años, mi forma de pensar se ha visto influenciada definitivamente por la experiencia de los Andes. Estoy seguro que lo mismo ocurre con los otros supervivientes. Esas cosas son la familia, la confianza y la amistad. A lo largo de los setenta y dos días que pasamos en la montaña, no había absolutamente nada a lo que nos pudiéramos aferrar. Todo había perdido su significado. No había futuro, no había esperanza. Los estudios, el trabajo, las cosas materiales, nada tenía valor alguno. Pero omnipresente en todos estaba la necesidad del afecto. Nuestro deseo de sentirnos seguros en una familia y nuestra necesidad de sentir y de compartir el amor de los nuestros, fue lo único que nos mantuvo en pie. De manera que ahora, después de haber experimentado una situación humana en la que incluso sobrepasamos nuestros límites de sufrimiento físico y mental, he llegado a comprender que la familia es que lo que nos permitió sobrevivir.
Nuestras vidas honran esa realidad. Me siento extremadamente feliz simplemente por el hecho de poder acostar a mis hijas cada noche. Esta realización no me ha separado de mi trabajo o éxito en la vida. Soy el presidente de varias empresas, pero no hay reunión de negocios o actividad comercial alguna que cambiaría por los momentos de felicidad que tengo con Veronique y mis hijas. He aprendido que los momentos no se repiten, pero la próxima vez que esté muriendo, sé lo que estaré recordando: mi afecto y amor, no mis negocios, coches, contratos, préstamos bancarios, ganancias, e-mails, aeropuertos…
Otra de las cosas que se vio influenciada por la experiencia de los Andes fue mi confianza personal. He podido tomar decisiones de una forma relativamente fácil en muchos aspectos de la vida y del trabajo, debido a algo que ocurrió en las montañas. Cuando me encontraba en la cima de un pico de 18.000 metros de altura con Roberto Canessa, observando el vasto escenario de cimas nevadas que nos rodeaba, sabíamos que íbamos a morir. No había absolutamente ninguna forma de salir. Entonces decidimos cómo moriríamos: caminaríamos hacia el sol, al oeste. Era mejor que congelarnos. Esta decisión nos llevó escasamente treinta segundos. Otras decisiones que he tomado más tarde en la vida no parecen más difíciles que decidir sobre mi propia muerte. He logrado confianza en mí mismo, una tranquilidad silenciosa que me ha dado una mejor percepción del mundo que me rodea. Tomar decisiones se me hizo más fácil debido a que yo sabía que lo peor que me podría suceder sería estar equivocado. Comparado con lo que había experimentado, era nada.
Finalmente, está el valor de la amistad, de nuestros sentimientos de afecto y amor. Fue profundamente conmovedor ver a los chicos ayudando a sus amigos de una forma que jamás se hubiesen podido imaginar, incluso arriesgando y dando sus vidas por el prójimo. La amistad fue un factor determinante en nuestras posibilidades de sobrevivir y, después de que lográsemos salvarnos, hicimos de ella una parte muy importante de nuestras vidas.
En ocasiones, me pregunto por qué las personas necesitan experimentar situaciones extremas para comprender los verdaderos valores de la vida. Estos son tan claros y están tan cerca de nosotros… Aún así, los atropellamos en busca de las cosas supuestamente importantes. El calor de mis hijas cuando las acuesto cada noche o la presencia callada de mi esposa Veronique cerca de mí, momentos que no se repetirán, esos son los valores importantes y duraderos. Es mejor decidir y equivocarse, que no decidir. Siempre hay tiempo para volver atrás.
* Fernando Parrado. Uruguayo. Sobreviviente de la Tragedia de los Andes. Comenzó en 1995 a dictar conferencias en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica sobre “El milagro de los Andes”.
En sus presentaciones relata cómo él y 15 de sus compañeros de equipo sobrevivieron durante 72 días, después de que su avión se estrellara con 45 pasajeros en las montañas de los Andes.
Como líder del grupo superviviente, Parrado transmite su experiencia de liderazgo, trabajo en equipo y superación de crisis en sus presentaciones.
Fue convocado para transmitir su experiencia por compañías tales como 3Com, Kraft Foods, Pfizer, IBM, EDS, Siebel Systems, Sabre Systems, Sun, JD Edwards, Edesur, Wall Street Journal, Roche, entre otras.
Fuente: Expomanagement 2006 – Madrid
Enseñanzas de la Tragedia de los Andes
http://www.emprendedoresnews.com/tips/gurues/ensenanzas-de-la-tragedia-de-los-andes.html
Otra de las cosas que se vio influenciada por la experiencia de los Andes fue mi confianza personal. He podido tomar decisiones de una forma relativamente fácil en muchos aspectos de la vida y del trabajo, debido a algo que ocurrió en las montañas. Cuando me encontraba en la cima de un pico de 18.000 metros de altura con Roberto Canessa, observando el vasto escenario de cimas nevadas que nos rodeaba, sabíamos que íbamos a morir. No había absolutamente ninguna forma de salir. Entonces decidimos cómo moriríamos: caminaríamos hacia el sol, al oeste. Era mejor que congelarnos. Esta decisión nos llevó escasamente treinta segundos. Otras decisiones que he tomado más tarde en la vida no parecen más difíciles que decidir sobre mi propia muerte. He logrado confianza en mí mismo, una tranquilidad silenciosa que me ha dado una mejor percepción del mundo que me rodea. Tomar decisiones se me hizo más fácil debido a que yo sabía que lo peor que me podría suceder sería estar equivocado. Comparado con lo que había experimentado, era nada.
* Fernando Parrado. Uruguayo. Sobreviviente de la tragedia de los Andes en 1972
4D, Dream, Soñar el futuro:
VISIONAR: “lo que podría ser, implica pensar con pasión, significa crear una imagen positiva del futuro deseado y preferido”.
martes, 25 de enero de 2011
Estado de Flujo, Felicidad y Creatividad
http://manuelgross.bligoo.com/content/view/450077/El-estado-de-flujo-genera-Felicidad-y-Creatividad.html#content-top
Por Mihaly Csikszentmihalyi
Las personas creativas difieren las unas de las otras en muchos aspectos, pero en uno son unánimes: todas aman lo que hacen. No es la esperanza de lograr fama o riqueza lo que las conduce; en vez de eso, es la oportunidad de hacer el trabajo que ellas disfrutan haciendo lo que las guía. Debemos asumir que no es lo que ellos hacen lo que cuenta, sino que cómo lo hacen.
Programados para la creatividad
Cuando se le da una lista a la gente preguntándole acerca de la mejor descripción de lo que disfrutan hacer más, la respuesta más frecuentemente elegida es el “diseñar o descubrir algo nuevo”. Pero la evidencia sugiere que por lo menos hay un grupo de gente que disfrutaría descubriendo y creando por sobre todo lo demás.
Debido a mutaciones aleatorias, algunos individuos han desarrollado un sistema nervioso en el cual el descubrimiento de novedades estimula los centros de placer en el cerebro. Probablemente somos los descendientes de ancestros que reconocieron la importancia de la novedad, protegieron a aquellos individuos que disfrutaban siendo creativos y aprendieron de ellos. Debido a que tenían con ellos a individuos que disfrutaban explorando e inventando, estaban mejor preparados para enfrentar las condiciones impredecibles que afectaban su supervivencia. Nosotros también compartimos la habilidad para disfrutar casi todo lo que hacemos y podemos crear y descubrir algo nuevo al hacerlo. Esta es la razón por la cual la creatividad es tan placentera, no importa donde tenga lugar.
Pero hay otra fuerza que nos motiva, y es más primitiva y más poderosa que la tendencia a crear: la fuerza de la entropía. Esta también es un mecanismo de sobrevivencia construido en nuestros genes por la evolución. Nos da placer cuando estamos cómodos, cuando estamos relajados, cuando podemos sentirnos bien sin gastar energía. Sin este regulador interno podríamos agotarnos fácilmente y no tener las suficientes reservas de fuerza, grasa corporal, o energía nerviosa para enfrentar lo inesperado.
Todos nosotros somos atraídos entre estos dos sets opuestos de instrucciones programadas en el cerebro. En la mayoría de los individuos la entropía parece ser más fuerte, y disfrutan la comodidad más que el desafío del descubrimiento. Unos pocos son más reactivos a las recompensas del descubrimiento. A menos que haya la suficiente gente motivada por el placer que proviene del enfrentamiento de los desafíos, no hay evolución de la cultura, ni progreso en los pensamientos o sentimientos. Así que es importante entender mejor en qué consiste el placer y cómo la creatividad lo puede producir.
¿Qué es el placer?
Cierta gente dedican muchas horas a la semana a sus labores sin ninguna recompensa de dinero o fama. ¿Porqué continúan haciéndolo?, está claro al hablar con ellos que lo que los mantiene motivados es la calidad de la experiencia que sienten en ese momento. Este sentimiento a menudo incluye esfuerzos dolorosos, riesgosos, que presionan la capacidad de la persona , y también incluye un elemento de novedad y descubrimiento.
Yo llamo a esta experiencia Flujo, porque mucha gente –artistas, atletas, científicos, gente común y corriente- han descrito el sentimiento en palabras similares. El flujo es un estado de conciencia que consume poco esfuerzo aunque es altamente enfocado. Y las descripciones no varían mucho por cultura, género, o edad.
En las entrevistas, la gente menciona repetidamente ciertos elementos clave en sus impresiones de esta experiencia placentera:
- Hay metas claras en cada paso del camino: en el estado de flujo siempre sabemos lo que debe ser hecho.
- Hay un feedback inmediato a las propias acciones: en un estado de flujo, sabemos cuán bien lo estamos haciendo. Mantener el flujo en el contexto de una sociedad indiferente puede ser difícil. Evidentemente, aquellos individuos que continúan haciendo un trabajo creativo son aquellos que pueden darse feedback a ellos mismos, sin tener que esperar oírlo de los expertos.
- Hay un balance entre los desafíos y las habilidades: en el estado de flujo, sentimos que nuestras habilidades están bien ajustadas para las oportunidades de acción. En el día a día a veces sentimos que los desafíos son demasiado altos para nuestras habilidades, o que nuestro potencial es mayor que las oportunidades para expresarlo.
- La acción y la conciencia están unidas: en la experiencia de cada día, nuestras mentes a menudo están separadas de lo que hacemos. En estado de flujo, nuestra concentración está enfocada en lo que hacemos. Una mente unificada es requerida para el ajuste cercano entre los desafíos y las destrezas, y se hace posible por la claridad de las metas y la constante disponibilidad de feedback.
- Las distracciones son excluidas de la conciencia: somos concientes sólo de lo que es relevante aquí y ahora. El flujo es el resultado de la concentración intensa en el presente, la cual nos alivia de los temores usuales que causan depresión y ansiedad en la vida diaria. Las distracciones interrumpen el flujo, y puede tomar horas recuperar la paz mental necesaria para continuar con el trabajo. Mientras más ambiciosa sea la tarea, más tiempo toma que uno se sumerja en ella, y más fácil es distraerse.
- No hay miedo al fracaso: en el estado de flujo, estamos demasiado envueltos como para estar preocupados por el fracaso. Sabemos lo que debe ser hecho, y nuestras destrezas están potencialmente adecuadas a nuestros desafíos. Si el desafío se vuelve muy grande, un sentimiento de frustración surge en vez de placer.
- La auto conciencia disminuye: en estado de flujo, estamos demasiado envueltos en lo que hacemos como para preocuparnos acerca de proteger el ego. Luego, podemos emerger con un auto concepto más fuerte, porque sabemos que tenido éxito en encontrar una dificultad desafiante. Paradójicamente, el Yo se expande a través de actos de auto olvido.
- Se distorsiona el sentido del tiempo: generalmente, en el estado de flujo nos olvidamos del tiempo, y las horas pueden pasar en lo que parecen ser unos pocos minutos. O pasa lo contrario: a una figura del skate puede parecerle que una vuelta que sólo dura un segundo en tiempo real parece alargarse por mucho más. Nuestro sentido de cuánto tiempo pasa depende de qué estamos haciendo.
- La actividad se vuelve un fin en sí misma: mucho de lo que hacemos no es solamente por placer, sino que para lograr una meta. En muchos sentidos, el secreto para la felicidad es aprender a obtener el flujo de casi todo lo que hacemos, incluyendo el trabajo y las labores familiares. Si casi todo lo que hacemos vale la pena hacerlo por sí mismo, entonces no hay nada desperdiciado en la vida.
Flujo, felicidad, y el futuro.
¿Cuál es la relación entre flujo y felicidad?, es tentador concluir que los dos son la misma cosa; sin embargo, la conexión es más compleja. Cuando estamos en flujo, no siempre nos sentimos felices, porque sentimos sólo lo que es relevante para la actividad. La felicidad es una distracción. Es sólo cuando salimos del flujo, al salir de una sesión o en momentos de distracción, que podemos sentirnos felices.
A mayor flujo que experimentemos en la vida diaria, más probable es que nos sintamos felices en general. Desafortunadamente, mucha gente encuentra que los únicos desafíos a los que puede responder son la violencia, el juego, sexo desordenado, o drogas. Tales experiencias pueden ser placenteras, pero estos episodios de flujo no agregan un sentimiento de satisfacción y felicidad con el pasar del tiempo. El placer no conduce a la creatividad, sino que pronto deriva en adicción.
El vínculo entre el flujo y la felicidad depende de si la actividad productora de flujo es compleja, si conduce a nuevos desafíos y de esta manera al crecimiento personal y cultural.
El problema es que es más fácil encontrar placer en cosas que son más fáciles, en actividades como el sexo y la violencia que están ya programadas en nuestros genes. Es mucho más difícil aprender a disfrutar el hacer cosas que hemos descubierto recientemente en nuestra evolución –tales como manipular sistemas simbólicos a través de las matemáticas o componer música- y aprender acerca del mundo y nosotros mismos.
Las escuelas generalmente fallan en enseñar cuán bella puede ser la ciencia y las matemáticas; ellas enseñan la rutina de la literatura e historia en vez de la aventura.
Es en este sentido que los individuos creativos viven vidas ejemplares. Ellos muestran cuán interesante y placentera puede ser una actividad simbólica compleja.
Desarrollando tu creatividad –y felicidad
Aquí se nombran unas cuantas sugerencias para incrementar tu creatividad y felicidad personal:
- Trata de sorprenderte por algo cada día.
- Trata de sorprender al menos una persona cada día.
- Escribe cada día qué te sorprendió y cómo sorprendiste a los otros.
- Cuando algo te parezca interesante, síguelo.
- Reconoce que si haces cualquier cosa bien ésta se vuelve placentera.
- Para mantener el placer por algo incrementa su complejidad.
- Deja tiempo para la reflexión y relajación.
- Descubre qué te gusta y qué odias de la vida.
- Comienza a hacer más de lo que te gusta y menos de lo que odias.
- Descubre una forma de expresar lo que te mueve.
- Mira los problemas de todos los puntos de vista posibles.
- Ten tantas ideas como sea posible.
- Trata de producir ideas originales.
Por Mihaly Csikszentmihalyi
Por Mihaly Csikszentmihalyi
Las personas creativas difieren las unas de las otras en muchos aspectos, pero en uno son unánimes: todas aman lo que hacen. No es la esperanza de lograr fama o riqueza lo que las conduce; en vez de eso, es la oportunidad de hacer el trabajo que ellas disfrutan haciendo lo que las guía. Debemos asumir que no es lo que ellos hacen lo que cuenta, sino que cómo lo hacen.
Programados para la creatividad
Cuando se le da una lista a la gente preguntándole acerca de la mejor descripción de lo que disfrutan hacer más, la respuesta más frecuentemente elegida es el “diseñar o descubrir algo nuevo”. Pero la evidencia sugiere que por lo menos hay un grupo de gente que disfrutaría descubriendo y creando por sobre todo lo demás.
Debido a mutaciones aleatorias, algunos individuos han desarrollado un sistema nervioso en el cual el descubrimiento de novedades estimula los centros de placer en el cerebro. Probablemente somos los descendientes de ancestros que reconocieron la importancia de la novedad, protegieron a aquellos individuos que disfrutaban siendo creativos y aprendieron de ellos. Debido a que tenían con ellos a individuos que disfrutaban explorando e inventando, estaban mejor preparados para enfrentar las condiciones impredecibles que afectaban su supervivencia. Nosotros también compartimos la habilidad para disfrutar casi todo lo que hacemos y podemos crear y descubrir algo nuevo al hacerlo. Esta es la razón por la cual la creatividad es tan placentera, no importa donde tenga lugar.
Pero hay otra fuerza que nos motiva, y es más primitiva y más poderosa que la tendencia a crear: la fuerza de la entropía. Esta también es un mecanismo de sobrevivencia construido en nuestros genes por la evolución. Nos da placer cuando estamos cómodos, cuando estamos relajados, cuando podemos sentirnos bien sin gastar energía. Sin este regulador interno podríamos agotarnos fácilmente y no tener las suficientes reservas de fuerza, grasa corporal, o energía nerviosa para enfrentar lo inesperado.
Todos nosotros somos atraídos entre estos dos sets opuestos de instrucciones programadas en el cerebro. En la mayoría de los individuos la entropía parece ser más fuerte, y disfrutan la comodidad más que el desafío del descubrimiento. Unos pocos son más reactivos a las recompensas del descubrimiento. A menos que haya la suficiente gente motivada por el placer que proviene del enfrentamiento de los desafíos, no hay evolución de la cultura, ni progreso en los pensamientos o sentimientos. Así que es importante entender mejor en qué consiste el placer y cómo la creatividad lo puede producir.
¿Qué es el placer?
Cierta gente dedican muchas horas a la semana a sus labores sin ninguna recompensa de dinero o fama. ¿Porqué continúan haciéndolo?, está claro al hablar con ellos que lo que los mantiene motivados es la calidad de la experiencia que sienten en ese momento. Este sentimiento a menudo incluye esfuerzos dolorosos, riesgosos, que presionan la capacidad de la persona , y también incluye un elemento de novedad y descubrimiento.
Yo llamo a esta experiencia Flujo, porque mucha gente –artistas, atletas, científicos, gente común y corriente- han descrito el sentimiento en palabras similares. El flujo es un estado de conciencia que consume poco esfuerzo aunque es altamente enfocado. Y las descripciones no varían mucho por cultura, género, o edad.
En las entrevistas, la gente menciona repetidamente ciertos elementos clave en sus impresiones de esta experiencia placentera:
- Hay metas claras en cada paso del camino: en el estado de flujo siempre sabemos lo que debe ser hecho.
- Hay un feedback inmediato a las propias acciones: en un estado de flujo, sabemos cuán bien lo estamos haciendo. Mantener el flujo en el contexto de una sociedad indiferente puede ser difícil. Evidentemente, aquellos individuos que continúan haciendo un trabajo creativo son aquellos que pueden darse feedback a ellos mismos, sin tener que esperar oírlo de los expertos.
- Hay un balance entre los desafíos y las habilidades: en el estado de flujo, sentimos que nuestras habilidades están bien ajustadas para las oportunidades de acción. En el día a día a veces sentimos que los desafíos son demasiado altos para nuestras habilidades, o que nuestro potencial es mayor que las oportunidades para expresarlo.
- La acción y la conciencia están unidas: en la experiencia de cada día, nuestras mentes a menudo están separadas de lo que hacemos. En estado de flujo, nuestra concentración está enfocada en lo que hacemos. Una mente unificada es requerida para el ajuste cercano entre los desafíos y las destrezas, y se hace posible por la claridad de las metas y la constante disponibilidad de feedback.
- Las distracciones son excluidas de la conciencia: somos concientes sólo de lo que es relevante aquí y ahora. El flujo es el resultado de la concentración intensa en el presente, la cual nos alivia de los temores usuales que causan depresión y ansiedad en la vida diaria. Las distracciones interrumpen el flujo, y puede tomar horas recuperar la paz mental necesaria para continuar con el trabajo. Mientras más ambiciosa sea la tarea, más tiempo toma que uno se sumerja en ella, y más fácil es distraerse.
- No hay miedo al fracaso: en el estado de flujo, estamos demasiado envueltos como para estar preocupados por el fracaso. Sabemos lo que debe ser hecho, y nuestras destrezas están potencialmente adecuadas a nuestros desafíos. Si el desafío se vuelve muy grande, un sentimiento de frustración surge en vez de placer.
- La auto conciencia disminuye: en estado de flujo, estamos demasiado envueltos en lo que hacemos como para preocuparnos acerca de proteger el ego. Luego, podemos emerger con un auto concepto más fuerte, porque sabemos que tenido éxito en encontrar una dificultad desafiante. Paradójicamente, el Yo se expande a través de actos de auto olvido.
- Se distorsiona el sentido del tiempo: generalmente, en el estado de flujo nos olvidamos del tiempo, y las horas pueden pasar en lo que parecen ser unos pocos minutos. O pasa lo contrario: a una figura del skate puede parecerle que una vuelta que sólo dura un segundo en tiempo real parece alargarse por mucho más. Nuestro sentido de cuánto tiempo pasa depende de qué estamos haciendo.
- La actividad se vuelve un fin en sí misma: mucho de lo que hacemos no es solamente por placer, sino que para lograr una meta. En muchos sentidos, el secreto para la felicidad es aprender a obtener el flujo de casi todo lo que hacemos, incluyendo el trabajo y las labores familiares. Si casi todo lo que hacemos vale la pena hacerlo por sí mismo, entonces no hay nada desperdiciado en la vida.
Flujo, felicidad, y el futuro.
¿Cuál es la relación entre flujo y felicidad?, es tentador concluir que los dos son la misma cosa; sin embargo, la conexión es más compleja. Cuando estamos en flujo, no siempre nos sentimos felices, porque sentimos sólo lo que es relevante para la actividad. La felicidad es una distracción. Es sólo cuando salimos del flujo, al salir de una sesión o en momentos de distracción, que podemos sentirnos felices.
A mayor flujo que experimentemos en la vida diaria, más probable es que nos sintamos felices en general. Desafortunadamente, mucha gente encuentra que los únicos desafíos a los que puede responder son la violencia, el juego, sexo desordenado, o drogas. Tales experiencias pueden ser placenteras, pero estos episodios de flujo no agregan un sentimiento de satisfacción y felicidad con el pasar del tiempo. El placer no conduce a la creatividad, sino que pronto deriva en adicción.
El vínculo entre el flujo y la felicidad depende de si la actividad productora de flujo es compleja, si conduce a nuevos desafíos y de esta manera al crecimiento personal y cultural.
El problema es que es más fácil encontrar placer en cosas que son más fáciles, en actividades como el sexo y la violencia que están ya programadas en nuestros genes. Es mucho más difícil aprender a disfrutar el hacer cosas que hemos descubierto recientemente en nuestra evolución –tales como manipular sistemas simbólicos a través de las matemáticas o componer música- y aprender acerca del mundo y nosotros mismos.
Las escuelas generalmente fallan en enseñar cuán bella puede ser la ciencia y las matemáticas; ellas enseñan la rutina de la literatura e historia en vez de la aventura.
Es en este sentido que los individuos creativos viven vidas ejemplares. Ellos muestran cuán interesante y placentera puede ser una actividad simbólica compleja.
Desarrollando tu creatividad –y felicidad
Aquí se nombran unas cuantas sugerencias para incrementar tu creatividad y felicidad personal:
- Trata de sorprenderte por algo cada día.
- Trata de sorprender al menos una persona cada día.
- Escribe cada día qué te sorprendió y cómo sorprendiste a los otros.
- Cuando algo te parezca interesante, síguelo.
- Reconoce que si haces cualquier cosa bien ésta se vuelve placentera.
- Para mantener el placer por algo incrementa su complejidad.
- Deja tiempo para la reflexión y relajación.
- Descubre qué te gusta y qué odias de la vida.
- Comienza a hacer más de lo que te gusta y menos de lo que odias.
- Descubre una forma de expresar lo que te mueve.
- Mira los problemas de todos los puntos de vista posibles.
- Ten tantas ideas como sea posible.
- Trata de producir ideas originales.
Por Mihaly Csikszentmihalyi
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